16º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

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16º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºXVI   05-12-2.008

 

XVI EDITORIAL

 

 

Sobre premios y premiados

 

La semana pasada asistimos a la concesión de dos premios, el Nacional de Literatura y el Cervantes, a Juan Goytisolo y a Juan Marsé, respectivamente, dos escritores sin duda únicos, que han aportado una obra que consideramos a todas luces excelente y determinante en la historia de la literatura española tanto para su generación como para los escritores que les han sucedido.

 

El escritor Juan Goytisolo ha recibido el Premio Nacional de Literatura, que distingue la obra de toda una vida. El galardonado ha hecho mella de su habitual escepticismo y ha acogido el premio no sin muestras de cierta distancia. De hecho, se trata de un escritor conocido (y reconocido) por su falta de apego a los oropeles de las artes y por ser poco afín a participar en la prosopopeya del mundo de la cultura. Evidentemente, a nadie se le escapa que Juan Goytisolo es uno de los grandes escritores de este país, y lo es no sólo por su prosa, sino por su experimentación literaria. Se trata de un escritor que se ha adentrado por varios géneros, ha querido innovar y lo ha conseguido. Esto le convierte en un escritor único, en alguien que resulta a todas luces imprescindible por su singularidad y maestría.

 

Nos alegra especialmente porque Juan Goytisolo, además de un buen escritor, es también un autor que ha hecho gala de una inmensa preocupación por las variadas expresiones de la cultura. Se ha interesado por autores de la historia de España, en este sentido relevante ha sido su acercamiento a Blanco White, uno de los escritores del siglo XIX más crítico con la sociedad española y sus costumbres. Pero también se ha interesado por la inmigración que ha llegado a España en los últimos años y de cómo se ha ido incorporando a la sociedad española, en especial la inmigración magrebí. Creemos que Juan Goytisolo no es sólo un escritor en el sentido estricto de la palabra, es ante todo un humanista en el sentido más amplio, una persona que ha mirado con curiosidad el mundo que le envuelve y lo ha sabido, además, transmitir.

 

En cuanto a Juan Marsé, Premio Cervantes, es un escritor que ha conseguido crear un mundo propio a partir de los elementos de una época, la posguerra más inmediata y los años posteriores, y un ámbito geográfico muy concreto, el barrio del Carmelo, el Guinardó y el barrio de la Salud de Barcelona, zonas que han sido el espacio vital de las historias narradas en buena parte de sus novelas y relatos. Juan Marsé ha transmitido un ambiente, una cotidianidad que brota con absoluta naturalidad de sus textos, con una fuerza visual impresionante. No en vano, ha sido considerado como uno de los mejores narradores vivos en lengua castellana.

 

Al igual que Juan Goytisolo, Marsé ha huido de los oropeles del ambiente literario y se ha dedicado a la escritura al margen siempre de polémicas y debates que nada tenían que ver con la literatura. Marsé es en buena medida la figura que encarna al escritor dedicado que se compromete con la palabra, con el estilo, que no se deja anquilosar por formas más o menos aceptadas, sino que se adentra en la prosa para absorber una realidad no siempre sencilla.

 

Somos conscientes por lo demás de que hay premios y premios. También de que con frecuencia los premios reflejan la opinión de un determinado grupo de personas que deciden la concesión del mismo. Hay por tanto criterios distintos y con frecuencia también es diferente la repercusión que produce tanto en los autores como en la sociedad que rodea el rito del premio. Hace dos semanas nos hacíamos eco de la concesión del Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial a la Asociación Contexto, que agrupa a seis pequeñas editoriales, y nos alegrábamos por tratarse de un reconocimiento a una labor iniciada hace bien poco tiempo y cuyo premio se lograba una mejor promoción de sus objetivos. Pero hay otros premios que lo que buscan es reconocer la labor de un determinado autor, darle rango a lo ya conocido. Es el caso del Premio Nacional de Literatura y del Premio Cervantes. En ambos casos los premios, creemos, han sido muy acertados, aun cuando, como los insinuara Juan Goytisolo, no les añada nada a ninguno de los dos escritores, es verdad, pero es un reconocimiento merecido que tampoco sobra y sirve para que algunos lectores vuelvan a sus libros, y a los de Juan Marsé, y otros los descubran.

 

***

 

Hemos recibido con pesar la noticia de la muerte del poeta y traductor Ángel Campos Pámpano. Fue autor de varios poemarios, traductor autores portugueses -Fernando Pessoa, José Saramago, Eugénio de Andrade, Antonio Ramos Rosa, entre otros- e impulsor de revistas como Espaço Escrito o Falar de Poesía. Invitamos a leerlo, que es el único homenaje que le podemos dar.

 

 

 

 

EL AMOR ES COSA DE DOS

 

Él alto y muy delgado,

ella de personalidad ausente,

él lleva el corazón viciado

con quietud de agua corriente,

ella va de mañana al mercado,

le gusta comer comida caliente.

Él casi no prueba bocado,

está nervioso por un cliente,

su despotismo le ha preocupado,

le ha dejado rabia persistente

y un madrugón impagado,

pero él es inteligente,

se olvida de lo mal recordado,

a él no le causa la gente

ese tibio dolor descompasado,

esa mezcla de ruido en la mente

entre marca de tajo cicratizado

y ese temor al barrio impertinente.

Ella es sombra casi sin pecado,

es amor que mira valiente,

es momento que nace cegado,

es suspiro siempre penitente,

es derrota que se ha logrado,

es pensamiento efervescente,

también es pisotón intencionado,

es risa siempre frecuente,

es arrebato desequilibrado.

Grita a su marido absorvente,

él le contesta casi inusitado,

ella cree que él le miente,

él echa de menos su pasado,

ella sueña un amor resistente,

él dice que está quemado,

ella le dice que es muy exigente,

él le reprocha lo reprochado,

ella llena de ira se resiente

y él se arrepiente de haberse casado.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

Las sagas de Carlos

 

 

         Carlos comenzó a recitar aquellas largas sagas que se sabía de memoria y todos le miramos horrorizados porque sabíamos, después de veinte noches de copas juntos, que nada nos iba a ahorrar la arenga poética. Todos menos Mabel, que lo miró al principio atónita, después sorprendida al comprobar que no se estaba marcando, como creyó en un primer momento, un farol y, por fin, admirada por la sapiencia de nuestro colega más joven y sin duda más genial. Porque Carlos era sin la menor duda el colaborador más joven y más genial. Claro que Mabel, que terminaba recién sus diez meses sabáticos autorizados por el Consejo de Estudios, y desde luego bien merecidos, meses en los que se dedicó a viajar por Francia e Italia en busca una vez más del Santo Grial, no conocía a Carlos porque fue en ese tiempo de ausencia que él se incorporó. Recién llegado con una beca ridícula -si no fuera ridícula, no sería una beca, había declarado nuestro maestro de ceremonias, el catedrático Viennes-, preparaba una tesis de literatura medieval y para justificar el honor de estar entre nosotros, insignes profesores de la cátedra de literatura medieval, un club muy selecto, le habíamos tenido como lector, archivero, consultor, bibliotecario, administrativo, corrector, custodio, monitor, acompañante y traductor, hasta que descubrimos, en la segunda o tercera cena de cátedra, que era capaz de recitar cánticos enteros en lengua d´Oil y que no se trataba una broma, como creímos nosotros también, de la primera cena o una consecuencia del vino de Burdeos que corría abundante por nuestras copas, sino que sus atentas y profundas lecturas de las mismas, además de una prodigiosa memoria, le habían permitido retener cientos y cientos de versos, al tiempo que recitaba como un rapsoda de la época y, como consecuencia de ello, le nombramos vate oficial, trovador de nuestra corte, y le declaramos joven genial.

         Lo que no previmos en aquella vigésima primera cena era que Mabel, nuestra Mabel, a quien todos los solteros de la cátedra, y quizá también algún casado, pero permitan que no abra la caja de Pandora en materia tan peligrosa, habíamos querido seducir en algún momento sin conseguirlo ni de lejos, se enamorara de él en ese mismo momento, la primera vez que veía, repito, al susodicho vado, lo cual provocó que se deshiciera de repente toda la simpatía que sentíamos hacia Carlos, como era natural, ya que no sólo nos veíamos obligados a competir por asegurar nuestras plazas y mejorar nuestra situación universitaria, sino que luchábamos por conquistar a nuestra compañera, al menos los solteros, a quien por cierto su carrera no parecía interesarle lo más mínimo, tal vez porque todos aceptábamos que era la que más sabía de simbolismo medieval y era nada menos que la quinta generación de medievalistas archiconocidos en las universidades de todo el planeta. Era además bella, de una belleza que parecía haber heredado directamente de las páginas de los libros añejos, lo que ella tampoco gustaba de promocionar, pues se había impuesto una discreta y uniforme línea de vestidos comedidos en las formas y algo masculinizantes, lo que por otro lado y quizá a su pesar no ocultaba en absoluto su belleza. No por su empeño de disimular su belleza dejó de ser amada, que no sólo hubo mera atracción física, y de tanto en tanto alguno de nosotros intentamos jugar al juego del amor con ella, siendo el trastazo por sus desplantes bastante monumental en todos los casos.

         A la mañana siguiente el joven Carlos apareció por mi estudio. Me llamó desde la esquina y su voz sonaba tan triste que no pude menos que decirle que subiera. No niego que esperaba que me contara su rotundo fracaso con Mabel y que vaticinaba cierta alegría por ello. En efecto, cuando subió las escaleras y se presentó ante mí su aspecto denotaba toda la tristeza de quien ha sido cruelmente rechazado, pues era más que evidente que tras todo el interés demostrado por Mabel a lo largo de la cena, lo que ya suponía una victoria con respecto a nuestros tristes intentos de seducción, no había sido más que el renovado ejercicio del juego del amour de loin, y por tanto su fracaso en la hora postrera le hundía todavía más que a cualquier otro mortal, pues él caía de una altura mucho mayor que la de los otros postulantes de su amor, al fin y al cabo todos fuimos testigos de cómo ella conversó largo y tendido con él, de cómo le miraba con atención, de cómo discutieron de trovadores y del arte del bien trovar, incluso pudimos apreciar cómo varias veces le tomó ella la mano derecha, con atención primorosa, con la dulzura prístina de aquellas sagas tantas veces leídas por todos nosotros y que en ese momento parecían haber sido escritos sólo para ellos, los únicos portadores de sus secretos. 

         No quería yo ahondar en la herida, pero no niego que ardía en deseos de conocer los pormenores del fracaso, o sea, del final de la velada. Con sublime delicadeza le pregunté la causa de su tristeza. No pude dar crédito a mis oídos cuando me confesó, con lágrimas en los ojos, que ya en la alcoba de la anhelada dama, cuando todo apuntaba a la felicidad suprema, la mera referencia del verso CMXXI de un poema anónimo hallado recientemente en Tours dio lugar a una divergencia entre los dos entusiastas eruditos, lo que motivó un nuevo diálogo apenas corrompido por la pasión, el fasto del momento o el vino consumido. El joven Carlos defendió con ahínco su tesis, pero no contaba con la sapiencia de su contrincante, que con una naturalidad rayana lo genial le rebatió con simplicidad sus argumentos. Fue tan duro el golpe que Carlos abandonó todo combate, inclusive el que estaba  apunto de ganar. Me dio pena el muchacho. ¡Tenía aún tantas cosas que aprender!

 

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

 

 

 

LECCIONES DE COMPORTAMIENTO

 

Si te oprime en el pecho algo,

si toda tu causa es ser feliz,

si pagastes un precio muy caro,

si piensas tan sólo en ti,

si culpas a la crisis y al paro,

si deseas tan sólo vivir,

si deseas otro mundo raro,

si deseas cambiar tu matiz,

si deseas pasar por el aro

desea la paz para vivir,

desea un mundo logrado

que nace todo para nosotros,

no te des con un canto rodado,

date tregua, sé de los otros,

acaba con lo comenzado,

que la vida respire en tus poros,

encuentra siempre sendero,

desea una paz nunca vista,

  ponle música al minutero,

disimula tu vena artista,

no pongas a nada un pero,

vive de manera altruista,

intenta ser siempre sincero,

nunca seas pesimista,

confía en el amor verdadero,

pierde el orgullo de vista,

ocupa si no ves casero,

vive de manera distinta,

renuncia al podrido tablero,

moja tus frustraciones en tinta,

sé tú mismo o sé diferente,

cámbiale a todo la pinta,

vive siempre el presente,

deja que todo exista,

sé un cobarde valiente,

apártate de lo victimista,

intenta tener limpia tu mente,

perdónate a ti mismo la vida,

ríete de lo consecuente,

no hurgues nunca en la herida,

deja tu idea patente,

canta tu canción preferida,

mira siempre al frente,

siente la voz del instinto,

recuerda lo que está ausente,

no digas nunca me rindo,

haz el amor frecuentemente,

 cáete de un nuevo guindo,

di te quiero a quien quieres,

no hagas jamás la puñeta,

lucha si siempre tú pierdes,

no te cambies la chaqueta,

recuerda lo que tú eres,

mama siempre de la teta,

encuéntrate si te pierdes,

huye de las alcahuetas,

vive por que nunca mueres,

huye de las fingidas maneras,

refínate si tú quieres,

ama entre las trincheras,

vive esta vida de vaivenes,

 haz del amor tu condena,

colecciona distintos sostenes,

sonríele a la oscura pena,

ponle negrura a los papeles,

sé de la alegría mecenas,

traspasa de luz a las pieles,

ponle a tu sordera antenas,

endúlzate con dulces mieles,

lucha contra las cadenas,

hazte fiel a los infieles,

mira la luz de las estrellas

y desea la paz siempre.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

Cuando Ramón abrió los ojos aquella mañana, lo primero que vio justo en la pared frente a su cama fue una mancha de humedad con la forma perfecta de un payaso.

–Qué ironía –pensó–. Un payaso en este lugar tan sórdido y lúgubre.

¿Pero qué lugar era aquel sórdido y lúgubre en el que había amanecido Ramón esa mañana? En la confusión del despertar apenas podía recordar dónde se encontraba y, mucho menos, cómo había llegado allí. Pero ese momento de plena libertad que transcurre cuando nuestra conciencia aún no ha sido inundada por las aflicciones y amarguras propias de la humanidad, tan sólo permaneció durante un breve instante de salvación en la mente de Ramón. Una fugaz mirada hacia la derecha bastó para devolverle de golpe a la profundidad del abismo desde donde resurgía su triste realidad.

Allí se levantaban, rígidas y amenazadoras, las mismas rejas oxidadas que la noche anterior se cerraban a su espalda, confinándole en la más absoluta de las miserias a la que puede ser arrojado un ser humano. Ramón sabía que sólo saldría de aquella oscura y húmeda celda para dirigirse a la aún más oscura, aunque salvadora, muerte en el paredón.

¿Pero por qué tan cruel final para una vida joven y llena de ilusiones? Su confusa conciencia aún se sentía incapaz de vislumbrar con claridad la totalidad de la desesperanza que le había conducido ante aquella desgraciada situación. Las borrosas imágenes de su pasado más reciente, el vivido tan sólo unas horas atrás, irrumpían en su cerebro con una lentitud desesperante, como una película en blanco y negro en cámara lenta y descolorida por el tiempo, como si se tratase de una realidad transcurrida muchos años atrás y vivida por otras personas en otros tiempos.

Desafortunadamente no cabía duda de que había sido él el protagonista de aquella barbarie perpetrada el día anterior y que empezaba a cobrar una trágica solidez en su atormentada cabeza de recluso. Ahora sí podía recordar con tremenda claridad el momento en el que, junto con sus exaltados compañeros, vaciaban todas aquellas latas de gasoil sobre los destartalados bancos de madera de la iglesia de San Esteban, la misma en la que tantos sermones del padre Antonio había oído durante su infancia y juventud junto a su padre y hermanos. El mismo padre Antonio que en esos momentos de locura yacía moribundo, aunque con la suficiente lucidez como para percatarse de todo lo que ocurría, sobre el sagrado suelo de su parroquia de toda la vida.

Por desgracia, la sucesión de horribles imágenes no se detenían ahí. También pudo ver sus propias manos encendiendo la cerilla que haría sucumbir bajo las llamas al antiguo edificio de arquitectura barroca y poner fin a la también antigua vida de su párroco. “¡Arde en el infierno, maldito cura fascista del demonio!” oyó gritar a su compañero Miguel mientras todos corrían despavoridos para ponerse a salvo, desperdigándose sin control por las empedradas calles del pacífico pueblo que los había visto crecer. Por un instante también se le encendió en la mente la figura de su amigo Miguel quince años atrás, vestido con un inmaculado traje blanco de marinero, a unos metros del altar de la iglesia que acababan de incendiar, arrodillado frente al padre Antonio, aquel cura al que acababan de quemar vivo y al que el mismo Miguel había golpeado cruelmente en la cabeza minutos antes; lo podía ver claramente recibiendo por primera vez el sagrado sacramento de la comunión; también podía ver con nitidez, ya que él estaba a su lado en tan insigne momento, como lo había estado siempre, la sonrisa bonachona y sincera del párroco al tiempo que colocaba sobre la lengua de su futuro verdugo la redonda lámina comestible que por aquel entonces todos estaban convencidos de que era el cuerpo de Jesucristo, y que con tanta ilusión y alegría recibían en aquel día junto con el resto de compañeros de clase, incluida María, que aún no podía albergar ni sombra de sospecha de que terminaría locamente enamorada de aquel muchacho de tez pálida y pelo revuelto cuyo máximo empeño en la vida consistía en pellizcarle el culo siempre que tenía ocasión, y al que todos llamaban Ramoncito.

“¡Dios mío, María!” su abstraído subconsciente no había perdido aún la costumbre de invocar al Dios olvidado en momentos de desesperanza, como lo era justo aquél, en el que la imagen de su amada tendida sobre el inmundo suelo, inerte y con la cabeza destrozada por la certera bala de un soldado fascista, tan oportuno como despiadado, se le presentó con una brutalidad inusitada haciéndole saltar del desvencijado catre para agarrarse con rabia e impotencia a las rejas que le arrebataban la libertad. Y fue entonces cuando el duro y valiente Ramón volvió a convertirse en el inocente Ramoncito de hacía quince años; llorando desconsoladamente regresó al mugriento colchón y se entregó por completo al cruel destino al que las circunstancias le habían empujado y que ingenuamente él creía haber elegido libremente.

En su agonía no podía dejar de preguntarse cómo había llegado a esa situación; cómo había podido ser capaz de empujar a la locura a todos sus antiguos amigos y, sobre todo, cómo había permitido que le siguiese en su delirio también María, la angelical María, la persona a la que más había querido en el mundo y por la que sería capaz incluso de ingresar en un seminario si se lo pidiese, no digamos ya de dar la vida por ella si pudiera. Pero no; en vez de pedirle que ingresara en un seminario le animó a continuar con su cruzada antifascista y le apoyó en su particular lucha por salvar el mundo de las hordas nacionales que amenazaban la libertad.

¡Qué ingenuo! Salvar el mundo. Cómo si éste dependiese de un pobre infeliz como él o de un grupo de desalmados revolucionarios iluminados. En estos momentos de amargura ni tan siquiera estaba seguro de la verdad por la que luchaban. Pensó que también aquel miliciano fascista que le arrebató de un disparo y para siempre a su querida María, tendría una verdad por la que perseguir y exterminar a personas como él; pensó que el padre Antonio también había muerto injustamente por una verdad incomprensible para todos ellos. Pensó que tal vez no existiese ninguna verdad por la que matar o morir. Claro que qué sentido tenía ya pensar en todo esto.

En estas angustiosas reflexiones se encontraba Ramón cuando de nuevo su mente fue tornándose difusa y, poco a poco, sin apenas percatarse de ello, fue dejando la tormentosa realidad que le atenazaba para penetrar en el tranquilizador mundo de los sueños, donde aún existía la esperanza.

Cuando volvió a abrir los ojos, pensó que tan sólo habían transcurridos unos pocos segundos desde que su cerebro fabricase aquel extraño sueño que difícilmente podía recordar; años más tarde sospecharía que fueron mucho más que segundos. Lo primero que pudo ver apoyado sobre la pared que tenía en frente de su acogedora habitación y junto a la videoconsola y el televisor, fue el payaso de trapo que le regaló su padre al cumplir cinco años. Habían pasado ya cuatro años de eso y aún lo conservaba intacto, como uno de sus juguetes preferidos. Más adelante, también presentiría que el motivo de su conservación era otro bien distinto, más profundo y misterioso, cuando el mismo payaso de trapo, envejecido y algo remendado y en esta ocasión en el dormitorio de su propio hijo, volviese a ser el lazo de unión entre dos épocas bien distintas dentro del mismo mundo, aunque vividas por el mismo espíritu.

En ese primer instante de lucidez, trató de aferrarse con fuerza a la borrosa reminiscencia que aún flotaba en su mente y en la que se veía a él mismo, aunque bastante mayor y cambiado, encerrado en una oscura prisión y recordando inquietantes sucesos sobre el incendio de una iglesia, la muerte de un cura, amigos entrañables y un apasionado amor. “Qué tontería”, pensó el pequeño Ramón, “¿por qué iba nadie a quemar una iglesia?”. ¿Y quién sería esa tal María a la que era incapaz de verle el rostro? Con nueve años, a Ramón aún le producía náuseas la idea de enamorarse de alguien. Tampoco podía entender por qué en ese momento de confusión sentía tanta ansiedad y desesperanza, y su corazón le mantenía en un estado de agitación que nunca antes recordaba haber experimentado.

Pero al igual que todos los sueños, este también fue desvaneciéndose misteriosamente de la conciencia de aquel inocente niño, aunque no así de su más profundo subconsciente, donde permaneció durante años esperando con paciencia la oportunidad para resurgir de nuevo, justo en el momento en que su portador fuese capaz de comprender por qué un trágico suceso acaecido en un tenebroso pasado había sido evocado setenta años después en la mente virgen de una cándido muchacho de nueve años.

 

Por Pedro Estudillo Butrón

 

 

 

 

Beber y vivir de ti


Y con mis ojos
te admiraré
y admiraré
tus ojos
hasta que me inunde
de tu brillo
y ya sólo beba
y ya sólo viva
de tu luz.

Y con mis manos
te sentiré
y sentiré
tus manos
hasta que me inunde
de tu calor
y ya sólo beba
y ya sólo viva
de tu abrigo.

Y con mi lengua
te recorreré
y recorreré
tu lengua
hasta que me inunde
de tu saliva
y ya sólo beba
y ya sólo viva
de tu agua.

 

 

Por Juan Fran Núñez Parreño

 

 

 

Si te vas…


Cuando aún no había Sol
tú ya eras luz,
cuando todo era silencio
tú ya eras risa,
no había tierra
ni agua
y ya eras oro
y vino.

Llegaron los labios
y la mirada
y tú ya eras beso
y cuerpo.

Apareciste tú
y nació el amor.

Si te vas
se irán las estrellas
y el Sol
y ya no habrá
noches ni amaneceres
para el amor.

Si te vas
se irá el mar
y el viento
y ya no habrá
playas ni otoños
para el amor.

Si te vas
se irán las flores
y los corazones
y ya no habrá
perfumes ni latidos
para el amor.

Si te vas
se irá la música
y la miel
y ya no habrá
canciones ni dulces
para el amor.

 

 

Si te vas
ya nunca habrá amor.

 

 

Por Juan Fran Núñez Parreño

 

 

 

AMOR CLANDESTINO

 

Quise embrujarte, hechizarte, con todas las armas de mujer. Te embrujé, te hechicé y usé las armas de mujer.

Tú me hiciste sentir mujer.

Yo quise hacerte sentir hombre. Aproveché mi feminidad, mi cuerpo, mis curvas para que te embriagaras de mí, te seduje con la mirada, con la sonrisa, con mis gestos insinuantes, mis movimientos sensuales.

No te dejé opción, me hiciste tuya y yo te hice mío, un día tras otro.

Mujer desbocada llena de pasión, de ardor, de fuego por desear tu cuerpo, de pensar que tú deseas el mío.

Mujer descontrolada por tu piel, por tu aroma, hazme el amor, una y otra vez.

Mantengamos nuestro juego en la clandestinidad, que nadie lo sepa, solos tú y yo, en nuestro paraíso.

Escondámonos para que nadie nos vea, para que nadie pueda interferir, para saber que lo que estamos haciendo está prohibido, y en lo prohibido está la tentación y el deseo.

Mantengamos la clandestinidad solo por el morbo que produce que vamos a ser amados y poseídos tantas veces como queramos.

Sigamos tentándonos, sabemos que nos pertenecemos, pero nuestra pasión es prohibida. Alimentémosla pues de caricias, de besos, abrazos, de cuerpos ardientes, pieles desnudas, excitadas por el momento,.. dejemos nuestra imaginación volar.

En nuestro silencio está el secreto, en nuestro secreto la pasión, y bajo esa pasión un amor correspondido y prohibido.

Reconozco que te embrujé, que te hechicé con armas de mujer, reconoce que me embrujaste, y me hechizaste con armas de hombre.

Por ti soy mujer en todo su esplendor, por mi eres hombre en plana excitación.

Silencio oculto, que solo rompemos y chillamos al llegar al placer de nuestra entrega.

Hombre déjame seguir bajo tu embrujo, bajo tu hechizo, hombre déjate llevar por mi sensualidad, por mi placer, por mi gozo.

 

Amor clandestino, nuestro amor

solo nuestro,

solo los dos…

 

 

Por Silvia Marcos Fuentes

 

 

 

ÁNGELES PERDIDOS

 

 

Ángeles perdidos, ángeles encontrados, ángeles por buscar, ángeles,…

Alas revoloteando ilusiones, esperanzas,…,alas perdidas, ¿dónde encontrarlas?, ¿dónde buscarlas?.

Ángeles no os olvidéis de mí, necesito de vuestras alas para volar, para que sus plumas me acaricien y dejarme sentir por ellas el amor y cariño que necesito, el que anhelo, el que busco.

¿Ángeles dónde estáis para mí?.

Quiero de vuestra fantasía, quiero de vuestro don, y llevadme, llevadme muy lejos junto a vosotros para buscar a mi amante, y así podré dejaros, para dar paso a que sea mi amante el que me acaricie, el que me haga fantasear, el que me haga volar entre sus brazos apoyando mi cabeza en su pecho.

Ángeles, ayudadme a buscar a mi ángel perdido.

Y cuando lo encontremos, hacednos compañía, porque cuando esté con mi amado y nos amemos, no haya lugar a que esa pasión pueda terminar, ser nuestros cómplices para la eternidad.

¡Ángeles escuchadme!, no quiero más ángeles perdidos, solo busco mi ángel perdido.

 

 

Por Silvia Marcos Fuentes

 

 

 

 

 

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15º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

 

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15º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºXV 22-11-2.008

 

EDITORIAL XV

La Asociación Contexto y el Proyecto Europeana

 

Nos hacemos eco de dos iniciativas que sin duda merecen nuestro aplauso e iluminan en buena medida el tenebroso panorama que nos rodea.

 

Por un lado, se ha concedido el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial de 2008 a la Asociación Contexto, que agrupa a siete pequeñas editoriales. Son: Libros del Asteroide, Barataria, Global Rythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso. Evidentemente felicitamos a los galardonados y nos alegramos por la concesión de este premio, que nos parece justo y que llega además en un momento de crisis cuyas consecuencias ignoramos en el ámbito cultural.

 

Las editoriales, lo hemos comentado en alguna ocasión, son importantes en la labor de dar a conocer y difundir a nuevos autores. Las nuevas tecnologías brindan nuevas oportunidades y abaratan los costes de edición, pero la distribución sigue siendo complicada y también lo es la tarea de difusión, de acceso a los lectores en una sociedad en la que la información excede, a veces de un modo descontrolado, los niveles de recepción que cualquier de nosotros, como individuos, podemos alcanzar. Por otro lado, las editoriales son empresas y como tales han de obtener beneficios o por lo menos no sufrir pérdidas que harían imposible su tarea.

 

Este premio supone, sin duda, un espaldarazo a su labor. Por fortuna, ha aparecido un sinfín de editoriales, además de las mencionadas, que están apostando por la calidad tanto de los contenidos literarios como del trabajo de edición. Dar conocer esta labor es imprescindible y desde luego este premio supone una promoción importante entre el público lector. Que se conozcan las editoriales, que sus libros estén en las bibliotecas y en las librerías, que se mantenga un mínimo de calidad, que se difundan a sus autores, son objetivos que debemos todos apoyar, nosotros, desde aquí, desde la modestia de un medio como este blog, o desde ámbitos con mayor repercusión como son los de gestión pública cultural.

 

Reiteramos por tanto nuestra felicitación y esperamos que sea el comienzo de una política activa de ayuda a la cultura, tan necesaria en un momento en el que los valores sociales parece que vayan por otros derroteros.

 

Por otro lado, el pasado jueves se iniciaba el Proyecto Europeana, en el que se integran bibliotecas, museos e instituciones culturales europeos, todo ello fomentado por el Consejo de Europa, y que pone a disposición de los interesados archivos culturales que sin duda van a ser útiles para quienes accedan a la nueva web. Literatura, cine, música, hemeroteca, el inmenso contenido de la misma supone una red de información cultural sin parangón y por una vez sentimos que las Instituciones Europeas se preocupan por la cultura y dan un paso a favor de unas herramientas de expansión cultural. Lástima que este paso se vea empañado por otro proyecto, que nos resulta menos amable, como es el Proyecto Bolonia de Universidades.

 

Tanto el Premio concedido a la Asociación Contexto como la aparición del Proyecto Europeana son dos buenas noticias que nos dan un poco de ánimo.

 

Para más información: www.contextodeeditores.com

www.europeana.eu

 

 

 

 

LÁGRIMAS DE GROUPIE

 

Hay demasiada canción de amor,

canción que galopa el sendero loco

del vinillo exhausto en la noche,

del sendero loco donde el brindis

es una mirada de corrido rimel,

son esas lágrimas de groupie

las únicas que su dinero valen,

a la sombra de titiris mundis,

de sátiros besos que aún viven

entre semillas que se abren de sueños,

entre portadas de discos que roban

un minuto de gloria en la calle,

existe luz en este norte triste,

en este norte que delira de paz.

New York está allí arriba,

levitando próxima a la luna gris,

bailando el Rock de los cautivos,

danzando la danza del siglo.

Hay vacías miradas que ruegan,

hay lágrimas de groupie en ti,

hay gemidos de azul en la noche,

hay desnudez en los suspiros.

Vamos, que lo puro nos llama,

que la noche espera con perlas,

con zapatos de tacón y mal vestida,

espera sentada en su filo,

ida de alcohol y sin memoria.

Latidos cansados del ruido,

interrogantes nacidos de más,

vueltas da el vinillo que suena

en la cara B de los anhelos libres,

y las lágrimas de una groupie

se mezclan de ácida y fría ceniza.

Medianas luces a lo lejos,

otro pulular brilla feliz sin mi voz,

estira aquel brazo y susurra

canciones en peldaños de plata,

respira mi yo, tan interior,

que su eterna súplica se calla.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

 

 

 

El avión

 

Recordarías, seguro, el momento exacto en el que tu madre te dijo que ibais a viajar en avión. De pronto sentirías un cosquilleo que te recorrería de la cabeza a los pies, unas ganas enormes de saltar, expandirte y gritar, una emoción que te inundaría por dentro aunque no sabrías entonces ni de lejos, a ti que tanto te gustaba hablar, explicar todo aquello. Lo cierto es que casi te pones a llorar por la emoción. No en vano habías crecido viendo aterrizar y despegar aviones, y lo que más deseabas era subirte a uno de ellos y ver el mundo desde aquellas alturas por las que volaban esos enormes cacharros que tanto te encandilaban cuando los contemplabas desde la loma. Comenzaste a correr por la casa y luego también por la calle simulando ser un avión, con los brazos en horizontal, como si fueran tus alas. Tu madre soltó una carcajada. Ni siquiera te importa a donde vamos, te dijo simulando desasosiego, y tú la miraste un instante, como si tuvieras que sentirte culpable por no importarte lo más mínimo a donde viajaríais, sino simplemente que ibais a subir, ¡por fin!, a un avión y este ascendería por los aires y entonces todo lo demás carecería de importancia porque habías conseguido lo que más deseabas, que era volar. Por mí, dijiste, como si nunca aterriza, podríamos vivir en el cielo, y tu madre volvió a reír, y tú te alegraste porque pocas eran las veces en las que veías contenta a tu madre, siempre iba con ese cejo preocupado, angustiado -otra palabra de aquellas, tantas ya, cuyo significado conocerías con el tiempo- por un sinfín de problemas que tú, entonces, no considerabas tan problemas, tal vez porque no conocías nada más que tu grupo de casas, próximas a las pistas del aeropuerto, y el trabajo agotador de las mujeres del andurrial, que de los hombres apenas sabías si trabajaban o no, simplemente porque nunca estaban presentes más que en las conversaciones, a veces cuchicheos, de las madres.

Es absolutamente imprescindible que compremos algunas cosas para el viaje, dijo tu madre, ropa para ti, por ejemplo. Entonces te paraste en seco. La miraste con atención. Debía de ser importante eso del viaje porque ella no solía gastarse el dinero en ropa nueva cuando hacia falta para tantas otras cosas, además ese “absolutamente imprescindible” te sonó duro y no dejaba lugar a dudas -cuando tu madre repetía eso de lo absolutamente imprescindible sólo quería decir que no había replica posible y que nos hallábamos ante algo importante- y entonces sí que te diste cuenta que el avión aterrizaría en algún sitio que debía, además, de ser muy lejos, porque si no cogeríais el autobús y no un avión, que era carísimo viajar en ellos, y tendría que haber una razón pero que muy importante para ir tan lejos. A dónde vamos, le preguntaste a tu madre, y ella te dijo un nombre, un nombre que no te sonaba de nada, y por no sonarte de nada lo olvidaste enseguida. Volviste a correr por entre las casas con los brazos como alas y de paso buscaste a Lidia o a Irene para decirles que ibas a subir a un avión, de hecho lo gritaste un par de veces, voy a ir en avión, y algunas mujeres te miraban sonrientes, pero no encontraste a Lidia ni a Irene, así que tuviste que conformarte con airear tu viaje a los cuatro vientos y saltar como una loca porque no podías reprimir la emoción ni veías el momento en que por fin subirías al avión, dentro de tres días, según te dijo tu madre en la cena mientras te enseñaba los billetes que no te dejó ni tocar, tú, con lo nerviosa que estás, los rompes, capaz.

Fueron tres días muy largos, seguro. Sin embargo, apenas te acuerdas de ellos, tú sólo pensabas en el vuelo, en esa sensación de velocidad que, según te habían contado, se sentía cuando un avión está a puntito de despegar. A veces, como cuando se lo dijiste a Lidia y a Irene, te ponías un poco triste, porque te ibas lejos y no sabías cuándo volverías a ver a tus amigas, o a la abuela Marcela, con quien tanto te reías cuando te contaba aquellas historias absurdas del pasado. Pero durante esos tres días sólo pensaste en el avión. Nada más. Poco te preocupaba lo que dejabas atrás y todo lo que te ibas a encontrar. Ibas a volar, te repetías una y mil veces, y cuando viste despegar un avión desde la loma en la que tantas veces te estiraste para ver los aviones, sabías que todo era distinto porque era cuestión de horas que subieras en uno de aquellos enormes cacharros.

Y llegó el momento. Por la mañana tu madre te puso de punta en blanco. Las vecinas iban pasando por casa mientras os arreglabais y como tu madre, tan precavida siempre, lo tenía todo listo, las maletas por un lado, con la ropa vuestra, la suya y la tuya, y su bolso por el otro, con los billetes, los pasaportes y el dinero, pues charlaba con las mujeres y se iba poniendo triste, incluso asomaron algunas lágrimas que no llegaron a correr por su mejillas porque tu madre, tú bien lo sabías, nunca lloraba.

No cabías en ti cuando fuisteis al aeropuerto. Estaba cerca. En línea recta desde tu casa podías distinguir las terminales y las dos torres desde donde se daban las órdenes a los comandantes de los aviones. Pero había que dar una vuelta enorme en el coche de la tía Mara y no veías el momento de llegar, y creíste por un momento que tal vez te despertarías entonces y te darías de morros con que todo fuera un sueño y que nunca fueses a subir a un avión, sin embargo llegasteis al aeropuerto, sí, y esperasteis vuestro turno en una cola que te pareció larga y lenta, y entregasteis la maleta a una azafata muy guapa vestida con un bonito uniforme azul y blanco, y ella os dio dos tarjetas de papel muy duro, casi cartón, que tu tía Mara te explicó que se llamaban tarjetas de embarque y que tendríais que entregarlas a una persona justo antes de subir al aparato, que así también llamaban a los aviones, y esperasteis un rato aún durante el cual la tía Mara y tu madre hablaron mientras tú lo mirabas todo con atención. La terminal estaba repleta de gente. Te preguntaste a dónde viajaría cada persona con quien te cruzabas e intentaste por un rato adivinarlo, pero no conocías realmente muchos nombres de ciudades fuera de tu país, e incluso las de tu país eran muchas veces meras referencias porque poco habías salido de la capital, pero al menos te sonaban algunas de los nombres que leíste en un enorme panel, te sonaban por ejemplo París y Roma, Nueva York y Buenos Aires, y te hizo gracia también el sonido de Tokio y de Bogotá cuando lo pronunciaste, muy bajito, para ti, y también reconociste la ciudad a la que ibas a viajar, la que te dijo tu madre dos días antes y que no sabías dónde estaba. ¡Qué ganas tenías de salir! Miraste de reojo a tu madre para ver si te decía que ya subíais al avión, pero también te gustaba que la tía Mara estuviera allí, con vosotras.

Tenemos que irnos, dijo de pronto tu madre, y ella y tía Mara se abrazaron, y luego tía Mara te besó y te abrazó, y te dijo que te cuidaras y que cuidaras a mamá. La verdad es que entonces te olvidaste por un momento que te ibas a subir a un avión y te pusiste triste porque viste a tía Mara ponerse triste. A veces tiene eso la vida, las cosas que nos gusta hacer conllevan hacer otras que no nos gustan tanto, pero te acordaste del avión y dejaste de lado apreciaciones más filosóficas. Os pusisteis en una fila tu madre y tú, mientras tía Mara se quedaba en el gran recibidor de la terminal. Pudiste ver que te decía adiós con una mano, sonriente, pero que tenía un pañuelo en la otra con la que se limpiaba las lágrimas que, a ella sí, caían por sus mejillas. Tu madre sacó de su bolso de mano los dos pasaportes, el suyo y el tuyo, y los entregó, cuando os tocó el turno, a un hombre uniformado que no sabrías decir si era policía o de alguna compañía aérea. Tú lo mirabas todo con atención, pero también con entusiasmo o emoción, no lo sabrías decir, que te impedía concentrarte en algo concreto. El hombre le devolvió los pasaportes a tu madre y pasasteis por un pasillo que desembocaba en una sala de enormes ventanales a través de los cuales veías las pistas y te diste cuenta también al cabo de un rato que al otro lado estaba tu casa e intentaste adivinar cuál era, pero no pudiste porque estaba lejos y todo se veía muy pequeño. Te despediste de tu casa y de la villa entera levantando la mano, casi sin pensar que aquel gesto podía ser una despedida, justo cuando tu madre tiró de ti para ir a la puerta 6, que era por donde debíais embarcar. En la puerta había otra cola de personas y un hombre recibía las tarjetas de embarque que, así se llamaban aquellos cartones, recordaste, de quienes iban a volar. Os tocó el turno. Tu madre entregó las dos tarjetas y el hombre te miró y sonrió. Al salir no pudiste evitar pegar un bote: allí estaba, el avión, uno concreto, nada menos que el tuyo, aquel en el que ibas a viajar, tan blanco y grande, más grande cuando lo veías ahora tan de cerca que cuando veías algún otro, o incluso quizá ese mismo, desde la loma junto a tu casa. En ese avión ibais a viajar y mientras os acercabais, estaba tan cerca que ibais a pie, sentiste algo que podía ser, tal vez, la felicidad, pero en ese momento era tan solo un cosquilleo en el estomago y una imposibilidad absoluta de hablar, de contar lo que estabas viviendo, de mirar siquiera a tu madre, que estaba a tu lado y que tampoco dijo nada porque, no lo supiste hasta más tarde, ya iba muy preocupada por aquel viaje.

Subisteis por una escalerilla tan estrecha que sólo cabía una persona. Al final, dos azafatas muy guapas os esperaban con sonrisas de oreja a oreja y atendían uno a uno a los viajeros que llegaban a su lado. Miraban los billetes e indicaban el asiento que correspondía a cada una de las personas que viajarían en el avión. ¡El avión! Te deslumbró su interior, nada que ver con lo que habías podido imaginar y, qué duda cabe, mucho más bonito. Contemplaste el pasillo bordeado por una sucesión de butacas y te sorprendió el color blanco, casi luminoso, que lo inundaba todo allí dentro. Una de las azafatas le indicó a tu madre cuál era vuestro asiento y os dirigisteis a él lentamente, esperando a veces que las personas que estaban delante de vosotras se acomodaran en los suyos. De vez en cuando mirabas por las ventanillas redondas, en forma de huevo, y veías el trozo de pista en el que un momento antes habías estado. Por fin llegasteis a vuestros asientos. Siéntate junto a la ventanilla, te dijo tu madre y tú saltaste emocionada al asiento, queriendo verlo todo, lo que había fuera y dentro del avión, ver a tu madre, que te miraba con una leve sonrisa, y al resto de las personas que te rodeaban.

No recuerdas cuánto tiempo tardó el resto de viajeros en acomodarse. Lo que sí recuerdas es el momento exacto en el que una de las azafatas cerró la portezuela por la que entrasteis y sonó un clik metálico que indicó que todo estaba preparado y ya no cabía marcha atrás posible. Te diste cuenta entonces del sonido del motor, sí, apenas un murmullo, pero que una vez cerrada la portezuela se agudizó. De pronto, una voz, la del comandante, daba la bienvenida a los pasajeros y una azafata que pasaba por el pasillo entregaba unos folletos y el sonido del motor se volvía más y más agudo, y tu madre te ató el cinturón de seguridad y tú no podías parar quieta en tu asiento porque aquello era lo más emocionante que habías hecho en tu vida y no querías que nada quedara fuera de tu atención. No tendrás miedo, te preguntó entonces tu madre, y tú moviste la cabeza de un lado a otro, en ese mismo instante sentiste que el avión se movía, aunque más bien te parecía que era lo de fuera lo que se moviera. El avión se encaminaba por una de las pistas. En un momento dado se detuvo. Y de repente comenzó a correr, a correr y a traquetear, notaste el cosquilleo del estomago, el cambio de posición del avión, como subía la parte delantera y de pronto las cosas que veías desde la ventana se volvían chiquitinas y tus oídos parecían comprimirse, traga saliva, te susurró tu madre, y tragaste y tus oídos se destaparon mientras intentabas estirarte todo lo larga que eras para ver cómo la tierra se empequeñecía.

El avión recuperó casi su horizontalidad. No dejaste ni un momento de mirar hacia abajo y verlo todo allí tan chiquitito. De nuevo la voz del comandante sonó, omnipresente, y habló de la altura del vuelto, de la duración prevista, muchas horas, y de algunos detalles que no llegaste a comprender. Tu madre parecía dormir, tenía los ojos cerrados, pero sabías que no dormía porque movía los labios como si estuviera orando. Le diste la mano y ella te la apretó. Giraste de nuevo la cabeza para mirar por la ventana, pero esta vez para mirar hacia arriba, donde el cielo parecía oscurecerse y donde estarían las estrellas, escondidas a esa hora.

Durante las muchas horas del vuelo no dejaste de mirar por la ventanilla, allí abajo estaba el mar, inmenso, y reías cada vez que el avión daba uno de esos botes que a tu madre tanto le asustaban, la pobre, aunque siempre acababa sonriendo. Las azafatas te preguntaban si tenías miedo y tú les decías que no y ellas se sorprendían mucho porque, según te dijeron, todas las niñas se asustaban un montón y te decían entonces que eras muy valiente o que quizá fueses algún día azafata, o quien sabe si incluso comandante de un avión, que lo pensaste, por qué no. Y así, poco a poco, el avión fue llegando a su destino y de pronto sonó otra vez la omnipresente voz del comandante, entonces tu madre te abrochó el cinturón de seguridad y el avión comenzó a perder su horizontalidad, pero al revés que cuando el despegue, con el morro hacia abajo, señal inequívoca, y te dio pena, del final del viaje, te pareció tan corto, y la tierra se fue acercando, lo chico se hizo grande, y tu madre cerró de nuevo los ojos y sus labios se movieron otra vez, y de repente el avión pegó un bote y se escuchó como un sonido áspero y un tanto metálico y viste una pista y al final unos edificios que eran, seguro, las terminales del aeropuerto, y el avión fue menguando su velocidad hasta casi detenerse, poco a poco, y detenerse al final, momento en el que tu madre te desabrochó el cinturón de seguridad.

La gente hizo cola para salir del avión y las azafatas se despedían con una sonrisa amable. Te dio pena acabar el viaje, se te habían hecho cortas las casi doce horas de vuelo. Sí, tal vez fueras azafata o comandante de avión para poder pasar horas y horas en aquellos aparatos y te quedaste un poco mustia mientras en silencio avanzabas por un corredor que te llevó junto a tu madre a una sala enorme, parecida a la del aeropuerto de tu ciudad, pero sin duda mucho mayor. Bajasteis por unas escaleras mecánicas y de nuevo os pusisteis a una cola. Había unas cabinas por donde la gente que había delante de vosotras iba mostrando los pasaportes. A veces, te fijaste, había un breve diálogo entre quien mostraba el documento y quien se hallaba tras el cristal, pero no sabías, tampoco te lo preguntaste, a que respondía todo eso. Por fin llegasteis hasta una de las cabinas y tu madre enseñó ambos pasaportes. El hombre los hojeó. Miró a tu madre y le hizo unas preguntas que tú no llegaste a entender, tampoco prestaste mucha atención hasta que el hombre le dijo si podría esperar un momentito en unos bancos que había a uno de los lados. Notaste que la mano que te daba tu madre apretó un poco más la tuya. Te empujó con suavidad y sin decir nada os sentasteis en uno de los bancos.

Qué pasa, mamá, le preguntaste y tu madre te dijo que nada, que había que esperar un poquito, nada más, y tan pronto te fijaste que cerca de ahí había una enorme ventana desde donde veías las pistas y fuiste hacia allá, dónde vas, te preguntó tu madre y tú señalaste los aviones y tu madre no dijo nada, por lo que seguiste hasta que pegaste la nariz en el cristal y te quedaste de nuevo embelesada ante todos aquellos aviones.

Tu madre te llamó un rato después y la viste de pie. Ven, te dijo, y tú fuiste, entonces ella te sujetó la mano y comenzasteis a seguir a un policía por un pasillo estrecho que terminaba en una sala en la que había varias mesas con ordenadores y varios policías. Siéntense, dijo el hombre al que seguisteis, y os sentasteis, mientras otro agente te sonreía y te decía hola y tú le dijiste hola bien bajito porque no te acababas de sentir cómoda allí adentro. No sabías muy bien qué estabais haciendo en aquella sala. Suponías, aunque tampoco es que te lo hubieses planteado muy bien, que ibais a una ciudad nueva y que tu vida, entonces, tal vez, no estabas muy segura, iba a ser distinta, aunque a ciencia cierta eso era algo sobre lo que tu madre no te había hablado mucho. De pronto te hallabas en una sala repleta de policías y tu madre, a tu lado, parecía temerosa, aunque tampoco estabas muy segura de eso porque tú siempre la habías visto firme y llena de convencimiento cuando llevaba a cabo las cosas, al fin y al cabo siempre te decía que era mejor arrepentirse de lo que habías hecho que arrepentirse de lo que habías dejado de hacer, algo que tú, entonces, no entendías muy bien, pero que sin duda marcaba su valentía ante la vida, por eso dudaste si estaba, según te pareció, temerosa o era una sensación tuya.

El policía, entonces, comenzó a preguntarle a tu madre a qué venía y si conocía a alguien en el país. Tu madre respondía con brevedad mientras el policía escribía en un ordenador algo que tú no podías ver desde tu silla. Pero escuchabas la voz de tu madre, algo quebradiza, y te enteraste entonces que tu padre estaba en aquella ciudad y que os esperaba fuera del aeropuerto, algo que tú no sabías, claro que apenas te acordabas de tu padre y tampoco pensabas mucho en él, quizá porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vieras y porque ninguna de tus amigas o de los niños de tu barrio tenían a sus padres cerca, y metida en estos pensamientos te perdiste el resto de lo que hablaron el policía y tu madre, sólo oíste que el hombre os pedía, después de consultar algo en el ordenador, que esperarais en una sala adjunta, y tu madre se levantó, tú te levantaste tras ella, y ella mostró de nuevo aquel cejo que tanto conocías y anduvisteis por otro pasillo hasta otra sala donde varias personas esperaban en silencio no sabías muy bien qué.

Volviste a preguntar si ocurría algo. Ella te sonrió, te acarició la cabeza, te dijo que no, que no pasaba nada, tranquila, y tú te pegaste a ella, para que te abrazara y siguiera con su mano en tu cabeza.

No supiste muy bien cuánto tiempo estuvisteis así. Quizá te quedaste, incluso, dormida. Te despertaría tu madre cuando te llamó. Vamos, te dijo entonces, y volvisteis a recorrer el mismo pasillo hasta la sala de las mesas y de los ordenadores. Reconocisteis las mismas caras de antes, pero te fijaste que había otras personas, algunas vestidas de civil. Os sentasteis de nuevo en las sillas, pero esta vez había más gente a vuestro alrededor. Un policía distinto al de antes se sentó frente a vosotras y comenzó a hablar con tu madre. A veces el hombre que estaba a tu lado sin uniforme intercalaba algún comentario, pero no llegabas a entender lo que decía y sobre lo qué hablaba. El policía nuevo escribía en el ordenador y luego imprimió unas hojas que tu madre firmó, al igual que el propio policía y el hombre que estaba a tu lado. Esperen aquí, dijo el policía y se levantó. Entonces un policía se puso a tu lado y te preguntó si te había gustado volar en el avión y tú respondiste que sí y sonreíste porque te acordaste del vuelo y de lo que te había gustado, y él te preguntó también si no tuviste miedo y tu dijiste que no, y tu madre sonrió al mirarte, pero te diste cuenta de que era una sonrisa triste. El otro policía volvió con unas hojas en la mano. Se sentó y le habló a tu madre y le dijo que el jefe había decidido denegar la entrada y eso debía de ser, pensaste, algo terrible, porque tu madre bajó la vista y tenía los ojos rojos, aunque no lloraba, porque tu madre, tú bien lo sabías, nunca lloraba, y comenzaron los dos hombres y tu madre a firmar un sinfín de hojas, y entonces tu madre preguntó por la maleta y el policía respondió que ya estaría embarcando porque el avión saldría aquella misma noche, y tu madre, entonces sí, soltó algunas lágrimas y tú pensaste que algo terrible debía de estar sucediendo porque tu madre, que nunca lloraba, lloró.

El policía os acompañó de nuevo a la sala. Esperen aquí, os dijo. Os sentasteis. Tu madre seguía llorando, en silencio, casi como si le diera vergüenza. Te acarició la cabeza, de pronto te sonrió triste y te dijo que de nuevo subiríais a un avión. No supiste el porqué, pero esta vez, la verdad, no te hizo tanta ilusión.

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

 

DISFRUTAR LA QUIETUD DE LAS TARDES

 

Disfrutar la quietud de las tardes

de la avanzada primavera

que aún reina esplendorosa y bella

coronada de rosas y azucenas,

gozar la arboleda que vislumbro

desde mi tranquila terraza

ese verdor imponente de pinos

y otras especies que mi ojos traspasa,

el permanente revolotear de pájaros

con sus trinos tenaces e impertinentes

dueños de los silencios vespertinos

ámbito propicio de nuestra benéfica siesta,

en mi terraza leyendo poesía

bien Rimbaud, bien Kavafis, bien González

como sorbitos de café cubano,

ensimismarme en los geranios, en los claveles

quedarme extasiado en las escasas mariposas

que se adentran para posarse en las plantas

resplandecientes y cuidadas por las manos

de mi dulce esposa que dormita

en el sofá de nuestro salón

invadido por el aroma de la tarde,

a ratitos acercarme y besarla despacito

como una caricia, como un rumor

absorber su tenue respiración

como sorbitos de café cubano.

 

 

Por Francisco Jesús Muñoz Soler

 

 

 

EL PELIGRO DEL AMOR

 

A la memoria de Charo Endrinal Petit.

 

Dejaste tu mundo de confort

en pos del amor (motor del mundo).

Encontraste desolación,

encontraste tedio en un desnudo,

encontraste el amargor

de un coñac con sabor a esputo,

encontraste en un rincón

la dicha de la mentira dando culto

a jueces como el gran Salomón

que tenía rara idea de lo justo,

encontraste la cruel perdición

que baja caprichosa al oscuro submundo,

encontraste el eterno (sin-perdón)

que además de ser eterno es mudo,

encontraste la sin razón

que debaten los tentetiesos atando nudos,

encontraste la loca ilusión

que por ser ilusión dura un segundo,

encontraste la enajenación

y comprobaste que ninguna agonía dura un minuto,

encontraste la marginación,

encontraste aquel disgusto,

encontraste la presunción

y no te dejaron ser lo presunto,

encontraste a la civilización

escondida en el chabacano sonido del eructo

escondida en la religión

apartándose de ti en un estornudo,

encontraste el peligro y la traición

que llama a todas las puertas dando tumbos,

encontraste a niños de papá con el humor

que sólo sostienen los súcubos.

Encontraste la muerte pegada a tu talón

y una metáfora fiel de que el amor es un mero bulo.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

QUIMERAS

 

Elevaban las olas

sus cantos de sirenas.

En el inmenso cielo

las estrellas danzaban.

Nosotros:

Bajo aquel manto azul

que todas ellas tejen,

¡Soñábamos…

mundos maravillosos

con jazmines y rosas,

primaveras espléndidas

con cantos de sopranos,

rumor de caracolas

y trinos de jilgueros.

Nadie… nos despertó,

de aquel tan bello sueño.

Creíamos que era justo

amarnos en octubre,

otoño de la vida.

Y al dintel de la tarde

un pájaro lloraba,

con las alitas rotas

heridas por el viento

 

 

Por Ofelia Parrón Cépedes

 

 

 

EL TORNADO

El amor llama a mi puerta, y la hace tambalear, quiere entrar como un tornado, arrasar, voltear, llevarme con él.

Un tornado que como siempre no esperas, no avisa, y es en ese momento cuando te pilla desprevenida.

Lo veo venir, ya llega, toca mi puerta, abre mis ventanas, quiere arrasarme. Y me asusta, no quiero girar en el aire, no que se lleve mis cosas.

Como mujer desengañada y dolida en el amor, mi cabeza dice que me prepare y me resguarde ante tal tornado. El corazón está dañado como para dejarle pasar, no está preparado.

Pero viene con mucha fuerza, y siento que me va a arrastrar.

Entra sin darme apenas yo cuenta, sin prepararme, intento amarrarme a algo, pero no encuentro dónde.

 

Mientras busco cobijo, sus pequeños soplos de viento me tambalean, y me asustan, no quiero ser dañada nuevamente, pero tampoco quiero dañar.

Soplos de viento que me susurran, movimientos que me hacen reaccionar.

 

Quiere llevarme con él y mientras mis pensamientos son internamente otro tornado, “¿qué debo hacer?”.

Simplemente la respuesta más sencilla es no hacer nada, porque este tornado viene con más fuerza que nunca, y yo solo puedo tambalear.

Por Silvia Marcos Fuentes

 

 

DESDE LA MÁGICA UNIDAD DE MI VIDA

 

Desde la mágica unidad de mi vida

rebosante de la fragilidad que le es propia

me aglutino e intento conocer el sentido

de mi fugaz existencia,

la que ha preñado de principios y objetivos

para intentar no deberme nada

cuando la gran aliada de la naturaleza

me reclame para ejecutar su motivo

dar fin a todo lo nacido,

pero mientras esa inevitable cita no me alcance

sigo construyendo el camino de mi destino

drenándolo con amor, afirmándolo con razones

y despejando su libertad de salteadores,

en esa tarea estoy, que sea capaz de conseguirlo

se sabrá en el menos esperado de mis momentos,

ahora sigo abierto al camino del conocimiento

y al de la vida con todos mis mejores sentimientos.

 

Por Francisco Jesús Muñoz Soler

 

 

 

CACTUS

 

Símbolo espinoso de la vida,

resistencia brotada de la sequía,

hombre, tropiezo del viento,

obstáculo de la voluntad,

angustia parca de llaga instintiva.

Consuelo de espina doliente,

quimera de agua el mar lleva,

desierto es tu mundo

entendido en la suma de los días,

amplio espacio entre la mirada,

largo horizonte es tu bostezo,

piedra a piedra se exige dureza,

resisto mi mundo colgado

de mi dolor de cabeza,

mi cefalea es caballo cansado,

es pellizco seco de latido pirómano,

sombra de espejo es la luz

que suspira por mi brote libre,

por mi pulso cuadrado donde

el triángulo es asombro rodado.

¡Quiero y no puedo!

Te vas de mí como viento caliente,

como aire de aleteo de mosca,

y me quedo plantado en mi erial,

en mi desierto de ceniza hogareña

a esperar que tu buena fe me recuerde

y se sienta hermana de mi quijada,

de mi corazón helado,

de mi espina dulce y entendida

en garitos de ansiedad bufada.

Quiero a tu presencia

y cuanto más la quiero

menos cerca está tu laberinto sonoro

de mi primavera mojada y muda.

Busco tu rosa entre gemidos,

busco tu paz de acuarelas y figuras,

busco tu cansancio tendido a mis pies

como un perro suspirando.

Busco, y si encuentro, hallo vacíos

que resisto como un loco herido.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

ACOMPAÑAME DE LA MANO

Ven, no te vayas…

Quiero contigo caminar

En esta vida por andar

Ya no quiero esperar

Una vida mas para lograr

La maravilla de caminar…

Recorrer, este mundo y tener

Tu mano para entender

Que hay un nuevo renacer

Juntos podemos descubrir

Que no es necesario sufrir

Para revivir el amor

Que dejamos morir

Por creer que al mentir

Y dejando de sentir

Podría existir

¡ NO¡ sin mí, no puedo vivir

¡ TÚ ¡ sin ti, no puedes revivir

Vamos los dos de la mano

En este mundo

Para que deje de ser vano

El resto del camino

Que tenemos por vivir.

 

Por Laura Georgina Nuñez de Alva

 

 

LA PROCESIÓN

Ellos vienen a mí

desde un dictamen de plumas

y candados.

Los árboles ancianos; los más nuevos.

Me persiguen

con su esencia de aurora en cautiverio.

Los jueces invisibles.

Y me he quedado en el suelo detenida

mientras fluye la savia por la tierra.

Momentos germinales

me custodian el vientre.

Han nacido más ramas

y más ojos desnudos me sorprenden.

Para alcanzar la voz de sus edades,

me arrodillo al verano de los nidos.

Sólo tendré la sed de sus raíces;

apenas esas lágrimas eternas del rocío.

Ahora me han cedido el centro de la ronda,

y soy yo,

otro árbol hambriento

que intenta descifrar

el vuelo fecundado de las mariposas.

Teresa Palazzo Conti

 

 

PUERTAS DESESPERADAS


Entradas y salidas, puertas desesperadas, en las que una vez cerradas, no hay que volverlas a abrir.

Puertas que pueden ser abiertas, temerosas ante lo que nos aguarda tras ellas.

Puertas desesperadas, cerradas para olvidar, abrirlas para buscar una solución, sea cual sea, aunque siempre deseamos lo mejor. Pero, ¿cómo saberlo?.

Tampoco podemos abrir y cerrar continuamente, ¿cómo encontrar la adecuada?.

En un acto disfrazado de valentía, cerré un puerta, ahora estoy en un pasillo lleno de ellas. Paradójicamente, sé que hay tras ellas, aunque quepa la posibilidad de un futuro engaño.

¿Cuál debo arriesgarme a abrir?. Sin embargo, necesito abrir alguna de ellas, no me puedo quedar estancada en el pasillo.

Puertas desesperadas.

La primera, está esperando a ser abierta, y que me entregue a una nueva vida.

La segunda, me gustaría abrirla, pero desconozco si quiere ser abierta, ¿responderá con las mismas expectativas que yo busco?.

La tercera, sé que quiere olvidar las dos anteriores, y emprender una vida en solitario.

La siguiente, sólo quiere dejar paso a la improvisación.

El resto,…puertas desesperadas, esperando a ser abiertas, ¿cuál abrir?.

Por Silvia Marcos Fuentes

 

 

TE PALPO EN EL VIENTRE DE TU MADRE

 

Te palpo en el vientre de tu madre

y noto la dureza con que te afirmas

el empuje con que defiendes tu espacio,

te acaricio con cariño con la esperanza

de transmitirte vibraciones de amor

por el canal que para ti me he abierto

desde mi corazón hasta el final de mi tacto,

poco a poco voy acomodándome

acercando mi oído al vientre de tu madre

mirándola a sus ojos preñados de orgullo

y abrazándome a su cuerpo embarazado

de humanidad acechadora,

me pongo a escucharte con delicado mimo

y empiezo a susurrarte pequeñas caricias orales

para acercarte a mí y para recordarte

que trates bien a tu madre anhelante

ojalá por los ojos de tu mamá

destellos de amor y esperanza me expresases

y llegases a mí en forma de mensajes

porque en ellos sólo encontraría grandeza

de honestidad, ternura y belleza,

con gran amor te cuido

desde mi cercana lejanía

inquieto por lo que queda de trance,

de el voy descontando los días

rogando a Dios por tu bien

y el de tu madre.

 

 

Por Francisco Jesús Muñoz Soler

 

 

 

AMOR ETEREO

TAN INTANGIBLE COMO ETEREO

ASI ES EL AMOR ETERNO

AMOR QUE CARGA SOLEDAD

EN UNA BÚSQUEDA SIN CESAR

LAS GANAS DE AMOR ENCONTRAR

EN EL TRÁNSITO POR LA VIDA

CANTAMOS Y NOS DAMOS SIN MEDIDA

AUNQUE POR AMOR DEMOS LA VIDA

POR SÓLO UNA CARICIA SENTIDA

EN EL MUNDO ETEREO Y PERPETUO

PIDO… HÁBLAME ¡¡ AMOR MÍO

ERES … PARA MÍ ¡¡ LA CARICIA

DEL AMOR QUE PIDO

QUE ENGENDRA MIS SENTIDOS

EN SUBLIMES SUEÑOS DORMIDOS

VEN ¡¡ QUITA LAS YEDRAS DEL CAMINO

NO TE DETENGAS ¡¡ AMOR MÍO

DAME TU MANO…

QUE LA NOCHE SEA TESTIGO

DEL MAS GRANDE AMOR SENTIDO.

 

Por Laura Georgina Nuñez de Alva

 

 

LA MENTIRA

A veces vivo un poco,

y ostento la evidencia

como un coleccionista.

Algún trofeo

rutila en las escarchas de mi nombre

y emerge la que era

en el engaño del verbo flagelado.

Mi intemperie

descansa un instante

en el pedestal de hierba de sus ojos,

hasta volver,

crucificada,

a la oración unitaria de la casa.

Teresa Palazzo Conti

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Un domingo verde,

La locura comienza a invadirme

Hay diferentes olores detrás del peñasco gris de mi memoria

Los matices van cambiando,

Hay un gato lila que me mira con los ojos salidos de sus órbitas

Una gallina se desliza por debajo de los tentáculos de un pulpo

Con alas.

Veo como giran los focos de la calle,

Mientras silbo despacio el perfume de tu vientre.

Que melodioso aroma, el de tu pubis dormido

Entre cucharadas de mis besos.

Extasiada de notas estoy,

La fragilidad de un minuto se quiebra

Cuando la seda de tu pecho se adormece

En mi regazo.

Noctámbulas manos sostienen mi demencia

Y sigo penetrando el azul de tu figura

En un domingo verde

Bebí el elixir sagrado

Dominé al dragón que ahora canta a mis pies

Caminé sin pasos,

Oí los colores de este manicomio

Me dormí a tu lado

Hoy enloquecí.

 

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

A veces el silencio de la compañía

inunda las sábanas

hasta el techo;

dispara el vacío de un cuerpo

la amplitud creciente de la memoria.

Le doy paso al permiso que

me mira

sin conocerme

vaga la sensación

de amarrarlo

en sueños.

Rompes el mosaico de mi izquierda

te enroscas sutil en mi espalda

y el dulzor de tus manos me roza

y derrama

pájaros omnipotentes.

¡Esos años también son míos!

sonríen tus labios festejan la coincidencia

mientras tu pelo viaja del sol

y cae en lágrima

sobre los cielos.

En el hoyo del piso

perdura el aroma a pólvora;

dispara el vacío de un cuerpo

el permiso de pensarte

del otro lado.

Por Lorena Luján Cáceres

TRAVESÍA

Soy corcel de la noche

en los espacios.

En horas agitadas

desciende alguna estrella

a embeber sus luciérnagas

en ébano.

Me arrojo a la espesura

y separo los mensajes ocultos

de los zarzos.

Amenaza

un destino de puertas abiertas.

Adónde regresar

desde las piedras

en esta soledad

de llamas en el hielo.

Se despierta

el oficio

de aprender a esperar

y yo encumbro las manos

para lograr un ángel.

Por Teresa Palazzo Conti

CLAUSTROS

Nada puedo alcanzar desde este sitio riguroso.

Un océano de tiempo

brama desde las profundidades del hoyo

y un estilete absoluto

busca nido en mi pecho.

Afuera aguarda una luz condenatoria.

Y los gestos indemnes

escarban

las razones feroces de las máscaras.

Nadie reconoce el disfraz que me han legado

Yo nunca he sido esta que se mira

en las aguas estancadas del pozo.

La de antes tenía besos y cántaros,

y sabía de alguna plaza con hamacas.

Ésta rastrea cementerios de versos

desde cada plegaria,

y busca inútilmente,

ascender por las líneas marchitas

de su estatua.

Por Teresa Palazzo Conti

EL ÚLTIMO VIAJE

 

¿Para qué la riqueza acumulada?

¿Para qué los palacios con jardín?

Cuándo todo, todo lo que tengamos

aquí, nos lo vamos a dejar.

Nadie ha vuelto, una vez que se ha marchado,

nos vamos solos, tan sólo con lo puesto.

Emprendemos un viaje sin retorno

como ave que a otro país emigra

con el deseo de volver en el buen tiempo.

Seremos polvo, y el viento nos traslada

desde un lugar a otro, tal vez impregnado

en una bella flor: ¡cualquiera sabe en qué!

¿O seremos igual a pajarillos

que alegran las mañanas con sus trinos,

o aurora que ilumina el nuevo día

resplandeciendo más el sol?

Puede que nos fundamos con agua cristalina

brotando de un arroyo o manantial.

Nosotros moriremos, y nuestra esencia no.

¡Nadie, nadie! por mucho que lo quiera,

nunca, jamás volvió,

ni tomó su forma ya anterior,

todo será la nada…paz infinita…

A veces el deseo de la continuación.

Sólo seremos átomo, parte del cosmos.

Eternidad…

 

2º premio en el VII concurso de poesía castellana

en el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo.

 

Ofelia Parrón Céspedes

17 de mayo del 2008

 

 

 

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