Reseña Literaria-Juan A. Herdi

Julia Otxoa

Tos de perro

Eolas ediciones, 2021

Qué duda cabe de que la escritura alimenta en gran medida ese fuego de la memoria tan necesario como fundamental para conformar y reconocer lo que somos. La autora de este libro, Julia Otxoa, lo expresa perfectamente a través de las palabras de su propia madre: «(…) nuestra historia, escrita en todos los muros de la ciudad, y en cada grano de arena del desierto, y en los océanos, y en el rostro de la primavera, está por todas partes», y es lo que la autora lleva a cabo en cada una de las píldoras de recuerdos que componen su breviario, lo que es en cierto modo este libro, un breviario, de acuerdo con la cuarta acepción contemplada por el diccionario de la RAE y señalada como en desuso, la de libro de memoria o de apuntamiento. De este modo nos habla de sus propios granos de arena y sus gotas de agua, y a través de ellos nos habla del sereno, de la trilla, de las casas de San Sebastián o de Eulate, ese pueblo navarro de donde procedía su madre, también de los animales, los gestos o los nombres de los árboles, todo lo cual conformó su infancia, su origen, su personalidad.

En Tos de perro se hallan todos esos detalles que contribuyen a la memoria, que vuelven una y otra vez al presente y se quedan pétreos a través de la palabra escrita, pero al mismo tiempo, asomando como sombras que se vuelven presente, aparece la tragedia, la colectiva, la histórica, y que nos afecta, se vuelve también rutina, se integra en nuestra cotidianidad, va a apareciendo entre penumbras para conformar a su vez nuestro recuerdo. Lo expresa el resto de esa cita final de la madre, antes mencionada: «Cuanto fuimos arde en el fuego que ilumina la memora, porque más fuerte que el olvido, nuestros nombres fueron recuperados y en nuestros huesos puede leerse, como en un libro abierto, la barbarie».

La tragedia del abuelo o la del tío Clemente, la de una guerra no del todo comprendida en su plena envergadura, son recuerdo de esa barbarie. Se incorpora a la expresión escrita sin aspavientos ni alaridos, no es menester, se palpa todo el dolor de esa cotidianidad construida también a través de los mazazos de la violencia o de la maldad que convive en la rutina con la bondad y la empatía, y se recoloca como se puede en los recuerdos, en la memoria, en nuestra identidad, tanto la colectiva como la individual, si es que no son la misma.

De este modo, por medio de este breviario, Julia Otxoa comparte con los lectores esas briznas de su propia vida, nos regala su memoria, la volvemos nuestra a través de unas vivencias particulares que se vuelven colectivas y por tanto son también parte fundamental de lo que somos como comunidad. La historia también ese eso, tan valiosa como la de los grandes hechos.

Nostalgias de un emigrante-Clases sociales en un pueblo andaluz- Antonio Miguel Oliveros Quiroga

En las viviendas también se notaba la diferencia con los “ricos” ; ellos vivían en la calle principal en grandes casas y mejores servicios, normalmente eran de dos plantas con pozo y patio propio, daban a dos calles con las cuadras en la parte trasera con entrada y salida de ellas.

El cura, el juez, el mando con mayor graduación de la guardia civil, el alcalde, el secretario del ayuntamiento, el médico y los caciques, eran la “clase alta”. Eran los más pudientes, comerciantes, hosteleros, cargos políticos de la época marcaban la actividad del pueblo.

Los pequeños comerciantes, ganaderos, agricultores con pequeñas propiedades y autónomos la “clase media”, el resto de los habitantes la “clase baja” y los pobres de solemnidad, que a estos todos los males que pasaban por el pueblo eran para ellos, desde las enfermedades, hasta los delitos que los civiles no daban con el verdadero culpable y que a base de palos se confesaban hasta de haber provocado el mal tiempo. Tenían unas viviendas humildes y pequeñas, de una sola planta a veces con el suelo de tierra endurecido con boñiga de vaca en las habitaciones, algunas tenían la cuadra en el fondo de la casa y los animales tenían que atravesar por medio, que era lo único solado con losas o cemento.

No tenían ni los más mínimos servicios, apenas luz eléctrica, el agua tenían que coger del pozo o la fuente pública más cercana y eran los que dependían de que algún pudiente o terrateniente le diera empleo, para ganar un jornal y mantener a sus familias.

Pero entre los pobres también existían diferencias y algunas familias eran aún más pobres con viviendas muchas veces compartidas con los propios animales y con precarias condiciones higiénicas, normalmente familias numerosas que dormían todos en la misma habitación.

Pasaron muchos años para que estas situaciones fueran mejorando, la luz eléctrica y el agua corriente en las casas supuso uno de los logros con más repercusión, se alcantarillaron las calles y con ello en las viviendas se acondicionaron los aseos y pavimentaron las viviendas, la mecanización en los trabajos fue haciendo que los animales fueran sacados de las casas. La obligación por parte de los empresarios de hacer contratos de trabajo y dar de alta en la seguridad social a los empleados, el acceso a la sanidad pública, supuso la mejora sanitaria para las familias menos pudientes y que antes solo estaba al alcance de los que podían pagarla o endeudarse para poder salvar al enfermo.

***En esa época las mujeres no podían desaprovechar ningún trabajo y cuando salía alguno era lo prioritario, (lavar ropa, pintar fachadas, limpiar las casas de los más pudientes etc.) por el pueblo y en el campo en la recogida de cualquier cereal, incluso faenas que eran de hombres por el esfuerzo físico que requerían. Así que los hijos se quedaban solos o cuidados por los hermanos mayores si los tenían, porque al cumplir diez o doce años, también tenían que trabajar, de aprendices, cuidando, ganado o cualquier trabajo que pudiesen realizar, para ganar algo por poco que fuera, algunos incluso por la comida.

Eran tiempos que la necesidad era mucha en las familias más pobres, tenían que arriesgarse a dejar sus hijos solos, para poder salir adelante y confiaban en los familiares o vecinos. Los más pequeños andaban por las calles y alrededores del pueblo todo el día, estaban expuestos a infinidad de peligros o circunstancias, que por su corta edad no debieran, pero también aprendían pronto a defenderse y buscar protección ante cualquier peligro o imprevisto. Lo peor era cuando algún desaprensivo intentaba abusar de la inocencia con amenazas y violencia para que no fueran denunciados.

Si el día amanecía lluvioso y no se podía salir al campo a trabajar, lo normal era pasarlo reunida toda la familia en la casa. Los niños al salir de la escuela iban jugando por los charcos de agua, caída en el último chaparrón en la calle sin asfaltar. Luego se secaban alrededor de la candela entre risas, mientras asaban bellotas y la abuela les contaba una historia, con tanto entusiasmo que los niños creían estar viviéndola, quedando impresionados por la seriedad de quien la estaba narrando. Mientras tanto los hombres aprovechan para hacer pequeñas reparaciones en los aparejos de las caballerías, o se reunían en la taberna para hacer algún trato, delante de una botella de vino, jugaban a las cartas o al dominó para pasar el rato. Las mujeres no paraban, cosían y hacían todas las faenas del hogar que tenían atrasadas por tener que ir a trabajar donde salía. La comida familiar era una fiesta en ese día, pues la reunión de la familia si la economía lo permitía y no se resentía, unas «Migas» que era comida barata donde se aprovechan las sobras del pan de varios días, remojado y bien escurrido, aceite de oliva, unos dientes de ajos y los recortes, de chorizo, salchicha, o tocino, se hacía una de las comidas más populares del invierno, acompañadas de unas sardinas arenques o cualquier carne o chacina, asadas en las brasas de una buena candela.

Reflexiones de una ondjundju-Los cinco mejores nombres para la cultura fang-Juliana Mbengono

Los nombres femeninos elegidos para este post comparten el hecho de que, además de ser femeninos, incluyen la palabra “nguan”. El término “nguan” se refiere a una mujer joven y soltera. Una jovencita de 20 años casada no puede ser considerada nguan, aunque el termino denote juventud; pese a que el adjetivo alude a una mujer soltera, lo correcto para referirse a los solteros es “nkueñ” muy similar a nkuéñ (cesta enorme que cargan las mujeres para traer comida y leña de la finca). Por otro lado, nguan también se refiere a la mujer coqueta o presumida; por eso, en fang usamos expresiones como “a bó ngua” (hacer de señorita, coquetear o presumir).

Actualmente, ya no se da a los hijos estos porque reúnan las características que resaltan, sino porque así se llama o se llamaba su nvuí (amigo o tocayo). Ahora sí, hablemos de los cinco nombres de mujer más bonitos en fang.

“Mbeng Nguan” o Mbengono (en su versión españolizada), compuesto por el adjetivo mbeng (guapa/o, hermoso/a, precioso/a, etc.) y Nguan. Se atribuía a las bebés consideradas hermosas. Por el significado del nombre, podemos deducir que solía tratarse de bebés que, por su hermosura, son muy queridos y mimados por la familia, una Mbeng Nguan solía ser la niña de los ojos.

“Ntó Nguan” o Ntongono (en su versión españolizada), compuesto por el adjetivo Ntó (primogénito/a o, primero/a) y Nguan, se atribuía a la primera hija, que no debía ser precisamente la primogénita. Las Ntó Nguan, por su condición de “primera mujer” solían ser muy cercanas a sus madres y la mano derecha de estas. Cuidan de los hermanos pequeños y de la casa en ausencia de la madre.

Ayi Nguan o Ayingono (en su versión españolizada), compuesto por el verbo Ayi (necesitar) y Nguan, se atribuía a las niñas que nacían después de que sus padres hubieran deseado tener una hija por mucho tiempo.

Asa Nguan, Ase Nguan o Asangono (en su versión españolizada), compuesto por la conjugación Ase (no es/ no está) y Nguan, quiere decir “no es una señorita o no está disponible para desposar”. Se atribuía a las hijas que no se quería o no se pensaba entregar en matrimonio.

Be Nguan Be saman o Bengobesaman (en su versión españolizada), compuesto por el adjetivo Be (los/las), Nguan (doncella) y Saman (seis), quiere decir las seis doncellas. Se atribuía a la sexta hija. A pesar de ser una más de entre tantas hermanas, las Be Nguan Be Saman solían ser tan queridas y apreciadas como el resto de sus hermanos.

Una pequeña dificultad que he tenido para escribir estas líneas ha sido la elección del título; al principio quería hablar de cinco apellidos de mujer en fang, pero el caso es que, lo que ahora son nuestros apellidos siempre fueron y son nuestros nombres. El nombre de uno será el apellido de su hijo que, a su vez podrá volver a ser el nombre del nieto; ya que los fang honramos a nuestros familiares y amigos adoptando sus nombres para nuestros hijos. No fue hasta la llegada de los colonos cuando empezamos a usar nuestros nombres como apellidos.

El criterio para elegir los cinco nombres ha sido mi gusto y preferencia, quizás a otro le gusten otros nombres de mujer y los quiera compartir.

La Saga de los Montoya-Cecilio Olivero Muñoz

Mucho se ha discutido si el Flamenco tiene raigambre árabe o hispana. Sin embargo, en mi humilde parecer, tiene como ingrediente un poco de todo lo que se le atribuya a la cultura ibérica. Es una mezcla de los cantes de Castilla, de los sefarditas, de los mozárabes y todas las culturas que por España han pasado proyectan sus influencias en él. El Flamenco también es parte de un conglomerado más actual. Más heterodoxo. Pero para mí es como la poesía, es decir, de acero inoxidable. 

Empiezo con este preámbulo histórico y personal, por no decir íntimo, porque quiero hablar de la saga de los Montoya. Gitanos sevillanos, sobre todo La Negra, la matriarca de la saga, llamada Antonia Rodríguez Moreno y ya fallecida, que sin duda era una flamenca de los pies a la cabeza, y que también cantaba en Árabe. Nació en Orán (Argelia) en el año 1936. Fue una gran difusora del repertorio árabe que unió su propio cante en español. Casada con el bailaor Juan Montoya pronto daría a luz toda una dinastía de artistas formada por cantaores y bailaores. Hay una buena colección de vídeos en YouTube, muy recomendables, en los que se escucha su voz aguda con hondura, una voz trianera. Cabe decir que su hija es Lole Montoya, del dúo Lole y Manuel, y madre de Alba Molina.

Cabe destacar sus aportes a la música flamenca. También hay que recordar a Manuel Molina, padre de Alba, un gran poeta y compositor. Les invito a que busquen su último trabajo llamado Calle del Beso, un trabajo excelente que vale la pena escuchar. Manuel ya no está con nosotros, pero no cabe duda que ha sido una figura indiscutible del flamenco sevillano. Su hija, Alba Molina, estuvo en un trío musical de flamenco-pop que no llegó a tener mucha relevancia, por lo que, digo yo, decidiera al final tomar su propio camino en solitario. 

16º Número de la revista literaria Nevando en la Guinea.pdf

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Paloma Chen

«Invocación a las mayorías silenciosas»

Letraversal. 2022

 

«Mi raza es la ansiedad / n-o soy suficiente» escribe Paloma Chen en este poemario. Indica de un modo claro y directo un estado de ánimo, el de quien está entre dos mundos metafóricos, dos culturas, dos idiomas y, en muchos casos, dos etnias reconocibles, visibles en unos rasgos que no debieran prestablecer referencias culturales o una identidad que nunca es absoluta, al final se individualiza, se incorporan tantos factores como posibilidades hay en cada cual y que están allí, como reflejos perennes en un espejo.

Pero atención, no nos habla esta autora del impacto que se da en una primera generación, la de los inmigrantes, la de quienes dan el salto y traspasan fronteras, impacto en dos sentidos, el de quienes emigran y se deben adaptar a otra sociedad, el de la propia comunidad de acogida o recepción con sus tópicos, a menudo absurdos, una fase que está, o que debería estar, superada en España, sino que da un paso más y plantea el reto de las segundas generaciones, la descendencia de quienes vinieron a España y que nacieron aquí, que estudiaron en los idiomas oficiales y se socializaron en ellos, que asumieron otra forma de entender la vida y a sí mismo a través de los lazos de amistad y afectivos con otras personas, cualquiera que sea su origen, lazos de amistad y de formación tan importantes como los familiares, por muy importantes que sean los conceptos de familia o de comunidad propia, como ocurre con el colectivo chino.

Este segundo aspecto, el de los descendientes, con sus expectativas y sus procesos imprecisos, a caballo entre dos mundos, es nuevo en España y se halla muy presente en este poemario.

Paloma Chen, alicanchina como se define en un momento dado, nos plantea con poemas muy directos, a veces incisivos, pero muy bellos, repletos de plasticidad, su propia experiencia en esa dicotomía de vivir en la hibridez y verse siempre obligada a elegir, a definirse. «¿Es mi cuerpo territorio neutral cuando sufre una / disociación entre / mi(s) nombre(s), / mi rostro y mi recién estrenada / nacionalidad?». Se acaba viviendo en un estado de ambigüedad, que al final se vuelve verdadera condición en quienes  viven en este conflicto latente entre el nosotros y el ellos, y que sale una y otra vez a la palestra obligando, parece ser, a plantear siempre la cuestión, incluso generación tras generación, «mis hijos escribirán sobre heridas y fronteras». Pero no sólo es algo que procede únicamente de la sociedad llamada de acogida –¿de acogida cuando han nacido y vivido siempre en ella?–, tan sujeta a los tópicos y a la dificultad de asumir que compartimos referencias y un mundo simbólico, que los rasgos no son a la larga tan definitorios, también de esa sociedad de origen, de la que no sólo se heredan dichos rasgos, ante la cual hay una vaga nostalgia que conduce a buscar en la infancia, en la cocina de la infancia, no encajonarse en la condición de apátrida.

Sin duda es un poemario muy válido tanto por el propio mérito de los poemas, por su originalidad, por la belleza de sus imágenes y su sonoridad, como por la expresión de una vivencia sobre la que se habla con frecuencia y se escriben a menudo sesudos ensayos, pudiendo encontrar en su lectura el impacto emocional de quienes a todas luces son parte de nuestra normalidad.

The Doors-una crónica musical como amiga especial-Cecilio Olivero Muñoz

THE DOORS

UNA CRÓNICA MUSICAL COMO AMIGA ESPECIAL

Todos los que conozcan el grupo The Doors saben que su líder era Jim Morrison. Sin duda un apolo que se estropeó a temprana edad, pues murió en Paris a los veintisiete años. El mítico Jim Morrison daba el nombre de Mister Mojo Rising en los hoteles para pasar desapercibido y resultaba evidente que era el apellido Morrison pero con la ironía graciosa de ser la pronunciación de un extranjero no-angloparlante. 

Siendo adolescente, Jim Morrison pidió a Santa Claus las obras completas de Nietzsche. Era un gran lector, lo que influyó en su faceta de poeta excelente, aunque infravalorado por su generación. Su padre era militar y Jim siempre fue un niño gordito. Pero cambió al dar el estirón y se convirtió en el icono del rock que todos conocemos. En algunos libros he leído que a menudo se subía encima de sus dos hermanos y se pedorreaba. Siendo ya un adonis y una persona de gran carisma, rehuyó de su familia. No estaba muy seguro de que sus padres lo quisieran. Y ya en los primeros años de universidad rompió el cordón umbilical y mató al padre de una manera alegórica para convertirse en el mito que fue. Y que da muestras de ello en el tema The End cosa que enfureció a muchos, aunque otros le pusieran el sambenito de complejo de Edipo. 

Como todos los mitos, murió joven; su compañera Pam, tres años después. Como muchos estadounidenses, vino a este mundo a crear revolución cultural desde un escenario. Jim Morrison era descendiente de familia escocesa o irlandesa. Y era un verdadero bluesman en blanco. Tuvo éxito y fue un rebelde sin causa. 

Si buscamos entre su producción literaria, encontraremos sus mejores poemas. Al igual que la generación perdida estadounidense, se marchó a Paris, tal como también marchara Hemingway o el matrimonio Bowles. Ahora nos queda la música de The Doors y su poesía. Buena poesía. Su debilidad fue la bebida. El whisky en vasos amplios. Pero sin duda es un Charles Bukowski músico entregado a la parroquia de los bares. Bares oscuros y con borrachos hombres perdedores de todas las batallas, hombres curtidos por la pelea del vivir noctámbulo. Cabe decir que Jim no sólo bebió, lo probó todo, incluso el ácido lisérgico, más conocido como el LSD. Eran tiempos de hippies trasnochados, de musculosos exploradores de las playas de Los Ángeles (California) y de hípsters tentados por la vida frenética y la velocidad en coches con conductores ebrios. Sin duda marcó un hito y dejó huella en el rock a partir de entonces, aunque no es todo mérito suyo, sino de todo su grupo, The Doors. Admirémosle por su talentoso aporte a la poesía, pero también por su implicación en letras musicales grabadas en la memoria colectiva. 

Reflexiones de una ondjundju-Buscarle la sexta pata al gato-Juliana Mbengono

En esta ocasión voy a buscarle la sexta pata al gato, ya busqué la quinta al hablar de las abuelas como las verdaderas bibliotecas africanas, dado que son ellas las que pasan el tiempo con los niños, mientras los abuelos administran la vida con otros hombres en el abaha. Son las abuelas quienes cuentan cuentos a los niños en las cocinas por las noches hasta que, uno por uno, se quedan todos dormidos.

Esta vez, la pata que le falta al gato tiene que ver con las transmisiones de la cultura dentro de las familias. Todo el mundo sabe que en África la cultura se transmite en gran medida a través de la oralidad ¿Podemos, sin embargo, hablar de una cultura en singular, siendo África tan diversa y variada que, incluso dentro de las etnias, hay grandes diferencias? Lo más lógico para mí sería hablar, en todo caso, de culturas africanas en plural.

Por siglos se ha hablado de una transmisión oral de conocimientos y de cómo esta se lleva a cabo de manera intergeneracional. Esto podría llevarnos a creer que en todas las familias hay un abuelo como el que aparece en Kirikou y otras películas: un viejo que se sienta bajo un árbol o al lado de una hoguera y comparte conocimientos con los niños a través de cuentos y anécdotas personales. Pero no, ni siquiera el tiempo que los hijos pasan trabajando al lado de sus padres es suficiente para que les pasen conocimientos de índole cultural.

Es verdad que, como seres capaces de observar, analizar, deducir, etc., podemos aprender de muchas formas y el mismo entorno en el que vivimos ya nos educa de por sí. Pero cuando se trata del modo en el que debemos vivir o hacer las cosas, he observado que son los hermanos mayores quienes se están encargando de la transmisión de conocimientos. Quizás en el pasado fue diferente, pero dentro de las familias actuales observo que los padres sólo intervienen como buenos consejeros y maestros conocedores de la vida cuando el hijo ya metió la pata hasta el fondo o los tiene bien cabreados.

En la antigüedad, los padres adiestraban a sus primogénitos, igual que las madres siguen adiestrando a las primogénitas para las tareas del hogar. El respeto a los mayores entre los fang y otros pueblos africanos inculca cierto grado de miedo en los menores hacía los adultos, lo que da lugar a unas relaciones intergeneracionales muy estrechas en un ambiente de gerontocracia. Así, las personas más cercanas para realizar consultas con frecuencia solían ser los hermanos mayores inmediatos. Estos son los mismos que, en todas las casas, se encargan de hacer cumplir las órdenes de sus padres –ni siquiera hace falta que estos dejen una lista de deberes, porque sus primogénitos ya les conocen: ya saben cómo quieren que se hagan las cosas y cómo esperan que se comporten. Esa cultura se observa incluso en los gobiernos de muchos países, donde el presidente y la primera dama son apodados Papá y Mamá, respectivamente, y su primogénito es el Hermano Mayor de la nación; al trasladar el paternalismo al poder, nadie discute que el “Hermano Mayor de la nación” se encargue de diferentes asuntos sociales que, a menudo, cuentan con órganos o entidades que deben hacerse cargo de ellos.

En las ciudades, ahí donde las abuelas, a pesar de no trabajar en las fincas como lo hacen en los pueblos (en Guinea Ecuatorial, llamamos finca a una extensión de terrenos acondicionado en el bosque para cultivar alimentos de consumo familia), no dedican tanto tiempo a los niños, por lo que el papel de los hermanos mayores como transmisores de orales de cultura se hace aún más notable. Los hermanos mayores y medianos son quienes ahora les enseñen a los pequeños cómo hacer las cosas.

Si hay alguien por ahí que esté convencido de que los hermanos mayores no son los verdaderos transmisores de la cultura, le pediría que me explique cómo los niños pequeños saben que los gusanos se matan con sal, que ciertas flores tienen néctar en tal extremo, que cuando un mayor pregunte “quién ha sido” todos deben responder diciendo “no sé”, que las semillas de ciertas flores sirven como balas para sus pistolas de madera, que el retoño de un plátano sirve para hacer una muñeca, que se puede hacer un cochecito con bambú o un sobre de vino… las mismas cosas que sus hermanos mayores aprendieron de algún tío joven u otro vecinito; pero muy pocos, al igual que sus hermanos mayores, saben hablar sus lenguas maternas y ni conocen la gastronomía o las danzas de sus etnias.