Nostalgias de un emigrante-Niños de alpargatas y mocos-Antonio Miguel Oliveros Quiroga

NIÑOS DE ALPARGATAS Y MOCOS

¿Hay algo más importante que los niños?…

La vida de un niño es lo más importante, de cuantas preocupaciones puedan tener los adultos, no se deben poner barreras que impidan su felicidad y educación. Para muchos niños ahora es más fácil y su futuro se puede garantizar, aunque los comedores sociales cada día están más llenos comen un plato caliente y al llagar la noche solo tienen un trozo de pan y un vaso de leche. (Antes no era así). La tristeza de un niño en sus ojos sin saber cómo consolarle es desolador. ¿Hay algo más bonito que la felicidad de un niño reflejada en su cara? ¿Hay algo que merezca más nuestros esfuerzos y preocupación? Su alegría es nuestra propia alegría y a su vida todos tenemos que darles todo el cariño y facilidad, para que tengan una educación y formación, son los padres y educadores quienes están obligados para que se formen como personas. Hoy podemos alegrarnos y sentir que la vida vale la pena… cuando vemos a los niños jugando y riendo, reflejando en sus caras la alegría y viendo que por ellos tiene sentido dar cuanto tenemos. Verlos cómo crecen, juegan y hacen travesuras… cuando pasan del llanto a la risa, del enfado a dar un abrazo, cuando los levantamos al caerse y les hacemos una acaricia te lo agradecen con una sonrisa, es el mayor de los premios que podemos obtener de ellos. Los niños son lo más importante y no nuestros problemas, porque todo se puede remediar, sin que ellos sufran de las consecuencias. Es triste dejar que otras personas tengan que ocuparse de ellos… No tenemos que hacer de los niños un escudo para justificar nuestros errores o ponerlos como excusa, ellos se merecen cariño y una vida ajena a los problemas que les haga entristecer. Él había nacido en una mala época en una familia muy humilde, en un pequeño pueblo donde pocos eran de “buena cuna” (en su caso ni la tuvo) y ganarse la vida diaria era la lucha que tenían cada día.

Con unas malas condiciones alimenticias y pésimas higiénicas, los niños pequeños eran los peores parados en una época de dificultades, él tuvo la niñez más débil que se puede uno imaginar.

Wynton Marsalis (Cecilio Olivero Muñoz)

WYNTON MARSALIS

Me encanta el concierto que dio Wynton Marsalis en una sesión del Festival Marciac (desconozco el año) con su banda y algunos músicos invitados. Se puede ver por YouTube. Wynton Marsalis ha apadrinado el Festival Marciac desde 1991 y casi siempre acude él. Es una delicia el swing que se despliega durante una media hora de jazz. Pero en un estilo clásico (si se me permite el término) ya que no todo el jazz es igual. Wynton Marsalis es un trompetista que ha tocado en quintetos, y otros tipos de bandas. Huelga decir que Wynton ha tocado con músicos españoles como el fallecido Paco de Lucía, incluso Tomasito se ha puesto sus zapatos para taconear dejando a Wynton con la boca abierta.

La percepción que tengo de su persona la de un tipo inteligente. Todo aquel que haya escuchado su música habrá gozado si le gusta el jazz de calidad. Es un tipo con mucha clase. Un afroamericano con gusto, que aun siendo líder de una banda de músicos tan completa como lo es la Lincoln Center Jazz orchesttra, no resulta ni arrogante, ni presumido, lo veo un tipo con mucha humildad. Humildad en la que destaca ante cualquier público y con músicos de toda índole. Ha grabado múltiples discos en todos los registros habidos y por haber. Discos en solitario y con su banda. Yo lo considero un músico de los que perduran, ya que su versatilidad y su camaleónica sonoridad lo convierten en un músico especial. En varias webs es posible conocer su trayectoria y todo lo grabado, los discos y la variedad de orquestas en las que ha participado. Ahora, que toda la música parece que está destinada a la mediocridad, invito a escuchar Jazz, Flamenco, Rock. Pero si quieren gozar del jazz con clase, acudan a Marsalis. Es un deleite verles tocar.

Reflexiones de una ondjunju-un niño migrante en el patio-Juliana Mbengono

Cuando ayudaba a mi madre en su puesto de hortalizas en el Mercado Semu, a veces jugaba a contar cuantas mujeres senegalesas o malienses venían al mercado sin un bebé a cuestas. Cuando una no estaba embarazada, iba con un niño de entre un mes y un año. Me acuerdo de que una vez, reconocí a una de mi barrio con un bebé que no era suyo, esa señora no tenía ningún bebé tan pequeño, pero allí estaba con uno realizando compras por el mercado. Más tarde entendí que estos bebés son un elemento de protección para ellas, es un poco difícil que un policía detenga a una embarazada o a una mujer que lleva a un niño a cuestas. Y lo cierto es que las detenciones a los extranjeros son diarias y constantes en ciudades como Malabo.


Cuando el niño ya ronda los cinco o los seis años, algunos padres les dejan jugar con otros niños del barrio. Creo que este es el periodo más feliz que puede tener un hijo de inmigrantes en Guinea: los niños, pese a que a veces actúan bajo la influencia de los comentarios xenófobos de sus tutores, difícilmente rechazan a un compañero de juego porque sea senegalés o maliense; todo lo contrario, les resulta aún más interesante.
Cuando ya tienen alrededor de quince años, muchos de estos niños y niñas que jugaban con los demás al pilla, pilla y al playcook, sencillamente, desaparecen del patio. Mientras algunos son enviados a sus países, otros tienen que ponerse a trabajar con sus padres. Ni ellas se irán a las fiestas de las otras chicas guineanas que fueron sus amigas de infancia, ni ellos andarán en pandillas con los chicos guineanos de su edad que hay en el barrio; tampoco les he visto en institutos de enseñanza secundaria, a menos que sean hijos de diplomáticos y grandes empresarios, ni les he conocido en nuestra universidad.
Quizás sea porque a mí me gusta contar historias, pero a veces me pregunto cómo me sentiría yo si viera a mis amigas de la infancia ser adolescentes mientras me parto el lomo bajo sol para traer dinero a casa. Sí que de pequeña yo también fui niña comerciante y no me libré de las burlas de los profesores y los compañeros; pero no puedo comparar mi antigua situación con la de estos niños con derecho a ser niños que se convierten en comerciantes de por vida de la noche a la mañana.


Cuando yo salía a la calle a vender y la gente hacía comentarios como que esto se debe prohibir porque el deber de los niños es estudiar, yo era la primera que se enfadaba, me gustaba ayudar a mi tía y no me pasaba todo el día en la calle vendiendo. Quizás a los niños senegaleses nacidos en Guinea Ecuatorial también les gusta ayudar a sus familias, pero se merecen la oportunidad de estudiar, vivir, crecer y relacionarse con otros de su edad. Existe un día especial para recordar “los derechos del niño africano”, desgraciadamente, sólo es otra fecha para celebrar y aplaudir discursos vacíos.

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Daniel Díez Carpintero
Nunca se sacia el ojo de ver
Editorial Sloper. 2022

No es necesario insistir en la poca presencia que han tenido los relatos cortos en la tradición literaria española, aunque habría mucho que aclarar al respecto. Ya no es así en todo caso. Es cierto que durante mucho tiempo fue un subgénero considerado menor, a lo sumo un mero aprendizaje del oficio de novelista, algo que empezó a cambiar en los años cincuenta con varios escritores que destacaron por su maestría en la escritura de sus cuentos y también gracias a la influencia de los escritores latinoamericanos, influidos a su vez por la literatura norteamericana, donde la narración breve mantuvo siempre un prestigio enorme, como ocurre con otras tradiciones literarias. Desde entonces la narrativa corta ha conseguido carta de naturaleza en la literatura española y no son pocos los autores que se dedican a mantener muy alta la calidad de sus relatos.


A este grupo hemos de incorporar ahora a Daniel Díez Carpintero, que en este su segundo volumen de relatos nos ofrece nueve textos que destacan por su estilo directo y su lenguaje abrupto, cortante, pero que además llama la atención por su potencia y por no dejar al lector indiferente ni ajeno. Todo lo contrario, su lectura perturba por ese estilo que acaba afectando a la anécdota propia de cada uno de los cuentos y que envuelve a los personajes que deslumbran por turbulentos, tal vez por enrevesados, a todas luces claves en la lectura de los relatos.


Porque cada uno de ellos contribuye a crear una atmósfera propia, algo que es fundamental, sin duda, como característica del género. Un buen relato lo es sobre todo por su atmósfera, y los de Daniel Díez Carpintero consiguen crearla, el autor ha logrado envolver a los personajes en ella, son incluso la causa de la misma, unos personajes curiosos y bien apuntalados, seres que aportan una carga intensa de obsesión, pesadumbre y azoramiento.


Se trata a todas luces de una propuesta original y rupturista, en un momento de gran pluralidad de estilos, otro factor que indica la buena salud que goza la narrativa corta en España.

El origen de la guitarra española actual- Cecilio Olivero Muñoz

EL ORIGEN DE LA GUITARRA ESPAÑOLA

Hemos hablado en otras publicaciones del origen del flamenco. Pero poco hemos hablado del instrumento por antonomasia. Me refiero a la guitarra española. El origen de la guitarra española tuvo lugar en un pueblecito de Almería, llamado Cañada. Allí vivía un carpintero que con pocos conocimientos musicales, aunque sí con un oído excelente creó lo que hoy se conoce como guitarra española o guitarra flamenca. Estamos hablando de Antonio de Torres Jurado, que en 1850 ideó el modelo con el sonido característico que conocemos en la guitarra flamenca actual. Era artesano y vivía en un pueblo de campesinos. Cuentan que tras haber aprendido acordes y falsetas de música tradicional después de darle el sonido que caracteriza a la guitarra los vecinos campesinos lo escuchaban con los oídos puestos en la pared de su casa porque en aquella época pocos tenían acceso a la música.

El señor Torres viajó a Sevilla, que en aquella época era el punto de partida y de arribada de los barcos venidos de las Américas. Allí fue donde pudo acentuar aún más el sonido peculiar de la guitarra. Con maderas nobles, y dicho en palabras de gente entendida, con unas maderas y unas cuerdas amarradas a un puente que guiaba un mástil logró un sonido tan perfecto que muchos guitarristas han podido deleitarnos de tan grato instrumento. El señor Torres, siendo un hombre sencillo con conocimientos básicos de música se instruyó y pudo perfeccionar la guitarra española actual.

De Sevilla viajó a Madrid, donde conoció a maestros de la música tradicional española. En momentos decimonónicos era todo un espectáculo deleitarse con acordes a los que siguieron percusiones como castañuelas y panderos, cítaras, y otros instrumentos, como el clavicordio, el piano, y el violín, que también fue perfeccionándose aumentando su tamaño y sonidos.

Nostalgias de un emigrante-una niñez en particular-Antonio Miguel Oliveros Quiroga

UNA NIÑEZ EN PARTICULAR

Llega el niño a la tienda y le dice al dependiente… ¡Quiero dos pesetas de tocino de jamón! El dependiente lo mira y le contesta… ¡Para eso primero tengo que vender el jamón! así que dile a tu madre que a ver si compra alguna vez jamón… A lo que contesta el niño… ¡Mi madre está trabajando para que yo pueda comer el tocino! porque el Jamón quien se lo come es su patrón, que la tiene todo el día en el campo faenando de sol a sol, para que él se dé el atracón y otros se tengan que conformar con comer pan aceite en un coscorrón. ¡Ya está bien de tanta humillación! ¿Qué culpa tiene nadie de tanta sinrazón? ¡Si lo más justo sería que nunca faltara en una casa un plato de arroz! Ahora cierra los ojos y se le viene a la mente el olor a tierra mojada, a jara o jarguazos recién arrancados, cuando iba en busca de su madre a la hora de comer, a veces un sopeao y un trozo de tocino, otras con un poco de suerte, alguna sardina arenque repartida para los dos. Eran años de necesidades y no siempre económicas, aunque todo es relacionado con el dinero solo el hecho de tener que salir cada mañana, para buscar el jornal con qué hacer la compra era una odisea, (encalar fachadas de alguien por unas pesetas, buscar cascarilla de carbón, lavar ropas de familias con dinero, etc.) cualquier cosa que permita reunir unas pesetas.

El trabajo del campo era duro y mal pagado, pero el campo también tenía otros recursos que eran bien aprovechados. Palmitos, bellotas o castañas etc. «manjares» que al hambre engañaban y más de una vez eran ayuda, para no irse a la cama sin cenar. Trabajar por la comida mucha gente agradecía… esa era la norma para tener al pobre bajo la amenaza y la humillación, obligados con los «señores» a servirles sin condición. Aquellos tiempos pasados cuando por la comida y las ropas usadas que a los patrones les sobraba, muchas mujeres se rompían la espalda trabajando todo el día para dar de comer a sus hijos, aunque fuera una sola comida. Dios aprieta, pero no ahoga… pero muchas veces apretaba tanto, que hacía que algunas personas acabasen con la lengua llena de tierra.

El pan con aceite y azúcar era la merienda más habitual, aunque algunos días podía faltar alguno de los ingredientes. Le hacía una gran ilusión la llegaba de su padre, cuando venía de trabajar y buscaba en las alforjas, para ver si le había sobrado algo de la “cabaña” o le traía alguna cosa que hubiese encontrado en el campo, palmitos, madroños o bellotas, incluso los cortadillos de azúcar que se guardaba cuando tomaba café en la taberna y solo le ponía la mitad. Era gloria bendita cuando pasaba por detrás de algún restaurante y olía lo que estaban cocinando, se paraba a aspirar y disfrutar de aquellos olores que salían por la ventana, podía distinguir si era perdiz en escabeche, costillas fritas o guisadas, incluso qué tipo de carne era la que estaban haciendo con tomate y se imaginaba en la mesa con un gran plato delante. Si algún domingo su madre le decía que fuera a la taberna para avisar al padre para comer, deseaba que aun tuviese la tapa que le ponían con la bebida y el padre se la daba.

Cuando aquel niño llegaba de la escuela al medio día, algunas veces no había nadie en su casa y no sabía dónde estaba su madre, iba a buscarla incluso al campo para comer con ella y si no la encontraba… Tenía que ingeniárselas para no volver a la escuela sin haber comido, algunas veces lo hacía en casa de algún familiar, otras buscando en la cocina un trozo de pan o la cesta de la “cabaña” para el padre, que se llevaría al trabajo el día siguiente. Decían que los años del hambre fueron los primeros de los cuarenta, pero en los cincuenta el hambre aun perduraba en los sectores más humildes, o por lo menos no se comía lo necesario, para tener una alimentación adecuada, pues era escasa en cantidad y calidad, por lo que con frecuencia los más débiles padecían problemas intestinales severos. Las personas mayores y los niños eran los que más sufrían estas carencias con vómitos y diarreas, que en muchas ocasiones les llevaba a perder la vida si no se atajaba pronto. Los medios médicos eran escasos, igual que el dinero, por lo que muchas familias se endeudaban por muchos años, al pedir prestado dinero para poder hacer frente a los gastos que estas enfermedades obligaban, pues se tenían que desplazar a la capital para que les atendiera un médico con ciertas garantías y pagar los tratamientos. Las guerras no traen más que desgracias, siempre son los pobres los perdedores y los ricos se hacen con el poder, para gobernar que es lo que quieren lograr. Los gobernantes que se dejan llevar por los intereses de su bien estar solo hacen lo que les manda el capital y asegurar sus futuros cuando dejen el cargo, porque ansían el poder para gobernar y tener llenos sus pesebres y no se preocupan que el pueblo cada vez sea más pobre.

Reflexiones de una ondjundju-Migrantes dentro de África-Juliana Mbengono

Si ser un africano inmigrante dentro de África ya conlleva serias dificultades, ser una africana del oeste inmigrante dentro de África es aún más difícil. Lo cierto es que los hombres llaman más la atención y se les ve trabajando por todas partes; en cambio, ellas parecen salir únicamente para hacer la compra o vender, pero su presencia en países como el mío no parece ser algo que ellas mismas hayan decidido. En mi barrio, por ejemplo, hacía tiempo que teníamos varios vecinos de diferentes países no fronterizos con Guinea Ecuatorial; de la noche a la mañana, aparecieron unas jovencitas que no superarían los veinticinco años y todas ayudaban en los negocios de algunos de estos hombres. La primera impresión que tuve fue que estos señores habían hecho venir a sus hijas y hermanitas. Antes de un año, todas las chicas ya estaban embarazadas y al cabo de unos meses todas estaban ayudando en el negocio del hombre y criando. Y así sucesivamente: llega un grupo de chicas que trabaja con algunos hombres que llevan un tiempo en el país, se quedan embarazadas al mismo tiempo, se abren lo suficiente para atender a los clientes de sus comercios, se quedan embarazadas otra vez, empiezan un comercio diferente al del hombre y siguen trayendo hijos al mundo.


Cuando estas mujeres llegan a Guinea Ecuatorial, dan la impresión de que le tienen miedo a todo el mundo, no hablan nada más que con su compañero, que siempre resulta ser el marido. Forman comunidades entre ellas mismas y, a diferencia de los hombres, difícilmente se hacen amigas de las mujeres guineanas. Y aun hablando con ellas, no es nada fácil preguntar si están aquí por su propia voluntad o si han sido raptadas y vendidas; cuando no están cerca del marido, están cerca de otra que lleva más tiempo en el país.


Hace solo unos días que me llamó la atención la actitud de una de las niñas recién llegadas y que ya tiene un bebé de unos ocho meses. Esta niña, que se está encargando de una abacería mientras su marido trabaja fuera de casa, apenas habla, quizás porque todavía no se sabe muchas palabras en español, pero dice “no hay” y los precios de los productos que sí tiene. Después de unos minutos llamando desde la ventana donde atiende a sus clientes, la niña apareció con el bebé llorando y vestido únicamente con un pantalón, le tenía agarrado del brazo y lo dejó caerse al suelo como si fuese un saco de arena. El niño se puso a llorar a un más alto mientras su madre me miraba y respiraba sin decir absolutamente nada, quizás esperaba a que yo dijera lo que quería y ya, pero estoy segura de que esta niña, a la que no doy más de diecisiete años, está siempre callada y triste porque está aquí en contra de su voluntad. Dejar al niño caerse sobre el piso me pareció muy fuerte, pero luego recordé que ya la había encontrado otras veces atendiendo al niño mientras este lloraba como si le estuvieran haciendo mucho daño y ella parecía estar en otra parte.


No me cabe la menor duda de que los inmigrantes africanos que llegan a Guinea Ecuatorial en busca de trabajo lo hacen de manera voluntaria. Pero dudo mucho que el caso de las mujeres sea igual. No me atrevo a hablar de trata de mujeres o secuestros porque no he realizado ninguna investigación, pero miro a las que hay en mi barrio y en los mercados, y me doy cuenta de que muy pocas son felices, raras veces sonríen; su vida se resume en vender, parir y cuidar de los niños.