mayo 27, 2023
Categorías: Vídeos . Etiquetas: Poesía, nevando en la guinea, rolando revagliatti, video, revista literaria trimestral digital, Andrés Bohoslavsky, Ana Lema . Autor: nevandoenlaguinea . Comments: Deja un comentario
Hay verdades y realidades que solo aceptamos y entendemos al vivirlas. Lo de ponerse en los zapatos de otro sólo es un dicho para despertar la empatía. Me quedé con las ganas de reírme cuando una afroamericana soltó no le gustan los africanos porque “nosotros vendimos a sus antepasados a los esclavistas”; vamos, que en África seguimos siendo los mismos que hace doscientos años y ninguno de nosotros sufrió la pérdida de sus seres queridos por la colonización. Quería reírme para no soltar un comentario grosero u ofensivo.
Durante todos los años que viví en mi país que, a pesar de todo, era mi hogar y mi lugar de confort, nunca fui realmente consciente de la discriminación, pese a que mucha gente vivía marginada y esclavizada a mi alrededor. Los colores de la piel no son el problema, las diferentes lenguas tampoco lo son, ni los territorios ni las costumbres. El problema está en nosotros, en nuestros miedos más absurdos, en la ambición más salvaje y en el odio nacido de la envidia.
En los libros de historia y las revistas leemos como la gente negra fue esclavizada durante siglos o cómo los judíos fueron asesinados cruelmente por los nazis. Estas lecciones necesarias en las escuelas que, a veces, acaban despertando sentimientos de odio e impotencia hacia la gente blanca, quizás debería quedarse en eso: lecciones de la historia para no repetir esas atrocidades. Por desgracia, las heridas del colonialismo en África siguen tan abiertas como las del holocausto judío. Pero lo más triste de todo es que el racismo, la discriminación y los prejuicios siguen encontrado justificaciones y espacio en nuestras sociedades por el egoísmo y la ambición de algunos.
Si a nivel mundial una persona negra se siente en desventaja frente a una blanca, en un país como Los Estados Unidos de América o Francia un ciudadano de origen africano se sentirá en desventaja frente a otro negro nativo. Este rechazo de un negro a otro negro ya no se puede llamar racismo, afortunadamente alguien ya lo describió como discriminación interseccional y esta confirma lo que pienso: el problema no son los colores de la piel.
Dos africanos en el extranjero se llaman hermanos, lo que en realidad les une es la miseria por la que temen pasar; porque si estuvieran en el país de uno este llamaría al otro extranjero, le robaría y trataría de abusar de él: ya no serían hermanos.
Dentro de una familia con las puertas de la casa abiertas para los primos y sus hijos, pese a que todos somos hermanos, también encontraremos la diferencia en el trato que les damos a los que nacieron del mismo vientre que nosotros. Incluso golpearemos y marginaremos a los primos sin una excusa razonable.
Las diferencias siempre existirán. Yo ya no creo que alguien me discrimina porque soy negra africana, la discriminación, desde mi punto de vista, es síntoma de algún problema mental propio de quienes también sufren de ignorancia forzada.
Una sabiduría poética
Abdennur Prado
El poeta no puede decidir lo que sucede en el poema. Es un receptor de algo que no puede controlar. Un poeta no se dice: «voy a escribir que me salen alas, o que adquiero la piedra filosofal, o que he alcanzado el nirvana…». Nadie se salva por pensar, ni el desear algo implica que suceda. Tampoco se dice: «voy a escribir que eres el alma de la luz si eres la luz del alma» (Juan Ramón Jiménez) o que esta sometido a una «inundación de océanos de hierro». No existe posibilidad de pensar de antemano un verso como este: «su alma es una mosca que zumba en las orejas de los recién nacidos» (Gonzalo Rojas).
Cualquiera de estas cosas, si sucede, sucede en el mundo del alma, sin la intervención de la voluntad. Todo lo que aparece en el poema es fruto de la gracia.
Un poema logrado expresa una verdad anímica que uno no puede decidir y que, en el momento en que acontece, ni siquiera puede comprender. No es el intelecto quien dirige la mano del poeta ni quien es capaz de traducir el acontecimiento anímico en palabras. Y mucho menos de llevar a cabo la transmutación. Ella es obra del amor. Al expresarla no solo confirma lo que ya habría sucedido: contribuye a que suceda. Sin la poesía quedaría en lo inconsciente o pasaría a lo consciente de forma intelectualizada. No acabaría de pasar.
En el poema se expresa de forma precisa lo que sucede en el mundo imaginal. El poema se erige entonces en un vehículo privilegiado a través del cual se nos revelan esos acontecimientos interiores, a medio camino entre lo consciente y lo inconsciente. Lo anímico se muestra en estado puro, no bajo los ropajes de la interpretación, la cual tiene el inconveniente de mantenernos en lo conocido. Se hace entonces necesaria una comprensión poética, que implique su asunción por parte de la conciencia, sin reducirla a lo sabido. Lo mismo puede decirse de los sueños: hay un modo de comprensión onírica coherente con su carácter numinoso, y otra que se limita a proyectar sobre el sueño esquemas funerales.
En este momento emerge la posibilidad de una sabiduría poética, diferente del saber científico y de la filosofía, de la lógica y de la dialéctica, de la mística y de la metafísica. Es, como sabía María Zambrano, un saber del alma: irracional, abierto, telúrico, dinámico, inasible. Es abarcador y se expande en todas direcciones. Tiene sabor y acuna una plegaria. En este saber lo divino se muestra sin la cota de malla de la teología. Es la propia matriz del tiempo que nos guía hacia su laberinto, como si fuese un centro donde todo se abisma y reconoce. Pero debe buscarse: tener ojos y boca y un cuerpo que se entrega al éxtasis sonámbulo de nuestras emociones. En este centro se recompone el mundo como una conjunción de rostros y de esferas. Y a partir de aquí se abren posibilidades infinitas. Todo integrado en Dios como semilla, jamás como objetivo.
Lo resultante no es una teoría, es una visión.
La lluvia en el desierto
Vicente Luis Mora
Yo sólo vine a ver brotar
mi casa en el desierto.
Eduardo García, La vida nueva
Si mirásemos en este instante dentro de nuestro cerebro, la sorpresa sería monumental. Junto a terrenos activos, regados por las conexiones neuronales, encontraríamos vastos desiertos, extensiones secas y polvorientas que ocupan grandes territorios en nuestra cabeza, zonas vacías, carentes de cualquier forma de vida. Seguramente, si nos fuese dada la posibilidad de hacer ese viaje a nuestro interior, nos preguntaríamos cómo podríamos remediar esos secanos, esas circunvoluciones devastadas, esos piélagos sin nada de valor. La solución es más fácil de lo que pensamos: basta con leer.
Los buenos libros irrigan nuestro interior, fertilizan las regiones del terreno mental, hacen florecer zonas cerebrales hasta entonces yermas e inactivas. Algunas obras literarias, más complejas, conectan además unos sectores con otros, funcionan como ríos que unen y enriquecen zonas o unidades distantes y aisladas. Los primeros libros que leemos en la infancia actúan como gotas de lluvia, o como rocío fertilizador; los demás, tanto en la adolescencia como en la madurez, nos sirven de canales de irrigación y fecundidad; los primeros amplían o ensanchan el mundo, las siguientes lecturas lo adensan, lo vuelven más complejo y comprensible. Son necesarias largas cadenas de obras literarias para terraformar y habitar como es debido la mente y sobrellevar la existencia.
Leído cierto número de libros, que habría que cuantificar caso por caso (los necesarios, en resumen), un individuo se vuelve persona, un ser con raciocinio propio y con singularidad pensante. Conforma un terreno mental que no se parece a ningún otro, como no hay dos ciudades idénticas. Una persona introspectiva y leída implica un cerebro en cuyo interior unas partes reflexionan sobre las demás y se desarrollan con la estimulación mutua.
A lo largo de los años me he arrepentido de algunos hechos, y también de cosas que nunca hice, pero jamás me he arrepentido de ninguna lectura. Hasta las malas nos enseñan: por qué me molesta esto, por qué me parece mal escrito. He disfrutado de cada obra, porque la lectura es en sí un disfrute absoluto: desde que abres un libro y empiezas a recorrer palabras, no sabes qué va a pasar, pero un mundo comienza a construirse ante tus ojos y dentro de tu cerebro. Es un acontecimiento prodigioso, del que no puedes despegar la vista: cada palabra, cada frase, abren un nuevo río en tu mente. Y cada página, estés de acuerdo con ella o no, ya te ilustre o te indigne, te alegre o te sorprenda, fertiliza una parte de ti que estaba muerta o que nunca había vivido. Cada libro hace crecer tu mente y a ti con ella. Es como la lluvia en el desierto. Te convertirá en alguien más inteligente, más crítico, con más elementos de juicio para juzgar a los demás y para juzgarte. Umberto Eco decía que “quien no lee, a los setenta años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. Así es. Y, además, quien no lee es alguien que solo tiene una idea… y no es suya. ¿No es mejor disfrutar de múltiples vidas y asegurarnos de que nuestras ideas son, realmente, nuestras?
El mundo es como un bol de ensalada con una diversidad de vegetales que forman un todo delicioso. A veces trato de imaginarme un mundo sin razas, sin variedades, colores, ni países: sería tan aburrido y simple… No podría hacerme una buena ensalada y, seguramente, existiríamos con unas sensaciones de tedio y carencia insaciables. La libertad de la que disfrutamos inconscientemente al elegir entre una manzana roja y una verde o amarilla, debería ser la misma que cuando hablamos de nuestras preferencias sexoafectivas o de las características físicas e intelectuales que nos gustaría que tenga nuestra pareja, o cuando comparamos varias ciudades y nos identificamos más con la vida en una determinada.
La diversidad nos permite organizarnos y clasificar las cosas, ideas, personas o animales por grupos, ¿si no? ¿cómo le indicaríamos a alguien que necesitamos teñirnos el pelo de rubio y rizarlo, en vez de teñirlo de rojo y alisarlo?
Tras visitar África, un europeo puede llevarse un traje estampado o hacerse unas trenzas para mostrar “lo exótico” que “descubrió en África” o porque, simplemente, disfrutó de lo diferente con lo que se encontró. De igual manera, constantemente, las chicas negras nos alisamos el pelo y lo teñimos con químicos o usamos pelucas para vernos diferentes, “cambiamos de look” de cada mes.
Tristemente, la diversidad se convierte en un gato con una quinta pata cuando empezamos a usar etiquetas como blanco o amarillo cómo únicas herramientas para definir a otros. Quizás no tengamos una mala intención, que mi madre me llame negra no me molesta, recuerdo haber tenido una amiga llamada Negra y otra llamada Llorona, esta última hacía llorar a otras niñas con tanta frecuencia que muchas preferían alejarse de ella. Mi amigo Marques se llama Blanco y tiene la piel aún más achocolatada que yo.
Las diferencias entre unos y otros han sido utilizadas para hacer tanto daño que a veces creo que habría sido mejor que todos fuésemos iguales; pero estoy segura de que, igualmente, habríamos encontrado otras diferencias. Y, en el peor de los casos, quizás no sería tan sencillo encontrar a una persona desaparecida.
Que unos sean alto y otros bajos; unos negros y otros menos negros o blancos; nunca debería haber sido motivo de discriminación, miedo, rechazo u odio. Al contrario, esas diferencias deberían habernos ayudado a vivir extasiados, plenos de felicidad porque son muestra de la abundancia con la que nos bendice la madre naturaleza; son una prueba de que el mundo está diseñado para que disfrutemos de él mientras vivamos.
Veo a mis hermanas quejándose porque una mujer blanca presumió de unas rastas en Instagram o una negra se dejó tocar el pelo; la verdad es que es realmente incómodo que te toquen el pelo así sin más, como si alguien se tocara la libertad de tocar cualquier parte de cuerpo porque sí, porque le llamó la atención. Que alguien nos haya ofendido en algún momento, ya sea por odio o ignorancia, no debería privarnos de compartir y disfrutar la riqueza y diversidad de la naturaleza.
Para terminar, el egoísmo y la ambición seguirán alimentando el racismo y la xenofobia mientras las cele bridades se apropian de otras culturas para “crear tendencias”. Pero no debemos pagarlo con otros inocentes que simplemente amaron algo diferente a lo que ya conocían. Creo que ayudaría mucho que compartiéramos positivamente en vez de criticar y atacar pensando que estamos defendiendo lo nuestro.
Alex Oviedo
Como todos los días
El Desvelo Ediciones
Es lo que tiene a veces esa normalidad que se desprende de la más pura cotidianidad, que se trunca cuando menos te lo esperas. Un pierna enyesada por un tonto accidente doméstico, un ascensor que no funciona y, por último, el encuentro, un piso por debajo del propio, con los ladrones en la casa de un vecino, que le lanzan las correspondientes amenazas para que no cuente nada, estropean el domingo lánguido de un hombre que se pretende normal y acabarán por desbaratar la rutina durante los cinco días siguientes. Todo parece darse la vuelta en los hábitos del narrador, el trabajo, las relaciones con los demás, el día a día, aunque también da lugar a decisiones y actitudes que, tal vez, sin el acicate de lo ocurrido el domingo no se hubieran producido.
Por supuesto, el hombre, buen ciudadano, avisa a la policía, cumple con su deber, igual que parece cumplir con los deberes mundanos.
Todo ello además bajo la sombra de una casualidad curiosa y extraña, no es la primera vez que roban el piso en cuestión, lo que plantea el runrún del porqué de las cosas, si es puro azar lo que hay en la sucesión de hechos o hay, por el contrario, una motivación detrás de cada cosa.
De este modo, el autor nos ofrece los seis días en la vida de un hombre que se mueve entre la sorpresa, el absurdo, el sinsentido y cierto desbarajuste vital desencadenado sin saber muy bien por qué. El resultado es un relato en el que asistimos a una extraña sinuosidad que, de pronto, ya venga determinada o no, llevará a que el protagonista se rebote contra el orden de las cosas tal como le han ido sucediendo hasta ese momento.
Estamos ante una novela de la cotidianidad y del absurdo, con toques humorísticos e irónicos, una reflexión sobre lo que somos y cómo afrontamos estas vidas nuestras que creemos bien ordenadas y olvidamos que muchas veces todo ocurre por mera chiripa. Sin un plan preconcebido. Todo ello intercalado de un sinfín de referencias literarias y sobre todo cinematográficas agregadas de un modo brillante y que acompañan el relato, lo van perfilando como un elemento más que ayuda a seguir la inferencia de los hechos.
Poemas de Ana Romano de su libro “expiación del antifaz” recitados por Rolando Revagliatti
Prosa poética titulado “Estos Amantes” de Lidia Rocha de su libro “Roma” recitado por Rolando Revagliatti
Empatía 2.0
Hace poco, leí el cuento de uno de los ganadores del certamen “Guinea Escribe”, el cuento de tres hojas habla de unos aldeanos que descubrieron una mota que, al consumirla les hacía muy felices; pero cada vez que la tocaban se extendía y acabó por invadir la aldea y el planeta. Creo que la mota es internet, pero el cuento no lo dice.
Por lo menos en África, todavía tenemos la certeza de que en caso de peligro los vecinos o quien quiera que esté cerca acudirá a socorrernos. Pero en muchas partes, parece que la empatía se ha limitado a los comentarios que hacemos en las redes por miedo, indiferencia y desconfianza.
Muchas veces hemos visto noticias sobre personas que acabaron muertas o gravemente heridas al intentar socorrer a otras que estaban en peligro. Creo que esto influye tanto en la gente que muchos prefieren mirar hacia otro lado cuando se encuentran con alguien que está en peligro. Recuerdo que, cuando estaba en Houston, un perro enorme salió de la nada y empezó a seguirme. Me asusté tanto que me puse nerviosa intentado alejarme. La gente que pasaba miraba hacía el otro lado y fingía no entenderme. Por desgracia, el perro fue atropellado por un Toyota y entonces algunos se molestaron en mirarlo con lástima. Si aquello hubiera sido grabado, seguro que muchos habrían hecho comentarios como “¿Dónde estaba el dueño del perro y por qué nadie la ayudó?”.
Por otra parte, la gente está tan centrada en sí misma que sólo se detiene a mirar la velocidad a la que va el mundo cuando les detiene una enfermedad o una desgracia. Mientras estamos sanos, los problemas de los demás son sus problemas, nosotros ya tenemos bastante como para preocuparnos por otros. En América echo mucho de menos a mis amigos y conocidos en Guinea, tantas actividades desinteresadas y tantos jóvenes valientes comprometidos con mejorar su comunidad. Durante la primera semana de febrero tuve que empezar a levantarme de mi cama a las cuatro de la mañana para poder llegar menos tarde a la escuela, una vez me quedé dormida y en el bus y al despertarme, estaba en la estación de los autobuses con las puertas del auto cerradas. ¡Menos mal que no me robaron el móvil o la mochila! El chico que limpiaba la marquesina evitó mirarme mientras golpeaba la ventana intentando llamar su atención. En Instagram, seguro que él habría sido el primero en preguntar si nadie tuvo cinco segundos para despertarme.
Por último, en un mundo donde la gente se aprovecha de la buena voluntad de otros para robarles o herirles, no es de esperar que nadie se crea que realmente estamos en peligro, a menos que hayamos tenido un accidente grave como que un terremoto sacude nuestro país o nos atropella un auto.
Es triste, pero real. Cuando leo los comentarios que hace la gente en las redes sociales, me da la impresión de que el mundo está lleno de empatía. Pero, al salir a la calle y ver las noticias, confirmo que estamos en la era de la empatía 2.0.
FÉLIX GRANDE
“ESCRIBIMOS LIBROS PORQUE TENEMOS MIEDO”
Recomiendo la conferencia del gran poeta Félix Grande (1937-2014). De él se han dicho cosas maravillosas, siempre por razones evidentes. Fue un gran orador, flamencólogo experto, y sobre todo poeta y articulista excelente. Nos ha enseñado a amar la poesía. Nos ha enseñado a ser mejores personas y nos ha mostrado que a través de la poesía los miedos pueden diluirse por completo. Fue el padre de Guadalupe Grande y esposo de Francisca Aguirre.
Obtuvo numerosos premios y distinciones. Empezó a tocar la guitarra flamenca y la abandonó por la literatura. Un acierto en lo que se refiere al mundo de las letras. Perteneció a la generación del 50, fue articulista del periódico El País y escribió también novela. Pero el homenaje o reconocimiento que quiero dedicarle es por su gran humanismo. Sin duda se lo aportó haber sido hombre erudito, no sólo en el flamenco, en la poesía en general.
De él se ha dicho que era un hombre bueno, y por razones obvias. Recomiendo la conferencia realizada en la Fundación Juan March, titulada “Escribimos libros porque tenemos miedo” y que podemos escuchar en el vídeo aquí incluido. Lo que nos cuenta en la conferencia es de una coherencia enorme y contiene un sentido humano de la poesía, con referencia a algunos poetas que nos estremece por las bondades que refiere hacia los mismos. Me conmovió su conferencia. Sugiere e invita a la poesía sin resentimiento ni hostilidades.
Nos habla de varios autores con cuyos versos exquisitos logra proyectar luz en la noche más oscura. Nos habla de poetas de España y de Latinoamérica.
Es sin duda su charla de una lucidez enorme que incita a meditar acerca de la poesía y su utilidad. Explica a la perfección cómo la poesía nos puede hacer mejores personas. Y por qué no decirlo, más humanos y con más conmiseración hacia poetas y no poetas. Hacia nuestros semejantes. Cuenta anécdotas de la guerra civil que ponen los pelos de punta. Se trata de un alegato de la importancia de la poesía y de quienes la sustentan. Distintas son las voces con una misma finalidad.