Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Alejandro Morellón

El peor escenario posible

Fulgencio Pimentel

 

Asumimos la realidad cotidiana porque es lo que tenemos más cerca, a lo que nos hemos habituado y lo que siempre hemos vivido con un halo de normalidad (¿normatividad?). Pero a todas luces todo lo que nos rodea, nuestra propia vida, contiene elementos por los que se cuela no poca irracionalidad, un alto grado de absurdo, un sinsentido que, al final, habremos de asumir y del que tomaremos plena conciencia más pronto o más tarde. Sólo es necesario confrontarse a ello.

Y qué mejor espejo que la literatura para darse cuenta de lo que hay.

Porque es eso justamente lo que nos revelan los once relatos de este libro que comentamos, una verdadera colleja emocional para el lector que va a descubrir entre sus líneas todo ese desgarro irreversible que supone lo real, nadie va a quedar ajeno porque al final todos tenemos nuestros recovecos donde ocultamos algo tremendo, como la pareja de oncólogos de uno de los cuentos que encubren otra vida, a todas luces menos amable, detrás de los muros de su cómodo hogar, o descubriremos, como le ocurre a un personaje de otro relato, ese sentimiento de darle la espalda a parte de sí mismo. Porque a menudo la existencia es extraña y paradójica.

Quizá no sea posible huir de lo que viene anunciado en las múltiples arrugas y brechas de lo real, lo que produce temor, un miedo que es anterior al hecho en sí, por mucho que se busque un sentido lógico a lo que sucede.

Narrados con una plasticidad enorme, con tono lírico, Alejandro Morellón nos enfrenta al apocalipsis, al caos ordenado, todo ello como si nos lo advirtiera el furby del primer relato, lo que crea no poca incomodidad, la misma que sienten los seres estrafalarios que habitan una extraña galería y que parecen dialogar consigo mismo, en busca de su propio sentido. El autor lleva al extremo las situaciones, pero deja entrever que bien pudiera ocurrir cada línea de lo que se narra en la vida misma, no sería al fin tan extravagante, y por tanto el absurdo lo descubrimos al enfrentarnos a toda circunstancia recogida en cada cuento, pero también en la realidad que nos rodea, en cada detalle y que vemos con una normalidad tan pasmosa como sorprendente. Por lo demás, nos deslumbrará por su estilo acertado, brillante, creando siempre una atmósfera manifiesta, intensa, imposible ser ajeno por tanto a lo que se nos cuenta y a la manera en que se nos cuenta.

No en vano, el primer relato del volumen, «Pájaros que cantan al futuro», obtuvo el Premio Ignacio Aldecoa de cuentos en castellano, en su quincuagésima edición, sin duda una buena carta de presentación.

 

Documental-Escritores y poetas argentinos-Nevando en la Guinea-Rolando Revagliatti

Reflexiones de una ondjundju-Entre falsos defensores de la cultura-Juliana Mbengono

Durante la presentación de mi poemario “Cosas que no debería escribir una niña: molde para mujeres imperfectas” en el Centro Cultural de España en Malabo, la primera persona que levantó la mano para hacer una pregunta fue un joven de unos 26 años. Según él, tanto Melibea (que me acompañaba en la mesa junto con Francisco Ballovera) como yo, estamos más occidentalizadas que africanizadas y se nota que hemos leído muchos libros [europeos].

No es nada nuevo para mí que a una africana que se siente con derecho a ser respetada como ser humano, sin distinciones por sexo, sea señalada como una fanática de las “ideologías feministas europeas”. Pero me resulta un tanto sorprendente que los hombres quieran seguir escudando su egoísmo con la cultura y la tradición.

Resulta incluso gracioso que los hombres vean faltas en contra de la tradición y la cultura cuando una mujer anima a otras a vivir para alcanzar lo que realmente desean (no importa si es casarse y tener tantos hijos como lo desee su marido o ser una solterona y comer arroz con sardina todas las tardes, mientras sea eso lo que les hace felices y no un estilo de vida que hayan decidido llevar para complacer a otros…), estos mismos hombres no ven faltas en contra de la tradición mientras siguen viviendo en las casas de sus padres con más de veinte años, además de estar solteros y en paro o cuando deciden mantener relaciones sexuales de día y, para el colmo, con una chica de su tribu.

Para un hombre fang defensor de las tradiciones ancestrales, seguir viviendo en casa de sus padres después de los veinte años es malísimo, y seguir soltero a esa edad es exageradamente vergonzoso. Mantener relaciones sexuales de día es un tabú para muchas tribus y mantenerlas con una chica de la misma tribu se considera incesto. Todos esos aspectos parecen haber perdido importancia igual que las prohibiciones del Antiguo Testamento, porque el mundo actual es muy diferente al de nuestros ancestros. Sin embargo, las mujeres debemos seguir las reglas ancestrales dentro de este nuevo mundo cambiante, más inteligente que fuerte. Lo más irónico es que estos hombres solteros y dependientes, por su edad y condición no serían considerados hombres en una sociedad africana anterior a la invasión europea, por lo que no podrían tomar la palabra en público ni entrar en espacios como el abaha: porque todavía no son hombres. Actualmente, se levantan en público para decir que las mujeres estamos actuando en contra de los valores culturales de nuestros ancestros.

Tanto los que defienden la desigualdad de género como los racistas, no persiguen ningún interés patriótico ni mucho menos tratan de conservar las culturas y tradiciones. Todo lo que tratan de evitar es que pierdan los privilegios tras los que esconden su mediocridad, sus miedos y carencias.

Cuando entendamos que las mujeres no tienen por qué estar en pelea constante contra los hombres seremos más felices. Cuando entendamos que este mundo ya no necesita que uno se haga el duro mientras la otra le besa los pies iremos más rápido. Siempre diré que no soy feminista, no me hace falta ser feminista para saber que soy libre de estudiar medicina o secretariado si es lo que deseo.

Cuando me encuentro con gente como aquel joven, ya no lamento la desigualdad y el machismo, sino la ignorancia y la falta de empatía.

A propósito de Daniel Johnston-In memoriam-Cecilio Olivero Muñoz

A PROPÓSITO DE DANIEL JOHNSTON

IN MEMORIAM

La vida conlleva no pocos episodios de inmensa oscuridad, de sombras e injusticias. Daniel Johnston era un enfermo psíquico. Su diagnóstico le señaló como un maniacodepresivo, pero tuvo también otras enfermedades que la psiquiatría le provocó, con sus correspondientes efectos secundarios. Por ejemplo, estaba obeso, aunque esto no le produjo ningún complejo. También se le notaba sedado.

Dan tenía un gran talento. Pero eso poco importaba, vivió en un pueblito del estado de Texas. De adolescente tuvo una amiga medio novia, pero la chica se casó con un empresario funerario. Esa derrota o frustración acompañó a Daniel toda su vida.

Tuvo brotes. Eso no fue óbice sin embargo para realizar un gran trabajo como músico, compositor y artista multidisciplinar. Sin duda era creativo. Escuchar el tema Story of a Artist te eriza la piel. En efecto era un hit que sonó por las emisoras de radio tejanas.

Cierto día se fue de promoción a esa ciudad sin Dios que es Nueva York y le dio un brote por su enfermedad. Es preciso señalar que Daniel era religioso y creía en el número nueve como símbolo de la personalidad samaritana.

Un día su padre y él alquilaron un aeroplano. Y a Dan le dio la locura de caer en picado desde los cielos aunque por suerte Padre e Hijo se salvaron. La soledad y la estigmatización que padecía no le impidieron aparecer con su guitarra al estilo de Bob Dylan. Su público lo entendía y le daba ánimos y le dirigió palabras amables.

Murió joven, su obesidad y la falta de Alegría lo condujeron a la muerte. Pero ahí nos dejó sus discos. Su legado. Un artista es aquel que con sus ideas y trabajos logra remover la entraña de su manada.

Reflexiones de una ondjundju-El español en la literatura ecuatoguineana-Juliana Mbengono

Hace poco leí una entrevista de Iñaki Tofiño en librujula.público.es y el entrevistado decía que, hablando de la literatura ecuatoguineana: “no cumple unos estándares de calidad. En mi caso, he tenido que leer muchos libros muy malos de autores ecuatoguineanos”. Como ecuatoguineana, y casi escritora, este no es un comentario muy alentador, pero invita a reflexionar y a mejorar.

Además de la entrevista arriba mencionada, son varias las personas que han calificado la literatura ecuatoguineana como mala por el uso que hacemos del español pese a que es nuestra lengua oficial; y entre estas personas se encuentran profesores y ciertos escritores de los 70 que contaron con la suerte de que, en sus tiempos, la cooperación española y otras instituciones todavía promovían la literatura de Guinea Ecuatorial a tal grado que se aseguraban de que las obras de autores ecuatoguineanos pasaran por las manos de un editor o  corrector sin coste alguno para los escritores.

¿Por qué el español de la literatura ecuatoguineana actual no parece muy correcto? En primer lugar, habría que destacar que ciertos escritores de la nueva generación, precisamente, escriben de manera impecable, no sé si porque publican con editoriales que ofrecen un buen servicio de corrección o porque realmente tienen un buen dominio de la lengua; en todo caso, para no decir imposible, diré que es muy difícil encontrar erratas en los libros de Estanislao Medina, Isabel Rope, Trifonia Melibea o Adelaida Ondua. En segundo lugar, muchos de los profesores que acusan a los escritores y a sus estudiantes de no tener un buen dominio del español hablan un español tan macarrónico que causa vergüenza ajena escucharles.

Desde mi punto de vista, la mayoría de los escritores que vivimos en Guinea Ecuatorial sentimos la necesidad de decir algo y que otros lo lean. Como señalaba Estanislao Medina durante nuestro almuerzo con el director del instituto Miguel de Cervantes, Luis García Montero, “somos gente de barrio que [además de no haber tenido una buena formación de base] habla fang, fa d´ambo, bisio, combe o bubi en casa y entre colegas el pidgin; salvo los niños pequeños menores de 15 años, la mayoría solo se esfuerza por comunicarse en español cuando se encuentra en la escuela o en el trabajo. Esto podría no justificar los laísmos y dequeísmos, pero al pensar en nuestras lenguas maternas y entender el mundo desde las mismas, escribir correctamente en español se convierte en un verdadero problema ya que debemos prescindir de muchas cosas al traducirnos. Para compartir nuestros pensamientos y opiniones, estamos obligados a escribir en español, y sé muy bien que son pocos los que tendrán suficiente tiempo y recursos para verificar que hayer se escribe sin h; así que, además de los hayeres, el lector se encontrará con expresiones como “los de Samuel”, haciendo referencia a un grupo de amigos, vecinos, hermanos o compañeros entre los que se sabe que siempre está Samuel.

Quien lea una novela en la que se dice “los de Samuel” podría no entenderlo, pero en fang tiene mucho sentido y es correcto. Pasa que al tratar de traducir el sentido de las oraciones optamos por una traducción literal; que queda menos estética, pero con la que nos identificamos más.

No creo que escribamos mal ni mucho menos que tengamos algún problema con el español; de hecho, me parece poco apropiado que los profesores anden pregonando lo mal que hablan sus estudiantes ya que esto también dice mucho de su labor como educadores.

Mucha gente necesita desahogarse, expresarse, pero no tienen el dominio de la lengua que se esperaría de un escritor, ni han pasado por talleres de redacción y estilo. Sin embargo, se atreven a escribir. Si no lo hicieran acabarían estallando. Por lo tanto, consideremos la literatura ecuatoguineana actual como un retrato del momento con todos sus defectos.