El niño después de hacer un recado a una vecina, recibió como compensación una perra gorda (10 cm. de peseta) y con ella se disponía a comprarse una chuchería en la tienda de caramelos. Al entrar no había nadie, el dueño había entrado a la trastienda y dejado solo el mostrador, donde tenía en varios botes de cristal con todo tipo de golosinas. El niño llamó varias veces al tendero y este no contestaba, el chiquillo insistía, pero sin resultado alguno, así que alargó la mano hacia uno de los botes que tenía más cerca, pues apenas llegaba al mostrador y cogió una bola de caramelo, con la mala fortuna de ser descubierto por el dueño, que en ese momento aparecía de detrás de la cortina, cuando aún tenía la mano dentro de dicho bote… ¡hay ladrón! ¿qué pretendes robarme? El pobre niño se quedó sin palabras, no sabía qué decir y soltó lo que tenía en la mano sacándola de inmediato. – ¿no te da vergüenza robar a un pobre hombre que se gana la vida honradamente con su tienda? – ¿qué educación te están dando tus padres? -Voy a llamar a la guardia civil para que te den un buen escarmiento… Todo esto se lo decía mientras lo tenía cogido por un brazo y lo sacaba hacía la calle gritando… ¡¡ Guardia!! ¡¡guardia!! El niño mientras tanto lloraba y le pedía que lo soltara, que él no pretendía robar nada, que tenía el dinero para pagarle (y le enseñaba la mano donde tenía el dinero) pero aquel hombre no se calmaba y cada vez gritaba más alto, como si quisiera que todo el mundo se enterara del «crimen» que había cometido aquel niño. ¡Perdóneme! le rogaba entre sollozos… le prometo que no volveré a hacerlo más… quédese con el caramelo y el dinero… -pero deje que me vaya y deje de llamar a los civiles. Pero no había manera que dejara de gritar y zarandearle ¿tan grave era lo que había hecho? ¿era normal el tratamiento que estaba recibiendo? el pobre niño no salía de su asombro y se orinó encima. El hombre cuando se cansó de gritar y no aparecía nadie lo soltó, el chiquillo dejó su «perra gorda» en el mostrador y salió corriendo hacia su casa, sin su dinero ni la chuchería que quería comprar.
Nunca más volvió a entrar en aquella tienda y cuando veía a aquél hombre procuraba no cruzarse con él y cambiaba de acera.
Del enterrador no era miedo lo que le tenía, pero no le gustaba cruzarse con él, cuando veía a aquel hombre con barba sin afeitar en varios días, el pitillo en los labios y la boina negra de medio lado en la cabeza, la camisa descolorida medio remangada y los pantalones de pana manchados de cal, igual que las alpargatas en su día serian negras, pero ya no se sabía el color que tenían, era el enterrador que bajaba por la calle.
Cuando iba con la pequeña escalera de madera al hombro, camino del cementerio a las afueras del pueblo, seguramente a preparar la sepultura de alguien que se había muerto, pues se oían doblar las campanas igual que cuando murió su abuelo. Siempre lo miraba con recelo, pero desde la muerte de su abuelo había ido en aumento, pues solo con recordar como tapiaba el nicho, le culpaba de no poder volver a verlo. A él le dijeron que su abuelo estaba dormido, cuando lo vio tendido inerte en la caja, que luego metieron en aquella pared del cementerio y ese hombre tapó con ladrillos.
No comprendía porque la gente le saludaban, pues te quitaba a los que más querías y le metía allí dentro, que cuando despertara no podría salir. Lo peor fue el día que con un grupo de niños, entraron en el cementerio y vieron en un rincón, un montón de huesos dispuestos para incinerarlos, cogieron algunos para bromear entre ellos y el enterrador los vio, salió corriendo tras ellos increpándoles (con intenciones que ellos desconocían) hasta el centro del pueblo.
Desde entonces este niño no entró al cementerio, hasta después haber pasado muchísimos años, con el enterrador no se volvió a encontrar.
Fue un hombre hecho a sí mismo creció y vivió en libertad, sin tener que dar explicaciones a nadie y esa libertad marcó su existencia, era serio, leal a sus principios y orgulloso. Se había quedado sin padre muy niño, su madre le puso a trabajar en lo que salía y por las noches tenía que ir a la escuela. Siempre anduvo de un sitio para otro, tratando con toda índole de personajes, visitando ventas y tabernas donde se realizaban todo tipo de tratos… (trabajos, cambios, compras, etc.) siempre delante de una botella de vino, unas veces salían bien las cosas y otras no, pues en más de una ocasión podían terminar en riñas y peleas, rodeado de gente que iban con engaños o malas intenciones, le hicieron tener muy mal genio cuando se enfadaba . Las injusticias de la guerra y los años posteriores aun empeoraron su carácter y lo hizo más desconfiado e independiente, ni el hecho de contraer matrimonio le hizo encontrar una estabilidad y atención hacia su familia. (¿Se casó por amor? Eso nunca lo sabremos, porque incluso estando comprometido nunca dejó de hacer a lo que estaba acostumbrado y si tenía que irse varios días fuera del pueblo, se iba sin dar explicaciones, como siguió haciendo una vez casado y después de que llegaran los hijos. Su forma de ser y orgullo le dieron muchos problemas, nunca consintió la humillación de caciques, capataces o con quienes contrataba el trabajo. Solía trabajar por su cuenta y no soportaba que alguien le controlara o le mandara hacer algo con lo que no estuviese de acuerdo. Jamás se le vio de paseo con su esposa o los hijos, los días que no trabajaba los dedicaba a reparar o acondicionar los aparejos de los animales que utilizaba para trabajar, o en las tabernas de “tratos”. Era delgado con un cuerpo menudo y cuando llegaba borracho a su casa apenas comía, si las cosas no le habían salido bien su mal genio lo pagaba con la familia, hasta que se quedaba dormido y cuando despertaba se volvía a marchar, a trabajar o a la taberna para seguir bebiendo. ¿No quería a su mujer ni a sus hijos? No les tenía maltrato físico, pero con su mirada infundía mucho respeto, en una época de tanta necesidad no parecía que le importara mucho las de su familia, cuando tenía dinero antes de pagar las deudas de la casa, pagaba las contraídas con los proveedores de piensos y aperos para sus animales, le daba mucha importancia a su cuidado y siempre decía que “eran lo que tenía como medio de vida y no podía faltarles de nada”. Las necesidades del hogar siempre eran problema de la mujer, el mantenimiento de la casa y los hijos para él pasaban a un segundo plano.
A veces se iba del pueblo durante varios días o semanas a trabajar y cuando volvía podía ser que no llegara con dinero y apenas cubrían algunas deudas.
No era mala persona, ayudaba a quien se pidiese cualquier favor, aunque le faltase para él o su familia.
Por estar trabajando desde muy joven, conocía infinidad de actividades, del campo… agrícolas, ganaderas, o la minería, también conocía toda la comarca próxima y las provincias limítrofes. Igual que conocía las ventas y tabernas donde eran habituales todo tipo de personas, que eso le dio una visión de la vida diferente al resto y no fiarse de lo que le dieran sin haberlo ganado con su esfuerzo, no le gustaba los juegos de cartas o similares donde el interés por ganar se convierta en adicción, su único vicio era la bebida que no la dejó hasta su muerte.
Se oye la sirena de una ambulancia que se acerca, hay mucha gente reunida junto al portal del edificio donde vive y no sabe que es lo que está ocurriendo, pero algo por dentro le dice que no es normal tanta curiosidad por un enfermo. Cuando llega a una distancia que ya puede ver entre el gentío, la ambulancia llega a su altura y es cuando se da cuenta de quién se trata la persona que está tendida en el suelo la conoce muy bien, porque es (Adela) su madre. A Juan algunos lo reconocen y se dirigen a él queriendo explicarle lo sucedido, pero no necesita que se lo expliquen porque sabe lo ocurrido sin que nadie se lo diga, pues lo ha oído muchas veces sin que eso llegara a producirse, hasta que al final ese día lo ha cumplido. Cuando llegaron a la ciudad después del entierro de su padre en el pueblo, se instalaron en un pequeño piso de un barrio humilde, pues el dinero que les quedó después de pagar los gastos de la grave enfermedad de su padre era escaso y la paga de viudez muy pequeña. Juan no tenía edad para trabajar y tenía que retomar los estudios en un instituto nuevo, así que Adela tendría que buscar algún empleo. Encontró trabajo en una cafetería del centro y pasaba todo el día fuera de casa, al cabo de un tiempo conoció a un hombre (Vicente) con el que empezó a salir, al principio sin decirle nada al hijo y cuando se lo dijo él no reaccionó muy bien pero lo aceptó, pues comprendió que su madre se merecía rehacer su vida, después de todo lo sufrido y lo joven que era. Todo iba bien hasta que decidieron Adela y Vicente vivir juntos en la misma casa de ellos, Vicente era mucho mayor que ella, pero al parecer la trataba con mucho cariño y amabilidad. Eso fueron los primeros meses, pero poco a poco fue cambiando la amabilidad se perdió y llegaron los malos modos, el cariño se convirtió en celos y los regalos en exigencias de dinero. Las broncas con Juan eran diarias cada vez que llegaba del colegio y encontraba a Vicente en casa sin hacer nada más que beber. Las discusiones con Juan provocaban con riñas en la pareja cuando Adela llegaba de trabajar, hasta que un día llego más lejos y en una de esas riñas Vicente le dio un puñetazo tirándola al suelo, esto hizo que Adela lo echara del piso y le pidió las llaves, él rogó que no lo hiciera pidiéndole perdón y prometiendo que no volvería a suceder. Adela accedió y lo dejó continuar con ellos, los primeros días todo pareció cambiar, Vicente buscó trabajo y casi no aparecía por casa hasta la noche, eso hizo que las peleas con Juan acabaran de momento. Pero los celos que sentía Vicente por el trabajo de Adela fue en aumento, pues los insultos y malas maneras volvieron otra vez, Juan no lo soportaba y así se lo hacía saber, lo que terminaba en peleas entre ambos. Adela cuando llegaba de trabajar tenía que soportar las riñas y los escándalos, hasta altas horas de la noche, así que tomó la decisión de volver a echar a Vicente de casa y esta vez no cedió a sus ruegos ni consintió que permaneciera más con ellos. Esto provocó una reacción en Vicente que no podían imaginar y se pasaba todo el día merodeando por la cafetería donde trabajaba Adela, cuando salía la seguía hasta la puerta de la casa sin dejar de molestarle y pidiendo que lo dejara volver, como ella no lo consentía le insultaba e increpaba hasta que los vecinos salían para que se callaran o llamarían a la policía. Un día coincidió Juan con la llegada de su madre a la casa y como Vicente le estaba molestando quiso defender a su madre se enfrentó a él y se organizó una pelea en la que tuvo que intervenir la policía a la llamada de los vecinos. A Vicente se lo dejaron detenido después de prestar declaración, al cabo de una semana en la que no apareció ni volvió a molestarles, creyeron que podían estar tranquilos y reanudaron su rutina habitual, porque desde el incidente Juan había estado acompañando a su madre al trabajo y en las salidas por el barrio. Habían pasado dos semanas y ahora su madre esta tendida en el suelo, sin saber si está viva pero sabe quién es el culpable de lo ocurrido, pues en unas de las discusiones con Vicente éste le advirtió, que si su madre lo dejaba algún día la mataría. Mientras los servicios sanitarios intentaban reanimar a su madre, después de caer del tercer piso, Juan subió a la vivienda junto con un policía y allí se lo encontraron, con un cuchillo clavado en el pecho en medio de un charco de sangre junto a la ventana y los muebles por el suelo destrozados. Vicente aun respiraba pero la vida se le iba por segundos, de sus labios solo se le oyó decir que Adela no sería para nadie si no era para él. Ahora ella se recupera de las lesiones en un hospital a las afueras de la ciudad, le dicen los médicos que con un poco de suerte pronto dejará la silla de ruedas y podrá tener la misma movilidad que tenía antes. Desde el accidente han pasado casi dos años y él está estudiando una carrera universitaria, con lo que gana trabajando como le prometió a su madre cuando estuvo convaleciente. De lo ocurrido en la vivienda nadie lo sabe, Vicente ya no está y Adela solo dijo que solo quería escapar de él.
La vida de un niño es lo más importante, de cuantas preocupaciones puedan tener los adultos, no se deben poner barreras que impidan su felicidad y educación. Para muchos niños ahora es más fácil y su futuro se puede garantizar, aunque los comedores sociales cada día están más llenos comen un plato caliente y al llagar la noche solo tienen un trozo de pan y un vaso de leche. (Antes no era así). La tristeza de un niño en sus ojos sin saber cómo consolarle es desolador. ¿Hay algo más bonito que la felicidad de un niño reflejada en su cara? ¿Hay algo que merezca más nuestros esfuerzos y preocupación? Su alegría es nuestra propia alegría y a su vida todos tenemos que darles todo el cariño y facilidad, para que tengan una educación y formación, son los padres y educadores quienes están obligados para que se formen como personas. Hoy podemos alegrarnos y sentir que la vida vale la pena… cuando vemos a los niños jugando y riendo, reflejando en sus caras la alegría y viendo que por ellos tiene sentido dar cuanto tenemos. Verlos cómo crecen, juegan y hacen travesuras… cuando pasan del llanto a la risa, del enfado a dar un abrazo, cuando los levantamos al caerse y les hacemos una acaricia te lo agradecen con una sonrisa, es el mayor de los premios que podemos obtener de ellos. Los niños son lo más importante y no nuestros problemas, porque todo se puede remediar, sin que ellos sufran de las consecuencias. Es triste dejar que otras personas tengan que ocuparse de ellos… No tenemos que hacer de los niños un escudo para justificar nuestros errores o ponerlos como excusa, ellos se merecen cariño y una vida ajena a los problemas que les haga entristecer. Él había nacido en una mala época en una familia muy humilde, en un pequeño pueblo donde pocos eran de “buena cuna” (en su caso ni la tuvo) y ganarse la vida diaria era la lucha que tenían cada día.
Con unas malas condiciones alimenticias y pésimas higiénicas, los niños pequeños eran los peores parados en una época de dificultades, él tuvo la niñez más débil que se puede uno imaginar.
Llega el niño a la tienda y le dice al dependiente… ¡Quiero dos pesetas de tocino de jamón! El dependiente lo mira y le contesta… ¡Para eso primero tengo que vender el jamón! así que dile a tu madre que a ver si compra alguna vez jamón… A lo que contesta el niño… ¡Mi madre está trabajando para que yo pueda comer el tocino! porque el Jamón quien se lo come es su patrón, que la tiene todo el día en el campo faenando de sol a sol, para que él se dé el atracón y otros se tengan que conformar con comer pan aceite en un coscorrón. ¡Ya está bien de tanta humillación! ¿Qué culpa tiene nadie de tanta sinrazón? ¡Si lo más justo sería que nunca faltara en una casa un plato de arroz! Ahora cierra los ojos y se le viene a la mente el olor a tierra mojada, a jara o jarguazos recién arrancados, cuando iba en busca de su madre a la hora de comer, a veces un sopeao y un trozo de tocino, otras con un poco de suerte, alguna sardina arenque repartida para los dos. Eran años de necesidades y no siempre económicas, aunque todo es relacionado con el dinero solo el hecho de tener que salir cada mañana, para buscar el jornal con qué hacer la compra era una odisea, (encalar fachadas de alguien por unas pesetas, buscar cascarilla de carbón, lavar ropas de familias con dinero, etc.) cualquier cosa que permita reunir unas pesetas.
El trabajo del campo era duro y mal pagado, pero el campo también tenía otros recursos que eran bien aprovechados. Palmitos, bellotas o castañas etc. «manjares» que al hambre engañaban y más de una vez eran ayuda, para no irse a la cama sin cenar. Trabajar por la comida mucha gente agradecía… esa era la norma para tener al pobre bajo la amenaza y la humillación, obligados con los «señores» a servirles sin condición. Aquellos tiempos pasados cuando por la comida y las ropas usadas que a los patrones les sobraba, muchas mujeres se rompían la espalda trabajando todo el día para dar de comer a sus hijos, aunque fuera una sola comida. Dios aprieta, pero no ahoga… pero muchas veces apretaba tanto, que hacía que algunas personas acabasen con la lengua llena de tierra.
El pan con aceite y azúcar era la merienda más habitual, aunque algunos días podía faltar alguno de los ingredientes. Le hacía una gran ilusión la llegaba de su padre, cuando venía de trabajar y buscaba en las alforjas, para ver si le había sobrado algo de la “cabaña” o le traía alguna cosa que hubiese encontrado en el campo, palmitos, madroños o bellotas, incluso los cortadillos de azúcar que se guardaba cuando tomaba café en la taberna y solo le ponía la mitad. Era gloria bendita cuando pasaba por detrás de algún restaurante y olía lo que estaban cocinando, se paraba a aspirar y disfrutar de aquellos olores que salían por la ventana, podía distinguir si era perdiz en escabeche, costillas fritas o guisadas, incluso qué tipo de carne era la que estaban haciendo con tomate y se imaginaba en la mesa con un gran plato delante. Si algún domingo su madre le decía que fuera a la taberna para avisar al padre para comer, deseaba que aun tuviese la tapa que le ponían con la bebida y el padre se la daba.
Cuando aquel niño llegaba de la escuela al medio día, algunas veces no había nadie en su casa y no sabía dónde estaba su madre, iba a buscarla incluso al campo para comer con ella y si no la encontraba… Tenía que ingeniárselas para no volver a la escuela sin haber comido, algunas veces lo hacía en casa de algún familiar, otras buscando en la cocina un trozo de pan o la cesta de la “cabaña” para el padre, que se llevaría al trabajo el día siguiente. Decían que los años del hambre fueron los primeros de los cuarenta, pero en los cincuenta el hambre aun perduraba en los sectores más humildes, o por lo menos no se comía lo necesario, para tener una alimentación adecuada, pues era escasa en cantidad y calidad, por lo que con frecuencia los más débiles padecían problemas intestinales severos. Las personas mayores y los niños eran los que más sufrían estas carencias con vómitos y diarreas, que en muchas ocasiones les llevaba a perder la vida si no se atajaba pronto. Los medios médicos eran escasos, igual que el dinero, por lo que muchas familias se endeudaban por muchos años, al pedir prestado dinero para poder hacer frente a los gastos que estas enfermedades obligaban, pues se tenían que desplazar a la capital para que les atendiera un médico con ciertas garantías y pagar los tratamientos. Las guerras no traen más que desgracias, siempre son los pobres los perdedores y los ricos se hacen con el poder, para gobernar que es lo que quieren lograr. Los gobernantes que se dejan llevar por los intereses de su bien estar solo hacen lo que les manda el capital y asegurar sus futuros cuando dejen el cargo, porque ansían el poder para gobernar y tener llenos sus pesebres y no se preocupan que el pueblo cada vez sea más pobre.
Son las siete de la mañana… hace frio y amenaza lluvia, pero hay que esperar a ver si con suerte puede trabajar para llevar a casa el jornal. Lleva un mes en el pueblo y apenas ha trabajado, pues el capataz de la finca desde que se negó sus propósitos con él el primer día que se lo exigió, solo le da trabajo cuando no tiene otra para llevar al cortijo y cuando lo hace es para las peores faenas o trabajar en el campo. El trabajo en la casa no es muy duro, pues los quehaceres son mínimos entre semana porque no están los dueños, pero el capataz chantajea a algunas mujeres con no darles trabajo si no aceptan acostarse con él.
Cuando están los dueños tampoco es mucho mejor, aunque hay más mujeres que trabajan para atender a la familia y cuando llega la época de caza llevan muchos amigos y estos creen tener otros derechos con las empleadas.
En las faenas del campo algunos manijeros también intentaban abusar de las mujeres y buscan cualquier excusa para quedarse a solas, para complacer sus deseos con la amenaza de decirle al capataz que no valen para el trabajo y no las vuelvan a llevar al cortijo. Es duro el trabajo para la mujer y antes aún peor cuando los métodos anticonceptivos eran escasos y los embarazos no se podían evitar, si estaba casada el marido “seria el padre” y si era soltera, se quedaba “marcada” o tenía que marcharse antes de que se le notara.
El derecho a pernada era una práctica habitual, que se daba en algún caso de niñas y adolescentes ultrajadas por los dueños y capataces, sin que nadie pudiese hacer nada para impedirlo, porque si lo denunciaban las consecuencias podían ser muy malas. En estos ultrajes, en caso de embarazos y nacimientos de las criaturas, eran criadas como hermana/o de la propia madre.
En una época de miseria y necesidad, que por cuestiones políticas los pobres tuvieron que pasar. El rocío de la noche deja su manto blanco, en las mañanas frías del nuevo día, las manos duelen arrancando monte en la umbría, con la espalda encorvada todo el día, el aire frio que hace grietas hasta en el alma. Duros inviernos aquellos con la esperanza de encontrar un mejor mañana, días de rocío y heladas, desde la noche al alba, el sol del nuevo día traerá rayos de templanza. Días tristes esperando una luz que ilumine su destino, poder quitar las piedras que encuentra en el camino, para no tener por amo a quien condenó a su marido, solo desea que vuelva pronto a casa, con su mujer y sus hijos.
Pensando el hoy ya no cree en el mañana, la justicia es para ricos y los pobres no tienen nada, porque las penas son menos penas, si sus hijos tienen pan y aceite para desayunar por la mañana. No hay nada más triste en el mundo que el sufrimiento de los niños, no se puede consentir que paguen los errores que cometen los mayores, son inocentes que solo merecen protección, educación y el amor son la obligación de sus padres y los gobiernos de la nación. Un niño es el tesoro más hermoso de la vida, no tiene que ser motivo de conflicto, su existencia no se tiene que verse afectada por problemas en las relaciones de sus padres. Las enfermedades no perdonan y nadie está libre de padecer alguna, pero cuando es un niño, quien la sufre hay que buscar el remedio aun con más ahínco, para que su sufrimiento sea el menor posible. Hay que darle nuestro apoyo y esfuerzo, para que viva y crezca en un ambiente rodeado de cariño y comprensión. ¿Hay algo más bonito que la felicidad de un niño? ¿Hay algo en el mundo, que merezca más nuestra ayuda y amor? La vida de un niño es lo más importante. Para ellos no hay diferencias en el color, clase social o capital, los niños son lo más importante de nuestras vidas, hay protegerles y cuidarles y sobre todo darles amor, respeto y felicidad. La familia o el estado tienen la obligación de garantizar su educación.
En las viviendas también se notaba la diferencia con los “ricos” ; ellos vivían en la calle principal en grandes casas y mejores servicios, normalmente eran de dos plantas con pozo y patio propio, daban a dos calles con las cuadras en la parte trasera con entrada y salida de ellas.
El cura, el juez, el mando con mayor graduación de la guardia civil, el alcalde, el secretario del ayuntamiento, el médico y los caciques, eran la “clase alta”. Eran los más pudientes, comerciantes, hosteleros, cargos políticos de la época marcaban la actividad del pueblo.
Los pequeños comerciantes, ganaderos, agricultores con pequeñas propiedades y autónomos la “clase media”, el resto de los habitantes la “clase baja” y los pobres de solemnidad, que a estos todos los males que pasaban por el pueblo eran para ellos, desde las enfermedades, hasta los delitos que los civiles no daban con el verdadero culpable y que a base de palos se confesaban hasta de haber provocado el mal tiempo. Tenían unas viviendas humildes y pequeñas, de una sola planta a veces con el suelo de tierra endurecido con boñiga de vaca en las habitaciones, algunas tenían la cuadra en el fondo de la casa y los animales tenían que atravesar por medio, que era lo único solado con losas o cemento.
No tenían ni los más mínimos servicios, apenas luz eléctrica, el agua tenían que coger del pozo o la fuente pública más cercana y eran los que dependían de que algún pudiente o terrateniente le diera empleo, para ganar un jornal y mantener a sus familias.
Pero entre los pobres también existían diferencias y algunas familias eran aún más pobres con viviendas muchas veces compartidas con los propios animales y con precarias condiciones higiénicas, normalmente familias numerosas que dormían todos en la misma habitación.
Pasaron muchos años para que estas situaciones fueran mejorando, la luz eléctrica y el agua corriente en las casas supuso uno de los logros con más repercusión, se alcantarillaron las calles y con ello en las viviendas se acondicionaron los aseos y pavimentaron las viviendas, la mecanización en los trabajos fue haciendo que los animales fueran sacados de las casas. La obligación por parte de los empresarios de hacer contratos de trabajo y dar de alta en la seguridad social a los empleados, el acceso a la sanidad pública, supuso la mejora sanitaria para las familias menos pudientes y que antes solo estaba al alcance de los que podían pagarla o endeudarse para poder salvar al enfermo.
***En esa época las mujeres no podían desaprovechar ningún trabajo y cuando salía alguno era lo prioritario, (lavar ropa, pintar fachadas, limpiar las casas de los más pudientes etc.) por el pueblo y en el campo en la recogida de cualquier cereal, incluso faenas que eran de hombres por el esfuerzo físico que requerían. Así que los hijos se quedaban solos o cuidados por los hermanos mayores si los tenían, porque al cumplir diez o doce años, también tenían que trabajar, de aprendices, cuidando, ganado o cualquier trabajo que pudiesen realizar, para ganar algo por poco que fuera, algunos incluso por la comida.
Eran tiempos que la necesidad era mucha en las familias más pobres, tenían que arriesgarse a dejar sus hijos solos, para poder salir adelante y confiaban en los familiares o vecinos. Los más pequeños andaban por las calles y alrededores del pueblo todo el día, estaban expuestos a infinidad de peligros o circunstancias, que por su corta edad no debieran, pero también aprendían pronto a defenderse y buscar protección ante cualquier peligro o imprevisto. Lo peor era cuando algún desaprensivo intentaba abusar de la inocencia con amenazas y violencia para que no fueran denunciados.
Si el día amanecía lluvioso y no se podía salir al campo a trabajar, lo normal era pasarlo reunida toda la familia en la casa. Los niños al salir de la escuela iban jugando por los charcos de agua, caída en el último chaparrón en la calle sin asfaltar. Luego se secaban alrededor de la candela entre risas, mientras asaban bellotas y la abuela les contaba una historia, con tanto entusiasmo que los niños creían estar viviéndola, quedando impresionados por la seriedad de quien la estaba narrando. Mientras tanto los hombres aprovechan para hacer pequeñas reparaciones en los aparejos de las caballerías, o se reunían en la taberna para hacer algún trato, delante de una botella de vino, jugaban a las cartas o al dominó para pasar el rato. Las mujeres no paraban, cosían y hacían todas las faenas del hogar que tenían atrasadas por tener que ir a trabajar donde salía. La comida familiar era una fiesta en ese día, pues la reunión de la familia si la economía lo permitía y no se resentía, unas «Migas» que era comida barata donde se aprovechan las sobras del pan de varios días, remojado y bien escurrido, aceite de oliva, unos dientes de ajos y los recortes, de chorizo, salchicha, o tocino, se hacía una de las comidas más populares del invierno, acompañadas de unas sardinas arenques o cualquier carne o chacina, asadas en las brasas de una buena candela.
Cada domingo, al primer toque de campana para la misa de las doce, veía pasar por delante de su puerta a Manolito vestido con sus mejores ropas, los zapatos brillantes y calcetines hasta la rodillas, cogido de la mano de su madre, una mujer entrada en carnes vestida con un traje de chaqueta, zapatos de medio tacón, velo por los hombros, misal y el rosario en la mano derecha, a su lado el marido con traje y corbata, bigote bien recortado y el pelo engominado con la raya al lado (que parecía hecha con un tira líneas); era concejal del ayuntamiento y derrochaba sonrisas con todos los que se cruzaban. La pregunta que le hacía siempre el hombre era la misma… ¿Joselito tú no vas a misa? ¡No sé… se lo preguntaré a mi madre! El concejal dirigiéndose a su mujer decía… ¡Estos rojos son todos ateos!
Joselito se calla y mira a su madre que, después de estar toda la semana trabajando fuera, tiene toda la casa para sacarla adelante y aún le quedará tiempo para ir en casa de la vecina a leerle la carta, que su hijo le ha mandado desde el extranjero donde se fue buscando trabajo. El niño a veces entraba y le preguntaba, otras veces no se atrevía al verla tan atareada y prefería no ir a misa.
¡Joselito!… ¿Por qué no vas a misa, acaso no crees en Dios? –Creer sí creo, pero no creo lo que dice el cura, porque dice que todos somos hijos de Dios e iguales para él y no es verdad, porque si fuera así no existirían guerras, hambres, ni enfermedades incurables, si existiera un Dios todo poderoso no permitiría que unos pocos lo tuviesen todo y otros nada, que los pobres muriesen de frio, mientras los ricos abusan de su opulencia.
¡Creo que si hubiese un Dios como ellos predican, la justicia sería igual para todos y las desgracias no serían siempre para los mismos! –Yo creo en las personas sinceras y honradas, en quien ayuda al que lo necesita sin pedir nada a cambio, en quien ofrece su amistad con un apretón de mano y en los que van de frente sin menospreciar a nadie.
Cuando su madre lo arreglaba para asistir a misa algunas veces, siempre iba solo y con el encargo que al salir visitara a su abuela y a continuación buscara a su padre para volver con él a la hora de comer al mediodía. En las iglesias los primeros bancos se reservaban a las autoridades, «fuerzas vivas», después el resto de asistentes y los niños, que debían estar en un sitio visible donde el maestro los pudiese ver y así evitar el castigo de los lunes, que consistía en escribir cien veces «no faltare a misa los domingos y fiesta de guardar».
A la salida tenía que cumplir el encargo de su madre y después de visitar a su abuela, se ponía a buscar a su padre por las diferentes tabernas a las que solía ir, y al pasar por el bar/restaurante donde se reunían los más pudientes, para tomar el vermut con sus familias volvía a ver a Manolito con sus padres y gente de su círculo sentados en la terraza. El olor que salía por la ventana de la cocina o la puerta del establecimiento daba una idea de los manjares que allí se cocinaban y procuraba aminorar el paso para deleitarse del aroma más tiempo, pues en los locales que frecuentaba su padre aun teniendo buena cocina, las tapas eran distintas.
Una vez que encontraba a su padre lo habitual era que le diera un «buchito» de lo estuviese bebiendo y le diera a comer la «tapa» antes de mandarle que se fuera a casa con el recado para su madre de que él ya iría y no lo esperasen para comer. Él nunca vio a sus padres salir de paseo juntos, no recuerda haberlos visto cogidos del brazo o darse un beso, aunque esto en su casa era habitual, tampoco él recibía muchos besos.
En las viviendas también se notaba la diferencia con lo “ricos” ellos vivían en la calle principal en grandes casas y mejores servicios, normalmente eran de dos plantas con pozo y patio propio, daban a dos calles con las cuadras en la parte trasera con entrada y salida de ellas.
El cura, el juez, el mando con mayor graduación de la guardia civil, el alcalde, el secretario del ayuntamiento, el médico y los caciques, eran la “clase alta”. Eran los más pudientes, comerciantes, hosteleros, cargos políticos de la época que marcaban la actividad del pueblo.
Los pequeños comerciantes, ganaderos, agricultores con pequeñas propiedades y autónomos la “clase media”, el resto de los habitantes la “clase baja” y los pobres de solemnidad, para los que se reservaban todos los males que pasaban por el pueblo, desde las enfermedades, hasta los delitos que los civiles no daban con el verdadero culpable y que a base de palos confesaban hasta de haber provocado el mal tiempo. Tenían unas viviendas humildes y pequeñas, de una sola planta a veces con el suelo de tierra endurecido con boñiga de vaca en las habitaciones, algunas tenían la cuadra en el fondo de la casa y los animales tenían que atravesar por medio, que era lo único solado con losas o cemento.
No tenían ni los más mínimos servicios, apenas luz eléctrica, el agua la tenían que coger del pozo o la fuente pública más cercana y eran los que dependían de que algún pudiente o terrateniente le diera empleo, para ganar un jornal y mantener a sus familias.
Pero entre los pobres también existían diferencias y algunas familias eran aún más pobres con viviendas muchas veces compartidas con los propios animales y con precarias condiciones higiénicas, normalmente familias numerosas que dormían todos en la misma habitación.
Pasaron muchos años para que estas situaciones fueran mejorando, disponer de luz eléctrica y agua corriente en las casas supuso uno de los logros con más repercusión, se alcantarillaron las calles y con ello en las viviendas se acondicionaron los aseos y pavimentaron las viviendas, la mecanización en los trabajos fue haciendo que los animales fueran sacados de las casas. La obligación por parte de los empresarios de hacer contratos de trabajo y dar de alta en la seguridad social a los empleados, el acceso a la sanidad pública, supuso la mejora sanitaria para las familias menos pudientes y que antes solo estaba al alcance de los que podían pagarla o endeudarse para poder salvar al enfermo.
¡Cuentan de un sabio que un día… tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba… de unas hierbas que cogía! Así empieza un poema de Espronceda y esto es lo que pasó durante un tiempo en nuestro país, no se sabía quién era más pobre, en muchas casas de familia no sabían si tendrían para comer ese día o al siguiente, la búsqueda de cualquier trabajo para conseguirlo era la odisea diaria, con la única meta… la supervivencia.
Los que tenían posibles y los gobernantes eran los únicos que lo tenían más fácil, con dinero unos y los privilegios otros, tenían lo que de “sus” desechos otros comían. La pobreza era extrema, la explotación de los braceros del campo, por sus patronos era atroz, llegando a obligarles y trabajar en condiciones infrahumanas a toda una familia por la comida, una choza para dormir y unos retales, para remendar las ropas raídas de tanto uso. El derecho de pernada era una práctica habitual, las niñas adolescentes eran ultrajadas por los dueños y capataces de algunas fincas, sin que nadie pudiese hacer nada para impedirlo, porque si lo denunciaban las represalias eran peores.
En las fincas a los braceros, los capataces y manijeros les hacían trabajar de sol a sol, amenazándoles con despedirlos si protestaban.
Si se negaban a denunciar la caza furtiva eran despedidos, convirtiéndolos en chivatos y poniéndolos en contra de quien no tenían otro medio de vida.
Para trabajar y llevar el jornal a casa el orgullo y la dignidad se lo tenían que tragar junto con las lágrimas y el sudor, para no ir a buscar trabajo donde fuera, porque en todas partes era igual, sin poder quejarse de los abusos y humillaciones sacándoles hasta el último resuello.
El campo tenía muchos recursos para la subsistencia de muchas familias, aunque no lo ponían fácil porque se contraían muchas enfermedades digestivas, sobre todo a los niños que eran los que más lo padecían.
Para paliar la ruina que padecían tenían que dejar la escuela para emplearse de lo que fuera y poder colaborar en la economía familiar. También la sanidad precaria, la falta de higiene, junto a la peor alimentación, hacía que los más débiles sufrieran las más diversas enfermedades. Si las familias no tenían medios ni dinero para remediar estas adversidades, tenían que pedir prestado y endeudarse, para salvar si se llegaba a tiempo a quien por desgracia enfermara, pues habían muchos lugares que no tenían médicos ni los medios adecuados para remediar al enfermo y tenían que desplazarse hasta la capital, para ser atendido en un hospital por un médico especialista. Para los pobres era un alivio, que un miembro de la familia pudiese salir de aquella miseria, aunque fuera a costa de tener una mano de obra menos, provocada por quienes teniendo los medios para evitarla, no hacía más que empeorar la situación, para seguir humillando a los miserables campesinos. Hoy aún quedan terratenientes y empresarios que pretenden con su actitud, seguir esclavizando a los trabajadores del campo como dueños y señores de todo lo que les rodea.