Mari Carmen Azkona-In Memoriam-Juan A. Herdi

Mari Carmen Azkona

 

«Navegar por los recuerdos/ atravesando en silencio / el espacio de la memoria»

Mari Carmen Azcona

 

Suele decirse que nadie es imprescindible. Pero no es verdad. Hay personas que lo son, que resultan esenciales en el día a día, que logran romper con la rutina cotidiana, que nos retan a ser mejores. De pronto nos topamos con su ausencia y nos damos cuenta del silencio y del vacío que se imponen sin remedio, y surge así ese sentimiento de culpa por no haber conseguido tal vez que la persona en cuestión, la que nos falta, se sintiera como la sentimos ahora, imprescindible.

El pasado 25 de agosto moría Mari Carmen Azkona. Aun cuando intuida o esperada, la noticia no dejaba de ser para muchos tremenda, hiriente, y nos descorazonaba en este final de verano en el que albergábamos tantas esperanzas por hacer tantas cosas juntos. Cumpliremos con muchos de nuestros propósitos, sí, pero ya no será lo mismo.

Estos días hemos conversado mucho sobre su cercanía, sobre la amistad. Aquí nos hemos de circunscribir, no obstante, al pasado de Mari Carmen Azkona en su doble faceta de escritora y de activista cultural. Ambas fueron las dos caras de una misma moneda. O de una misma personalidad, la de una Mari Carmen Azkona comprometida con la literatura, con la cultura en general más allá de su propia particularidad. Aunque la cultura que ella defendía nada tenía que ver con una lista de renombres ni con las famas vanidosas a la que, por desgracia, nos estamos habituando, sino con una actividad colectiva, comunitaria y social, además de personal. Quizá sea algo que por desgracia esté cambiando en esta sociedad del espectáculo donde lo cultural cada vez parece tener menos importancia. Pero así lo entendía ella y lo trasladó a su vida, a nuestra vida.

Escribía sin duda por esa necesidad de entenderse a sí misma y asumir la realidad envolvente, no siempre comprensible, a menudo doliente. Pero no se limitaba a esa intimidad de la escritura, necesitaba además socializar su interés por lo literario y por el arte, pero también por la naturaleza o por la historia, encontrando siempre la relación con la poesía, eje central de todo su quehacer. Portugalete devino así el escenario de numerosas presentaciones literarias, recorridos culturales y poéticos, conferencias, jornadas, fotografías, incluso una feria de libros que la pandemia primero y después la enfermedad impidió continuar. Sus lazos se extendieron también más allá de lo local.

Su activismo cultural puso en contacto a muchas personas, la convirtió a ella misma en una cartógrafa de un amplio mapa de vínculos y de afectos que ha ido más allá de un interés común, la literatura, sin duda porque la Cultura, así, en mayúscula, no es sólo algo trascendente, no debiera quedarse en eso, sino sobre todo es la argamasa para construir lazos de amistad, respeto y diálogo. Para crear comunidad, en definitiva, algo importante cuando todo parece estar en nuestro mundo patas arriba y las cosas cambian tan deprisa, no estamos muy seguros de si a mejor o sólo, en el mejor de los casos, hacia algo diferente.

Nos deja sus escritos, Patchwork, Enredados o El silencio de los puntos suspendidos, numerosos poemas y relatos, algunos premiados, otros reunidos en libros colectivos. Y la demostración que toda obra, al final, forma parte de la propia vida, es la vida misma. Por eso quien así lo ha entendido se vuelve, de un modo absoluto, imprescindible, alguien esencial que no se va a quedar en un rincón de nuestro pasado, sino que pervivirá en nuestro día a día.

Juan Marsé (In Memoriam)

La noticia de su muerte nos ha abrumado por tratarse sin lugar a dudas de uno de los mejores escritores en lengua castellana, aunque como manda el tópico, pero tópico cierto, nos queda su obra, una obra inmensa en la que la memoria, la ternura con los derrotados y una ciudad como trasfondo fueron sus piedras angulares. Pero además Juan Marsé representaba para muchos de nosotros un ideal de escritor, por completo ajeno en esta sociedad del espectáculo a las bambalinas que de tanto en tanto asoman con más fuerza que la propia literatura. Con él no pasaba, le importaba la literatura, tanto que experimentó y no quedó encasillado en una misma fórmula hasta la saciedad. Y esto no hay nada que lo pueda suplir. Experimentó incluso a sabiendas de que eso le podía suponer no poder publicar en tiempo de censuras, lo que le ocurrió con Si te dije que caí, consciente mientras la escribía de que no la podría publicar en España. Pero tuvo recursos: en su caso por amistad y por generación consiguió publicar en México, fuera de las zarpas de la censura oficial, institución nefasta donde las haya.

No en vano, Juan Marsé vivió en un tiempo y una ciudad en las que las dos orillas de lengua castellana se reencontraron de la mejor manera, sin invasiones ni guerras, sólo a través de la escritura, de la ficción, de una narrativa con garra. Tal vez tendríamos que incorporar al boom –qué malo la etiqueta, seguimos pensando muchos– a escritores, críticos y editores de este lado: Vázquez Montalbán, Gil de Biedma, Carlos Barral, Castellet, Gabriel Ferrater, el propio Juan Marsé, también por cercanía a este grupo de Barcelona, Juan García Hortelano, desde luego, no podemos desligar de Marsé al grupo de escritores que compartieron con él época, letras y en muchos casos amistad. Escritores latinoamericanos y españoles fueron en ese momento magníficos contadores de historias, escritores rigurosos con el lenguaje, recolectores de la memoria, creadores de personajes con una fuerza inmensa. Ni qué decir tiene que cuando hablamos de personajes literarios surge el Pijoaparte, pero no sólo existe este arquetipo ya de los barrios periféricos: en todas las novelas de este autor los personajes atrapan, tienen garra, entusiasman, emocionan.

Juan Marsé en su juventud

Pero además Juan Marsé consiguió convertir amplias zonas de Barcelona en un personaje más. El norte del barrio de Gracia, la Salut, el Guinardó o El Carmelo, la calle Legalidad, el Cottolengo, la plaza Rovira con cine incorporado, el bar Alaska o el Delicias, la calle Camelias, entre otros, aparecen en sus relatos, en sus aventis, de un modo tan visual que el lector, aun cuando no conozca estos rincones, los puede imaginar entre líneas. Tiene que ver sin duda con el realismo de su obra, que no quita del disfrute de su prosa, con ese juego de palabras o de tiempos verbales que le permitió construir siempre unos magníficos juguetes literarios.

Hemos perdido a uno de los grandes escritores. Pérez-Reverte lo ha calificado de clásico de las letras. Sin duda, con toda la razón. A todas luces, es uno de los escritores esenciales en muchos sentidos.

Belén Bermejo, in memoriam

Que sea en un momento como éste, cuando tan necesarias son las miradas dignas, críticas y clarividentes, cuando los defensores de la poesía resultan tan imprescindibles porque la poesía es la única manera de escapar al desasosiego, que nos enteremos justo ahora, a las puertas de un verano, también de una nueva distropía que a muchos nos sobrecoge, y que sea casi por sorpresa, aunque fuera previsible, vuelve su muerte más dolorosa si cabe. Nos habíamos acostumbrado a que lanzara por twitter sus píldoras de optimismo y sapiencia, en un momento en que es fácil derrumbarse en el fatalismo porque el paisanaje muestra su lado más brutal, cuando el pensamiento o la belleza se sustituyen por lo banal y lo superficial, y por ello nos faltará ese comentario suyo siempre irónico, la ironía es, ya se sabe, fruto de la inteligencia. Echaremos de menos sus recomendaciones literarias, sus fotografías, las de los rincones que tanto amaba pero también las que iba conformando con sus comentarios. Nos faltará desde ahora sus descripciones de la realidad, apenas una brecha, pero podíamos vislumbrar a través de ella todo un mundo distinto, un mundo de palabras, de reflexión, de belleza, de libertad.

Ha muerto Belén Bermejo y, aun cuando pudiera ser previsible, nos conmueve porque de pronto sentimos que con ella se nos va parte de nosotros mismos, aunque sea una parte chiquita, una pizquita de lo que somos. Ahora mismo la literatura es uno de los pocos ámbitos en los que el yo se diluye necesariamente en un nosotros, es fundamental que nos mezclemos en una comunidad conformada por autores, editores, lectores, paseantes todos de un paseo de palabras que transportan sentimientos, ideas, visiones, emociones. Por eso, al enterarnos de una muerte, la muerte de alguien que forma parte de esta comunidad, lloramos por la persona que marcha, pero también por nosotros mismos, que nos quedamos más solos. 

Belén Bermejo había sido editora y se había comprometido con la difusión de la poesía. A todas luces, era una tarea titánica, pero se había empeñado en ello, lo había convertido en uno de sus trabajos esenciales. Utilizó todos los medios a su alcance para despertar el interés por pensar y leer, por alentar una rebeldía ante la adversidad, y lo llevó a cabo hasta el final, con su ironía y sin ocultar las debilidades del momento, tanto en lo personal como en lo colectivo, quizá no haya distingos. 

Es un tópico: nos queda su labor editorial, sus aportaciones al mundo literario. Pero también la certidumbre de que sólo desde la proximidad y el diálogo permanente, pausado y sin alharacas, podremos construir un entorno mejor, incluso en medio del peor de los mundos, que es algo que nos demostró. Seguirá formando parte de ese entorno, no cabe duda.

Gracias, Belén Bermejo.