
Razones para amar la poesía
Abdennur Prado
Primero, por la liberación que proporciona con respecto al logocentrismo y a la tiranía del sentido. En la poesía las palabras dejan de ser meras herramientas para comunicarse y recobran su dimensión telúrica, sin importar lo que de ellas diga el diccionario. Son como fuerzas naturales que tienen raíces en el cielo. Se aman con un furor de trueno o sienten el dolor de las profundidades. Otras veces se calman y nos embriagan con su triste dulzura. Otras veces responden al sol de lo invisible con una transparencia clandestina. A menudo danzan, incluso sudan y se mean. Hagan lo que hagan, son siempre mucho más que palabras.
Segundo, porque la poesía implica una apertura a un plano de la realidad que queda vedada tanto a los sentidos físicos como a la razón. Podemos llamarlo mundo imaginal, el no mundo, la otra orilla, el no lugar, lo oculto… En árabe, barzaj: mundo intermedio entre los planos físico y espiritual. Es la tierra del alma. Allí podemos encontrarnos con seres increíbles. Se producen visiones y se despierta la imaginación creadora.
Tercero: porque la poesía es refractaria a cualquier moral codificada. La razón no está en que el poeta sea un inmoralista, sino en que la poesía no responde a criterios doctrinales o filosóficos establecidos, sino a la verdad desnuda. Una verdad vivida, en cada caso única, siempre a contrapelo. Muchas veces el poeta no sabe lo que el poema le dirá antes de escribirlo. Lo poético tiene precedencia sobre su persona.
Cuarto, porque el yo en la poesía se disloca, se sale de sus goznes, se aventura a ser otro y otro y luego otro, eternamente fuera de sí mismo. A veces se desdobla, otras veces se puebla de extrañas criaturas, o se transforma en un espectro. En el poema, el poeta deja de ser persona, deja de ser humano. No hay humanismo en poesía. Solo hay humo de ser o lava de volcán, o agua fértil de las profundidades. Hay truenos y alambradas, pero también espejos y nubes de azabache. Hay fuego de hogar y calma inesperada. Hay inodoros rojos y heridas encendidas. Hay mucha mierda, pero también escobas y escaleras. Hay amor a raudales y hay deseo. Hay fuerza y comunión con lo divino.
Quinto, porque la poesía es una celebración, con una dimensión ritual. La vivencia lírica tiene un sentido y un poder análogos a una iniciación en los misterios: implica un desvelamiento de la realidad y el descentramiento de uno mismo, conectándonos de forma única y auténtica con las leyes eternas de la vida.