Reseña literaria por Juan A. Herdi

Aroa Moreno Durán

Mañana matarán a Daniel

Random House, 2025

 

Estamos a cincuenta años de distintos hechos en España que han tenido una repercusión enorme en la evolución del país. Cincuenta años de la muerte del dictador, por ejemplo, sin ruptura, una transición que sin duda comenzaría ya a prepararse unos años antes del fallecimiento mencionado. Cincuenta años sin que se haya investigado del todo, apenas una parte mínima, los efectos de la represión, ni siquiera se conocen los detalles de la ubicación de muchas de las fosas donde se hallan los cuerpos de los ajusticiados en aquella larga noche. Cincuenta años también de los últimos fusilamientos del régimen, dos militantes de una facción de ETA y tres militantes del FRAP.

Un hecho casual descubre a la narradora de este relato, entre el relato ficcional de un capítulo de la historia española y la propia investigación del mismo, el lugar donde se fusilaron a tres de los últimos sentenciados a muerte, de cuya existencia apenas sabe nada, tampoco de su militancia ni de las circunstancias que les llevaron a ella. Comienza así un peregrinaje a archivos y registros, a conversaciones con familiares y conocidos, a leer notas de prensa de la época y a encontrarse con correligionarios de los ajusticiados que puedan hablar de ellos, todo ello en otro paisaje apocalíptico, el de la postpandemia, y para rememorar aquel momento pasado, esa anécdota nimia, una más de lo muchos hechos ocurridos, que ya es, poco a poco, objeto del olvido, ese olvido colectivo tan propio de este país.

La autora, de este modo, se centrará sobre todo en uno de ellos, José Humberto Baena. Ubicarlo en su contexto, narrar sus pasos previos a la detención y a un juicio sin garantías, decidida ya la sentencia de antemano, será ésta la labor de esta indagación y dará lugar a su vez a una reflexión de la época, un momento que es clave para conocer esos años, pero también el punto en que estamos, al fin y al cabo cincuenta años tampoco son nada y todo deja su poso en toda historia que es también presente.

El resultado es este libro, un relato en el que no se juzga ni se opina, bastan los hechos tal como ocurrieron, descritos con ese estilo afilado al que nos tiene acostumbrado Aroa Moreno Durán, puro impresionismo literario. De este modo, la literatura nos sirve de nuevo para conocer la realidad, conocernos a nosotros mismos como sociedad. Queramos o no, vivimos las consecuencias de aquel tiempo, somos parte de la historia y tal vez debamos plantearnos cómo hubiéramos reaccionado o qué habríamos pensado de vivir aquel momento. A todas luces una reflexión necesaria para afrontar los retos del presente, que se nos ciernen a menudo con toda su crudeza.  

Reseña literaria por Juan A. Herdi

Javier Cercas

El loco de Dios en el fin del mundo

Random House

El destino, el azar o la providencia, juntas o por separado, han querido que este libro llegase a las librerías días antes de la muerte del papa. Porque Javier Cercas ha escritomucho en él sobre Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, un hombre que, no cabe duda, ha llamado la atención por sus propuestas renovadoras y su dinámica rompedora, por una forma de actuar que a veces ha sorprendido, ha sido incluso polémica, no sólo entre los fieles católicos, también entre personas ajenas al catolicismo, adeptos a otras confesiones, ateos furibundos o agnósticos sin embargo interesados por cuestiones espirituales o religiosas. De hecho, hay una crítica formulada a menudo por sus contrarios y detractores en el seno de la Iglesia que parte de este interés e incluso simpatías de sectores ajenos a la misma, que inclusive, acusan los críticos, han osado opinar sobre cuestiones de la Institución, algo que el propio Obispo de Roma parecieraque ha buscado de un modo explícito.

Este libro puede ser una prueba de esto último. El mismo autor lo ha contado en su inicio y en las numerosas entrevistas concedidas: en mayo de 2023, cuando firmaba ejemplares de sus obras en el Salón del Libro de Turín, un alto representante del Vaticano se le acercó para proponerle viajar en el séquito del Papa a Mongolia y que escribiese sobre ello con absoluta libertad. Fruto de la sorpresa, Javier Cercas no pudo evitar recordarle al proponente que él era ateo, lo era desde la lectura en su juventud de San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno –la referencia al libro no es gratuita–, que era anticlerical, que ha vivido al margen de la Iglesia en una España que se ha desacralizado a marchas forzados los últimos lustros, aunque la Institución pretenda incidir aún hoy en el país y se mantengan algunos ritos, aunque cada vez con menos significado para una parte importante de la población. Que lo sabían desde el Vaticano, parece que fue la respuesta a su reacción, puede incluso que por eso mismo viniera la propuesta. 

Fue fundamental para decantar su aceptación el deseo de preguntarle al Papa Francisco si era cierto que su madre, tal como ella afirmaba convencida, vería a su marido, fallecido unos años antes, en la otra vida, convicción esta originada en su fe católica,una pregunta, parece ser, que pocas veces se le ha planteado a un Papa de un modo tan directo, por no decir ninguna. 

De este modo se inició la aventura que desembocó en este libro. En él, como no puede ser de otra manera, tal era en gran medida la propuesta recibida, se habla mucho de Jorge Bergoglio, de la polémica que le rodeó siempre, de su labor pastoral en Argentina, no exenta de zonas en penumbra, también de sus compromisos sociales, del intento de continuidad de su línea en el Vaticano. Pero a decir verdad el tema no es tanto el Papa Francisco, sino la presencia del catolicismo, de la Iglesia Católica, en las sociedades europeas, sobre todo las del sur, que han modificado con suma rapidez su relación con la fe, y su importancia en la vida actual, tan desacralizada. También nos habla del diálogo con los no católicos, con quienes se han alejado de la fe o nunca siquiera la han tenido, de quienes viven en una cultura con base católica, pero que en gran medida ya ha dejado de ser católica. 

De este modo, Mongolia, un país con una proporción ínfima de católicos y presencia de misioneros de otros continentes, se convierte en el espejo en el que se refleja el catolicismo europeo. A partir de este contraste y también de las conversaciones tan intensas con religiosos, funcionarios vaticanos, personal civil que trabaja para la Iglesia y sus organismos, Javier Cercas retoma la reflexión que le planteó la novela de Unamuno y él mismo parece interpelado por los planteamientos que se le vanformulando. Al fin y al cabo, en cualquier diálogo sincero e intenso las partes que intervienen cambian sin duda en todos los aspectos. Es inevitable.

Este libro se convierte de este modo en una reflexión sobre la religión en la sociedad actual, de su papel en lo colectivo, pero también en lo personal, se pertenezca o no a alguna confesión, se comparta o no sus planteamientos, teniendo en cuenta también que sus valores y sus concepciones forman parte de ese mundo de ideas que constituyen la visión de la realidad que cada persona se va construyendo a lo largo de su vida. En cuanto a la pregunta que parece obsesionarle a Cercas, la del reencuentro de su madre con su padre en el más allá, para conocer la respuesta que le da al Papa Francisco habrá que leerse el libro.

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Almudena Sánchez

Fármaco

Random House, 2021

Estamos ante un libro inquietante. No sé si es el calificativo adecuado, pero sí es lo que produce, una vaga inquietud que va en aumento a medida que se avanza en su lectura. A pesar de la ironía, que ayuda bastante a comprender lo que se cuenta. O se narra. A pesar de que intuimos que el final será feliz, de lo contrario no tendríamos el libro entre las manos. A pesar también de que muchos lectores avanzarán por sus párrafos con ansia de comprender un proceso que asumimos que existe y que nos puede ocurrir también a cualquiera, con independencia de las circunstancias de cada cual, buenas o malas.

Almudena Sánchez nos habla abiertamente, sin tapujos, la expresión viene muy al dedo aquí, de su depresión, de ese estado anímico durante mucho tiempo incomprendido, antaño denominado melancolía, y que además, con la pandemia, adquiere una nueva carta de naturaleza: se ha extendido, visible o no, un profundo malestar en todos. La autora nos ofrece una confesión, aunque sin el significado que le da el catolicismo, no hay propósito de enmienda ni petición de perdón, aun cuando en algún momento lo pidiera en la realidad, pero su escritura no lo es. Más bien cumple, creo, con una de las funciones, de los porqués, que se atribuye a esta manía de escribir: comprender(se), incluso poner algo de orden. Busca romper con esa mudez con la que no sólo la autora ha crecido, todos la hemos padecido y la padecemos de un modo u otro, con mayor o menor énfasis.

Estamos por tanto en un relato testimonial que nace, sin duda, de una necesidad, la de curarse también mediante la escritura, pero que al final, una vez desprendido el texto de las manos de su narradora, se vuelve sobre todo útil para el receptor, para el lector, como si el libro, en cierto modo, estuviera concebido a su vez para cumplir con las pautas de la teoría literaria de la precepción. Porque tal vez deberíamos analizarlo no por lo que es en su origen, sino en los efectos que pueda producir en los lectores y en la capacidad de comprensión de un estado de ánimo que se convierte en enfermedad. Y que permite afrontar un tema como el de la depresión o, en general, de la salud mental, con sus estereotipos manidos y el peligro de la estigmatización

Una comprensión facilitada por la literatura. No hay duda de que es la literatura la que permite muchas veces entender la realidad, más que los sesudos estudios analíticos. En definitiva, la prosa literaria convertida en vademécum para aprehender los mecanismos más sombríos de la vida. En este caso, además, hay mucha poética, hay ironía, hay un bello juego del lenguaje, hay dureza también. Ello convierte el relato en un perfecto artefacto, aun cuando rompa con todos los preceptos literarios, que para eso son las reglas también, para infringirlas y romper con lo más aséptico del formalismo literario.