
Durante la presentación de mi poemario “Cosas que no debería escribir una niña: molde para mujeres imperfectas” en el Centro Cultural de España en Malabo, la primera persona que levantó la mano para hacer una pregunta fue un joven de unos 26 años. Según él, tanto Melibea (que me acompañaba en la mesa junto con Francisco Ballovera) como yo, estamos más occidentalizadas que africanizadas y se nota que hemos leído muchos libros [europeos].
No es nada nuevo para mí que a una africana que se siente con derecho a ser respetada como ser humano, sin distinciones por sexo, sea señalada como una fanática de las “ideologías feministas europeas”. Pero me resulta un tanto sorprendente que los hombres quieran seguir escudando su egoísmo con la cultura y la tradición.
Resulta incluso gracioso que los hombres vean faltas en contra de la tradición y la cultura cuando una mujer anima a otras a vivir para alcanzar lo que realmente desean (no importa si es casarse y tener tantos hijos como lo desee su marido o ser una solterona y comer arroz con sardina todas las tardes, mientras sea eso lo que les hace felices y no un estilo de vida que hayan decidido llevar para complacer a otros…), estos mismos hombres no ven faltas en contra de la tradición mientras siguen viviendo en las casas de sus padres con más de veinte años, además de estar solteros y en paro o cuando deciden mantener relaciones sexuales de día y, para el colmo, con una chica de su tribu.
Para un hombre fang defensor de las tradiciones ancestrales, seguir viviendo en casa de sus padres después de los veinte años es malísimo, y seguir soltero a esa edad es exageradamente vergonzoso. Mantener relaciones sexuales de día es un tabú para muchas tribus y mantenerlas con una chica de la misma tribu se considera incesto. Todos esos aspectos parecen haber perdido importancia igual que las prohibiciones del Antiguo Testamento, porque el mundo actual es muy diferente al de nuestros ancestros. Sin embargo, las mujeres debemos seguir las reglas ancestrales dentro de este nuevo mundo cambiante, más inteligente que fuerte. Lo más irónico es que estos hombres solteros y dependientes, por su edad y condición no serían considerados hombres en una sociedad africana anterior a la invasión europea, por lo que no podrían tomar la palabra en público ni entrar en espacios como el abaha: porque todavía no son hombres. Actualmente, se levantan en público para decir que las mujeres estamos actuando en contra de los valores culturales de nuestros ancestros.
Tanto los que defienden la desigualdad de género como los racistas, no persiguen ningún interés patriótico ni mucho menos tratan de conservar las culturas y tradiciones. Todo lo que tratan de evitar es que pierdan los privilegios tras los que esconden su mediocridad, sus miedos y carencias.
Cuando entendamos que las mujeres no tienen por qué estar en pelea constante contra los hombres seremos más felices. Cuando entendamos que este mundo ya no necesita que uno se haga el duro mientras la otra le besa los pies iremos más rápido. Siempre diré que no soy feminista, no me hace falta ser feminista para saber que soy libre de estudiar medicina o secretariado si es lo que deseo.
Cuando me encuentro con gente como aquel joven, ya no lamento la desigualdad y el machismo, sino la ignorancia y la falta de empatía.
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