
Hay verdades y realidades que solo aceptamos y entendemos al vivirlas. Lo de ponerse en los zapatos de otro sólo es un dicho para despertar la empatía. Me quedé con las ganas de reírme cuando una afroamericana soltó no le gustan los africanos porque “nosotros vendimos a sus antepasados a los esclavistas”; vamos, que en África seguimos siendo los mismos que hace doscientos años y ninguno de nosotros sufrió la pérdida de sus seres queridos por la colonización. Quería reírme para no soltar un comentario grosero u ofensivo.
Durante todos los años que viví en mi país que, a pesar de todo, era mi hogar y mi lugar de confort, nunca fui realmente consciente de la discriminación, pese a que mucha gente vivía marginada y esclavizada a mi alrededor. Los colores de la piel no son el problema, las diferentes lenguas tampoco lo son, ni los territorios ni las costumbres. El problema está en nosotros, en nuestros miedos más absurdos, en la ambición más salvaje y en el odio nacido de la envidia.
En los libros de historia y las revistas leemos como la gente negra fue esclavizada durante siglos o cómo los judíos fueron asesinados cruelmente por los nazis. Estas lecciones necesarias en las escuelas que, a veces, acaban despertando sentimientos de odio e impotencia hacia la gente blanca, quizás debería quedarse en eso: lecciones de la historia para no repetir esas atrocidades. Por desgracia, las heridas del colonialismo en África siguen tan abiertas como las del holocausto judío. Pero lo más triste de todo es que el racismo, la discriminación y los prejuicios siguen encontrado justificaciones y espacio en nuestras sociedades por el egoísmo y la ambición de algunos.
Si a nivel mundial una persona negra se siente en desventaja frente a una blanca, en un país como Los Estados Unidos de América o Francia un ciudadano de origen africano se sentirá en desventaja frente a otro negro nativo. Este rechazo de un negro a otro negro ya no se puede llamar racismo, afortunadamente alguien ya lo describió como discriminación interseccional y esta confirma lo que pienso: el problema no son los colores de la piel.
Dos africanos en el extranjero se llaman hermanos, lo que en realidad les une es la miseria por la que temen pasar; porque si estuvieran en el país de uno este llamaría al otro extranjero, le robaría y trataría de abusar de él: ya no serían hermanos.
Dentro de una familia con las puertas de la casa abiertas para los primos y sus hijos, pese a que todos somos hermanos, también encontraremos la diferencia en el trato que les damos a los que nacieron del mismo vientre que nosotros. Incluso golpearemos y marginaremos a los primos sin una excusa razonable.
Las diferencias siempre existirán. Yo ya no creo que alguien me discrimina porque soy negra africana, la discriminación, desde mi punto de vista, es síntoma de algún problema mental propio de quienes también sufren de ignorancia forzada.
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