Fue un hombre hecho a sí mismo, creció y vivió en libertad sin tener que dar explicaciones a nadie, esa misma libertad marcó su existencia, era serio, leal a sus principios, y orgulloso.
Se había quedado sin padre muy niño, su madre le puso a trabajar en lo que salía y por las noches tenía que ir a la escuela.
Siempre anduvo de un sitio para otro, tratando con toda índole de personajes, visitando ventas y tabernas donde se realizaban todo tipo de tratos… (trabajos, cambios, compras, etc.) siempre delante de una botella de vino, rodeado de gente que iban con engaños o malas intenciones, unas veces salían bien las cosas, y otras no, pues en más de una ocasión podían terminar en riñas y peleas que le hicieron tener muy mal genio cuando se enfadaba.
Las injusticias de la guerra y los años posteriores aún empeoraron su carácter y lo hizo más desconfiado e independiente, ni el hecho de contraer matrimonio le hizo encontrar una estabilidad y atención hacia su familia.
¿Se casó por amor? Eso nunca lo sabremos porque incluso estando comprometido nunca dejó de hacer aquello a lo que estaba acostumbrado, y si tenía que irse varios días fuera del pueblo se iba sin dar explicaciones, como siguió haciendo una vez casado y después de que llegaran los hijos.
Su forma de ser y orgullo le dieron muchos problemas, nunca consintió la humillación de caciques, capataces o con quienes les contrataban el trabajo.
Solía trabajar por su cuenta y no soportaba que alguien le controlara o le mandara hacer algo con lo que no estuviese de acuerdo. Jamás se le vio de paseo con su esposa o los hijos, los días que no trabajaba los dedicaba a reparar o acondicionar los aparejos de los animales que utilizaba para trabajar, o en las tabernas de “tratos”.
Era delgado con un cuerpo menudo y cuando llegaba borracho a su casa apenas comía, si las cosas no le habían salido bien su mal genio lo pagaba con la familia, hasta que se quedaba dormido y cuando despertaba se volvía a marchar, a trabajar o a la taberna para seguir bebiendo.
¿No quería a su mujer ni a sus hijos? No les tenía maltrato físico pero con su mirada infundía mucho respeto, en una época de tanta necesidad no parecía que le importara mucho las de su familia, cuando tenía dinero antes de pagar las deudas de la casa, pagaba las contraídas con los proveedores de piensos y aperos para sus animales, le daba mucha importancia a su cuidado y siempre decía que “eran lo que tenía como medio de vida y no les podía faltar de nada”.
Las necesidades del hogar siempre eran problema de la mujer, el mantenimiento de la casa y los hijos para él pasaban a un segundo plano.
A veces se iba del pueblo durante varios días o semanas a trabajar y cuando volvía podía ser que llegara sin dinero o con el que apenas cubrían algunas deudas.
No era mala persona ayudaba a quien le pidiese cualquier favor, aunque le faltase para él o su familia.
Por estar trabajando desde muy joven conocía infinidad de actividades del campo… agrícolas, ganaderas, o la minería, también conocía toda la comarca próxima y las provincias limítrofes.
Igual que conocía las ventas y tabernas donde eran habituales todo tipo de personas, que eso le dio una visión de la vida diferente al resto y no fiarse de lo que le dieran sin haberlo ganado con su esfuerzo, no le gustaba los juegos de cartas o similares donde el interés por ganar se convierta en adicción, su único vicio era la bebida que no la dejó hasta su muerte.
La biblioteca de un escritor es, en efecto, aquel espacio en el que guardamos los libros que leemos y releemos, algo además fundamental para quienes escribimos. En este sentido, la de Umberto Eco fue una biblioteca enorme y que deja la biblioteca de cualquiera, la mía propia, con cierto complejo de inferioridad. No es extraño que en El Nombre De la Rosa el monje franciscano Guillermo de Baskerville le diera tanta importancia a los libros hasta el extremo de arriesgar su vida para salvarlos del fuego. La mayor biblioteca de un escritor, es a mi parecer, la de Umberto Eco.
En ella guarda joyas tanto de la Edad Media como libros ilustrados tan interesantes y valiosos que se considera una de las bibliotecas más importantes del mundo. Al fallecer Umberto Eco, su familia la donó al Estado Italiano.
Ahora la Biblioteca está repartida entre la Universidad de Bolonia y la Nacional de Milán. Ha sido una aportación valiosísima no sólo ya por los volúmenes, manuscritos y papiros, sino por la gran cantidad de libros únicos. La familia de Umberto Eco fue extremadamente generosa.
Umberto Eco se atreve a vaticinar que el hipertexto contribuirá a seleccionar aquellos libros que merecen y no merecen perdurar. Eso no es extraño, ya que el hipertexto, al igual que el algoritmo, permitirá mantener y difundir las obras.
De esta manera la biblioteca digital es un nuevo medio para difundir este patrimonio de la memoria humanística.
Si hay un escritor con una gran biblioteca entre libros antiguos y libros en papel, libros, algunos, deteriorados por el tiempo, ésta es la del autor italiano; he sabido de otras bibliotecas, pero ninguna como la de Umberto Eco.
Tiene textos en los que se apunta que el verdadero autor de la obra de Shakespeare es Francis Bacon y se formula la pregunta de si ese es el gran secreto de Shakespeare. Esto está fuera del tema en sí, pero tiene la biblioteca de Eco bastante bibliografía al respecto. Cosa que no me parece extraña, sabida es la erudición del autor sobre la literatura del renacimiento y la Edad Media, sobre todo de grandes clásicos como La Divina Comedia de Dante Alighieri.
No es de extrañar que Umberto Eco nos brinde ensayos magistrales sobre temáticas diversas. Por ejemplo, tiene un libro titulado De la estupidez a la locura que es una verdadera joya.
Vale la pena leer sus libros. Ya no sólo por su gran aporte al ensayo riguroso, sino por su gran magnanimidad bibliográfica. Es envidiable, justamente ahora que estamos en la era del libro digital.
Ahora las bibliotecas no ocupan espacio, ocupan Gigabytes, cambia la manera de leer y de escribir.
Eco es un gran ensayista y un intelectual que puede hablarnos de libros tan antiguos y sobre desconocidos autores, también nos habla de los nuevos avances en literatura electrónica.
Tiene perlas entre sus libros ilustrados y libros electrónicos. Justo es tenerlo en cuenta ahora que los libros están recobrando cierto interés en varios formatos. Son joyas de las que el gobierno italiano tiene el deber de custodiar. Y guardar con gran importancia para las generaciones futuras que se interesen por el libro en formato impreso. Ya no sólo como el gran invento que fue la imprenta de Gutenberg, sino también por la aportación de los copistas de los tiempos monasteriales y de las grandes bibliotecas de antaño.
La anécdota la vivió en primera persona y así la contó Gemma Nierga en una entrevista radiofónica. La periodista fue invitada hace unos años a participar en un curso en el departamento de periodismo de una universidad privada de Barcelona. Los estudiantes inscritos, jóvenes que iban a desarrollar su actividad profesional en los medios de comunicación, eran muchos de ellos de esta ciudad, los había también del resto de España y algún extranjero, los menos. En una de sus intervenciones se refirió a Manuel Vázquez Montalbán, no sólo un escritor muy presente en el último cuarto del siglo XX, también un maestro para todos los periodistas y articulistas de la época, entre ellos la propia Gemma Nierga. El autor había muerto en 2003, esto es, unos quince años antes del curso en cuestión. No creyó por tanto que fuera necesario presentarlo, daba por hecho que lo conocerían, incluso que le hubieran leído, bastaba con la mera mención de su nombre.
No obstante, para extrañeza de la periodista, notó cierta indiferencia entre los estudiantes. Pero lo que de verdad le sorprendió es que uno de ellos levantara la mano y preguntara quién era Manuel Vázquez Montalbán. Quién de ustedes lo conoce, preguntó entonces al auditorio. Nadie contestó.
Recordé al escucharlo lo que a mí mismo me ocurrió un poco antes, cuando apenas habían pasado diez años de la muerte del autor. Coincidí en Barcelona con un conocido, brasileño él, de paso por España, historiador interesado en la guerra civil española y afín, por ideología política, al POUM. Le recomendé El pianista, una de las mejores novelas del autor barcelonés y de inmediato fuimos a una librería del centro. No lo tenían. Fuimos a otra, aún más grande, y en ella nos dijeron que el libro estaba ya descatalogado y nos recomendaron preguntar en algunas de las librerías de viejo que hay detrás de la sede central de la Universidad de Barcelona.
¿Manuel Vázquez Montalbán olvidado, en la mismísima Barcelona además?
Por fortuna la editorial Cátedra recuperó poco después El Pianista en una de esas ediciones suyas tan cuidadas. Pero fue inevitable preguntarse, a raíz de ambas anécdotas, por los escritores olvidados, sobre todo los buenos autores, los que han marcado a varias generaciones de lectores, los que son leídos y admirados, los que ayudan a comprender la realidad y formularse preguntas e interesarse por las épocas a que se refieren sus obras, pero que de pronto desaparecen y ya nadie se acuerda de ellos.
Rememorar a Vázquez Montalbán me lleva a recordar a otro escritor, también de Barcelona, también de su misma época y que también escribió, entre otras, novelas policiacas con un sesgo de crítica social evidente: Francisco González Ledesma. Puede incluso que esté ahora mismo más olvidado.
No puedo evitar pensar a la vez en ambos autores, casi como una pareja imprescindible. Ambos destriparon la sociedad barcelonesa de un modo brutal, describieron sus miserias, sus vicios ocultos, sus grandezas como nadie, a menudo mediante las miradas cínicas del detective Pepe Carvallho o del inspector Ricardo Méndez, pero siempre, en todas sus novelas, no sólo las policiacas, con esa capacidad de finos observadores de una ciudad y un país que estaba cambiando a marchas forzadas. Sus novelas nos permiten entender cómo era el país en aquel momento, pero también podemos comprender, a partir de lo que nos cuentan, o de cómo nos los contaron, sus derivas actuales.
Ambos, por cierto, se dedicaron también al periodismo, además de su prolífica obra. González Ledesma llegó a ser redactor jefe en La Vanguardia, un periódico fundado en 1881, nada menos, sin duda uno de los más antiguos en España de entre los que existen hoy, aunque en circunstancias siempre muy cambiantes.
No hay duda de que la ficción posee una enorme capacidad para que el lector atento capte no pocas pulsiones de la realidad. También lo poseen la novela policiaca y el llamado género negro, es decir, la novela de temática detectivesca con ciertas características propias. Ahora las novelas de ambas temáticas tienen más un sesgo comercial muy marcado, quizá por ello suelen estar desprovistas de crítica social, cuando en muchos otros momentos y en circunstancias en que peligraban las libertades o directamente no existían fueron un modo de exponer una sátira mordaz de la realidad.
Manuel Vázquez Montalbán y Francisco González Ledesma nos muestran los claroscuros de una época clave cuyas consecuencias estamos viviendo todavía hoy. Como indica el tópico, son de una rabiosa actualidad. No podemos entender la España actual sin lo que ocurrió entonces y es por ellos que las novelas de ambos escritores desentrañan bastantes claves que no debemos pasar por alto.