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21º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
NEVANDO EN LA GUINEA
NºXXI 10-01-2.009
EDITORIAL XXI
Sobre premios literarios, tradiciones
culturales y espectáculos mediáticos
El año ha comenzado con la concesión de uno de los premios más emblemáticos de la literatura en España, el Premio Nadal que concede la Editorial Destino, una de las más importantes hoy y, cómo no, perteneciente al Grupo Planeta desde los años noventa. Sin duda es uno de los grandes premios literarios y no hay más que recordar algunos de los escritores galardonados para darse cuenta de la influencia literaria que tuvo tras la guerra civil y en los años oscuros del franquismo: Carmen Laforet, José María Gironella, Miguel Delibes, Elena Quiroga, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Ana Maria Matute o Ramiro Pinilla, entre quienes lo obtuvieron bajo el franquismo. Tras la restauración de la democracia nuevos nombres se incorporaron a la lista: entre otros muchos, a sabiendas de olvidar injustamente algunos nombres, Raúl Guerra Garrido, Fernando Arrabal, Manuel Vicent, Juan José Millás, Alejandro Gándara y muchos otros que son escritores, muchos de ellos, conocidos tanto en España como en países latinoamericanos. Mención especial merece Francisco Casavella, premiado el año pasado y fallecido hace pocas semanas. Este año el galardón ha recaído en Maruja Torres.
Sin duda, premios hay muchos en España, algunos reconocidos, como el Nadal que forma ya casi parte de la tradición navideña, otros con una deriva más publicitaria, mientras que existe un verdadero alud de premios, algunos conocidos, otros muchos desconocidos para el público lector ya sea por su carácter local o por apenas tener eco en los medios de comunicación. Hay desde luego quien critica la existencia de un número excesivo de premios debido, dicen, a que degrada la literatura y porque se dan sospechas de corruptelas varias, algo que afecta seguramente a todo tipo de premios. No obstante, también es verdad que supone para algunos escritores en ciernes la única forma de salir a la palestra e intentar un cierto reconocimiento, mínimo sin duda en una mayoría de premios, aunque importante en la autoestima de quien se inicia en las letras.
Tenemos la sensación, por otro lado, de que hay cada vez más personas que escriben. Sospechamos sin embargo que se ha extendido un enfoque más mediático del trabajo literario, las bambalinas de las letras que como cantos de sirena parecen embelesar a espíritus atraídos más por la fama que por la labor literaria en sí. No nos extrañaría que, como ocurre en los últimos años en el mundo de la música, se montasen concursos televisivos a la manera de Operación Triunfo o Fama para contemplar a personas que pretenden sin apenas esfuerzo y en cuatro días de estudio convertirse en escritores. Hemos de decir, ante cualquier tentación en este sentido, que escribir es una carrera que requiere mucho tiempo, dedicación, bastante paciencia y qué duda cabe mucha discreción, algo que parece contradecir la cultura del espectáculo que se ha impuesto en nuestros días.
Nada más lejos de nuestra intención que convertir a todo narrador o poeta en una especie de monje moderno que asuma el ejercicio de la escritura como una labor mística o teológica. Pero la superficialidad es un peligro que afecta hoy a todos los ámbitos en esta sociedad que durante los últimos años se ha decantado por la comodidad y el “nuevorriquismo“, y en esto, nos tememos, la literatura no ha podido escapar del todo. Lo fashion ha entrado con fuerza en el mundo de las letras y los premios, parece ser, no son ajenos a ello.
EN EL HUERTO
Cavando bajo un sol
te mirabamos los dos,
mientras la tierra, toda tuya,
la domabas dando bulla.
Eras sudor de estrella
y eras la voluntad aquella
que extrañaba vernos
entre tomates y ajos tiernos.
Todo tú eras campesino,
tu domingo era don divino,
y entre semana era hierro
tu labor de paz y encierro.
Trabajador del sí rotundo,
hombre fiel al viejo mundo,
anhelas sólo lo tranquilo
del laurel y el tilo.
Buscas la raíz del consuelo
cuando cavas en el suelo,
donde pisa la lombriz
con toda tu verdad motriz.
La acequia es tu gran obra
que al momento y a su hora
sigue el agua pertinaz
ese rastro de antigua faz.
Tu hoz es enorme corazón
que busca una razón
donde se corta la mitad
de esa luz en contrariedad.
La cabaña es sombra vieja
y tu mirar sin la queja
corta la caña y con maña
deshace teleraña y maraña.
Agacha el lomo de hombre
pues cosechas tu nombre
entre la llaga y el callo,
pues sigue tu mirar el rayo
del sol que distraido
encuentra en tu tierra ruido,
con la entraña sumergida
de tu carne morena sufrida.
Eres campesino por que veo
en tus ojos el pestañeo
del escozor que da el sudor
y te escuece aquel dolor
que la tajada y el tajo sembró
aunque tienes tornasol
que en tus manos dice no
cuando llora seco el sol.
Por Cecilio Olivero Muñoz
La relación
No sé por qué se fijó en mí. Como yo, tal vez, se debía de sentir muy sola en una ciudad poco amable donde la soledad es muy áspera. Se convirtió en mi amante. No sé si era esa su intención, pero yo, en aquella época, no me preocupaba mucho de los demás. Me había acostumbrado a estar solo y mi vida se reducía en gran manera a pasarme el día leyendo fuera de las pocas horas de trabajo. Cuando llovía, me quedaba en casa, pero cuando el tiempo lo permitía me iba a un jardín cercano, cuidado, silencioso y discreto, poco importaba que hiciese frío.
Es verdad que la soledad, en ocasiones, me hacía daño. Miraba a mi alrededor y no veía a nadie. A veces pasaba alguna madre con su hijo, una pareja de novios o dos ancianos que paseaban en compañía. Cuando veía a alguien que se acercaba en soledad deseaba que se sentase cerca para poder así iniciar una conversación. No ocurrió nunca. Salvo cuando ella llegó. No me di cuenta, sin embargo, de su arribo, sólo la descubrí cuando levanté la vista de mi libro con intención de reflexionar sobre lo que acababa de leer. Estaba delante de mí. Me miró y creo que no sonreía. Quise empezar a hablar, pero me faltaron las palabras. Fue ella quien habló primero. Hizo una pregunta sobre el parque, el tiempo ha hecho que se desvanezca la pregunta de mi recuerdo. Después se levantó y vino a sentarse a mi lado. No recuerdo apenas de que hablamos. Ni cuando tardamos en besarnos, que no fue mucho. Pero sí que recuerdo la humedad de sus labios y el anhelo de sus caricias. Fuimos a mi casa y por un momento temí que todo fuera una trampa. No me creía del todo que aquello me estuviese sucediendo.
Lo dicho: se convirtió en mi amante. Era ella quien venía a buscarme. Cuando hacía bueno nos citábamos sin quedar en el jardín. Cuando llovía acudía a mi casa. Hablábamos un rato, a veces nos manteníamos en silencio. Cuando yo la besaba ella se dejaba hacer y al cabo de un rato sentía las palmas de sus manos moverse en mi rostro, en mi cuello, en mis hombros. Yo nunca le pedí que me visitara. Temí que, si hablábamos de aquello, ella se desvaneciera para siempre. Me había acostumbrado a su presencia e incluso la echaba de menos cuando no estaba conmigo. A veces paseábamos por el parque, por la ciudad. También le leía párrafos de aquellos libros que a mí me habían impresionado. Nunca hablamos de nosotros.
Llegó la primavera y se intensificó nuestra relación. Nos veíamos todos los días. Ella no parecía cansarse, como pensé que acabaría ocurriendo. Yo, mucho menos. Muchas veces, cuando ella se marchaba, pensaba en ella y en lo extraño que era todo. Retenía en mis dedos la suavidad de su piel.
Dejamos de vernos el primer día de verano. No vino a mi encuentro, no hice nada por saber de ella. Esperé, eso sí, que apareciera de nuevo. Pero nunca lo hizo. Tampoco me vi en la obligación de un mínimo esfuerzo por buscarla. Volví a la rutina de mis libros y de mi soledad. Paseaba más, el calor y la nostalgia me llevaron a andar sin destino alguno. Acabé por aceptar que nunca volvería. Al final del verano me marché para siempre de aquella ciudad.
Juan A. Herrero Díez
VALS DE LOS OTOÑOS
A mi suegra, Zoila Rosa Villar Otero,
luchadora y madre de otoño a otoño.
En todo duro otoño tu piel
huye del sendero de hiel
y recuerda allá tan lejos
lo que pudo haber sido
y no fue,
vuelan pájaros sin nido,
huyes de todo ese ruido,
huyes con fiesta y despido
cogiendo un camino cualquiera,
buscas tu paso en otra acera.
En el otoño tu piel
y tu sangre se ponen de pie,
y un ángel del cielo ha caído
debió de ser ángel herido,
por que la luna nunca es fiel
aunque le da una llave al ser,
da una ruina y da una calle,
da sonrisa al corazón que vale,
da un laberinto y da una ciudad,
da un vals que por necesidad
tú encontraste sin buscarlo,
tú hallaste sin esperarlo.
Conoce la noche un lugar,
conoce la luna este vals,
este vals de perla y sangre,
este vals de patria y coraje,
este vals de espuma y oro,
este vals que poro a poro,
respira de tu mismo aire
sin la culpa donde nadie
puso testigo a tu querer
y coge rumbo hasta volver,
y lleva esperanza, zapatos y traje
y lleva ilusiones en su viaje.
En los otoños golpea el viento
y todo un año sin tu aliento,
dejando atrás familia sin casera
su lugar es una patria cualquiera,
sin descanso es soledad,
lo sentido es todo humanidad,
toda esta canción de fuego
es pura lucha que jamás niego,
porque en el otoño tu piel
huye del sendero de hiel,
pues no pretende descansar
tan lejos de su hogar,
halló tan repleto el motel
y todo ese recuerdo aquel,
que le pregunta tanto por ti
y vive casi sin poder dormir.
Esa nostalgia es también
esa risa que en toda tu sien
retumban mil cascabeles
y huelen a sombra tus mieles,
pues llegando todo a ti huele
y el recuerdo también duele.
Este vals es llaga y remedio
para ocultar todo tu tedio,
por que dejar tu patria hiere
y algo adentro se te muere,
te golpea el dolor en medio
y el alma es un incendio,
donde perdura sólo un recuerdo
y el olvido camina lerdo,
por que la patria es la madre,
la patria adentro te nace
y en ella está la casa, el amigo,
todo un mundo que es testigo
de tus pesares y correrías,
de todos tus mejores días,
de los años contados con dedos,
de todos tus mejores recuerdos,
en ellos se resume tu vida
y toda una vida vivida y sufrida.
Por Cecilio Olivero Muñoz
Los ojos de Juan Santamaría. (Relato).
Por Cristian Claudio Casadey Jarai.
Jacinto Gabriel García y Nuñez era un hombre aventurero, acostumbrado a las vicisitudes de la vida. Periodista, militar, músico, filósofo y carpintero eran oficios que hacían de este personaje un individuo muy particular. Los alborotados años que siguieron a 1850 tiñeron de amargas experiencias a Jacinto. Rosista de alma y defensor de la Santa Federación confundía su sentimiento patriótico con tintes ocultistas. La influencia que ejercían sobre él sus amigos masones cambiaría por completo su propia historia. Argentina se desangraba en una lucha fratricida. El traidor de Urquiza vencía a las fuerzas del Restaurador en la infame batalla de Caseros de la que Jacinto salió milagrosamente ileso. Con lágrimas en el corazón Jacinto acompañó a don Juan Manuel a la casa de Mr. Robert Gore, encargado de negocios de Gran Bretaña. Esa misma fatídica noche el gran héroe argentino partía hacia el exilio junto a su noble hija en la fragata
Centaur. A pesar de la caza de brujas desatada por la crueldad de Urquiza muchos lograron sobrevivir no sin grandes dificultades.
La vida en la campiña inglesa no era del agrado del fiel servidor. Largas veladas en Londres avivaban su sed de viajes y aventuras. Entusiasmado, seguía de cerca los nuevos acontecimientos latinoamericanos. Extraños sucesos en Nicaragua atraparon su atención. La lucha entre los conservadores de Granada y los liberales de León sumió al país en una guerra civil. El caudillo liberal Francisco Castellón recurrió al auxilio extranjero de un audaz mercenario norteamericano llamado William Walker.
Jacinto participaba activamente en la logia masónica Gran Oriente Argentino que en ese momento funcionaba en la capital inglesa contando con una filial hermana en San Francisco de California. Recién el 22 de abril de 1857 abriría sus puertas en la Reina del Plata.
Con gran motivación Jacinto cruzó nuevamente el Atlántico para integrarse a la Falange Americana que desembarcó en el sufrido país centroamericano dominando ampliamente la caótica situación.
Walker, «dueño» de Nicaragua, concibió la maléfica idea de apoderarse de las cinco repúblicas centroamericanas para anexarlas al sur esclavista norteamericano. El proyecto era visto con buenos ojos por los masones quienes financiaban la ambiciosa campaña.
Los indómitos encantos de Guanacaste maravillaron a Jacinto. La ronca voz del coronel Schlessinger irritaba al aventurero.
El presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora, reforzó su ejército con valientes campesinos y artesanos voluntarios proclamando una guerra de exterminio contra Walker.
El 20 de marzo de 1856 la impetuosa carga a la bayoneta de los costarricenses obligaron a los extranjeros a retirarse de la hacienda de Santa Rosa. Los prisioneros fueron pasados por las armas en Liberia lo que inquietó al argentino. Las lánguidas ramas del «árbol de los orejones» ofrecían sus sombras para el refugio del sofocante calor. Las condiciones de la pelea eran muy sacrificadas. Un enemigo silencioso hacía estragos entre las tropas. El cólera cobraba numerosas vidas.
Mora invadió el sur nicaragüense ocupando los puertos de San Juan del sur y el de La Virgen sobre el gran lago como así también la hermosa ciudad de Rivas en donde estableció sus cuarteles.
Jacinto logró tomar por sorpresa a Rivas y se atrincheró junto con sus feroces guerreros en una casa conocida como el Mesón de Guerra. Sus espías le habían informado sobre los planes del enemigo de sacrificar a un soldado de Alajuela conocido como «el Erizo» para incendiar la construcción. El aventurero esperó pacientemente durante la noche logrando atrapar al enemigo que estaba provisto de elementos inflamables. Interrogado el prisionero dijo llamarse Juan Santamaría. Confesó a Jacinto su plan suicida y las intenciones de Walker de esclavizar a Centroamérica. El argentino, sorprendido por las revelaciones del abnegado cautivo vio en sus ojos negros el espejo de la verdad. Juntos prendieron fuego al lugar. Mientras se inmolaban los mártires, una virgen chorotega lanzaba pétalos de orquídeas al mar.
El pasado
Soy el ave de tus sueños,
Mariposas que vuelan con tu mirar
Golondrina sin alas al atardecer
Tornado de sueños secos de dolor.
Nostalgia de un corazón amarrado al despecho
Sin saber que la flor y la miel
Ya se fueron al amanecer.
Pero seguimos unidos en el silencio,
En espera del día en que nos conozcamos
Otra vez.
Por Luis Alberto Chinchilla Elizondo,
nació en Sabanillas de Acosta, San José, Costa Rica, Poeta contemporáneo,
escritor del libro “Amor Platónico”
editado en noviembre del 2008
Correo del autor
Luischin_63@hotmail.com
JORGE RODRIGUEZ LAGOS
HONDURAS C.A.
AJEDREZ JUDICIAL
(la historia de un desalojo)
las madres solteras
en los labios llevan una mariposa
que tiembla
y en el silencio
de sus manos
una ahumada cruz
de madera
tractores / desploman
una tras otra
la fragilidad de las casuchas
en la invasión
(¡NO! /no, en la invasión /en la recuperación
de tierras)
de tu cara
el alborotado pelo apartas
miras al cielo
y murmuras
unas palabras
que no logro escuchar
pero no es DIOS el culpable
son las leyes del hombre
que no comprenden
tus necesidades
es la corrupción
y la propiedad
privada
II
con una inclinada incertidumbre
los padres suspiran
los niños impávidos / sus océanos
derraman
bulliciosos pájaros
a los que cortan su habitat
sombras derrotadas
y oprimidas
enjambre de indefensos pájaros
de cartón
dibujados por un bebe
sobre páginas de alambre
y tierra
JORGE RODRIGUEZ LAGOS
EBRIA SEÑORA
(calles teg.1988)
sé que una botella
llevas en la mano / para quitarte
esas canastas de lúpulo
que toda la vida
han respirado en tu espalda
con amor
cargas una vieja silla mecedora
que del basurero recogiste
notas que te observamos
y nos dices:
¡EN MI CASA PUEDE SERVIR!
sólo falta una pata y el sentadero
pero tiene arreglo…
señora
que con ternura / la mugre
que ensucia tu pedazo de silla
limpias
en los desaliñados caracoles de tu pelo
en tu cara y en cada arruga
de tu cuerpo
llevas colgado como un crucifijo
el llanto de tus necesidades
como pueblo
puedo entenderte
y siento el ancla
de la impotencia
arrastrando
desde
mi alma
JORGE RODRIGUEZ LAGOS
HONDURAS C.A.
ANTIGUEDAD DE LA MISERIA
(noche comayaguela 1978)
como un cuervo borracho
que escupe
de la noche el frío / se pasea
por estas viejas
ventanas de madera
la observo
como quien observa
«los lirios» de Van Gogh
al hospedaje
tres o cuatro entradas
muestra su escote generoso
y sus bien formadas piernas
levantando
aún más
el pedazo de tela
de su limitada falda
insinúa…
como una pegajosa copa de miel
que se derrama
la madrugada
dos pedazos de luna
deja caer en el agua marchita
de sus pechos
su hija de trece años
lejos de ahí
cerca de mí
espera
que por la puerta entre el bosque
y sus luciérnagas
guardan al resto de sus hermanos
hijos
de un padre irresponsable
(aun me parece escuchar su llanto)
el cuarto
tiene el beneficio de las sombras
es hediondo
y huele a soledad.
LA CABINA
Escribo estas líneas con pulso tembloroso porque estoy convencido de que esta noche ocurrirá algo. Aún no sé el qué… pero temo por mi vida.
Todo empezó hace ahora aproximadamente un año. Cada noche de luna llena, en la madrugada, cuando más profundo es el sueño, suena el teléfono. Lo cojo sobresaltado y una voz ronca me dice: “Te estoy observando”. Tres palabras que se me clavan como puñales donde más duele. Con el corazón desbocado salto de la cama y abro la ventana de mi cuarto para toparme con una gran luna acechante, y bajo la lúgubre luz de la farola solitaria que reina en la calle, veo una sombra mirándome con ojos felinos mientras sujeta el teléfono de la cabina. Seguidamente me despierto con una angustia que me recorre toda la espina dorsal y las sábanas empapadas de un sudor frío y penetrante.
Los primeros días no podía reprimir la tentación de levantarme y abrir la ventana. Sólo me encontraba esa maldita e inmensa luna riéndose de mí y una calle desierta tenuemente iluminada por una única y envejecida farola, bajo la cual nunca ha habido una cabina telefónica.
Nunca…. hasta ahora. Hace tres días que los operarios de la compañía se marcharon dejando colocada una reluciente cabina…. justo como la que aparece en mis pesadillas… justo debajo de aquella farola solitaria.
Y justo esta noche la luna cumplirá un nuevo ciclo y lucirá plena y reluciente frente a mi ventana… como cada mes… sólo que en esta ocasión será diferente… lo sé.
Por Pedro Estudillo Butrón
Demagogia
Me dicen que hay que luchar con fiereza
Otros disfrutan mientras muchos lloramos,
Involuntariamente.
No decidimos donde nacer.
Me dicen que hay que cambiar al mundo;
Que está de cabeza y sin fuerzas.
Nuestra cabeza esta bajo los pies de los que ríen.
¿Por qué entregar mi vida a sueños que no alcanzo?
Soportar las bofetadas que nos da la vida;
Eso nos enseñan en las iglesias,
Ellos comen tres veces al día
Eligen pescado y carne,
Nosotros nada.
La maquina rueda, y en las escuelas
Nos enseñan el himno nacional.
La felicidad de estos tiempos les pertenece a ellos
Los que nacen en el mundo que todos deseamos.
Por Eder Hernán, Sarao
Stand by
Somos o estamos
Ni estuvimos ni seremos
Solo asientos ocupados
-mas la comparsa del cirquero
Derrite los llantos del que aplaude-
Ni miramos ni escuchamos
Nunca heredamos las hazañas
Del San o el Alguien
Ni vela ni esperma
Nunca tú, nunca yo.
Por Eder Hernán, Sarao