24º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

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24º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUNEA

NºXXIV     30-01-2.009

 

EDITORIAL XXIV

Ideas banales, debates espurios

 

 

Asistimos estos meses en algunas ciudades europeas -en Londres, Barcelona, Madrid o Roma- a un debate teológico a golpe de cartel publicitario. Grupos de ateos y grupos cristianos -tanto católicos como protestantes- se dedican a contratar carteles en los autobuses públicos para exponer y defender la existencia o inexistencia de Dios y tal vez con esta publicidad intentan ganar adeptos como quien vende cualquier producto de mercado.

 

Estamos convencidos que, de asistir a tal espectáculo, Lutero, Marx o San Agustín, Calvino, Hegel o Eckhart, Müntzer, Darwin o el Cardenal Cisneros no se sentirían muy cómodos. Algo no funciona en el viejo continente cuando tema tan apasionante y que tantos ensayos, estudios y disertaciones ha producido a lo largo de los siglos se dirime a base de frases más o menos ocurrentes. Evidentemente, hubo peores épocas en los que la disidencia religiosa, pero también ideológica, se procuraba ahogar mediante métodos brutales que llegaban a la muerte. Sin embargo, mucho nos tememos que esta guerra de carteles publicitarios es el último indicio de una crisis profunda en el pensamiento europeo, tanto más profunda que la crisis de la economía.

 

Porque el religioso no es el único ámbito donde el debate se decanta hacia el terreno de lo banal. Ahí están las campañas electorales en las que la foto o el lema resultan más importantes que el contenido o la discusión. Es un debate espurio con el que se intenta ocultar, en realidad, la falta de ideas, de programas, de perspectivas. La imagen se impone sobre el concepto y al final vence quien muestra una figura más atractiva o quien pronuncia la frase más ingeniosa, eso sí, falta de cualquier significado que trascienda lo superficial. Se ha acabado frivolizando sobre cualquier tema o concepto, la libertad sólo te la brinda una compañía de móviles o la revolución es poder conducir determinado coche.

 

Resulta evidente que al poder siempre le ha gustado poco los debates públicos en los que hubiera realmente un intercambio de ideas, no hacía gracia que se expandieran tesis que formularan críticas hacia quienes detentaban cargos de responsabilidad. Lo que el poder ha descubierto ahora es que mediante la banalidad de cualquier asunto, desde la religión al modo de producción, desde la justicia a las creencias íntimas, se homogeniza mejor la sociedad y no es necesaria aplicar entonces políticas represivas con las que mancharse las manos ni llevar a cabo campañas para convencer a los ciudadanos de la bondad de las políticas oficiales.

 

Sin embargo, una sociedad sin ideas es una sociedad sin alternativas. No planteamos aquí una sociedad hiperintelectualizada, pero tampoco una sociedad en la que el pensamiento se agote en los carteles publicitarios. No queremos un modelo en el que el poder lance a los cuatro vientos unos lemas gestionados por expertos creativos de publicidad, este sería al fin y al cabo el modelo que Orwell o Huxley presagiaron en sus novelas «1984» o  «Un Mundo Féliz».

 

 

 

 

 

DESESPERADOS SOLLOZOS

DESDE

ABU GHRAIB

 

Existe un espacio

recortado a plomada,

existe un vacío,

existe un infierno.

Las vidas se apelotonan

todas en un suspiro

de carcelero.

Las injusticias

se amontonan todas

en las calientes

plantas de los pies,

y parten en mitades

los corazones

que fueron uno sólo.

Llagas de años

suspendidos como

fantasmas de agonía

y sombra perdida.

Las medias lunas

son parte

de soles que apuntan

con sus fusiles de luz

y fuego resplandeciente.

¡Qué lejana está

la Meca de mis días!

¡qué lejana está mi aurora!

¡qué esperanza tan rota!

Celdas de dos por dos,

torturas de dos en dos,

con corazones de dos sin dos,

y dos mitades y dos mundos

que lanzan

su cáscara vacía

al desolado mundo sin

esperanza.

Soy Mohamed Almudd

Muwallad Bal-lhadí

y habito la voz encarnada

 de la flor y el poema.

Soy el hombre insurrecto

ante la mortal brevedad

de la vida.

Soy la desembocadura del río,

por que todo es río

que acaba en su mar

y todo mar se acaba

en su cielo.

El río avanza paciente

y logra la proeza inevitable

de llegar a la mar.

Podrán evitar la arribada

del agua estancada

pero el río se abrirá paso

hacia una mar de libertad

abierta hacia el océano.

El río llegará.

Tarde o temprano llegará.

La naturaleza del río

es avanzar sin pensar

en sí mismo.

Es continuar como lo hace

el hombre que no piensa,

que no habla,

que vive y avanza.

Se deja llevar hasta

que arriba, arriba

y se mezcla

entre sustancia y olvido,

sin memoria y sin tierra,

se mezcla y se muere

y con él acaba lo dulce,

y otro mundo le espera,

aunque el cambio

es su meta y su meta

es ser cambio y ser cambio

es su vida.

Solamente el salmón

es testigo de tanta

vergüenza,

de tanta injusticia,

de tan cruel sacrificio.

Por eso mis cerrojos y mis barrotes,

mi puerta blindada,

y mi prisión de hormigón

no pueden ni podrán

parar a mi río

que es fuerza suprema

y se deja llevar

entre nostalgia e ilusión,

entre pureza y pasión,

entre inocencia y vehemencia,

entre pulso y suspiro,

entre voluntad y paciencia,

entre latido y mirada,

entre pensamiento y viento,

entre ruido y silencio,

por que es agua que cabe

por toda ranura y frontera,

por toda rejilla y vacío,

por todo agujero y linde,

por todo mundo pequeño,

por todo mundo gigante,

por toda semilla que germina

a su paso

y por todo puente

que de orilla a orilla

transforma su anhelo

en causa sin querer evitarlo

y sin poder quererlo.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

 

 

Sueños

 

 

         Recorrer de nuevo aquellas calles fue extraño. Había pasado mucho tiempo, veinte años tal vez, no te exagero. Las cosas habían cambiado, pero no todo, aún se mantenían pequeñas cosas, detalles, ornamentos, algunas tiendas o el color de alguna pared, algunos olores, un aire de entonces, aunque fuese todo diferente. No sé cómo explicarte. Allí delante, por ejemplo, compraba los lápices, por decirte algo de lo que me acuerdo ahora y que recordé mientras paseaba solo, luego recorría la calle, daba una vuelta hasta la plaza y regresaba. Me gustaban esos breves paseos, me sentía libre por un momento. Me paraba en el parque. Contemplaba la bahía. Luego otra vez a casa y a la rutina. Claro que entonces no era consciente de la rutina, sea lo que sea ésta además de un recurso poético. Las cosas ocurrían, nada más, supongo que todavía no había pasado tiempo suficiente como para que todo adoptara un aire conocido. No había pasado ni futuro: es justo eso, dicen, lo que constituye de veras la niñez, la inocencia es no ser consciente del paso del tiempo, nada menos.

         Tampoco te puedo decir si era feliz o no. No lo recuerdo. Quizá me lo invente todo, no existió realmente nada de las imágenes que de pronto brotaron de no sé dónde, de mi fantasía, tal vez, o quizá de mi deseo de decirte algo poético. Pero no soy poeta, al menos no ahora, simplemente soy la persona que recién llego de un paseo por el tiempo. O por las calles que atravesara un niño que pudo haber acabado por ser yo. Ni siquiera soy capaz de aclararme yo mismo.

         Pongamos que soy aquel niño que solía ir a recoger cangrejos a un río no muy lejos del lugar del paseo. Pero no, es verdad, no puedo ser el niño, ni siquiera aquel niño, no ahora, en este mismo momento, mientras te cuento mi paseo e intento saber si era cierto o no que existió él y si guarda alguna relación conmigo. Yo soy el que soy, ni más joven ni más viejo. Quizá algo de ese niño que fui puede que perviva en mí, no lo sé. Aunque a veces no lo creo. Has de saber que a veces me invento mi pasado, lo reescribo y entonces todo es distinto. Claro que es una invención para consumo interno, nunca trasciende ni se lo cuento a nadie, nunca he hablado nada de esas vidas soñadas, tú eres la primera persona a la que le digo algo de las varias infancias que me inventé. Que invento todavía. Por eso puede que todo esto que te cuento, lo del niño al que le gustaba ir a atrapar cangrejos, lo del niño que compra lápices y se da una vuelta, breve, para sentirse un poco libre, no sea del todo cierto, porque vamos a ver: si a lo largo de los años me he inventado varias infancias, quién te dice que lo que recordé esta tarde no era más que una ensoñación más. Puede que inventar tanto me haya creado un marasmo que me impide distinguir realidad y ficción. Ya ves lo que da de sí un paseo: descubrir de repente que ni yo mismo puedo separar lo que fue de lo que invento. Y quizá todo esto te permita entenderme un poco, aunque ya sé que no necesitas entenderme, no quieres entenderme, sólo deseas estar conmigo, reír conmigo, hablar conmigo, amar conmigo. Me lo has dicho una y mil veces, no puedo olvidarlo, evidentemente. Pero volvamos al hecho en sí, no me permitas desviarme un ápice de lo que te quería contar, que tampoco sé muy bien lo que era.

         El hecho es que no había vuelto en veinte años. Y volví no sé muy bien en busca de qué. Tú bien sabes que no soy dado a la nostalgia, más bien al contrario, huyo de todo sentimentalismo. Pero soy humano, al fin y al cabo, no escapábamos al recuerdo. Claro que todo esto puede ser otra cosa: quién te dice, y no niego que me gustaría, que todo fuera al revés, soy yo un hombre soñado por un niño que se ve a sí mismo regresando veinte años más tarde a las calles que un día dejé. Claro que eso significaría que tú no existes y en esto no estoy dispuesto a transigir, no quiero que te disipes al despertar, que desaparezcas de mi vida como un sueño que se olvida. Pero es verdad que ese niño que fui a veces se soñaba de mayor y alguna vez, al comprar los lápices y caminar hasta la plaza, me imaginaba mayor y componía uno tras otro todos los recovecos de mi vida. Tal vez todos los niños hagan lo mismo, no lo sé. Pero de ser así hay un sinfín de hombres y mujeres creados por las mentes de niños que se ven a sí mismos regresando a esa misma infancia, tal vez creyendo que son víctimas de la nostalgia. Son cosas de Borges o de Cortazar, sin duda, demasiadas lecturas por mi parte tal vez.

         Sea lo que fuera, fue extraño recorrer aquellas calles. Quizá no fuera buena idea haber ido. Era mejor no haber salido de casa y sumergirme entre tus brazos libres del tiempo.

 

 

Juan A. Herrero Díez   

 

 

 

 

ESPERANZA CIEGA

 

A las madres y a sus hijos

nacidos con discapacidad intelectual.

 

Todas las madres

     que están en estado

de buena esperanza

caminan a ciegas

esos nueve meses,

todas anhelan un hijo sano.

El capricho del destino

rueda sus dados de azar en la espera,

mientras la naturaleza,

es libre voluntad su semilla.

Lotería del cromosoma,

rosa rojiza de la vida y la ciencia

entre espina doliente

y amor orgánico y pureza concebida

busca sendero de hormiga y presencia,

la misma pregunta de incógnita

y misterio tras la cáscara

es la prisa del sueño ligero

dejando siempre claro

que

nadie quiere sufrir

esa oscura crueldad del hombre

y ninguna madre

desea sufrir por un hijo

tras el momento de peligro que existe

en esta vida de locura temporal

y enfermedad fulminante.

Las madres sufren la llaga

entre el péndulo niquelado

y la azarosa célula

de pulpa y de escondrijo

que crece y se multiplica

hacia la vida misteriosa

que parte de la luz y el témpano efervescente.

El embarazo

viene como agua en silencio

y la madre

coge su gran manojo

de ilusiones blancas y fugaces

y se contempla viva

en la silueta redonda

de efluvio y origen.

Un hijo es siempre un hijo

pues lo ganas tú a él,

y si eres buena madre,

él a ti.

Por eso duele

cuando él sufre,

cuando pasa hambre o tiene frío,

cuando es derrotado,

cuando cae,

y la muerte es un espanto,

del cual, se le aparta de ella,

intentando disimular

el preocupado aliento

que te empuja a la sombra.

De esa muerte,

nadie nunca preparado,

brota el caliente suspiro

y se ruega a un Dios del desorden

la tediosa alegría

que todo el mundo merece.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

POEMA CAREY AMOR

 

Para que veas hasta el final la pasión de mis versos

 

 

 

No sé cómo arrancarle la piel a mi tristeza

o morderle los labios al filo del abismo.

Te siento volando hacia un planeta extraño

recuerdo desnudo los te amos sobre tu piel

y esos amaneceres resucitadores

después de bebernos la saliva del fuego.

Creo que estamos hechos el uno para el otro.

Por ti aprendí a aguardar semana tras semana

para amarte y poseerte como a una rosa sin espinas.

Me aferro a la amorosa tormenta de tus cabellos.

A los delirios necios por la celosía de tus ¡te amos!

¡Te extraño! ¡Amada mía!  ¡Te extraño, putamente!

Déjame rellenar con besos este absurdo abismo.

Deseo buscar tus brazos y recorrer el mismo camino,

así tenga que correr sobre el mar o volar sobre la tierra.

¡Te amo! Por ti le pondré alas a los sueños discapacitados,

porque ya no puedo concebir la vida ni las noches, sin ti.

¡Te amaré siempre! ¡Mi adorada amante voladora!

¡Te adoro! ¡Te amaré! ¡como a una potra o una hembra!

¡Te amaré como un salvaje y sediento caníbal! ¡Te amaré!

¡Venderé mis poemas por las calles o en los buses…

ofreceré mi sangre a un vampiro-muerte ¡si es preciso!…

¡Compartiré dolores, sueños y alegrías con las sombras!

¡Te amaré siempre! Porque sin ti: ¡que se escape la vida!

Me cansé de borrar nombres de amantes fugaces…

de enamorarme para sentir vivos y apasionados los versos.

El tono de las palabras de amor es sublime, si se siente

y la energía con la que se embiste a la vida es única.

¡Te amo! Eres la samaritana que supo sanar mis heridas

la que siempre estuvo ahí, cuando más la necesitaba.

¡Por ti resucité del culo del infierno! y reaprendí a volar

¡Te amo! ¡Mi adorada putica burguesa! ¡Te amo!

porque gracias a tus besos: ¡Volví a nacer!

 

Héctor “El perro vagabundo” Cediel

2008-09-17

 

 

 

 

 

 

 

 

SILENCIO

 

Me siento ciega como el vacío del silencio;

como cuando taladras mis sentidos y mi carne.

¡Silencio! Escucha el amanecer… ¡la aurora se despierta!

croan las ranas, cantan los pájaros… graznan los patos

y nuestras desnudeces como las pinceladas de un poema,

se acarician mudas cual sombras de un arrebol alegre.

¡Silencio! Escucha los versos que mi corazón le canta a tu piel

¡Silencio! Deja que pase de largo el tiempo… ¡Silencio! Silencio…

 

Por Héctor Cediel para Mariluz Martínez Vidales

 

 

LA REALIDAD Y LA UTOPIA

 

   SALIÓ corriendo la Utopía huyendo de la Realidad. Sus pasos parecían firmes y seguros pero su huída era una huída desesperada y sin control. A cada paso que daba la Utopía la Realidad daba dos más.

   En su afán de no ser alcanzada la Utopía buscó ayuda. Fue así como se encontró con un banquero pero éste, preocupado por la bolsa y las divisas, interesado de interés y capital, ni siquiera la escuchó.

   En su atropellado caminar la Utopía se encontró con un clérigo que al principio puso interés en escucharla. Parecían hablar el mismo idioma aunque a veces no se entendían. Y es que la vida espiritual de la que hablaba el sacerdote no era la misma que la de la Utopía. Su vida era una vida que después de la vida se construía con los cimientos de una fe en la que ni el mismo clérigo creía.

   La Utopía siguió huyendo y fue entonces cuando se encontró con un político al que la Utopía reconoció enseguida. Ambos, en un tiempo pasado no muy lejano, habían caminado juntos y cogidos de la mano. Pero terminada la campaña electoral y cuando aquél consiguió el status que buscaba, la Utopía volvió a quedarse sola. Y el político, creíble y diplomático, le dio la espalda.

   La Utopía también se encontró con un hombre. Un hombre que fue adolescente. Un adolescente que fue niño. Y ese hombre al que la Utopía ilusionó de niño y también de adolescente, ni siquiera la saludó porque no la conocía.        

   Al tiempo de ser alcanzada por la Realidad la Utopía se encontró con un poeta, atropellado de versos e indómito de sueños incurables. El poeta parecía distante, pero cuando la Utopía se detuvo a hablar con él éste la escuchó. Ambos se entendieron y se saludaron porque ambos se reconocían. Y vio la Utopía que con el poeta se sentía segura. Al oir llegar a la Realidad la Utopía se escondió. La Realidad se detuvo ante el poeta y le preguntó si había visto pasar a la Utopía. Pero ni el poeta entendía a la Realidad ni la Realidad se entendía con el poeta porque a lo que la Realidad llamaba Utopía era la realidad del poeta. Y cansada de ese mal entendimiento la Realidad se tuvo que marchar. Fue entonces cuando la Utopía se metió en el cuerpo del poeta porque sintió que ese era su verdadero hogar.

   Es por eso que los poetas saben tanto de sueños y los sueños se llevan tan bien con los poetas.  

 

AMADO STORNI

(Jaime Fernández)

 

 

 

 

 

 

ERNESTO “CHE” GUEVARA

 

 

LA flor que siempre es flor de Primavera,

 

el néctar que a los sueños da la vida,

 

el humus de la tierra prometida,

 

el triunfo de la lucha guerrillera.

 

 

El mundo galopante de ilusiones,

 

la rosa que ha nacido sin espinas,

 

tu voz la voz de América Latina,

 

tu luz la luz de nuestros corazones.

 

 

El tiempo descosido de futuros

 

recuerda en cada gesto al comandante,

 

romántico, bohemio, reflexivo.

 

La vida es un enfermo prematuro,

 

la muerte es la más fiel de las amantes

 

y Ernesto “Che” Guevara sigue vivo.

 

 

AMADO STORNI

(Jaime Fernández)

 

 

 

FUE EL BESO SIN AMOR DE UNA PRINCESA

 

 

FUE el beso sin Amor de una princesa

 

de alguna monarquía sempiterna,

 

de una princesa alocada y traviesa

 

que escondía el Amor entre las piernas.

 

 

Fue un beso sin Amor, adulterado,

 

dormido de pasión y sentimiento,

 

anémico, fugaz, interesado,

 

de esos que al soplar se los lleva el viento.

 

 

De besos enfermizos, de hojalata,

 

se pintan tantas bocas caprichosas

 

llenamos la ilusión con tantas cosas

 

que un beso siendo un beso a veces mata.

 

 

Ayer en los jardines de palacio

 

un príncipe se convirtió en batracio.

 

 

AMADO STORNI

(Jaime Fernández)

 

 

 

A JOAQUIN SABINA

 

 

ANARCOTRAFICANTE de la duda

 

Jilguero al que no calla la afonía

 

Osado que dice: “Esta boca es mía”

 

Apóstol de Serrat y de Neruda.

 

Quijote de los sueños de la gente

 

Ufana de morir de mal de amores

 

Indicio de que aún quedan soñadores

 

Nadando siempre contra la corriente.

 

 

Sírvanles la elegancia de tus versos

 

A los que quieren dejarse la piel

 

Buscando Poesía en la basura.

 

Incluso hasta a los pétalos dispersos

 

Nacidos de las flores más oscuras

 

Acuden las abejas a por miel.

 

 

AMADO STORNI

(Jaime Fernández)

 

 

 

 

 

ALGUNOS POETAS

 

 

ALGUNOS poetas escriben

 

creyendo que su soledad es compartida.

 

 

Otros porque piensan que su voz

 

es la voz de los que sufren,

 

de los que no saben hablar o no pueden hacerlo.

 

 

Los más se atreven a escribir sobre el Amor

 

sin haber amado nunca.

 

Y empachan de pasión

 

esos amores que siempre soñaron

 

y que no tuvieron nunca.

 

 

Incluso los hay que se pierden en vocablos,

 

ridículos pleonasmos,

 

epítetos absurdos,

 

redundancias mil veces redundantes.

 

Y ensucian las palabras

 

derramando sin sentido sobre lo que ya tiene sentido.

 

¡Y nadie les entiende!.

 

 

Algunos son poetas de salón,

 

poetas sumergidos

 

en las aguas siempre gélidas del éxito,

 

del éxito que efímero les da

 

el haber ganado un premio.

 

Poetas que se bañan

 

en las vanidosas aguas

 

de ver sus escritos viajando en Internet:

 

versos olvidados descansando

 

en foros literarios que ya nadie visita.

 

 

Hay poetas que cuando el compromiso y la verdad

 

incansables llaman a sus puertas

 

acaban por mirar hacia otro lado.

 

 

Poetas que enmarcan la poesía

 

con títulos que decoran

 

las paredes blanquecinas de un despacho.

 

 

Poetas que se pierden

 

en noches siempre oscuras

 

esperando que una musa

 

con forma de bombilla

 

por fin les ilumine.

 

Y a oscuras… siguen esperando.

 

 

He leído versos aburridos,

 

poemas que despliegan horizontes,

 

que tropiezan

 

y acaban desplomándose en el suelo.

 

 

 

 

 

Y mientras mis poemas,

 

perfumados muchas veces de espejismos

 

y otras tantas de ilusiones,

 

esperan en silencio

 

que el tiempo los rescate

 

de ese olvido tantas veces olvidado,

 

que huérfanos de sueños

 

alguien los adopte como suyos.

 

 

Versos incompletos,

 

dislocados,

 

repartidos,

 

versos infectados de esperanza,

 

preñados de futuros,

 

insomnes de pasiones,

 

compartidos,

 

inmortales,

 

para siempre.

 

 

Pero Bécquer solo hay uno.

 

 

AMADO STORNI

 

(Jaime Fernández)

 

 

La canción del oprimido

 

La canción del oprimido

no puede ser escuchada

porque sufre la censura

del ser que esta sometido.

 

Con la pasión acendrada

y la ilusión más potente

escribe, canta entre dientes

sus arpegios más logrados.

 

Con la sensación más pura

de llegar hasta su gente

las cuerdas de la guitarra

le desvanecen la duda.

 

Sabe que en cualquier instante

de su vida desgraciada

llegará la compasión

hasta su espíritu errante.

 

Lucila Soria
Santiago del Estero – Argentina

 

 

 

 

 

EL ÁRBOL

 

 

En los anales de la historia se puede encontrar una leyenda de un hecho que ocurrió en un lugar muy lejano, quizás incluso en otro mundo, y en otro tiempo también muy, pero que muy, remoto. Nadie puede asegurar que se trate sólo de un relato de ficción o, por el contrario, de unos hechos que aconteciesen en la realidad, pero se me antoja que eso es algo que carece de toda importancia, si no juzguen por ustedes mismos.

 

Por aquellos tiempos, toda la humanidad estaba constituida por dos familias que vivían relativamente cerca la una de la otra, aunque no lo suficiente como para evitar el que cada una tuviese hábitos de vida diferentes. Por ejemplo, mientras una de ellas se dedicaba casi exclusivamente al pastoreo y la caza para subsistir, la otra ocupaba su tiempo en las labores de la tierra y la recolección de alimentos silvestres.

Sus distintas ocupaciones no impedían que ambas se mostrasen amistosas. Es más, mantenían una relación muy cordial y se intercambiaban sus bienes constantemente y sin ningún compromiso. Los pastores solían ofrecer algo de carne a sus vecinos, mientras que éstos les correspondían con frutas y hortalizas que cultivaban. Siempre había sido así, y no había ningún motivo por el que esta situación tuviese que cambiar.

No hasta aquel aciago día que transformó la historia de esta pequeña humanidad para siempre.

Varías lunas habían recorrido ya el cielo estrellado desde la última vez que tuvieron un encuentro, así que el patriarca de los agricultores decidió hacerle una visita a su amigo y vecino pensando que aprovecharía también la ocasión para alguno de sus intercambios. Pero conforme se acercaba a su destino, su sorpresa fue en aumento. Por todo el camino de entrada aparecían una serie de imágenes echas en madera o barro, todas muy parecidas, que representaban una especie de tronco de árbol o algo así, aumentando su número a medida que se acercaba al hogar. Por las paredes de la vivienda aparecía también esta misma imagen pero pintada de diversos colores y tamaños y justo a unos metros de la entrada principal se encontraba la mayor de todas, una gran talla de varios metros de alto y de un grosor desproporcionado fabricada con retazos de madera apuntalados y también coloreada de forma extraña.

Cuando los dos hombres se dieron al encuentro, esta es la conversación que se registró:

 

–¡Amigo Mel! –saludó el agricultor efusivamente–. ¿Pero qué es todo esto que te traes entre manos, algún tipo de reclamo nuevo para tus bestias?

–No digas bobadas Roy –contestó Mel, el pastor–. Y muestra un respeto, haz el favor. Estás ante el Gran Árbol del Guananí.

–¿Cómo dices, el gran árbol de qué? –preguntó de nuevo Roy con una gran sonrisa en el rostro pensando que su vecino le tomaba el pelo.

–No te hagas el tonto, ¿quieres? He dicho el Gran Árbol del Guananí. –en esta ocasión Mel se mostró más serio y tajante en su aseveración.

–Perdón, perdón, no quise ofender, pero es que no entiendo nada. ¿Qué es eso del árbol del guananí? Es la primera vez que lo escucho en mi vida.

–Lógico, ya que sólo a mí me ha sido revelada su existencia –respondió Mel con aires de superioridad–. Pero no te preocupes, eres una persona afortunada por ser mi amigo. Yo te lo contaré todo al igual que hice con el resto de mi familia.

–¿Qué tienes que contarme? –le interrogó Roy muy intrigado.

–Presta atención porque esto que vas a oír es sumamente importante para nuestra futura existencia, amigo. Esta imagen representa al Gran Árbol del Guananí, un árbol de inmensas proporciones que se encuentra al otro lado de las montañas, allá donde ningún ser humano ha sido capaz de llegar. Es único en el mundo y, a pesar de la distancia que nos separa, tiene la capacidad de poder resolver todos nuestros problemas con la caprichosa y tiránica naturaleza que tantos quebraderos de cabeza nos produce, ya lo sabes.

–Un momento, un momento –interrumpió el agricultor algo desconcertado–. No entiendo nada. En primer lugar, ¿cómo es posible que conozcas tú la existencia de ese árbol milagroso si habita en un lugar donde nadie ha llegado? Y en segundo lugar, ¿qué es eso de que puede resolver todos nuestros problemas con la madre naturaleza? Nadie está por encima de ella, es imposible.

–¡Ah, hombre de poca fe! Ya sabía yo que te mostrarías reticente. Algo me dice que la envidia por no haber sido tú su descubridor te reconcome.

–¡Pero qué tonterías estás diciendo! Contesta a mis preguntas si puedes –atajó Roy algo malhumorado por el comentario de su vecino.

–Pues claro que lo haré. Es cierto que nunca he estado en el lugar del que procede, pero eso no es necesario; hace muchas jornadas soñé con él. Se mostró ante mí con una claridad reveladora, su belleza y la luz que de Él emanaba no era comparable a nada conocido. Desde ese preciso momento supe que debía consagrar toda mi vida y la de los míos a Él. Y tú deberías hacer lo mismo si quieres salvarte –concluyó el pastor con rotundidad.

–¿Salvarme de qué? Nada de lo que dices tiene sentido. Pero mira, no importa, ya me lo explicarás otro día, es que ahora tengo un poco de prisa, mi familia necesita algo de carne, como sabrás, y aquí te traigo estas verduras y algo de fruta también para tus animales –el agricultor intentó cambiar de tema al comprobar la insistencia de su amigo en algo que carecía de sentido para él.

–No tan rápido vecino. Ya no podré ofrecerte lo que acostumbraba.

–Pero ¿por qué? –quiso saber Roy sorprendido.

–Es obvio, ¿no? Para que el Árbol del Guananí pueda protegernos de todos los elementos maléficos, hay que cuidarlo, igual que a cualquier otra criatura. Necesita alimentos, agua, compañía. Necesita saber que sus protegidos están aquí respetándolo y adorándolo. Es lógico, tú también lo harías. Parte de lo que te daba a ti tengo ahora que ofrecérselo a Él para que siga cuidando de nosotros. Todos los nuestros se deben ahora a su culto y manutención, no creo que tengamos mucho tiempo para nada más, lo siento.

–¡Pero sí es sólo un trozo de madera! Cómo puedes…

–¡Alto ahí blasfemo! –interrumpió visiblemente enfadado Mel–. No permito que hables así del Él; arrepiéntete de lo que has dicho o todas las calamidades del mundo caerán sobre ti.

–Creo que te has vuelto loco, no puedo creer que toda tu gente piense como tú –exclamó Roy desesperado.

–Pues claro que todos piensan como yo, ¿qué insinúas, que no me respetan? Yo sólo quiero proteger a mi familia, al igual que tú, y haré todo lo que esté en mi mano. Ellos lo saben, por eso creen lo que les digo y se muestran temerosos del poder del Gran Árbol, como deberías de hacer tú y los tuyos. Y por eso mismo no puedo consentir que una presencia turbadora ande por aquí, entre mis hijos. Así que si te niegas a doblegarte a la fuerza de nuestro Gran Protector Árbol del Guananí será mejor que te vayas y no vuelvas, o tendré que tomar represalias contra ti –sentenció Mel.

–Si eso es lo que quieres, así será. Pero procura no acercarte tú tampoco a mis tierras, porque allí ningún estúpido árbol podrá salvarte de mi furia. Hasta nunca, vecino –terminó diciendo Roy al tiempo que se daba media vuelta y volvía por donde había venido.

 

Y así fue como estas dos familias jamás volvieron a dirigirse la palabra amistosamente. Obviamente sí que volvieron a verse en infinidad de ocasiones, ya que ambos necesitaban algunos de los bienes que el otro disfrutaba, pero sus encuentros siempre fueron furtivos, terminando en violentas confrontaciones y batallas interminables donde las dos familias terminaban perdiendo algo importante a cambio de conseguir algo menos importante.

Al menos eso es lo que cuenta la historia. Como ya he dicho, si ocurrió en realidad o no, es algo que todos desconocen. Aunque si está escrito por algo será, y si no lo estaba, ahora sí que lo está. ¿Quién sabe? puede que incluso me lo esté inventando todo, pero…. ¿qué importancia podría tener?

 

 

 

Por Pedro Estudillo Butrón

 

 

 

RECUERDOS

 

 

TANTAS LÁGRIMAS ESCONDIDAS

RECORDANDO LOS VIAJES EN TREN A OROTINA,

AL MIRAR LOS BRILLANTES CELAJES

CUANDO CAE LA TARDE.

 

Y EN MI MENTE EL PUNZANTE RECUERDO

DE AQUEL AMOR QUE SE DESVANECIÓ

A ORILLAS DE TU ESPERANZA.

 

LOS JARDINES QUE RETOÑARON

A LA LUZ DE TU ENCUENTRO

YA LOS SECÓ EL VERANO.

 

PALOMA QUE VUELAS LEJOS DE MI NIDO

CÓMO MENOSPRECIARTE

SI ERES PARTE DE MIS SENTIDOS.

 

PROFUNDOS RECUERDOS ADORMECEN MI MENTE,

SON LOS QUE LLORAN EL SILENCIO DE TUS PALABRAS.

 

FALSAS ILUSIONES MARCARON ESTA VIDA,

BUSCANDO EN LAS LETRAS DE MI POEMA,

EL AMOR DEL ALMA,

AMOR, QUE NO SE OLVIDA.

 

  -Luis Alberto Chinchilla Elizondo-

Autor del Libro “Amor Platónico”

Ganador del 1er concurso de poesía

ofrecido por la Revista Cultural “Espíritu Literario”.

Grecia, Alajuela, Costa Rica

 

 

 

 

EL FINAL DE LAS COSAS

 

Las cosas tienen un fin

escondido en los huesos.

Las cosas buscan auroras

que les recuerden lo efímero,

lo que nada es eterno,

lo que nada perdura.

Vivimos nuestra vida

de momentos marchitados

y los convertimos

en alegrías poliformes,

en desdichas del ambiente,

en desiertos de soledad.

El final de las cosas

está metido en los cuerpos,

nosotros les damos vida,

los hacemos vida

que acompaña la ilusión

perdida de esperanzas.

Somos lo único que resiste

la cuesta sin norte,

el ocaso en el horizonte,

el mañana sin rostro.

Andamos lo caminado,

miramos un alba bajo el tedio,

la espesura sudada

del sufrimiento es un reloj

sin alma desnudo en el sueño.

Somos mortaja y equinoccio,

somos sencilla reconciliación,

somos perplejidad compleja,

somos astros orgánicos.

La poesía es lo único

que nos queda.

Por que es lo único

que no está podrido

por los dotes que el hombre

inventó para sobrevivir.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz