Mucho se ha discutido si el Flamenco tiene raigambre árabe o hispana. Sin embargo, en mi humilde parecer, tiene como ingrediente un poco de todo lo que se le atribuya a la cultura ibérica. Es una mezcla de los cantes de Castilla, de los sefarditas, de los mozárabes y todas las culturas que por España han pasado proyectan sus influencias en él. El Flamenco también es parte de un conglomerado más actual. Más heterodoxo. Pero para mí es como la poesía, es decir, de acero inoxidable.

Empiezo con este preámbulo histórico y personal, por no decir íntimo, porque quiero hablar de la saga de los Montoya. Gitanos sevillanos, sobre todo La Negra, la matriarca de la saga, llamada Antonia Rodríguez Moreno y ya fallecida, que sin duda era una flamenca de los pies a la cabeza, y que también cantaba en Árabe. Nació en Orán (Argelia) en el año 1936. Fue una gran difusora del repertorio árabe que unió su propio cante en español. Casada con el bailaor Juan Montoya pronto daría a luz toda una dinastía de artistas formada por cantaores y bailaores. Hay una buena colección de vídeos en YouTube, muy recomendables, en los que se escucha su voz aguda con hondura, una voz trianera. Cabe decir que su hija es Lole Montoya, del dúo Lole y Manuel, y madre de Alba Molina.

Cabe destacar sus aportes a la música flamenca. También hay que recordar a Manuel Molina, padre de Alba, un gran poeta y compositor. Les invito a que busquen su último trabajo llamado Calle del Beso, un trabajo excelente que vale la pena escuchar. Manuel ya no está con nosotros, pero no cabe duda que ha sido una figura indiscutible del flamenco sevillano. Su hija, Alba Molina, estuvo en un trío musical de flamenco-pop que no llegó a tener mucha relevancia, por lo que, digo yo, decidiera al final tomar su propio camino en solitario.
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