
En la carrera del carioca Teixeira Leite Junior la pintura no surgió, como por arte de birlibirloque, de la noche a la mañana: fue, por el contrario, el desdoblamiento, una consecuencia natural de su formación profesional de designer. Pintor, pertenece a la familia de quienes, fieles a la lección de Cézanne, entienden la pintura como construcción, como un compromiso formal entre espacios positivos y negativos que dialogan, se complementan y se integran para generar, en la bidimensionalidad del cuadro, una estructura en la que nada se deja a la casualidad –o asume la apariencia de una forma orgánica, de un objeto o lo que sea. Para compensar ese rigor constructivo, que podría redundar, si se llevara al extremo, en una pintura demasiado cerebral, emplea una paleta multicolorida y de tonalidades vivísimas, gracias a la cual consigue realzar aquí un trecho de paisaje, allí una botella, más allá un instrumento musical. Pero no se engañen: los temas, para Teixeire Leite Junior, sólo sirven para disimular un trabajo antojadizo, responsable de la creación de puzles visuales capaces de seducir o fascinar al espectador más exigente, invitándolo a rehacer con los ojos laberintos de líneas que no obedecen a una única perspectiva, sino que, por el contrario, parten en todas las direcciones para generar espacios ambiguos en los que se funden y se confunden los planos, esto porque Teixeira Leite Junior sabe, al igual que Maurice Denis, que un cuadro, antes que ser un caballo de batalla, una mujer desnuda o cualquier otra anécdota, es esencialmente una superficie plana recubierta de colores dispuestos en un cierto orden. Incluso así, se puede detectar en el repertorio formal de Teixeira LeiteJunior la permanencia, en sus mesas de músico, en las figuras expuestas al aire libre o en interiores, así como en cualquier otra de sus composiciones, de ciertas constantes que en la práctica equivalen a una firma. Obsérvese, entre estas constantes que asumen casi la condición de símbolos, el florero, los suelos de ajedrez, capaces de crear en el espacio pictórico alternancias de fuerte impacto visual, y el perfil, al fondo, del Pão de Açucar, cuya forma, por evocar un seno de mujer, llevó al pintor y teórico francés AmedéeOzenfant a declarar Río de Janeiro una de las ciudades más femeninas del mundo.
Analicemos sin embargo de más cerca tres pinturas de Teixeira Leite Junior. En la primera, una mesa de músico (de hecho uno de sus temas favoritos), es posible detectar muy nítidas algunas de las principales cualidades de su hacer artístico. Se trata de una composición en que los diferentes planos, resueltos en áreas de color delimitados por líneas rectas, forman un suelo recubierto parcialmente por una alfombra de la que se eleva una mesa, viéndose sobre la misma una botella, algunos sobres y otros objetos; hacia la izquierda, el espacio pictórico se interrumpe súbitamente por una franja de ajedrez, de la que emerge un jarrón con cinco o seis flores escuálidas. Más al fondo –estilizados, descompuestos casi hasta la abstracción– se hallan una guitarra y un teclado de sintetizador, y en el último plano, como coronando toda la escena, el perfil inconfundible del Pão de Açucar. Es una obra que revela en su compleja estructuración hasta qué punto Teixeira Leite Junior privilegia los esquemas formales derivados del Cubismo y, en última instancia, del antes citado Paul Cezanne.
En la segunda pintura el personaje es una mujer que, en medio de una miríada de colores y de formas, a las cuales ni siquiera les falta el fondo, poco perceptible, del dorso del Pão de Açucar, está sentada a la mesa y busca equilibrar, con semblante melancólico o aburrido, las cinco o seis esferas pequeñas que va lanzando de manera alternada al aire, observada de lejos por lo que puede ser un sol. En cuanto a la tercera pintura, nos muestra igualmente un personaje femenino que, contra un fondo geométrico formado por rombos, y teniendo a su lado el inquebrantable florero y ante sí una botella, rasguea concentrada una guitarra.













