Camarón de la Isla, Bambino y Paco de Lucía- Talento a raudales-Cecilio Olivero Muñoz

Camarón de la Isla decía El flamenco es de noche y se oculta de día, el flamenco es cimbrear el cobre, que muera la hipocresía. Camarón de la Isla, Bambino y Paco de Lucía eran los reyes del flamenco que compartieron época y andaduras. Cantaor, cantaor, el pueblo gitano se quedó sin voz. Eso cantaba Lole en una actuación con el clan Montoya. Bambino era el rey del flamenco de cabaret. Era salvaje, artista nato, escribía sus propios temas, con mucho talento, por cierto.

Ahora hijo de Camarón prosigue en el artisteo llamándose “Mancloy” y es un rapero muy bueno. Sus hijas también cantan. Pero su hijo hace un rap mezclando la música que le perteneces a los suyos, que son mujer e hijos, la música que creó su padre. Camarón tenía tanto repertorio que probó con todos los palos flamencos. Sin duda era apoteosis y majestad. Bambino era un salvaje desatado. Paco un fenómeno.

En el disco Potro de Rabia y Miel denuncia cantando el robo de sus derechos de autor alegando La talega m’han randao. En el tema Yo vendo pescaito. Los derechos de autor es asunto que manejan las gestoras culturales. A Camarón le ocurrió lo mismo que a Paco de Lucía, pero no a Bambino. Camarón no se preocupaba mucho por esos detalles, a él le interesaba cantar y grabó joyas irrepetibles en el panorama flamenco. Fue innovador y precursor de lo que hoy llamamos Flamenco Pop. Eso lo demuestra en su disco La leyenda del tiempo.

El legado de Camarón, Bambino y Paco es potente como sus grandiosas voces y sus talentos artísticos. Camarón era la clase de cantaor que dejan una huella indiscutible imposible de borrar. También Paco y Bambino. En doscientos años de flamencología no se había escuchado algo similar. Camarón, Paco y Bambino eran dioses del flamenco. Duende y hondura, talento que no todos tienen.

Paco de Lucía recuperó su legado por la lucha de sus descendientes. Pero, ¿y Camarón? ¿Su familia luchó por lo que le pertenecía? Sufrió dos golpes en un último año de vida. Descubrir el robo de sus derechos de autor y el cáncer pulmonar del que murió. Camarón era tan grande que dejó escrito en un papel un consejo para los nuevos flamencos. Camarón de la Isla era, sin duda, el rey del flamenco. También Jaime Chavarrí dirigió una película a la que no lo reconocen sus hijos alegando muchos detalles del filme; opinan por ejemplo: —Mi padre no era así. Mi padre no tuvo un amigo cocinero. Camarón, Paco y Bambino serán eternos. Ellos eran grandes entre las cosas sencillas. Camarón de la isla es el símbolo gitano. Bambino era Miguel Vargas Jiménez, el salvaje hombre con carisma y astro con luz propia. Y paco que nos dejó con esplendorosa gloria. Bravo por los tres.

Reseña Literaria- Por Juan A. Herdi

Cecilio Olivero Muñoz

Prosimetrap

Universo de letras

 

Montaigne escribió en el prólogo a sus Ensayos que él mismo era la materia de su libro. Habrá quien afirme que cualquier autor-persona está siempre presente en su obra, que ésta se constituye irremediablemente en su espejo. Así es como se ha estudiado al fin y al cabo la literatura, partiendo del propio autor, de su biografía y de sus traumas, aunque ahora hay nuevas perspectivas. La literatura se convierte de este modo en el testimonio de una vida. Entiéndase vida también como el cúmulo de emociones y sentimientos. Por otro lado, si entendemos la escritura como diálogo entre un escritor y un lector, ambos en su más absoluta soledad, sin que importe que entre ellos haya distancia física o vivan incluso en tiempos distintos, entonces qué duda cabe que el autor y sus fantasmas se constituyen en el tema de la conversación, aunque aquí el interés estriba también en cómo interpreta el lector lo que le comunica el escritor y cómo aquel lo asume y adopta en su experiencia vital propia.

Todo esto resulta tal vez más evidente en la poesía, prosa poética incluida. La poesía, nos dice Cecilio Olivero, «se diluye entre tiempo y sueño». Por tanto, el testimonio queda a merced del tiempo –el sentimiento es emoción madurada por el pasar de los años– y el sueño, parafraseando (mal) a Goya, contribuye a que los fantasmas propios se vuelvan monstruos. Aunque monstruos compartidos.

Haber comenzado con Montaigne pudiera indicar que esto de la literatura del yo o literatura testimonial tampoco es algo nuevo, ni lo sería la autoficción, nuevas etiquetas inútiles más allá de las meras referencias académicas. La literatura es sobre todo mestizaje, más en estos tiempos extraños. Pero al fin nada es nuevo y la originalidad supone también volver una y otra vez al origen, que es a lo que se refiere strictus sensus la palabra. Todo ello nos lleva a reconocer que estamos ante un libro de análisis de la identidad propia, de exploración íntima, con una voluntad de revelar y exhibir lo que uno arrastra, en este caso lo que arrastra el autor, y confrontarse a lo que uno es. Esto es, mirarse a sí mismo y compartir esa mirada. No es casual que el libro se cierre con un apartado titulado Los espejos. El autor nos expone a golpe de verso y de prosa los fantasmas propios, pero que también son colectivos, aun cuando cada cual los viva a su manera.

Nos encontraremos con temas eternos, como la soledad, el miedo, la conciencia de sí mismo, la fragilidad y las dudas, las relaciones interpersonales o el desamor. Todos estos temas aparecen hilados por un sentimiento profundo de malestar, que sin duda a muchos lectores va a perturbar, que es función también de la literatura. Todo ello pasado por la experiencia personal e intransferible de Cecilio Olivero. También hay una reflexión sobre la escritura o la literatura y sus funciones. La escritura deviene no pocas veces en pura necesidad, por tanto no está tan clara la línea que separa la literatura y la vida.

El libro se divide entre poemas concisos –«un poema debe ser concreto», nos aclara el autor– y prosas poéticas que no son tan concisas, se alargan por derroteros un poco más amplios. No se plantean disyuntivas, hay una unidad entre ellas, pero sin duda el lector podrá acomodarse en cualquier de las dos formas literarias, al fin y al cabo son piezas sueltas, con sentido por sí mismas. Por eso mismo el lector puede decantarse por unas o por otras, y quien suscribe se decanta sobre todo más por los poemas que por las prosas, es una opción.

El libro, por lo demás, no da pie a mucha esperanza, –«La esperanza es una acacia imposible»–, aunque tal vez no tenga mucha importancia, la poesía se nos presenta al fin y al cabo como el único ámbito posible de vida.

Razones para amar la poesía-Abdennur Prado

Razones para amar la poesía

Abdennur Prado

 

Primero, por la liberación que proporciona con respecto al logocentrismo y a la tiranía del sentido. En la poesía las palabras dejan de ser meras herramientas para comunicarse y recobran su dimensión telúrica, sin importar lo que de ellas diga el diccionario. Son como fuerzas naturales que tienen raíces en el cielo. Se aman con un furor de trueno o sienten el dolor de las profundidades. Otras veces se calman y nos embriagan con su triste dulzura. Otras veces responden al sol de lo invisible con una transparencia clandestina. A menudo danzan, incluso sudan y se mean. Hagan lo que hagan, son siempre mucho más que palabras.

 

Segundo, porque la poesía implica una apertura a un plano de la realidad que queda vedada tanto a los sentidos físicos como a la razón. Podemos llamarlo mundo imaginal, el no mundo, la otra orilla, el no lugar, lo oculto… En árabe, barzaj: mundo intermedio entre los planos físico y espiritual. Es la tierra del alma. Allí podemos encontrarnos con seres increíbles. Se producen visiones y se despierta la imaginación creadora.

 

Tercero: porque la poesía es refractaria a cualquier moral codificada. La razón no está en que el poeta sea un inmoralista, sino en que la poesía no responde a criterios doctrinales o filosóficos establecidos, sino a la verdad desnuda. Una verdad vivida, en cada caso única, siempre a contrapelo. Muchas veces el poeta no sabe lo que el poema le dirá antes de escribirlo. Lo poético tiene precedencia sobre su persona.

 

Cuarto, porque el yo en la poesía se disloca, se sale de sus goznes, se aventura a ser otro y otro y luego otro, eternamente fuera de sí mismo. A veces se desdobla, otras veces se puebla de extrañas criaturas, o se transforma en un espectro. En el poema, el poeta deja de ser persona, deja de ser humano. No hay humanismo en poesía. Solo hay humo de ser o lava de volcán, o agua fértil de las profundidades. Hay truenos y alambradas, pero también espejos y nubes de azabache. Hay fuego de hogar y calma inesperada. Hay inodoros rojos y heridas encendidas. Hay mucha mierda, pero también escobas y escaleras. Hay amor a raudales y hay deseo. Hay fuerza y comunión con lo divino.

 

Quinto, porque la poesía es una celebración, con una dimensión ritual. La vivencia lírica tiene un sentido y un poder análogos a una iniciación en los misterios: implica un desvelamiento de la realidad y el descentramiento de uno mismo, conectándonos de forma única y auténtica con las leyes eternas de la vida.

Una sabíduría poética-Abdennur Prado

Una sabiduría poética

Abdennur Prado

 

 

El poeta no puede decidir lo que sucede en el poema. Es un receptor de algo que no puede controlar. Un poeta no se dice: «voy a escribir que me salen alas, o que adquiero la piedra filosofal, o que he alcanzado el nirvana…». Nadie se salva por pensar, ni el desear algo implica que suceda. Tampoco se dice: «voy a escribir que eres el alma de la luz si eres la luz del alma» (Juan Ramón Jiménez) o que esta sometido a una «inundación de océanos de hierro». No existe posibilidad de pensar de antemano un verso como este: «su alma es una mosca que zumba en las orejas de los recién nacidos» (Gonzalo Rojas).

 

Cualquiera de estas cosas, si sucede, sucede en el mundo del alma, sin la intervención de la voluntad. Todo lo que aparece en el poema es fruto de la gracia.

 

Un poema logrado expresa una verdad anímica que uno no puede decidir y que, en el momento en que acontece, ni siquiera puede comprender. No es el intelecto quien dirige la mano del poeta ni quien es capaz de traducir el acontecimiento anímico en palabras. Y mucho menos de llevar a cabo la transmutación. Ella es obra del amor. Al expresarla no solo confirma lo que ya habría sucedido: contribuye a que suceda. Sin la poesía quedaría en lo inconsciente o pasaría a lo consciente de forma intelectualizada. No acabaría de pasar.

 

En el poema se expresa de forma precisa lo que sucede en el mundo imaginal. El poema se erige entonces en un vehículo privilegiado a través del cual se nos revelan esos acontecimientos interiores, a medio camino entre lo consciente y lo inconsciente. Lo anímico se muestra en estado puro, no bajo los ropajes de la interpretación, la cual tiene el inconveniente de mantenernos en lo conocido. Se hace entonces necesaria una comprensión poética, que implique su asunción por parte de la conciencia, sin reducirla a lo sabido. Lo mismo puede decirse de los sueños: hay un modo de comprensión onírica coherente con su carácter numinoso, y otra que se limita a proyectar sobre el sueño esquemas funerales.

 

En este momento emerge la posibilidad de una sabiduría poética, diferente del saber científico y de la filosofía, de la lógica y de la dialéctica, de la mística y de la metafísica. Es, como sabía María Zambrano, un saber del alma: irracional, abierto, telúrico, dinámico, inasible. Es abarcador y se expande en todas direcciones. Tiene sabor y acuna una plegaria. En este saber lo divino se muestra sin la cota de malla de la teología. Es la propia matriz del tiempo que nos guía hacia su laberinto, como si fuese un centro donde todo se abisma y reconoce. Pero debe buscarse: tener ojos y boca y un cuerpo que se entrega al éxtasis sonámbulo de nuestras emociones. En este centro se recompone el mundo como una conjunción de rostros y de esferas. Y a partir de aquí se abren posibilidades infinitas. Todo integrado en Dios como semilla, jamás como objetivo.

 

Lo resultante no es una teoría, es una visión.

Manifiesto sobre el libro-Vicente Luis Mora

La lluvia en el desierto

Vicente Luis Mora

Yo sólo vine a ver brotar

mi casa en el desierto.

Eduardo García, La vida nueva

 

Si mirásemos en este instante dentro de nuestro cerebro, la sorpresa sería monumental. Junto a terrenos activos, regados por las conexiones neuronales, encontraríamos vastos desiertos, extensiones secas y polvorientas que ocupan grandes territorios en nuestra cabeza, zonas vacías, carentes de cualquier forma de vida. Seguramente, si nos fuese dada la posibilidad de hacer ese viaje a nuestro interior, nos preguntaríamos cómo podríamos remediar esos secanos, esas circunvoluciones devastadas, esos piélagos sin nada de valor. La solución es más fácil de lo que pensamos: basta con leer.

Los buenos libros irrigan nuestro interior, fertilizan las regiones del terreno mental, hacen florecer zonas cerebrales hasta entonces yermas e inactivas. Algunas obras literarias, más complejas, conectan además unos sectores con otros, funcionan como ríos que unen y enriquecen zonas o unidades distantes y aisladas. Los primeros libros que leemos en la infancia actúan como gotas de lluvia, o como rocío fertilizador; los demás, tanto en la adolescencia como en la madurez, nos sirven de canales de irrigación y fecundidad; los primeros amplían o ensanchan el mundo, las siguientes lecturas lo adensan, lo vuelven más complejo y comprensible. Son necesarias largas cadenas de obras literarias para terraformar y habitar como es debido la mente y sobrellevar la existencia.

Leído cierto número de libros, que habría que cuantificar caso por caso (los necesarios, en resumen), un individuo se vuelve persona, un ser con raciocinio propio y con singularidad pensante. Conforma un terreno mental que no se parece a ningún otro, como no hay dos ciudades idénticas. Una persona introspectiva y leída implica un cerebro en cuyo interior unas partes reflexionan sobre las demás y se desarrollan con la estimulación mutua.

A lo largo de los años me he arrepentido de algunos hechos, y también de cosas que nunca hice, pero jamás me he arrepentido de ninguna lectura. Hasta las malas nos enseñan: por qué me molesta esto, por qué me parece mal escrito. He disfrutado de cada obra, porque la lectura es en sí un disfrute absoluto: desde que abres un libro y empiezas a recorrer palabras, no sabes qué va a pasar, pero un mundo comienza a construirse ante tus ojos y dentro de tu cerebro. Es un acontecimiento prodigioso, del que no puedes despegar la vista: cada palabra, cada frase, abren un nuevo río en tu mente. Y cada página, estés de acuerdo con ella o no, ya te ilustre o te indigne, te alegre o te sorprenda, fertiliza una parte de ti que estaba muerta o que nunca había vivido. Cada libro hace crecer tu mente y a ti con ella. Es como la lluvia en el desierto. Te convertirá en alguien más inteligente, más crítico, con más elementos de juicio para juzgar a los demás y para juzgarte. Umberto Eco decía que “quien no lee, a los setenta años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. Así es. Y, además, quien no lee es alguien que solo tiene una idea… y no es suya. ¿No es mejor disfrutar de múltiples vidas y asegurarnos de que nuestras ideas son, realmente, nuestras?

 

Reflexiones de una ondjundju-El bol de ensalada- Juliana Mbengono

El mundo es como un bol de ensalada con una diversidad de vegetales que forman un todo delicioso. A veces trato de imaginarme un mundo sin razas, sin variedades, colores, ni países: sería tan aburrido y simple… No podría hacerme una buena ensalada y, seguramente, existiríamos con unas sensaciones de tedio y carencia insaciables. La libertad de la que disfrutamos inconscientemente al elegir entre una manzana roja y una verde o amarilla, debería ser la misma que cuando hablamos de nuestras preferencias sexoafectivas o de las características físicas e intelectuales que nos gustaría que tenga nuestra pareja, o cuando comparamos varias ciudades y nos identificamos más con la vida en una determinada.

La diversidad nos permite organizarnos y clasificar las cosas, ideas, personas o animales por grupos, ¿si no? ¿cómo le indicaríamos a alguien que necesitamos teñirnos el pelo de rubio y rizarlo, en vez de teñirlo de rojo y alisarlo?

Tras visitar África, un europeo puede llevarse un traje estampado o hacerse unas trenzas para mostrar “lo exótico” que “descubrió en África” o porque, simplemente, disfrutó de lo diferente con lo que se encontró. De igual manera, constantemente, las chicas negras nos alisamos el pelo y lo teñimos con químicos o usamos pelucas para vernos diferentes, “cambiamos de look” de cada mes.

Tristemente, la diversidad se convierte en un gato con una quinta pata cuando empezamos a usar etiquetas como blanco o amarillo cómo únicas herramientas para definir a otros. Quizás no tengamos una mala intención, que mi madre me llame negra no me molesta, recuerdo haber tenido una amiga llamada Negra y otra llamada Llorona, esta última hacía llorar a otras niñas con tanta frecuencia que muchas preferían alejarse de ella.  Mi amigo Marques se llama Blanco y tiene la piel aún más achocolatada que yo.

Las diferencias entre unos y otros han sido utilizadas para hacer tanto daño que a veces creo que habría sido mejor que todos fuésemos iguales; pero estoy segura de que, igualmente, habríamos encontrado otras diferencias. Y, en el peor de los casos, quizás no sería tan sencillo encontrar a una persona desaparecida.

Que unos sean alto y otros bajos; unos negros y otros menos negros o blancos; nunca debería haber sido motivo de discriminación, miedo, rechazo u odio. Al contrario, esas diferencias deberían habernos ayudado a vivir extasiados, plenos de felicidad porque son muestra de la abundancia con la que nos bendice la madre naturaleza; son una prueba de que el mundo está diseñado para que disfrutemos de él mientras vivamos.

Veo a mis hermanas quejándose porque una mujer blanca presumió de unas rastas en Instagram o una negra se dejó tocar el pelo; la verdad es que es realmente incómodo que te toquen el pelo así sin más, como si alguien se tocara la libertad de tocar cualquier parte de cuerpo porque sí, porque le llamó la atención. Que alguien nos haya ofendido en algún momento, ya sea por odio o ignorancia, no debería privarnos de compartir y disfrutar la riqueza y diversidad de la naturaleza.

Para terminar, el egoísmo y la ambición seguirán alimentando el racismo y la xenofobia mientras las cele bridades se apropian de otras culturas para “crear tendencias”. Pero no debemos pagarlo con otros inocentes que simplemente amaron algo diferente a lo que ya conocían. Creo que ayudaría mucho que compartiéramos positivamente en vez de criticar y atacar pensando que estamos defendiendo lo nuestro.

Reseña literaria (Juan A. Herdi)

Alex Oviedo

Como todos los días

El Desvelo Ediciones

 

Es lo que tiene a veces esa normalidad que se desprende de la más pura cotidianidad, que se trunca cuando menos te lo esperas. Un pierna enyesada por un tonto accidente doméstico, un ascensor que no funciona y, por último, el encuentro, un piso por debajo del propio, con los ladrones en la casa de un vecino, que le lanzan las correspondientes amenazas para que no cuente nada, estropean el domingo lánguido de un hombre que se pretende normal y acabarán por desbaratar la rutina durante los cinco días siguientes. Todo parece darse la vuelta en los hábitos del narrador, el trabajo, las relaciones con los demás, el día a día, aunque también da lugar a decisiones y actitudes que, tal vez, sin el acicate de lo ocurrido el domingo no se hubieran producido.

Por supuesto, el hombre, buen ciudadano, avisa a la policía, cumple con su deber, igual que parece cumplir con los deberes mundanos.

Todo ello además bajo la sombra de una casualidad curiosa y extraña, no es la primera vez que roban el piso en cuestión, lo que plantea el runrún del porqué de las cosas, si es puro azar lo que hay en la sucesión de hechos o hay, por el contrario, una motivación detrás de cada cosa. 

De este modo, el autor nos ofrece los seis días en la vida de un hombre que se mueve entre la sorpresa, el absurdo, el sinsentido y cierto desbarajuste vital desencadenado sin saber muy bien por qué. El resultado es un relato en el que asistimos a una extraña sinuosidad que, de pronto, ya venga determinada o no, llevará a que el protagonista se rebote contra el orden de las cosas tal como le han ido sucediendo hasta ese momento.

Estamos ante una novela de la cotidianidad y del absurdo, con toques humorísticos e irónicos, una reflexión sobre lo que somos y cómo afrontamos estas vidas nuestras que creemos bien ordenadas y olvidamos que muchas veces todo ocurre por mera chiripa. Sin un plan preconcebido. Todo ello intercalado de un sinfín de referencias literarias y sobre todo cinematográficas agregadas de un modo brillante y que acompañan el relato, lo van perfilando como un elemento más que ayuda a seguir la inferencia de los hechos.

Reflexiones de una ondjundju-Empatía 2.0-Juliana Mbengono

Empatía 2.0

Hace poco, leí el cuento de uno de los ganadores del certamen “Guinea Escribe”, el cuento de tres hojas habla de unos aldeanos que descubrieron una mota que, al consumirla les hacía muy felices; pero cada vez que la tocaban se extendía y acabó por invadir la aldea y el planeta. Creo que la mota es internet, pero el cuento no lo dice.

Por lo menos en África, todavía tenemos la certeza de que en caso de peligro los vecinos o quien quiera que esté cerca acudirá a socorrernos. Pero en muchas partes, parece que la empatía se ha limitado a los comentarios que hacemos en las redes por miedo, indiferencia y desconfianza.

Muchas veces hemos visto noticias sobre personas que acabaron muertas o gravemente heridas al intentar socorrer a otras que estaban en peligro. Creo que esto influye tanto en la gente que muchos prefieren mirar hacia otro lado cuando se encuentran con alguien que está en peligro. Recuerdo que, cuando estaba en Houston, un perro enorme salió de la nada y empezó a seguirme. Me asusté tanto que me puse nerviosa intentado alejarme. La gente que pasaba miraba hacía el otro lado y fingía no entenderme. Por desgracia, el perro fue atropellado por un Toyota y entonces algunos se molestaron en mirarlo con lástima. Si aquello hubiera sido grabado, seguro que muchos habrían hecho comentarios como “¿Dónde estaba el dueño del perro y por qué nadie la ayudó?”.

Por otra parte, la gente está tan centrada en sí misma que sólo se detiene a mirar la velocidad a la que va el mundo cuando les detiene una enfermedad o una desgracia. Mientras estamos sanos, los problemas de los demás son sus problemas, nosotros ya tenemos bastante como para preocuparnos por otros. En América echo mucho de menos a mis amigos y conocidos en Guinea, tantas actividades desinteresadas y tantos jóvenes valientes comprometidos con mejorar su comunidad. Durante la primera semana de febrero tuve que empezar a levantarme de mi cama a las cuatro de la mañana para poder llegar menos tarde a la escuela, una vez me quedé dormida y en el bus y al despertarme, estaba en la estación de los autobuses con las puertas del auto cerradas. ¡Menos mal que no me robaron el móvil o la mochila! El chico que limpiaba la marquesina evitó mirarme mientras golpeaba la ventana intentando llamar su atención. En Instagram, seguro que él habría sido el primero en preguntar si nadie tuvo cinco segundos para despertarme.

Por último, en un mundo donde la gente se aprovecha de la buena voluntad de otros para robarles o herirles, no es de esperar que nadie se crea que realmente estamos en peligro, a menos que hayamos tenido un accidente grave como que un terremoto sacude nuestro país o nos atropella un auto.

Es triste, pero real. Cuando leo los comentarios que hace la gente en las redes sociales, me da la impresión de que el mundo está lleno de empatía. Pero, al salir a la calle y ver las noticias, confirmo que estamos en la era de la empatía 2.0.

Reseña Literaria- Juliana Mbengono

El Poemario Verdinegro (iBookStore, 2023) es un trabajo conmovedor y valiente de Cecilio Olivero Muñoz en el que, con sus hemorragias de propósitos/ unidos a los amaneceres rojos, el autor vuelve a ser su propio muso presentando temas como la teoría del “luser o loser” con la que el sistema capitalista intenta convencer a sus víctimas de que son culpables de su desgracia. Olivero Muñoz llega a preguntarse si ¿Acaso no hay águilas que padezcan/ la crisis en sus picos y garras?

Otros temas que cuestiona y aborda el artista son: el amor, la inmigración, la importancia del éxito ante los demás, la felicidad, la necesidad de aceptación, el autodominio, la valentía, la salud mental, el nacionalismo, la justicia, la amistad, la familia, la discriminación, la inmigración y la maternidad, entre otros. Los 60 poemas del libro, algunos escritos en prosa, se leen en un momento y algunos lectores como yo se quedan sin palabras.

Pese a que la mayoría de los poemas son breves y sencillos, requieren un poco de concentración de parte del lector, ya que no difieren mucho de los que en “El necio” el autor menciona como poesía hermética [que se escapa de las manos del lector como un pájaro].

Uno de los poemas más conmovedores y tiernos de los tantos que hay en el libro es “El perdedor”, en estos versos donde Cecilio se define como presencia inútil/ como una jaula donde mueren pájaros y no se camufla al decir: a las mujeres les resulto repelente/ a los suegros les parezco un perdedor; se lee a un hombre que no pierde la esperanza en el amor ni se vuelve mezquino por no coincidir con lo que la sociedad define como hombre exitoso y qué es precisamente aquel al que cualquier mujer desearía presentar a sus padres.

En su intento de averiguar el secreto de la amistad, Cecilio Olivero entiende que se trata de un jardín /que debes cuidar con mimo y esmero; sin embargo, es una persona solitaria buscando su destino.

Otro poema que para mí no podría pasar desapercibido es “Hacia otra tierra con más oportunidades” en el que el poeta habla de la inmigración que lleva a cientos de jóvenes africanos a perder la vida en el mar y nos recuerda que cualquiera podría verse en esa situación algún día. La muerte de estos hijos, hermanos y padres que iban en busca de una vida mejor donde nadie les prometió nada acaba siendo, como lo dice el poeta “relleno televisivo” para Europa y el mundo mientras es una noticia amarga y dolorosa para los familiares que se quedaron quizás dudando o quizá esperando a que todo salga bien.

En varios poemas como “La revolución no será televisada” o “Nueva York” el autor invita al lector a ver lo sobrevalorados que están los Estados Unidos de América donde él no encuentra nada realmente interesante, sino injusticia, absurdos y vidas vacías atrapadas en las rutinas.

Cecilio Olivero es todo un poeta, es tan poeta que, incluso, cuando quiso hacer novela le salió una novela en poemas. La lectura de Poemario Verdinegro es para todos los que puedan leer; la variedad de temas, la brevedad de los poemas y el estilo usado en los versos libres pueden arrastrar al lector hasta el final del libro sin que este se dé cuenta.

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Maria José Navia

Todo lo que aprendimos de las películas

Página de Espuma. 2023

 

Hay algo perturbador en cada uno de los diez relatos que conforman este libro. No es una perturbación mala, negativa ni desagradable, sino por el contrario la lectura de los textos va dejando un poso extraño pero grato. Una extrañeza que procede además de lo cotidiano. O de lo que es aparentemente cotidiano, un término común pero de difícil delimitación, de un modo análogo a lo que ocurre con el de normalidad. Es cierto por otro lado que en un puñadito de palabras caben muchos pasados, también muchos gestos y bastantes sugerencias. Se capta de pronto, entre la cotidianidad de lo narrado, una profunda confusión, o una magulladura algo inquietante, y todo ello nos los ofrece la autora, María José Navia, a todas luces con gran maestría literaria.

Se recomienda una lectura pausada porque sólo así se consigue captar esa atmósfera sinuosa de los relatos, una atmósfera envuelta de frases entrecortadas, directas, a retazos, a golpe de relaciones ínfimas, tal vez efímeras en apariencia, imágenes entretejidas por palabras y frases hilvanadas con destreza y que dibujan deseos y expectativas, hechos que pudieran ser, pero no son. El resultado es en efecto la captura de una atmósfera en cada historia, una sucesión de atmósferas que quedan en la retina del lector, como una sucesión de fotogramas. Si un relato, un buen relato, es la aprehensión de una atmósfera, resulta más que evidente que estamos ante un libro más que notable.

Porque lo primera que uno siente cuando termina la lectura de los relatos es justo eso, una turbación que no se sabe muy bien de donde viene, si de la evocación o el recuerdo, de ese ejercicio recordatorio que viene provocado por un detalle nimio, o de un sinfín de relaciones que se tejen entre los personajes, relaciones familiares, o cuasi familiares, que sorprenden hasta el punto de tener que volverlos a leer. Sin duda, el estilo tiene mucho que ver con esta impresión, se trata de una prosa apacible, tranquila, sin aspavientos, seductora, como una sucesión de imágenes que pasan ante nosotros para absorber nuestra atención y removernos. En gran medida, la realidad es un acto de lenguaje. Merece la pena, por tanto, adentrarse en este libro.

Las diez historias conmueven. Nos trasladarán por lo demás a una y mil referencias que forman parte de un bagaje compartido. 

Una vez más estamos ante una propuesta literaria intensa, innovadora, que nos viene además de América. Una vez más la literatura latinoamericana, en este caso de una escritora chilena, nos emociona con la brillantez de sus relatos y con la conmoción de su lenguaje, tan visual. Estamos por lo demás ante una nueva generación de autores que han heredado una tradición literaria impresionante y que le dan la vuelta con absoluta genialidad a lo cotidiano al tiempo que engrandece de nuevo el arte del cuento literario.