
En tiempo de matanza era esperado por todos, pues se reunía toda la familia (a veces también algún vecino) para ayudar en sus menesteres y de paso aprovisionarse de algunos productos. Ese día había que madrugar mucho, los hombres salían al campo para recoger las aulagas que servirían para chamuscar los pelos de los cochinos antes de abrirlos en canal, mientras tanto las mujeres preparaban el desayuno antes de comenzar al regreso de los hombres. Mientras tanto se oían los gruñidos de los guarros en la cochinera, porque llevaban sin comer desde el día anterior antes de ser sacrificados. Entre tres o cuatro hombres sujetaban al animal y lo subían encima de la mesa, para que el matarife hiciera su trabajo y una mujer con un barreño debajo removía la sangre para que no se cuajara, que se necesitaba para las morcillas… Allí todos tenían su cometido organizado.
Una vez muerto y desangrado el cochino, se colgaba al animal cabeza abajo y comenzaba el despiece sacando las vísceras lo primero y las mujeres comenzaban separando y limpiando las tripas que luego servirían para hacer los embutidos.
En grandes lebrillos lavaban y separaban los distintos órganos, unas hervían en las ollas todo lo necesario para las morcillas, preparaban el menudo para la comida de medio día y otras condimentaban la carne. Los hombres iban sacando y preparando las distintas partes del animal… jamones, lomos, tocino etc. picaban la carne para la masa de los chorizos y morcones, entre trago de vino y presa de carne asá. Allí todos arrimaban el hombro, hasta los chiquillos ayudaban avivando el fuego de la candela, o metiendo las manos en todos los sitios, hasta que alguien les tiraba cualquier pingajo para que dejaran de dar «por culo».
Son las siete de la mañana… hace frio y amenaza lluvia, pero hay que esperar a ver si con suerte puede trabajar para llevar a casa el jornal. Lleva un mes en el pueblo y apenas ha trabajado, pues el capataz de la finca desde que se negó sus propósitos con él el primer día que se lo exigió, solo le da trabajo cuando no tiene otra para llevar al cortijo y cuando lo hace es para las peores faenas o trabajar en el campo. El trabajo en la casa no es muy duro, pues los quehaceres son mínimos entre semana porque no están los dueños, pero el capataz chantajea a algunas mujeres con no darles trabajo si no aceptan acostarse con él.
Cuando están los dueños tampoco es mucho mejor, aunque hay más mujeres que trabajan para atender a la familia y cuando llega la época de caza llevan muchos amigos y estos creen tener otros derechos con las empleadas.
En las faenas del campo algunos manijeros también intentaban abusar de las mujeres y buscan cualquier excusa para quedarse a solas, para complacer sus deseos con la amenaza de decirle al capataz que no valen para el trabajo y no las vuelvan a llevar al cortijo. Es duro el trabajo para la mujer y antes aún peor cuando los métodos anticonceptivos eran escasos y los embarazos no se podían evitar, si estaba casada el marido “seria el padre” y si era soltera, se quedaba “marcada” o tenía que marcharse antes de que se le notara.
El derecho a pernada era una práctica habitual, que se daba en algún caso de niñas y adolescentes ultrajadas por los dueños y capataces, sin que nadie pudiese hacer nada para impedirlo, porque si lo denunciaban las consecuencias podían ser muy malas. En estos ultrajes, en caso de embarazos y nacimientos de las criaturas, eran criadas como hermana/o de la propia madre.