El desplazamiento de personas de un lugar a otro no es algo nuevo, siempre ha existido. En cada etapa histórica ha habido movimientos de personas que abandonaron su tierra de origen, su marco social y cultural, para incorporarse a marcos sociales nuevos, en ocasiones muy diferentes. Lo podemos llamar emigración, destierro o éxodo, cambian algunos detalles, pero los motivos se han mantenido más o menos idénticos: las necesidades económicas, las persecuciones políticas e ideológicas o incluso cabe, por qué no, aun cuando sean los menos, o a todas luces los menos trágicos, un deseo particular, propio, de cambio, cualquiera que sea la razón personal para ello. En los últimos años se añade además un motivo nuevo para emigrar: la crisis medioambiental, que adquiere en algunos lugares una dimensión de verdadera catástrofe y que por desgracia veremos acentuarse en el futuro, incluso ya mismo ocurre.
No obstante, en estos tiempos de globalización, de desarrollo tecnológico intenso, de nuevas redes de comunicación y transporte entre todos los rincones del planeta por recónditos que sean, resulta evidente que los desplazamientos han aumentado, podemos acudir a estadísticas aportadas por, entre otros estamentos, las Naciones Unidas, aunque bastaría, en un ejercicio de sociología de bolsillo, una mirada a muchísimas ciudades, entre ellas las del Estado español, que han dejado de ser, al menos de un modo único, tierra de origen de muchos desplazados para convertirse también en lugar de destino, y comprobar que se dan en los barrios colectivos de orígenes diversos, en una convivencia que posee a la vez elementos de cosmopolitismo y de conflicto.
Ni qué decir tiene que el desplazamiento posee varias dimensiones y admite lecturas diferentes, tanto personales como colectivas, por ejemplo en la identidad de las personas protagonistas, «la sufrida artesanía del yo», en palabras de Gabriela Wiener, citada en el libro que comentamos, pero también en la colectividad que recibe aportaciones de los desplazados a la vez que éstos las reciben de aquella.
No sólo hablamos de aportes económicos o de mano de obra, sino también de una repercusión social y cultural.
Muchas literaturas nacionales, por su parte, han visto incorporarse a escritores de procedencias diversas, autores que son ellos mismos desplazados y que desarrollan toda o parte de su escritura en la sociedad de destino, en esas frágiles fronteras de la literatura nacional, en ocasiones en las lenguas o en las peculiaridades lingüísticas de las sociedades de destino y acogida, aunque no siempre. Podemos hablar de tantas características singulares como escritores haya, pero se dan unos rasgos comunes que nos permiten establecer un marco, que la investigadora Lucía Hellín Nistal emplea con la etiqueta de literatura de los desplazados.
De este modo, en la primera parte del libro, la autora nos ofrece un impecable análisis teórico, con numerosas aportaciones académicas, de este fenómeno. Apreciamos también una exploración crítica de esta última fase del sistema económico y social que es la globalización. Al mismo tiempo realiza un acercamiento práctico de un tipo de literatura que tiene mucho de testimonio, al tratarse de una escritura que parte de la experiencia propia migratoria, que recoge ese sentimiento de extrañamiento propio de autores que se confrontan a la pluralidad de idiomas o variantes lingüistas. No podemos olvidar el interesantísimo debate sobre las opciones de uso de un idioma u otro que se plantean muchísimos escritores, por circunstancias muy diversas. Me viene a la memoria un poema de Odete Semedo sobre la lengua en qué escribir. Aun cuando la autora de Guinea Bissau no se encuadre en una literatura de los desplazados, sin duda refleja un proceso que se da en muchos escritores agrupados bajo esta denominación, el de tener que elegir un idioma, o varios, de escritura, consecuencia de la convivencia de idiomas en un mismo espacio físico y por ende en la persona que se enfrenta a la escritura. El desplazamiento permite, por último, el encuentro de dos realidades con un potencial crítico y creativo en su obra. Como señala la propia autora del ensayo, el desplazamiento, más que un cambio de residencia, es un espacio relacionado con el punto de partida y de llegada.
Lucía Hellín Nistal recoge también el elemento experiencial en la segunda parte del ensayo al acercarse a varios autores, con sus puntos de partida y de llegada muy diversos. Se ocupa de siete autores concretos, entre los cuales Emine Sevgi Özdamar, autora turca que escribe en alemán, o Najat El Hachmi, autora nacida en Marruecos y desplazada a Cataluña de niña y en cuya lengua escribe, además de citar a lo largo de su trabajo a otros muchos autores, entre ellos los de la diáspora ecuatoguineana en España, por ejemplo Donati Ndongo-Bidyogo o Lucía Asué Mbormis, que es un subgrupo sobre el que los lectores castellanohablantes deberíamos prestar más atención.
No es nuevo el análisis de la literatura de los desplazados, sin duda ya hay elaborado numerosos acercamientos al fenómeno de la literatura y la emigración, pero este ensayo de Lucía Hellín Nistal es una aproximación muy adecuada para quien quiera profundizar en el tema, reúne bastante de lo ya estudiado y abre nuevos aspectos al estudio de un ámbito tan extenso como apasionante.
La película Postcards from London, del director Steve McLean, es un homenaje al arte pictórico, una oda a la homosexualidad donde los chaperos son o se hacen pasar por narradores. Examina el arte en general y en especial el arte creado por gays.
La película se centra en el vínculo entre culturalismo y sexo homosexual. El protagonista, llamado Jim, sufre el Síndrome de Stendhal. Cada vez que ve una obra de arte hermosa y bella se desmaya. Le fascinan los pintores del Renacimiento. Caravaggio mayormente.
Importante es recalcar a Leonardo Da Vinci hasta Miguel Ángel, pasando por Caravaggio, y otros artistas que han sabido plasmar el arte sacro con gran talento.
Gran talento tenían, por su parte, Goya o Velázquez, que también crearon arte sacro. De Goya se ha dicho por algún artista que es el precursor del arte moderno.
Goya solía decir que seguía aprendiendo. Las Majas, las Pinturas Negras, los fusilamientos del 3 de mayo. Los Caprichos y Los Desastres de la Guerra son los primeros precursores de fotoperiodismo y no es casualidad que los premios que llevan su nombre en la cinematografía de la Academia Española utilicen su efigie. Goya decía que había aprendido de Velázquez, de Rembrandt y de la naturaleza.
De Picasso es conocida su inspiración que lo llevó a crear desde la imitación del arte africano. Y muchos artistas, tanto en cinematografía, como en pintura, o fotografía han imitado a veces con gran brillantez, otros con menos acierto.
En literatura también imitamos unos de otros. Imitamos de los clásicos, de los contemporáneos. La imitación es algo que está muy presente en el arte callejero.
Innovar en algunos aspectos es posible. Veamos el ejemplo de Lita Cabellut, y sus craquelados, sus retratos realistas y a la vez modernos, y también su manera de crear. También se innova en arte, pero está claro que todos somos herederos de lo que vemos. Y codiciamos lo que nos fascina e imitamos.
Todos imitamos unos de otros. Desde que se pintó el motivo o la acción de cazar el alimento, el ser humano ha copiado.
Roba, aprópiate, sé creativo, háztelo tú mismo. Pero crear arte está basado en la imitación, hazlo en todo caso sin que sea perceptible. Que no se note. Como si innovaras. Ahora, en tiempos de Hiperrealismo, cuando se habla de Antonio López se habla de un hombre sencillo con un arte asombroso. Es el pintor con más mérito de estos tiempos. Es toda una excepción.
O por ejemplo la obesidad de un Botero es una imitación de la voluptuosidad de Rubens. A veces el arte posmoderno, o abstracto ha tenido cierto éxito innovando. Pero no es el mismo arte un Miró o un Gordillo o un Tapies. Son conceptos diferentes.
El arte fotográfico de Chema Madoz es poesía, y la poesía es visual. Así lo demuestra Joan Brossa.
Si te apropias del recurso de un pintor o un dibujante tienes que tener claro lo que quieres del artista, y encontrar lo que más te inspire. Innovar es muy difícil pero tanto el pop art de Andy Warhol como Jean Michel Basquiat imitan arquetipos iconoclastas. Y si nos vamos a España gente como Juan Grande, Gabriel Moreno, o la magnífica Maruja Mallo son imitadores que disimulan muy bien el carácter importante de innovación. Hay muchos artistas en España que innovan.
Pero ahora es el arte callejero lo que más parece ser que tenga acentuada su gran repercusión, ya que se aleja éste de los museos. Imitar no es malo, todos imitamos, aprendemos con ello, pero en todas las disciplinas hay precursores. Entendamos que todos somos creadores que se inspiran con otros antecesores.
«Navegar por los recuerdos/ atravesando en silencio / el espacio de la memoria»
Mari Carmen Azcona
Suele decirse que nadie es imprescindible. Pero no es verdad. Hay personas que lo son, que resultan esenciales en el día a día, que logran romper con la rutina cotidiana, que nos retan a ser mejores. De pronto nos topamos con su ausencia y nos damos cuenta del silencio y del vacío que se imponen sin remedio, y surge así ese sentimiento de culpa por no haber conseguido tal vez que la persona en cuestión, la que nos falta, se sintiera como la sentimos ahora, imprescindible.
El pasado 25 de agosto moría Mari Carmen Azkona. Aun cuando intuida o esperada, la noticia no dejaba de ser para muchos tremenda, hiriente, y nos descorazonaba en este final de verano en el que albergábamos tantas esperanzas por hacer tantas cosas juntos. Cumpliremos con muchos de nuestros propósitos, sí, pero ya no será lo mismo.
Estos días hemos conversado mucho sobre su cercanía, sobre la amistad. Aquí nos hemos de circunscribir, no obstante, al pasado de Mari Carmen Azkona en su doble faceta de escritora y de activista cultural. Ambas fueron las dos caras de una misma moneda. O de una misma personalidad, la de una Mari Carmen Azkona comprometida con la literatura, con la cultura en general más allá de su propia particularidad. Aunque la cultura que ella defendía nada tenía que ver con una lista de renombres ni con las famas vanidosas a la que, por desgracia, nos estamos habituando, sino con una actividad colectiva, comunitaria y social, además de personal. Quizá sea algo que por desgracia esté cambiando en esta sociedad del espectáculo donde lo cultural cada vez parece tener menos importancia. Pero así lo entendía ella y lo trasladó a su vida, a nuestra vida.
Escribía sin duda por esa necesidad de entenderse a sí misma y asumir la realidad envolvente, no siempre comprensible, a menudo doliente. Pero no se limitaba a esa intimidad de la escritura, necesitaba además socializar su interés por lo literario y por el arte, pero también por la naturaleza o por la historia, encontrando siempre la relación con la poesía, eje central de todo su quehacer. Portugalete devino así el escenario de numerosas presentaciones literarias, recorridos culturales y poéticos, conferencias, jornadas, fotografías, incluso una feria de libros que la pandemia primero y después la enfermedad impidió continuar. Sus lazos se extendieron también más allá de lo local.
Su activismo cultural puso en contacto a muchas personas, la convirtió a ella misma en una cartógrafa de un amplio mapa de vínculos y de afectos que ha ido más allá de un interés común, la literatura, sin duda porque la Cultura, así, en mayúscula, no es sólo algo trascendente, no debiera quedarse en eso, sino sobre todo es la argamasa para construir lazos de amistad, respeto y diálogo. Para crear comunidad, en definitiva, algo importante cuando todo parece estar en nuestro mundo patas arriba y las cosas cambian tan deprisa, no estamos muy seguros de si a mejor o sólo, en el mejor de los casos, hacia algo diferente.
Nos deja sus escritos, Patchwork, Enredados o El silencio de los puntos suspendidos, numerosos poemas y relatos, algunos premiados, otros reunidos en libros colectivos. Y la demostración que toda obra, al final, forma parte de la propia vida, es la vida misma. Por eso quien así lo ha entendido se vuelve, de un modo absoluto, imprescindible, alguien esencial que no se va a quedar en un rincón de nuestro pasado, sino que pervivirá en nuestro día a día.