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14º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

por_bule_su_primo@hotmail.com

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14º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºXIV     15-11-2.008

NÚMERO ESPECIAL DEDICADO A LA MEMORIA

DE PEDRO JOSÉ GONZÁLEZ MUÑOZ.

 

EDITORIAL XIV

El negocio de la multiculturalidad y el sentido común

 

Asistimos no sin una cierta sensación de vergüenza ajena al último espectáculo multicultural de las Naciones Unidas. En Ginebra hay un palacio que pertenece a tan notable, que no noble, visto lo visto, institución una de cuyas salas, la denominada Sala XX o Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de Civilizaciones, ha sido remodelada por el artista español Miquel Barceló. Dicha obra ha consistido en erigir una cúpula y el presupuesto lo aprobó el patronato de la Fundación ONUART. Hemos conocido que el referido presupuesto se eleva a la cantidad de 20,35 millones de euros, de los cuales 500.000 euros han sido aportados por el Fondo de Ayuda al Desarrollo español, que gestiona el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio.

 

Sabemos que el tema puede ser abordado con mucha demagogia. La evitaremos en la medida de lo posible. Seguramente bastaría sacar una conclusión con la mera lectura del párrafo anterior tal cual y quizá por ello no sea muy necesario añadir mucho más: los datos expuestos cantan por sí mismos. Por otros lado, somos conscientes también de que el problema de la pobreza en el mundo depende en gran medida no tanto de las ayudas puntuales que se puedan otorgar, y con 20,35 millones de euros habría muchísimas ayudas puntuales que arreglarían problemas concretos y angustiosos para quienes los padecen, sino de transformar estructuras y relaciones internacionales, crear un nuevo orden internacional basado en la cooperación, la justicia, la solidaridad.

 

Tampoco somos quienes para exigir compromisos a los artistas. La solidaridad surge de la propia persona y cada cual ha de saber hasta donde tiene que llegar su compromiso. Por lo demás no creemos que un artista tenga que estar más comprometido que cualquier otro ciudadano, sea quien sea y cualquiera que sea su oficio, aunque reconocemos que un artista puede lograr que un mensaje llegue a más gente. No seremos nosotros en todo caso quienes juzguemos a los demás ni daremos consignas de cómo han de vivirse los problemas de este mundo, nos basta con intentar ser coherentes en nuestra vida cotidiana, algo de lo que no somos ni de lejos maestros.

 

Sin embargo, no hemos podido evitar un escalofrío al conocer dichos datos. Sobre todo si las cotejamos con otros que nos proporcionan algunas organizaciones de solidaridad y que nos dejan claro que la miseria, el hambre, la pobreza son, por desgracia, la norma en el mundo, no la excepción. Evidentemente, hay muchos otros gastos que podrían soliviantar dicha situación y no por ellos vamos a exigir su eliminación. No obstante, nos escandaliza que el dinero de la cúpula se haga nada menos que en las Naciones Unidas, que tiene un sinfín de entidades vinculadas y programas específicos de desarrollo y de lucha contra la pobreza, y que las ayudas pretendidamente públicos de los Estados, como el FAD de España, se desvíen de un modo tan cuantioso a fines que poco o nada tienen que ver con el desarrollo.

 

No tenemos de momento muy claro en qué consiste esa Alianza de Civilizaciones que surgió como idea de la Presidencia Española. Tenemos la vaga sensación de que civilización sólo hay una, la humana, y que son las culturas las que dialogan permanentemente, algo que no requiere, por otro lado, de grandes palabras, de discursos grandilocuentes ni de órdenes directas de los Estados, es algo que siempre ha ocurrido y que ocurre hoy de un modo cotidiano. Cuando leemos a autores de otros países, culturas y lenguas o vemos sus películas, cuando apreciamos la música sea cual sea la nacionalidad del autor, cuando nos acercamos a cualquier obra artística ya estamos dialogando. Siempre ha sido así. Esperamos que siga siéndolo. Lo que sí sabemos es que asuntos como el mencionado, por su grado de frivolidad y por la susceptibilidad de ser utilizado para la demagogia fácil, hacen un flaco favor a quienes desde la honestidad y el compromiso luchan por instaurar un mínimo de armonía en este mundo.

 

 

 

LA PESADILLA DE BRETTON WOODS

 

La miseria arrastra los pies

en la antesala de las pesadillas

y no hay mayor pesadilla para la pobreza

que el bostezo global de Bretton Woods.

Las semillas son huecas esperanzas,

el estómago es una cueva con un canto hecho eco

pues su exigencia hace temblar al hombre,

el aliento es un vacío peculiar,

y lo triste son las inmensas listas de los muertos

que adelgazaron mientras otros engordaban.

La cruz roja es un suspiro,

los seudo-poblados son hervideros,

los momentos son desdicha,

la chatarra es un sustento de cuentagotas marchito,

las azadas oxidadas son trastos arrumbados,

calaveras y esqueletos

son la cosecha de los capitalistas barrigones

que harán nacer otro capitalismo

que nos despreciará si no consumimos su desgracia,

muchos tienen miedo a no ser espiga

y otros se columpian en las derrotas del cansancio,

la luna debió ser pan casero,

las montañas debieron ser arroces y te quieros,

las nubes deberían ser mantequila,

las llanuras debieron ser desayunos de amor,

los soles deberían ser potajes en ebullición

y los árboles del mundo embutidos saciantes,

los ojos deberían ser mares salvajes

y los pucheros deberían ser ríos de frescura

que la acequia de las lágrimas les niega siempre.

Las moscas deberían ser alegrías enormes,

y los pozos deberían ser millonarios altruistas,

los desiertos sueños de hermandad,

el dinero debería ser gratuito principio

que se sume a la solidaridad sin fronteras,

que nada en el mundo deba costar

el sufrimiento tan largo y tendido

y el sudor de frentes sin futuro

con eterna chicha

y agria limoná.

Las palmeras deberían ser relucientes estrellas

de grandezas bajas,

las sabanas deberían ser

campos sembrados de huerta a sol y a sombra,

las lluvias deberían ser

opulencias llenas de vida,

las nevadas deberían ser

horchatas de refrescantes risas

y las tormentas deberían ser

decididas causas para un mundo feliz.

Los azules deberían ser puentes hacia el corazón;

el hambre a nuestra puerta llama

como un desprecio de rabia que muerde

en lo más débil de nuestra razón.

La religión debería ser mero amor a la vida,

la filosofía debería ser el gas de opio del pobre,

la poesía debería ser lenguaje sencillo y mágico

que brota de los silencios,

los novelistas deberían ser herederos

de los hechiceros que limpiaban las malas artes

y la política debería dárselo todo al pueblo.

La mentira debería ser un chiste sin gracia,

la verdad debería ser obligatoria,

la paz debería ser respetada monotonía,

la educación debería ser pan para el mundo,

la libre expresión debería ser

el único consuelo que el ser quisiera,

la televisión debería enseñarnos algo,

y el diario de la mañana

una libertad próxima y sensible,

el dolor debería estar prohibido

y el amor verdadero

debería ser ejemplo en las escuelas,

el te amo para siempre el único peregrinaje

que toda la humanidad debiera hacer.

Las campanas deberían ser caramelo,

las chozas una perfecta sombra sin goteras;

el Banco Mundial quiere patearnos el lamento

y destrozar una paz de azúcar y bendición.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

Tensión

 

 

Intenté demorar lo máximo posible mi vuelta a casa. Siempre lo hacía. Pero más pronto o más tarde tenía que volver, inevitablemente. Además, sabían que a las siete salía del instituto y apenas se tardaba media hora en regresar a casa. Como máximo cuarenta y cinco minutos. Aquel día llegué a y veinte. Abrí la puerta y, una vez abierta, la tensión la sentí como una bocanada de aire caliente que me golpeó como un sopapo. El silencio era absoluto, pero se sentía que habían discutido. Es extraño, pero a veces la angustia la notas casi como si fuera un olor o una presencia real, material. No me crucé con ellos en el largo pasillo que llevaba a la cocina. Cuando entré en ella vi las bolsas de la compra en el suelo. Recogí algunos productos que se habían caído, los dejé sobre la mesa, algunos los guardé en la nevera, y luego volví a atravesar el pasillo. No me los crucé tampoco mientras fui a mi cuarto, pero estaban en casa, no me cabía la menor duda. Tampoco los busqué. La casa era lo bastante grande como para evitar encontrarnos cuando queríamos mantener cierta discreción y la distancia, lo cual pasaba a menudo porque en aquella casa hacía tiempo que no hablábamos más allá de los convencionalismos cotidianos.

No me gustaba aquella situación, no la soportaba, era como si quisieran recrearse en el odio, como si sólo cohabitaran con su rencor mutuo y ya no desearan más que continuar una relación que a todas luces no tenía visos de cambiar. Muchas veces me preguntaba por qué se empeñaban en seguir juntos.

Dejé los libros en mi habitación y volví a recorrer el pasillo hasta la sala de estar. Ahí me encontré a mi padre. Estaba en el sillón, en silencio. Le saludé y él apenas soltó un saludo inaudible. El mensaje era claro: no quiero hablar, déjame en paz. Aunque es posible que fuera incapaz de decir mucho más, de ser más comunicativo, de superar él mismo un estado de cosas que tampoco él soportaba. No lo sé. Salí y dudé si buscar a mi madre. Estaría en su cuarto y supuse que tampoco ella querría hablar. Claro que yo no sabía muy bien lo que podría decirle y por eso quizá no tenía mucho sentido que fuera a su encuentro, que hiciera algo. Tal vez sólo me quedase entrar en mi cuarto y encerrarme allí. Pero la atmósfera en toda la casa era irrespirable. No me iba a concentrar en nada, así que lo mejor, sin duda, era salir.

Reencontrarme en la calle me hizo bien. Era como si de pronto pudiese respirar tranquilo después de una crisis. Sin embargo, no me logré despojar de un mal sabor de boca que se mantenía dentro de mí. Comencé a andar sin dirección fija. No quería encontrarme con nadie. Qué les iba a contar, que salía de casa porque de nuevo mis padres se habían peleado y la tensión se podía cortar. Detestaba además dar pena a los demás, odiaba mostrarme débil o deprimido o sencillamente frágil, sobre todo porque pensaba que sólo a mí me afectaba una situación tan penosa. Di varias vueltas y me senté en un banco, sin saber muy bien a donde dirigirme. Luché contra la ansiedad que comenzaba de nuevo a dominarme por dentro. Mi vida, no podía dejar de pensar en mi vida. No era grata, me esforzaba por dejar de darle vueltas a mi existencia, pero estaba allí, bien presente. Por mucho que intentase creer que yo podría ser otra persona, que podría llegar a tener otra vida, que viviría en otro lugar, en otra atmósfera, y a veces fantaseaba durante horas con ello, la realidad se me presentaba en cualquier momento, como al llegar a casa aquella tarde, con una crudeza que me dejaba noqueado. No podía inventarme que todo era normal, que mi vida era apacible, que tenía una familia estable, que tenía amigos que venían a casa y cenaban, se relacionaban con mis padres con total afabilidad. Ni podía seguir creando una novia que también venía a casa, que se quedaba a dormir. La vida, por mucho que insistiera y me concentrara en una realidad paralela, era un infierno.

Anochecía y comenzó a refrescar. No podía además pasarme todo el rato sentado en aquel banco. Más tarde o más pronto tendría que volver. Así que me levanté. Dudé por un momento hacia donde dirigirme. No quería regresar a casa. Aunque había pasado una hora desde que salí, las cosas allí seguirían igual. Sin embargo, no iba a huir en aquel mismo momento.

Entré en casa y de nuevo me di de lleno con el tenso silencio. Pasé por delante de la sala de estar, pero la penumbra no me dejó ver si mi padre seguía en el sillón. Tampoco quise fijarme. Entré en mi cuarto y me senté en la cama. Sentí deseos de llorar. Me fui a la cocina. No había rastro de las bolsas y todo aparentaba un orden que parecía negar el caos de un rato antes.

En ese momento entró mi madre. No me di cuenta y su voz, a mi espalda, me hizo dar un bote.

– Llegas tarde. -me dijo, casi en un susurro que le quitó cualquier tono de reproche.

– Salí -contesté-, tuve que comprar una cosa.

Se quedó callada, mirando las paredes blancas de la cocina, los armarios color pastel. Su silencio casi me hizo más daño, hubiera preferido que gritara. Salió y de nuevo todo se llenó de una tensión punzante.

Me quedé solo. Pensé que al año siguiente me tocaba ir a la universidad. Y que en la solicitud rellenada aquella tarde en el instituto había puesto como primera opción una carrera que se hacía en otra ciudad.

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

Adolescentes:

 

 

Eres un adolescente impetuoso y rebelde, te lanzas a volar y no te percatas que no eres un ave, quieres cruzar el mar pero no has construido ni un velero, solo te precipitas a soñar de las cuerdas de una cometa.

 

Eres inteligente pero te embobas ante una joven, sueñas con tu Julieta y aún no eres un Romeo, tu vida es un crucero lleno de fantasías donde la alegría y el jolgorio te presidan, eres la juventud en todo su furor como la primavera floreces a cada año dejando varios corazones rotos.

 

Eres de los adolescentes que no le temen a nada, ni a nadie, cruzas todas las murallas de la vida y siempre logras lo que quieres, eres un joven apasionado en todo lo que haces, aunque ello tarde o temprano te golpee dejándote atolondrado, pero tomas fuerzas y te levantas y sigues adelante en la batalla.

 

Eres un joven como muchos otros, pero tú eres especial porque eres el único en este mundo.

 

Por Mabel Meneghini

 

 

EL MAR

Las olas chocan contra mí, algunas suaves, otras con tal fuerza que me hacen tambalear, pero son olas, al fin y al cabo. Olas que golpean, y de repente te das cuenta que has de reaccionar, y en ese preciso instante, en ese golpe despiertas con un nuevo aire, con un nuevo pensamiento, como pretendiendo cambiar de rumbo.
Rumbo que me guía la corriente del mar, me lleva a izquierda a derecha, me mete hacia dentro, me saca hacia fuera, ¿pero cómo mantener la estabilidad, estando de pie en medio del mar?.
Anclo los pies en el fondo de la arena del mar, intento aferrarme para no desestabilizarme, y aún así, esas arenas son movedizas, mientras se piensa: si uno no quiere caer, no cae.
Golpes de olas, unas suaves, otras fuertes.
Suaves, que con su movimiento te hacen sentir agradables sensaciones, y por unos momentos eres feliz.
Olas fuertes, con sus choques, golpean contra el cuerpo, pero no son más que meros golpes que provocan las reacciones, y en la mayoría de veces funciona.
¿Quién no ha pensado en un choque de una ola grande o fuerte, que en ese momento, aún por unos segundos, su vida puede cambiar en algo?. Algo que hacer, algo que pensar,…
Golpes de olas, que vienen y van, pero el mar siempre acaba serenándose, calmándose, y todo vuelve a ser normal.
Experiencias vividas y experiencias por vivir.
Olas del mar, preciosas experiencias de sensaciones.

Silvia Marcos Fuentes
29-07-08

Reservados derechos de autor V-1693-08

 

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Poema 5

 

Dejaré de culparte, en este día dejaré de maldecirte, ya no eres prisionero de mis viajes, no quiero ser quien te prive de las noches estrelladas, ya la lluvia ha acabado, no necesito seguir teniendo que culparte de todo.

Ya bastó este sentimiento absurdo que no me imagino sin él, pero que tampoco me imagino en el,

porque la solución fue matarte, despedirte de mi vida, fue dejar atrás la melancolía, dejar atrás el capricho de tan sólo tenerte a mi lado sin saber que era lo que tenía o qué me privaba de tener. Dejaré entonces de culparte por todo lo que fue y lo que no, por lo que pudo ser y no fue.

Dejaré que en tu ventana brille el sol nuevamente y que la mañana sea mañana otra vez, dejaré de ser quien te guíe, dejarás de ser mi guía.

Buscaré los recuerdos de sal que se quedaron en la orilla de aquel mar…

dejaré de maldecir tu cuerpo perfecto, por no estar conmigo cuando quería que estuvieras, dejaré de culpar a la vida por la mala vida que me has dado.

No sé que tienen tus manos que son las únicas que me llevaría en este viaje, que hoy emprendo, y que sin más ni menos, me destierra a otro horizonte donde no habré de culparte.

No sé que es más eterno si el amor que sentía o la culpa que me inunda, pero dejaré de culparte y de culparme, si culpables no hay en este asesinato; si mentiras sólo quedan sobre la mesa de poker…si sólo podré decir que dejaré de culparte cuando llegue al final de este viaje que hoy emprendo. Que no dejaré tampoco que tu recuerdo me inunde el alma, que no querré ver más tu foto, que dejaré atrás los aromas de tu frescura, que dejaré de culpar a tus ojos por darme la dicha y luego matarla en esa navidad.

Y remaré con todas mis fuerzas para huir de tu lado y dejar de culparte, no serás el culpable de este amor que muere sin haber nacido, no serás culpable de mi muerte en tierras olvidadas por el olvido.

Dejaré de maldecir al tiempo que estuvimos juntos, dejaré de culpar a tus labios por hablar demasiado o por envenenar mi boca al besarla.

Dejaré que te culpes y me culpes por lo que pudo ser y no fue, dejaré que me maldigas por matarte esta tarde, dejaré que mis labios se posen por última vez sobre los tuyos, dejaré que mis manos recorran tu cuerpo pecando contra la vida, pecando contra el cielo y las estrellas.

Entonces me culparás a mí por dejarte, me maldecirás por abandonar lo que no fue y pudo haber sido, me culparás por ser como soy, una niña en la piel de una mujer.

 

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

 

LA ANTI-MUSA

 

Me da a mí por pensar

que reírse de las musas

y del abracadabra

no está nada mal.

Por que las veo tan difusas

y a la postre tan pesadas

que en vez de escribir

tengo por lo que llorar.

Me río a carcajadas

de las flipadas musas

y las eternas bofetadas

que ofuscaron raíz obtusa

por que las pequeñas migajas

están por merendar.

Te dejo patidifusa

al decirte que eres mi musa

y me pongo a recitar

sin sentido y bla, bla, bla.

Musa, palabra difusa

que te dibujo ilusa

y en tu habitación reclusa

encerrada sólo por amar.

Musa de mis pelusas

entras en mi vida intrusa

me como tu ensaladilla rusa

y que paliza me da la realidad.

Musa eres anti-musa

eres inspiración del laralá

musa tan bella gatusa

musa de mis pelusas

mucha musa está por llegar.

Musa de las reclusas

musa de otoños y rabal,

musa tan buena morusa

musa, moneda ilegal.

Musa que como una intrusa

te apropias a buen recaudo

y de recaudado caudal,

musa de mis pelusas

eres tu reina por reinar.

Eres musa de mirada obtusa

eres pitusa por inventar.

Eres musa, tú, mucha musa

eres patusa del mío cantar,

eres mi única pupusa

eres pelusa por pelar.

Eres muchachita anti-musa

eres obtusa y pelillos a la mar,

eres musa de mi realidad.

Musa tú estás confusa

por la ambigüedad

de las picantes medusas

y por la mar y su propia verdad.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

FASCÍNAME

(Salou)

luz memorable, vidrio rozado…

Juan L. Panero

Ofréceme pasión para no olvidar mi tiempo.

Conmíname en la caverna del fuego y los latidos.

Sájame con tu enarbolado furor de enredadera.

Fascíname con la piel de tus frutos perseguidos,

en el afortunado reino que me ofreces y brindas

con un dedo entre los labios.

Embriágame con el presagio de la noche.

Háblame despacio,

ámame solícita, seductora,

rozándome las mejillas con yemas de agua,

con un inacabable desmayo de penumbra,

con un deje de almíbar

en el pozuelo grana de tu boca.

Ríete de mí si es preciso, libérame

en el abrevadero blanco de tu escote,

cólmame de tersa luz, despréndeme el orgullo,

deseo ser esclavo fiel

y que la trampa del amor todo lo explique.

.

(José Luis García Herrera, El recinto del fuego, Huerga y Fierro editores, 2008)

 

ANOCHE SOÑE CONTIGO

 

 

Entré en el restaurante, en búsqueda de mi acompañante para cenar. Estaba allí, como siempre, sentado en la misma mesa de fondo del restaurante, en la penumbra, iluminada por una tenue lamparita colocada sobre la mesa. Tú, con la copa de vino, esperándome,…Te vi, y sonreí como siempre.

Empezaste a pedir la cena, a la carta, como nos gusta, mientras me besabas y acariciabas, preguntando cómo me había ido el día.

En nuestra amena conversación, durante toda la cena, solo tenía ojos para ti, oídos para ti y para la música de fondo.

 

Mi amor, que bien estoy contigo, amante, compañero, amigo.

Mi amor, te he de confesar algo.

En esa cena, mientras te miraba, observé en la mesa de enfrente a un hombre que como predestinado entremezclamos miradas. No pude dejar de mirarle, al principio de forma tímida, a él le ocurría lo mismo, miradas cruzadas, miradas tímidas, dejadas acompañar por una leve sonrisa, escueta y discreta.

Él estaba acompañado, ni siquiera me di cuenta quién era su acompañante, pero en ese momento sinceramente me daba igual. Mientras te escuchaba él fijó su mirada en mí y yo quedé hipnotizada, hechizada, dejé de escucharte ya, mis miradas, mis sonrisas eran para él.

Miradas y sonrisas que hablan, cómplices de una conversación secreta.

Pero la cena terminó, no quería marcharme, quería seguir viendo sus ojos.

No te diste cuenta de nada, y marchamos, dejando tras de mí un extraño dolor indescriptible.

Salimos del restaurante, llovía, y al día siguiente ambos teníamos que trabajar, se nos hizo tarde, y nos despedimos con un beso, para mí vacío. Cogiste un taxi y te marchaste. Quedé allí bajo un balcón resguardándome de la lluvia.

No pasaban taxis, me parecía una eternidad, quería marcharme rápido, antes de seguir mis impulsos y volver a entrar.

No hizo falta, cuando al fin vi un taxi, le di el alto, pero en ese preciso momento alguien me abrazó por detrás y me susurró al oído: “no te marches, ni ahora ni nunca”.

Me di la vuelta y era él, salió a mi encuentro, me buscó y me encontró, no hubo palabras, nos fundimos en un apasionado beso bajo la lluvia, todo nuestro alrededor nos daba igual, abrazados sin hablar.

 

Esa noche hicimos el amor y supimos que iba a ser para siempre. Y así ha sido, todas las noches, todas las mañanas, todas las tardes nos amamos. Y cuando me levanto recuerdo haber soñado contigo.

Y como siempre “anoche soñé contigo”.

 

 

Silvia Marcos Fuentes

15-08-08

 

Reservado derechos de autor V-1693-08

 

 

                                      UTOPÍA

 

Si pudiera de golpe

arrinconar olvidos y semanas

junto a los nidos de agua

de mi secreta cáscara.

 

 

Si lograra arrojar

en las islas neutrales

las cenizas que muerden el árbol y las lágrimas,

y pudiera dejar que una ecuación rotunda

insertase su atmósfera de pétalo

en cada pabellón desamparado;

empapada de estrenos sobre un licor tardío

bebería las notas

de un festival de espigas y de vuelos.

 

 

Pero apenas soy sangre

que retumba en los muros

de la piel cotidiana,

y en mis hombros fatales

amamanto a una araña de sal

que desvaría.

 

Por Teresa Palazzo Conti

Mención de Honor Georges Zanun Editores, 2008

 

LA CASA HABITADA

Para aquellos que negaron sustentarse en tu vida.

 

 

La casa habitada era silente, secreta por saltos ajenos a la realidad.

Hacía falta en el ambiente la figura exacta de los padres, sin embargo, la presencia de los hermanos, espaciaban la genealogía perpendicular cuadro a cuadro, esquina a esquina, aún así, resultaba extranjera e infecunda la gratitud de sus vidas.

En el patio, más al fondo del pasadizo empedrado, residía un pequeño huerto con diminutas flores, cada una de ellas habían sido labradas con calor humano, a verdad mía, lo humano resultó ser escaso. Alrededor de la casa las cañas hacían su labor, ambientar el hogar con su solemne tristeza, mientras pasaba esto, los otoñales vientos hacían presagiar el retorno de la voraz negrura. Estaba anocheciendo y nada se podría hacer.

Las flores apiladas y marchitas mantenían aún el incansable aroma de todos los días vespertinos. Sencillo eran esos días furtivos, cuando ocupábamos con una sola mirada el vasto tiempo de la felicidad, los ojos de mi madre, la voz de mi padre y mi hermana con sus pequeñas tonterías. Todo hacía iluminar el verdadero sentido de la existencia. La muerte no era una vida ya vivida ni tampoco la vida se había convertido en una muerte por venir, la vida y la muerte solo eran dos pequeños niños jugando a las escondidas, cada quien tenia su turno y cada quien descubría al otro. Así transcurrían las palabras de mis padres, entre un carajo y un beso. Son las cinco de la tarde y aún musitan sobre los muros las lecciones impropias de la vida. También se ofrecía a mi levedad, la presencia de una mujer humilde. Mesuraba con su buena sonrisa, aquel sentimiento que comprendía mi cuerpo, y las cosas de su cuerpo también lo advertía. Los vapores de su presencia me enseñaron a revertir toda tristeza ajena y propia, precipitaba mis emociones con facilidad, no había excusa para estar solo, aunque con ella hasta la soledad se podía lograr. Recuerdo también el momento de su partida, con sencillos aires diría que mi futuro se extraviaba junto a sus pasos que se van, los que se iban entre corceles y heraldos mal venidos. Aún me siento bien, aún vivo y me siento bien.

El recuerdo había asaltado de pronto a mi frágil memoria, mi hermana, o como se llame aquella mujer, había crecido entre la escasa esencia del bienestar, también entre rencores, entre árboles diminutos y de la misma forma ocurría con el secreto de su devenir y mi reencuentro a su fácil sonrisa. La reconciliación tampoco se hace esperar cuando las personas con paciencia generan en sus manos el momento ofrecido.

Las florecen aún están vivas, lo siento, están creciendo lentamente, vuelven sus colores matutinos, vuelven sus fragancias a la tierra amada, incluso, creo percibir en el horizonte, que la casa esta habitada.

Por Ricardo Javier Calderón Inca

 

ÉXODO

 

Hacia las aguas del estuario

desfilan las estatuas

aisladas de sus sombras.

 

Han crecido quemaduras musgosas

sobre la carne helada.

 

Campanarios iracundos

descendieron

a grabar laberintos

en la dureza de la culpa,

y el mandato de piedra

rompió su juramento.

 

Un impulso de pétalos

desnudó la cascada poderosa

y las formas inmóviles

volvieron a los trajes antiguos

de sus dueños.

 

No había habido derrota;

apenas la zozobra del virginal destierro,

y el corte del cincel

sobre el talle ceñido de las formas.

 

Entre cimientos rotos,

espectros sin latidos

rastrean viejos párpados

para vaciar sus lágrimas;

y algún ave inocente

buscará todavía

esas piras secretas donde posar su vuelo.

Por Teresa Palazzo Conti

 

 

 

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Cuando Nieva Sobre los Cedros


Miro a través de mi ventana,
amparada en el calor de esta cálida
habitación en que me encuentro,
embelesada espectadora del paisaje
que se vislumbra a lo lejos.

El parque se extiende bajo la bruma,
copos blancos se deslizan suaves
sobre los cedros,
se escucha como música de fondo
el sonido sibilante del viento,
viento de hielo que acaricia,
duele y embellece
volviendo el paisaje extraño,
como extraído de un cuento.

Imagino serpenteando el vientre
virginal del bosque,
un largo sendero cubierto de nieve,
colchón que amortigua y hace sigiloso
el paso de duendes y de lobos.

Envidio la madera inmóvil,
aunque intensamente viva,
enraizada, oteando el cielo,
el viento helado le duele
mientras los lobos la rodean,
refregando contra ella sus
erizados lomos,
transformados en suaves corderos
danzando con los elfos.

Desde mi ventana, aislada de ese frío,
veo la nieve caer sobre los cedros,
suave y melancólica,
embelleciendo,
entonces mi espíritu se desprende de mí,
atraviesa el espacio,
ingresa en el árbol,
siente su fuerza, bebe de su savia,
y enamora al viento.

María Magdalena Gabetta

Río Tercero – Córdoba – Argentina

 

DESHIELO

 

De nieve en nieve,

busqué el legado final del aguacero.

 

Clavé, de roca en roca,

la pregunta inicial sobre la tierra.

 

El dictamen del nuevo rompimiento

estaba por grabarse;

tan cerca y tan sin guerras

que costaba aceptar el exterminio.

 

Corre la sangre blanca

por raíces compactas.

 

A calor y a cuchillo

le han herido la piel.

 

La ironía del invierno

rueda escudriñando entre fuegos traidores

y avalanchas.

 

Desde ventisqueros infieles

la montaña limpia sus culpas milenarias.

 

Apenas van naciendo las súplicas,

y en las madrigueras de barro,

crece el olor a savia y a silencio

hasta el brote primero

de algún árbol.

 

Teresa Palazzo  Conti

http://www.lapoesiadeteresa.com

 

Desazón frente al designio de la naturaleza, en pleno invierno,

y aún sin el manto de nieve acostumbrado en las montañas.

San Martín de los Andes, Argentina, julio de 2008

 

 

 

 

 

nevandoenlaguinea@hotmail.com

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13º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

nevandoenlaguinea@hotmail.com

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13º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºXIII     08-11-2.008

 

EDITORIAL XIII

El tiempo de la literatura

 

 

El tiempo corre. Es algo que sentimos en nuestra vida cotidiana a partir de cierta edad y es algo, también, que apreciamos en el transcurrir del tiempo histórico. Hay un tiempo marcado y definido por la convención de los calendarios frente a un tiempo que viene fijado por los acontecimientos. Los años y los siglos se suceden de un modo inequívoco a través de las fechas, pero las épocas nacen y mueren de otro modo. A nadie se le escapa que el siglo XX, que para los calendarios nace el 1 de Enero de 1901, surge en realidad tras el terremoto de la primera guerra mundial y la revolución de octubre de hace, este mismo mes, setenta y un años, y muere para los calendarios el 31 de diciembre de 2000 mientras que para la Historia sea la fecha del trágico atentado de Nueva York el que dé el portazo definitivo al siglo XX y suponga el inicio del XXI.

 

Poco años han transcurrido, por tanto, en este siglo y parece que haya pasado de todo. Se han acentuado algunos dramas, como la hambruna, las guerras y las bolsas de miseria. Una parte minoritaria del mundo se ha enriquecido con extrema rapidez y ha arrastrado a la humanidad a una crisis cuya dimensión aún no conocemos. La violencia muestra su cruel y cruenta faz que nos indica lo vulnerable y frágiles que somos. La tecnología, sin embargo, se ha desarrollado de un modo que hace bien poco ni hubiéramos imaginado, aunque no hemos resuelto graves problemas como los mencionados ni cuestiones morales de vital importancia. Han nacido nuevas formas de rebeldía contra un mundo que mantiene la injusticia como característica esencial. También nos confunden nuevos simbolismos que nos cuesta interpretar.

 

En medio de todo este caos, natural e inevitable para algunos, mientras otros consideran que es preciso superar, la literatura se vuelve una vez más un lugar que nos devuelve una mínima serenidad. La literatura no deja de ser esa necesidad de contar y de embellecer la realidad con las palabras. Es algo que ha existido siempre, desde las cavernas, cuando los primeros seres humanos se reunían para intentar explicarse la vida y recurrían a las metáforas y a los símbolos para que todo se volviera más benévolo y se siguiera buscando la felicidad en un mundo tan poco propicio.

 

La poesía es un arma cargada de futuro, afirmaba Gabriel Celaya. Nosotros somos partidarios de tan bella metáfora y deseamos que las armas, las de verdad, se conviertan en versos, en relatos, en novelas, y no continúen siendo las herramientas de matar que son ahora. Porque la literatura, al igual que en otras épocas, sigue siendo la forma de explicarnos el mundo, lo que nos rodea, lo que nos desasosiega o nos emociona. Por eso creemos también que la literatura no debe ser esa torre de marfil que algunos desearían, aun cuando a menudo el mundo nos parece tan horrible que nos tienta encerrarnos en tan bella torre. Pero sólo una literatura capaz de adentrarse en la sordidez del mundo podrá hacernos vibrar, aunque pueda, es verdad, hacernos también daño.

 

El tiempo corre, pero la literatura permanece como ese magma que va creciendo año tras año. Podemos sumergirnos en las obras del pasado y reconocernos en ellas, es universal y atemporal. Como decía Bernardo de Chartres, seguimos siendo enanos a hombros de gigantes. Gracias a ello podemos otear el horizonte y proseguir el camino.

 

 

LA RABIA

 

Mi rabia es una hambrienta,

se disfraza de paciencia,

se apellida Sarmiento

y es experta en esa ciencia

de juzgar el arrepentimiento

y se trepa en la indecencia.

Escupe afuera el momento,

saca a pasear a tu rabia

¿no ves que sin incremento

toda tu mierda se te radia?

Hoy me conocí indefenso,

hoy creé seria circunstancia,

hoy me arrepentí inmenso

de toda la verdad sin falacia.

Desahúciame de lo que pienso,

vacíame de toda mi gracia,

clávame en pared y dame pienso,

deshazte de mi acrobacia,

ama aquello que desprecio.

¡Sé sólo para mí la gran reacia!

Toda esa luz tiene su precio,

toda esta montaña es burocracia,

huye de lo que es cierto,

huye de toda cruda desgracia.

Ya no respeto lo que yo pienso,

ya no acude a mí la contumacia,

soy de mí mismo un preso,

acudo al rincón de la farmacia,

ya no saludo, rezo o hago sexo;

todo en mí se ha hecho ineficacia,

se ha acomodado todo el peso

vacío que deja la infancia.

Hoy comento conmigo lo siniestro

de perder mi militancia

donde las resinas pegan mis restos,

donde las huellas de la perspicacia

me dejaron deshecho.

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

EL ENTIERRO

 

 

Me extraña verle aquí, le dije a modo de saludo. Me había acercado discretamente nada más reconocerle unas filas delante de mí. No me costó distinguirlo pese al tiempo. Hasta ese momento él no se había dado cuenta de mi presencia y por un momento, mientras aún no tuvo claro quien era yo, y es que habían pasado muchos años, le debió de molestar que alguien se dirigiera a él. Tampoco lo esperaría y quizá no lo desease. Pues usted tampoco es, me parece a mí, de los que se esperaban ver por aquí, me espetó nada más reconocerme. Sonreímos condescendientes. Ha venido por mala conciencia o por cerciorarse de su muerte, me preguntó. Eso mismo me gustaría saber de usted, le dije entre murmullos, para no molestar el desarrollo del entierro. Yo le pregunté antes, me dijo en susurros, aunque era evidente que había cierta disposición de mando en su voz. Recordé que siempre le gustó llevar la batuta de todo, que nos diéramos cuenta que quien mandaba era él, no sólo por una cuestión de escalafón. En todo caso, me había formulado una pregunta que, con toda certeza, del mismo modo que me pasaba a mí, llevaría dos días haciéndose, desde que le llegó la noticia del fallecimiento de nuestro antiguo enemigo y prisionero. Era verdad: había pasado mucho tiempo, treinta años nada menos, habían sucedido muchas cosas, y de pronto la noticia de su muerte nos enfrentaba a viejos fantasmas.

Nos mantuvimos en silencio el resto del entierro. La pregunta quedaba pendiente de respuesta y él me daba tiempo sin duda para que yo mismo me aclarase. Si me ha hecho esa pregunta, tuve para mí, es porque le domina cierta culpabilidad. Él, además, era mayor que yo, no podía alegar que entonces era demasiado joven y excesivamente influenciable. El hombre que ahora enterraban, por otro lado, también albergaría, mientras estuvo vivo, sentimientos hacia nosotros que no serían, ciertamente, amables ni considerados. Era lo normal. Aunque es posible que el tiempo ablandaría en él el odio y las ganas de revancha, sin duda justas o al menos comprensibles.

Las cosas habían cambiado, me dije, que era un modo de justificarme, porque era como decir que entonces era todo distinto y por tanto ciertas cosas podían hacerse. Pero bien sabía que aquello era una excusa tonta, sin sentido. Quien había cambiado era yo y también, seguramente, mi inesperado acompañante. Pero aceptar el cambio suponía, en cierto modo, aceptar el error, incluso aceptar la culpa. El bien y el mal bregando por imponerse, era lo que había detrás de todo aquello, lo moral, lo ético, frente a lo amoral, lo inmoral. Disipé, no obstante, esta reflexión, no tenía ganas de lanzarme a unas cavilaciones que, por otro lado, no sabría como desarrollar y me daban miedo. Las cosas fueron como fueron, pensé, ahora no haría lo mismo, claro que ahora, de volver a ser joven y volver a vivir las mismas circunstancias, me faltaría la experiencia y seguramente cometería los mismos errores. Las mismas burradas, rectifiqué para mí. No pude evitar, ¿tal vez tolerar?, el recuerdo del ahora fenecido como víctima de nuestra impunidad. Y no en vano de cierta injusticia esta vez legal, al final y al cabo nosotros fuimos los vencedores y en consecuencia impusimos la ley en nuestro beneficio.

Terminó el entierro. Se formaron corrillos y algunos de los presentes iban de uno a otro saludando a conocidos. Nadie vino a hablar con nosotros, nadie nos conocía. Nos pusimos a andar hacia la salida del cementerio. Sólo entonces me di cuenta de su edad y del deterioro del tiempo que su cuerpo reflejaba a todas luces. Nada que ver con el hombre que fue, pensé. Ahora incluso podía despertar alguna afectuosa estimación producto de la ancianidad. Tendría nietos, pasearía con ellos, les contaría viejas batallas neutras, les aleccionaría sobre el bien y el mal, supuse que algo de todo eso había, aunque no tenía respuestas certeras a mis dudas. Tampoco se las plantearía, quizá porque para sus propias dudas no tenía respuesta.

Tiene contestación a mi pregunta, me dijo en cuanto estuvimos fuera del cementerio. No estoy aquí por cerciorarme, le dije. Tampoco me atormentan los remordimientos, continué poco después, al ver que él no decía nada, aunque a veces creo que debieran atormentarme, añadí. Usted cumplía órdenes, susurró, como si todavía estuviéramos rodeados de personas y debiéramos mantener la compostura, mis órdenes, añadió. Significaría eso que a él si le remordía la conciencia, me pregunté. Sin embargo, no llegué a formulárselo. Supuse que todavía me dominaba el concepto de escalafón presente en toda disciplina militar: los subalternos no podían cuestionar las decisiones ni plantear asuntos que pusiera entre las cuerdas a los superiores. Creí ver que me miraba agradecido por mi discreción. El mundo está mal hecho, afirmó, siempre lo estuvo. Avanzábamos lentos, nuestras miradas en paralelo, sin mirarnos directamente. Fuimos peones en un tiempo infame, confesó. Aunque créame, me dijo, fue toda una confesión que tal vez no esperase, daría lo que fuera por haber podido hablar con el hombre que hemos enterrado y con tantos como él.

Paró ante un coche. El chofer salió y le abrió la puerta de atrás. Fue ese el único momento en que nos miramos a los ojos. Me estrechó la mano y me la apretó. Un gusto verlo, me dijo antes de subir al vehículo, cuídese. Quise creer que en su voz había tristeza y gravedad. Eché de menos, sin embargo, como en una mala película, algo de trascendencia.

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

 

LECCIONES DE COMPORTAMIENTO

 

Si te oprime en el pecho algo,

si toda tu causa es ser feliz,

si pagastes un precio muy caro,

si piensas tan sólo en ti,

si culpas a la crisis y al paro,

si deseas tan sólo vivir,

si deseas otro mundo raro,

si deseas cambiar tu matiz,

si deseas pasar por el aro

desea la paz para vivir,

desea un mundo logrado

que nace todo para nosotros,

no te des con un canto rodado,

date tregua, sé de los otros,

acaba con lo comenzado,

que la vida respire en tus poros,

encuentra siempre sendero,

desea una paz nunca vista,

ponle música al minutero,

disimula tu vena artista,

no pongas a nada un pero,

vive de manera altruista,

intenta ser siempre sincero,

nunca seas pesimista,

confía en el amor verdadero,

pierde el orgullo de vista,

ocupa si no ves casero,

vive de manera distinta,

renuncia al podrido tablero,

moja tus frustraciones en tinta,

sé tú mismo o sé diferente,

cámbiale a todo la pinta,

vive siempre el presente,

deja que todo exista,

sé un cobarde valiente,

apártate de lo victimista,

intenta tener limpia tu mente,

perdónate a ti mismo la vida,

ríete de lo consecuente,

no hurgues nunca en la herida,

deja tu idea patente,

canta tu canción preferida,

mira siempre al frente,

siente la voz del instinto,

recuerda lo que está ausente,

no digas nunca me rindo,

haz el amor frecuentemente,

cáete de un nuevo guindo,

di te quiero a quien quieres,

no hagas jamás la puñeta,

lucha si siempre tú pierdes,

no te cambies la chaqueta,

recuerda lo que tú eres,

mama siempre de la teta,

encuéntrate si te pierdes,

huye de las alcahuetas,

vive por que nunca mueres,

huye de las fingidas maneras,

refínate si tú quieres,

ama entre las trincheras,

vive esta vida de vaivenes,

haz del amor tu condena,

colecciona distintos sostenes,

sonríele a la oscura pena,

ponle negrura a los papeles,

sé de la alegría mecenas,

traspasa de luz a las pieles,

ponle a tu sordera antenas,

endúlzate con dulces mieles,

lucha contra las cadenas,

hazte fiel a los infieles,

mira la luz de las estrellas

y desea la paz siempre.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

Una visión peculiar sobre la literatura africana y latinoamericana.

Por Cristian Claudio Casadey Jarai.

 

Con el fin de legitimar la expansión colonial europea en África se han forjado a lo largo de la época de predominio del hombre blanco sobre el negro extraños conceptos convertidos en “tópicos literarios”. Si bien no se encuentran desprovistos de su realidad, sobrellevan una importancia completamente diferente, de un claro enfoque occidental. Las tradiciones orales, la poesía, el cuento y la leyenda son géneros africanos propiamente dichos, mientras que la novela es importada de Europa.

La africanidad se desarrolla, jamás permanece estática, y al igual que en la América Latina evoluciona y se desarrolla narrativamente como ha sucedido siempre en la historia universal de la literatura.

Continente de grandes contrastes, no es llamado negro solamente por el color de piel de sus habitantes, es por lo impenetrable de su naturaleza, en apariencia exuberante y simple a la vez. La imagen de África como un territorio virgen e imposible de  civilizar es a menudo similar a la asociada con Latinoamérica. La misión “educadora” que realizaban las potencias blancas sobre las razas consideradas inferiores, negros e indígenas, quedaba plenamente justificada a los “ojos de la ciencia y de la religión”.

Afortunadamente esos tiempos violentos han quedado en manos del pasado. El momento actual sin embargo, ofrece nuevos retos, más difíciles en cada nueva ocasión. La lucha contra los estereotipos y los prejuicios es uno de ellos.

Asociar a ciertas nacionalidades con algunos defectos, a menudo muy graves, es un recurso harto usado políticamente. Sólo basta recordar todo lo acontecido en las guerras, en la historia. También la literatura sabe aprovechar muy bien aquellos “tópicos”.

El negro e indio vagos y ladrones, el blanco racista y explotador, el judío estafador, el gitano delincuente y muchos más; son tácticas frecuentes para desmerecer a alguien y derramar infamias sobre ciertos sectores humanos.

La literatura africana y latinoamericana actual no ha podido todavía eliminar por completo los presupuestos ideológicos que se establecieron y repitieron hace tanto tiempo. A pesar de todo, se vislumbra una luz muy brillante al final del túnel.

Hoy en día, en especial gracias a internet, una nueva generación de escritores encuentra de una manera más o menos accesible poder expresarse en cierta libertad. Es de admirar como se multiplican los foros y portales literarios, en donde todo tipo de literatura se ofrece al internauta. Bien sabido es que los hábitos de lectura en internet no son los mismos que en el “papel”, pero más allá de toda crítica es destacable la oportunidad que brinda este nuevo medio (no tan nuevo ya) para expresar ideas que serían muy difíciles de exponer en otra manera. De alguna manera, se ha logrado “democratizar” el derecho a escribir, a manifestarse, a tener “los cinco minutos de fama” que tanto menciona  Warhol.

Ya no se trata de exteriorizar lo interno, es interiorizar lo externo, volver propia la realidad para poder plasmarla de una manera nueva, una visión completamente diferente. En ese punto se nota una gran diferencia entre la cultura africana, eminentemente colectiva, social, mientras que la latinoamericana es casi completamente individual, personal. Un equilibrio entre ambas es una ardua búsqueda constante.

Los escritores e intelectuales en general no permanecen ajenos al devenir de la historia, de los movimientos sociales ni de sus países. La literatura es un arma poderosa, la cuestión es usarla al servicio de la verdad.

 

 

Cabalgo

Corroída hasta los huesos

Espejismo débil de mis fauces

Cabalgo la noche en alazanes de pena

Despinto el sol en las madrugadas.

Me deje ganar por la victoria

Y perdí la partida contra el silencio

En las montañas repose el llanto

Corrompí tu imagen frente al espejo.

Me sacudí los olores de tu encuentro

Y amenace al amor

Cabalgo ahora en alazanes de tu suerte

Ya mi reflejo

Es una

Mentira

Errante

Entre

Ecos

Solitarios.

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

VIAJE A TU CUERPO

 

Te ves tan indefenso estando dormido… Te queda muy bien eso
de «niño grande». Camino alrededor de tu cama, silenciosa en medio de la penumbra. Me agacho para observarte de cerca. No me aguanto las ganas de tocarte. Mis dedos ruedan por tus mejillas. Me provocas
ternura. Te estampo un beso en la frente tan leve como el toque de
una mariposa. No te quiero despertar. Sospecho que sueñas con otros
mundos por la sonrisa que se dibuja en tus labios. Reparo en la mano
puesta sobre la almohada. Sigilosamente entrelazo mis dedos con los
tuyos. La caricia me estremece. La cercanía de tu boca me turba.

 

Me arrodillo frente a ti para observarte con más detalle. Con la punta
de los dedos recorro tu barba. Acerco mi cara para sentirla pero de
pronto te mueves y decido desistir. Observo tu cuerpo semidesnudo y
el ir y venir de tu suave respiración. Estás profundamente dormido.
No recordarás nada mañana. Deslizo mi mano y acaricio tu hombro.
Continúa mi recorrido y llego hasta tu pecho. Cierro mis ojos igual
que tú. Quiero grabarme el contacto con tu piel.

 

Así embelesada sigo hasta tu ombligo. Continuar ese rumbo parece una insensatez. Esto es más fuerte que yo, y después de pensarlo un segundo, me pregunto quién me podría acusar de insensata, si sólo estamos tú y yo. Siento la suavidad de la tela que te cubre. Tu cuerpo se despierta a mis caricias, mas tú sigues dormido, y nunca lo sabrás.

 

Aparto la mano avergonzada y ansiosa. Y cuando me doy la vuelta para alejarme siento que sujetas mi muñeca. Me halas hacia ti, rodamos y me atrapas bajo el peso de tu cuerpo. Siento tu evidente excitación entre tu cuerpo y el mío. Cubres mis protestas con tu boca y me voy de este mundo feliz.

 

Correspondo a tus caricias con igual intensidad. Tu cara entre
mis manos, tus manos en mis caderas. Poco a poco desaparecen mis
ropas sin que lo quiera evitar. Con igual desesperación retiro las
tuyas. Tu boca hace excursión por todos mis rincones, mientras yo
dejo escapar mil gemidos de pasión, esperando mi turno para reciprocarte. Cuando me llega el momento lo hago con total delirio,
asegurándome de arrancarte gritos de placer. Ahora sólo deseo que me hagas vibrar volviéndote uno conmigo…

 

A lo lejos se escucha la alarma del reloj despertador. ¡Hora de levantarse! ¡Maldición!

Febrero 2008

Por Ruth Evelyn “Jensy” Mendoza

 

I

Busca en mi juventud

un fuego de viento.

Retrata el color

de aquella expresión

(El viento y el tiempo

han borrado los recuerdos)

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

 

 

 

 

Crisis del capitalismo.

 

 Por Cristian Claudio Casadey Jarai

 

 

 

¿Quién de mediana edad no se acuerda de la caída del infame Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética?

 

Muchos realmente no creían que alguna vez fuera a desaparece uno de los imperios más poderosos de la tierra, sin embargo la historia ha enseñado más de una vez como desaparecen civilizaciones y como emergen otras.

 

La contraparte del extinto gigante comunista parece ser que también llega a su ocaso. El malestar provocado por las incertidumbres económicas, las diferentes crisis que enuncian los medios de comunicación y un creciente descontento general podrían considerarse como los síntomas de una enfermedad que carcome a los países fuertes desde su interior. Muchos culpan a las guerras, a la inmigración, a la corrupción; cualquier cosa es buena como chivo expiatorio. ¿No será simplemente que ha llegado el final de un sistema económico tal cuál lo conoce el hombre? ¿Fin del capitalismo tal vez?

 

No es muy alocado el planteo. Ya anteriormente hubo quien mencionó (Francis Fukuyama) el fin de la historia.

 

En su momento fue muy claro para cualquier observador a la distancia el rotundo fracaso del comunismo, no como ideología, pues las ideas siempre se mantienen vivan mientras exista alguien que piense sobre ellas, tal es el caso del anarquismo para dar un ejemplo, en teoría vive y se encuentra posiblemente más vigente que nunca, pero en la vida práctica no se ve ni un tímido resplandor del mismo. Todavía falta mucho que aprender, la humanidad se encuentra en un permanente estado de cambio, a veces puede parecer evolución si se miran los adelantos científicos y tecnológicos, pero claramente es involución al tratar temas de igualdad social y fraternidad entre pueblos. ¿Será el conflicto un elemento siempre inmanente a la naturaleza misma de este cosmos, de esta realidad? Sin desear caer en largas discusiones metafísicas, es también la hora no solamente de un cambio a nivel económico, sino también de uno a nivel personal, espiritual, más allá de cualquier credo y/o religión, más allá del falso ecumenismo que propagan tantas iglesias; un compromiso con la propia esencia humana, con el corazón.

 

Es momento para que la poesía ablande las almas y abra los ojos a toda aquella verdad que permanece silenciosa y escondida a los ojos de lo cotidiano.

 

 

 

 

Tinta roja

Los dientes se sacuden/ dentro de mi boca

y queda ese sabor amargo en los labios/

despues del diagnostico fatal.

Regreso siempre, y nunca me he marchado/

Un hombre de mil fantasmas, coraza de piedra/

en año bisiesto/ tu enfermedad es la pureza

llámame antes de la muerte…

Una cadena de elefantes que respiran mi futuro/

un silencio mudo/ y descalzo que me hace

abrir los ojos en medio de esta noche azul.

Alzo los ojos y las manos/ mis dedos pueden alcanzarlo

Tinta roja en el césped…

Tinta roja en las manos…

Una muerte segura…

Un calor que hace que hoy escriba.

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

EL HIPPIE SOÑADOR

 

…es verdad lo que no conozco…

 

J.M. Caballero Bonald

 

Es una tarde de esas

hermosas y también cambiantes.

Los papeles gimen de sol amarillo.

Suena Suzanne en la radio

y los tiempos anuncian revolución;

cabello largo, sol de mediodía

hazme cantar la canción que sabes.

Los pollos negros son pasado,

las alegrías son futuras,

¡El siglo nos llama!

¡Venid todos a verlo!

Las apariencias todas engañan

y es verdad lo que no conozco,

veintitrés años en las rodillas,

un puente de alegre consuelo,

bailan las murallas y los muros suspiran;

¡vamos a cantar la canción de la noche!

¡a ver si la verdad viene pronto!

por que está breves ratos a solas,

respira en nuestros poros de la piel.

Suena a lo lejos la ignorancia,

te dicen unos: ¡Usted no sabe con quien

está hablando!

Te dan ganas de gritar: LIBERTAD.

Algo está cambiando,

¡las rosas nacen con eternas espinas!

Nos las pondremos en el pelo,

bailaremos locos,

viajaremos a la India

y reiremos por los rincones,

permitamos el amor,

suspiremos de los vientos del mundo libre,

andemos llorando de alegría en los patíbulos,

vivamos siempre aprendices de los ancianos,

que la vida corre deprisa en las palabras,

que los cielos son un mundo por ver,

que llamemos olvido a la superficialidad,

que movamos las manos levantadas,

que hagamos el amor de esquina a esquina,

(del lugar al momento),

del mañana hasta el presente,

todos unidos debemos renacer,

miramos otro mundo en nuestros corazones,

queremos el hoy de las armonías,

queremos ver salvajes azules en las miradas,

queremos por que podemos.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

nevandoenlaguinea@gmail.com

E-MAIL: nevandoenlaguinea@gmail.com

 

12º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

nevandoenlaguinea@hotmail.com

E-MAIL: nevandoenlaguinea@hotmail.com

12º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºXII    01-11-2.008  

 

EDITORIAL XII

Estados Unidos, imperio, cultura y elecciones

 

Si nos preguntáramos qué son para nosotros los Estados Unidos y tuviéramos que responder sin pensar mucho, sin duda la respuesta dependería del momento en el que nos formularan la pregunta. No cabe duda de que la historia de los siglos XX y XXI está repleta de agresiones que aquel país cometió contra otros pueblos que se atrevieron, tremenda osadía, a discrepar de las imposiciones del Imperio. Los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos se han erigido en el juez del mundo, ellos dictan qué regímenes son los adecuados y cuáles se convierten en enemigos de la humanidad, hasta el punto de que su desfachatez no tiene límites: el país de las armas nucleares acusa y amenaza a otros que pretende tenerlas, cuando lo lógico sería que ningún país las poseyera y muchos menos las fabricara. Ellos imponen a base de dólares un modelo de vida consumista y un tanto superficial. Han apoyado regímenes siniestros sin escrúpulos para vulnerar la condición humana de sus oponentes.

 

Sin embargo, sería simplista que nos basáramos sólo en lo anterior para crearnos una imagen parcial de la realidad y así formarnos una opinión negativa de aquel país y de su sociedad. Sin duda los Estados Unidos son eso, pero también muchas otras cosas. El cine, el jazz o el rock tienen una denominación de origen claramente norteamericana. La literatura de los Estados Unidos está repleta de nombres que conforman nuestra cultura universal, también nuestro propio bagaje cultural más personal. Edgar Allan Poe, Mark Twain, Walt Whitman, J.D. Salinger, William Faulkner, Raymond Carver, Jack London, Truman Capote, Tennessee Williams, Ernest Hemingway, Flannery O´connor, Allen Ginsberg o Jack Kerouac son algunos de los nombres que se nos vienen a la cabeza por sus obras literarias, sin duda fundamentales. Hay otros muchos autores, igual que cineastas que han dado el mundo un formidable arte. De los Estados Unidos proceden, sin duda alguna, las sintonías de nuestros vidas, que serían muchos más pobres si no fuera por la aportación de Ella Fitzgerald, Louis Amstrong, R.E.M., Bob Dylan y tantos y tantos músicos.

 

¿Podemos simplificar por tanto lo que son los Estados Unidos y declararnos absolutos enemigos de un país que tanto ha aportado a la cultura de nuestro tiempo? Sabemos que simplificar es muy fácil. Las víctimas de la maquinaria de guerra norteamericana nos recuerdan que el (des)orden del mundo es injusto, como injusto es que un Estado, cualquiera que éste sea, imponga su ley por la fuerza. Pero no podemos tirar por la borda toda una cultura por una determinada política.

 

El próximo 4 de Noviembre habrá elecciones en los Estados Unidos y la atención del mundo estará puesta, otra vez, en aquel país. No es para menos, el equipo en el poder en la Casa Blanca va a determinar la política internacional. Esta vez, nos cuentan, se añade una cuestión simbólica que sin duda es importante: por primera vez se presenta un candidato negro para la presidencia, Barack Obama por los demócratas, y hay una mujer candidata para la vicepresidencia, Sarah Palin por los republicanos. No tenemos muy claro si el mundo cambiará mucho si ganan los demócratas o si se mantienen los republicanos, nos gustaría que algo cambiase, aunque muchos nos tememos, visto lo visto, que el (des)orden de este mundo se mantendrá desgraciadamente algunos lustros. Sea lo que fuere, esperamos que la cultura norteamericana siga ofreciéndonos sus obras, de momento una de las pocas cosas que nos hace confraternizar con aquel país.

A MI ABUELO

In memoriam.

 

Recuerdo de ti ese agridulce sonrojo

Tus manos de dedos gordos y pulidos

Recuerdo un atardecer demasiado rojo

Viendo ir al gorrión de las migas al nido.

 

Ese palpitar de estrellas en tus ciegos ojos

Esa música tuya de tiempos queridos

Esa cartera escondida que por antojo

Descubrí por casuales juegos escondidos.

 

Recuerdo a mi madre sacando mis piojos

Y tú riendo como halcón viejo ya herido,

Recuerdo de flores en ramos un manojo.

 

Tu silencio fumando tabaco se ha detenido

Por una espesa aureola de humo flojo.

Yo al fumar recuerdo “un nunca te olvido”.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

La inocencia de mi soledad

 

Soledad baja las escaleras.

Una serpiente se enrolla

Entre sus piernas.

 

Gime, clama, ruega, llora.

Nadie la oye.

 

 

Soledad ahora sube las escaleras.

Una pierna.

Una pierna.

 

 

Y la luna alumbra

Su inocencia.

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

 

Destino

 

 

Discutíamos de un modo adolescente si el destino determinaba por completo nuestra vida o si, por el contrario, éramos nosotros, como individuos libres, quienes forjábamos día tras día nuestro propio destino. Entonces Raquel, que parecía decantarse por la primera opción, nos contó aquella historia que, más allá de cualquier valoración que pudiéramos deducir, nos dejó un cierto mal sabor de boca.

A la chica la conoció Raquel en un avión. Fue a sentarse junto a nuestra amiga, que viajaba por cuestiones de trabajo a un destino lejano. Era, al decir de Raquel, una muchacha atractiva, aunque no despampanante. Llevaba los ojos enrojecidos y llegó acompañada hasta el avión por una mujer que habló con el comandante mientras los viajeros se acomodaban en sus asientos y que se marchó tras entregar al piloto un sobre marrón. Raquel supuso que se trataría de una deportación.

Como las lágrimas aumentaron nada más comenzó el avión a ponerse en movimiento para el despegue, Raquel le ofreció un pañuelo de papel, lo que dio lugar a una larga charla y a que ella le contara su historia.

La muchacha, le contó, había llegado a Madrid dos años antes. Viajó sabiendo a lo que se dedicaría, que era lo mismo que a lo que se había dedicado en su país de origen y que no era otra cosa que a prostituirse. Sin duda las condiciones de su ejercicio debían mejorar bastante de un país a otro, aun cuando aquí, le comentó la muchacha, era también bastante penoso, sin embargo le daba de sobras para vivir e incluso llegó a ahorrar algo de dinero. Trabajaba en un club, uno de esos establecimientos que se escudan en la forma de hotel pero que son verdaderos almacenes de mujeres y que brotan por toda la geografía, a las salidas de las ciudades.

Pronto se habituó al país, los hombres son iguales en todas partes, lo dijo más como un lamento algo forzado, un intento de compadrear con nuestra amiga, la diferencia está en otros detalles, ganaba más, todo era quizá más limpio, aunque también más distante y algo hermético. Pero éstos son detalles que a ella tampoco le importaban mucho. Quería hacer dinero y regresar algún día a su país con las espaldas cubiertas, el sueño de tantos emigrantes de toda condición que en el mundo ha habido.

Pero le ocurrió lo que sueñan tantas putas jóvenes que se emocionan viendo la película Pretty Woman y que consideran siempre que es algo imposible, conocer a un hombre que se encariñó con ella, tal vez por capricho o tal vez por amor, quién podría discernirlo, pero acaso era diferente en otras relaciones más convencionales, se preguntó Raquel mientras la muchacha se encarrilaba en su historia, y comenzó a frecuentarla y ella a sentirse cómoda con él, incluso a reírse con sus ocurrencias, pese a no ser Richard Gere, y también comenzaron a verse fuera del local, y a hablar y hablar hasta la saciedad, hablaron tanto que surgieron los planes y un día se fue del local, se despidió cuando podía hacerlo, había cubierto sus deudas de viaje y se marchó a vivir a la pequeña ciudad en la que él residía.

La suerte parecía comenzar a sonreírle. No tenía papeles pero encontró un trabajo en un restaurante de la sierra, cerca de donde vivía. Se trataba de un local de temporada cuyo dueño parecía contento con la muchacha. De hecho le llamó poco antes del mes de abril para proponerle tramitar sus papeles a partir de la oferta de trabajo que él le haría. Sólo tenía que hablar con un abogado y presentar toda la documentación necesaria.

Como mujer precavida que era, y un tanto dada al fatalismo, prefirió no comentarle nada a Francisco, su novio -le pareció raro emplear esta palabra, novio, referido a alguien que tenía relación con ella-, y comenzar las gestiones con cierta discreción. Tenía mucho vivido y sabía que las cosas podían truncarse cuando menos lo esperabas. ¿Para qué, entonces, desilusionar a personas a quienes quería?

Además, debía solucionar un problema acuciante, el del dinero. Lo poco que tenía ahorrado no era suficiente, le quedaba un poquito para poder afrontar los gastos. Había que pagar al abogado y gestionar además algunos trámites que requerían pagos un tanto costosos y se dio cuenta de que no estaba muy boyante, sino bastante limitada. Se planteó buscar un trabajo, pero sin papeles era difícil más allá de su propio ámbito local, había bastante control y pocos empresarios se arriesgaban a dar trabajo a quien carecía de permiso de residencia. Podía pedírselo al dueño del restaurante, como adelanto, sin embargo sabía que tampoco estaba bien de fondos y bastante hacía con permitirle gestionar sus papeles.

La idea le rondó desde el principio del problema, pero al principio lo rechazó. Sin embargo, poco a poco se lo fue planteado como una posibilidad que le pareció cada vez más llevadera y la única posible. Se trataría de volver al club una noche o tal vez dos y hacerse con el dinero suficiente para afrontar todos los gastos. Además, no tenía que acostarse con los clientes, simplemente bastaba con estar en la barra, charlar con los hombres y hacer que bebieran, con eso tendría ya una comisión que tal vez se tradujese en una cantidad más que suficiente. Sabía que Juliana, la encargada, se lo permitiría, había quedado bastante bien con ella y no le pondría problemas. Y a Francisco qué le digo, se preguntó. No tardó en ocurrírsele que lo más viable era decirle que iba a la capital unos días a ver a unas amigas de su país y que se quedaría con ellas el fin de semana, seguro que él no pondría objeción alguna y tampoco dudaría de nada.

Se decidió por la última semana de marzo. El viernes iría al club, así que el miércoles se lo comentó a Francisco mientras recogían la cena, sin darle el más mínimo énfasis. Tal como esperaba, no puso ninguna objeción.

El viernes al mediodía salió hacia la ciudad. Todo lo que necesitaba lo llevaba en una pequeña bolsa de viaje. Paró en la capital unas horas. No tenía nada que hacer hasta las ocho, hora en que otro tren le llevaría al club, así que paseó sola durante un buen rato. No sabría decir si se sentía nerviosa ante la noche que le esperaba, si presagiaba algo malo, como si una voz interior le advirtiera de que algo podría pasar, pero lo más seguro es que fuera que no, que nada vaticinara un fin trágico y que lo único que explicaba cierta zozobra era un leve remordimiento por esa noche en el club. Pero consideró que se trataba de algo necesario. Reprimió por tanto cualquier atisbo de intuición o mala conciencia o culpa que pudiera aparecer. A las diez en punto entró en el club. Se puso en una esquina, cenó algo y esperó a que llegara las once, hora en la que solían aparecer los potenciales clientes que le iban a permitir, esta vez sí, escapar definitivamente de sitios como aquel y encontrar de paso algo de felicidad.

Todo fue rápido, como en un sueño. Medio escuchaba a un tipo que le hablaba de no sabía muy bien qué cuando todo se crispó de pronto. No podía decir si alguien gritó o si se hizo uno de esos silencios tremendos que se anticipan a las tragedias. Vio las placas en las manos de aquellas personas y tardó un rato en comprender lo que estaba sucediendo. No puede ser, escuchó su propia voz, ajena a su voluntad, apenas un murmullo que devenía un lamento, esto no me puede suceder a mí. Un policía tuvo que repetirle que debía seguir a las otras chicas, todas como ella, extranjeras y sin papeles, hasta las furgonetas que esperaban fuera. Se sintió tremendamente sola una vez estuvo en la celda, después del trámite de entregar su pasaporte, de ser vagamente interrogada, de firmar unos papeles, los derechos le dijeron, que de nerviosa ni los leyó, y de hacer la entrega de sus objetos personales. Notó sobre sí la más profunda desesperación. Ni siquiera lloró, para qué, tal vez lo absurdo fuese lo vivido hasta aquel día y creer que había esperanza.

Le asignaron una abogada de oficio que le explicó que pasaría a un juzgado de guardia. La policía pedía su internamiento en un centro de extranjeros sin papeles para asegurar que fuera expulsada y era la juez quien decidía esta medida. ¿Tienes domicilio? La pregunta de la abogada, sin quererlo ni buscarlo, era para ella como una bofetada. Fue lo único que le llevó a mirarle a los ojos y durante unos segundos no supo qué decir. Es importante, le comentó la abogada, la juez te dejará libre si lo puedes acreditar. La suerte estaba echada, lo sabía, lo había sabido siempre. No había lugar a la esperanza. Nunca lo había. No, no tengo, musitó la muchacha. Apenas le quedaban fuerzas y sabía de antemano que la batalla estaba perdida.

– Por qué no le dijiste la dirección de tu novio -preguntó Raquel, conmovida por su mala suerte y vacilante ante la posibilidad de hurgar en la herida.

– No le podía hacer esto.

– Pero él, seguro, se enteraría de lo ocurrido, lo habrá sabido ya.

La muchacha tardó en responder. Raquel sintió por ella una lástima profunda, una pena inmensa.

– Quizá lo hice por mí -le confesó-, por mi propia cobardía, porque no hubiera soportado mirarle a los ojos.

Podía haber hecho muchas cosas, pensamos todos, sin duda fue una estupidez volver a aquel lugar, pero más allá de cualquier consideración sentimos que a aquella muchacha el destino no le trataba nada bien.

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

 

 

 

 

I

Mi voz esta hecha de silencio

Corro las cortinas de la siesta

Pero todo sigue igual.

Un demonio negro tentando a las vírgenes.

Y yo sin abismos para trepar o caer.

Ahora se que soy

Una especie de mosca

Nadando en tu sopa.

 

II

Te sientes atormentado y yo igual

Quiero que bebas estas lineas que contienen

Fuego.

Descansare cuando todo haya acabado:

La ansiedad de poseer y el terror de morir

En brazos de esta noche ciega.

Este dolor esta matándome.

 

Y es solo un vómito contenido,

Una desgracia mas dentro de mi cuerpo.

Ya no es tiempo de perlas en los ojos

(agito banderas negras)

 

Solo sangre y

Nieve en los jardines.

 

Por Gabriela Fiandesio

 

 

TRIBUTO A LA TRIBU

 

Mundo viejo en lodazal de secano

Serpiente de jungla austral rasando

Museos tribales del polvo lejano

Mundo humeante de humo rodando.

 

Señor de queroseno, señor de metano

Lugar donde nacer y ver brotando

A un mundo de avaricia por lo indiano

Avaricia de materia recién supurando.

 

Donde se mira a ese dios de mecano

Un dios monstruoso derrumbando

Lo cercano, lo temprano, lo humano.

 

Donde se diseñan dioses deplorando

Justicia y ley, trucaje un tanto villano

Días de un cruel mundo loco explotando.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

1600, PENNSYLVANIA AVENUE

 

No quiero salir a esa calle,

donde se respira una alarma social.

Prefiero quedarme en mi casa

pues tengo lata que patear.

No quiero verme tan miserable

ni quiero sentirme White House,

siempre me he sentido culpable

por darme miedo Mickey Mouse.

La Avenida Pennsylvania huele mal,

mal huele la pesadilla nuclear,

repugnante paz de la guerra ideal,

sindicato del crimen de par en par.

Linconl es un paria de la libertad,

Nixon busca un magnetofón detrás

donde los Bush en estado de ebriedad

le frotan la puta a Clinton con aguarrás;

los Kennedy’s Brothers son otredad

y comparten con Washington mini-bar,

Carter da cal y arena a Panamá,

seguro Obama nos vendrá a salvar.

Los mundos se han hecho lejanos,

New York es una anciana prostituta,

gaviotas se comen sus propios guanos

y los villanos cobran su minuta.

Las barras y las estrellas se pavonean

y se creen las diosas del planeta,

mientras chicanos y negros se apean

y cruzan descalzos todas las glorietas.

Brindo mi brindis por la United States,

pues el capitalismo se cae,

así funciona el colmo que veis,

todo imperialismo también se las trae.

El mundo les pertenece a ellos,

ellos son los amos de la vieja Tierra,

ellos son los asesinos leguleyos,

a ellos les pertenece la miseria

[de esta vida perra.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

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11º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

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11º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºXI   25-10-2.008

 

EDITORIAL XI

Carabanchel o la voluntad real de olvido

 

El pasado jueves se iniciaban las obras de derribo de la cárcel de Carabanchel, lo que a nuestro juicio contradice de forma más que evidente la política de memoria histórica y demuestra hasta qué punto, tal como señalábamos en nuestro editorial del número cuatro de la revista, hay claroscuros en dicha política a la vez que se pretende hacer las cosas a medias.

 

Hemos de recordar que la cárcel de Carabanchel se inauguró en 1944 y su función fue la de mantener encarcelados a miembros de la oposición al franquismo. Por ella pasaron un sinfín de militantes políticos y sindicales, algunos de los cuales llegaron a tener un papel importante en la transición a la democracia, como Marcelino Camacho, dirigente durante años de Comisiones Obreras. El plan acordado entre el Ministerio del Interior, del que dependen los centros penitenciarios, y el Ayuntamiento de Madrid es levantar vivienda, oficinas y un parque. No obstante, el proyecto ha contado con la oposición de algunas plataformas de vecinos y de las agrupaciones de memoria histórica, también habría que incluir aquí una propuesta del CSIC, que piden infraestructuras culturales, que se mantenga en pie parte del edificio como recuerdo de la represión y que se fomente un Centro para la Paz.

 

Tal como dijimos en el número IV de la revista, no queremos plantear un debate político, no es éste el lugar, pero sí queremos intervenir en el debate social y cultural. Es nuestra voluntad favorecer cualquier iniciativa que parta de una voluntad de análisis del pasado y creemos además que este análisis debe ser amplio, sin cortapisas ni ocultamientos. Nos parece que si se pone sobre la mesa, como lo ha hecho el gobierno, la necesidad de dar luz sobre las injusticias de un determinado periodo histórico, se ha de llevar a cabo con todas sus consecuencias y se deben favorecer los gestos de reconocimiento hacia las víctimas del régimen franquista. Aceptamos que no haya revanchismos, aceptamos que se nos diga que hemos de superar diferencias, pero estamos de acuerdo en que tenemos que mantener ciertos símbolos como recuerdo de una represión que fue política, social y cultural, símbolos que han de ser también una invitación a que no vuelva a haber un régimen que quebrante los más elementales derechos de las personas.

 

Por ese motivo somos partidarios de mantener parte de la estructura de la cárcel. En Barcelona no se dejó huella alguna del Campo de la Bota cuando se construyó el Forum de las Culturas, las administraciones municipal y autonómica no se mostraron muy interesadas en el más mínimo recuerdo de un lugar que fue testigo del horror y sobre el que se levantó un edificio para exhibicionismo y solaz de una modernidad desmemoriada, y ahora Madrid repite el mismo error, lo que nos hace dudar de la veracidad de ciertos debates. Preferimos símbolos modestos que inviten a la reflexión que grandilocuentes discursos y gestos que luego mantienen ocultas injusticias y tragedias que no piden más que un mero reconocimiento social. De ahí que simpaticemos con las demandas de mantener el recuerdo de lo que fue la cárcel de Carabanchel, aun cuando sea a través de una parte mínima de la misma que quede en pie para recuerdo de lo que una vez existió allí, un lugar en que se encarcelaba a la gente por discrepar con el (des)orden imperante.

 

 

 

 

Patrocinio Carrera de Borrego

 

Doctor, yo se lo cuento,

De tal manera,

Y que si yo me sincero

Con esta vehemencia,

Es por que siento

Que el olmo no da peras.

En mi tiempo de mancebo

Tenía la cantilena,

Que mucho sospecho,

Era mi condena.

Pulcra sentencia del verbo,

Alegría de verla contenta,

Grillo ruidoso y pequeño,

Noche concreta y serena.

Amigos alejados del sueño,

Era como una verbena,

Pálido mecía el vocero

Que gritaba con voz plena.

Pisé fuerte al silencio,

Ella cantaba coqueta,

Ciudad altiva con restos

De ser y por ciento no era.

Frío tirita de invierno,

Virtud de miel y colmena,

Iban todas como un ejército

Esperando madrugada abierta.

Roto el candil del lucero,

Sabia fatiga se acerca,

Es como repetir el cuento

De aquella apagada luciérnaga.

Oscuro estaba el firmamento,

No había rastro de una estrella,

Un satélite rastreaba el panfleto

Aquel de dura tiniebla.

Parecía todo perfecto,

Roto el caño de la “canaletas”,

Estudiantes con el intelecto

Cojían endrinas a manos llenas.

Un viejo borracho y travieso

Peleaba por la ley de la fuerza,

Los jóvenes machos y fieros

por todo tenían pereza.

Un coche en estado siniestro

Guardaba yonquis de pico y vena,

Rostro lascivo del maestro

Aquel que enseñaba la guerra.

Tristes tigresas por dinero

Piropeaban de cualquier manera,

Papelinas repletas de yeso

Se vendían por la plazoleta.

Mudo y sobornado madero

Quería dormir en la selva,

Tintes tintados en un tintero

Dibujaban a las cigüeñas.

Con dalias pagaba un testaferro

De la divina riqueza,

Golpes daba un casero

Por que quería cobrar su miseria.

Parece el mundo pequeño

Pero es grande y algunos se marean,

Tinglados y vociferios

Cosían y cosían sus telas.

Yunque de fragua en hemisferios

Que a este no se asemejan,

Por que las putas con desvelo

En sus esquinas de sed revientan.

Yuntas y falsos techos

Para la voz de la alerta,

Venden unos negros crecepelo

De ese de las largas melenas.

Los hipies van con sus flecos

Encogidos en aquel teorema,

Y los punkies con remedios

Para circuncidar a sus penas.

Mochileros extranjeros

Vienen a ver las callejas,

Luego cuentan a sus abuelos

Que vieron a la infanta y a la princesa.

Lo que no se cuenta en verso

Se cuenta a la luz de las velas

Y ellos no cuentan el sendero

De las putas por Asia presas.

Doctores que se hacen ruleros

Y los voletaires les venden setas

Con el estremecido bombeo

De las jeringuillas de los proxenetas.

Palacio del bombardero

Ten cuidado y por ahí no te metas,

Negocio del trilero

Su rapidez es pura ciencia.

Mañana te doy un beso

Y tu dormida abres tu entrepierna,

Yo te acaricio el púbico bello

Y en un descuido me las cierras

Son cosas de este mundo perverso

Que domina hasta las fieras,

No lo cuente a nadie, es secreto,

Pero usted seguro lo cuenta.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

LA FLOR DE HOJALATA

 

De un latón de aceite de oliva

y una gardenia enlatada,

nació una flor que resiste

las aguas espesas que empapan.

Preciosa que cuando quiere

de posición cambia.

En boca está mi palabra;

imitadora del viento

sus caprichos son de plata,

y sus sueños de titanio…

Pétalo, gajo de naranja.

Se nota bien tu alma de cántaro.

¡Ay! Flor que languidece

flor que fue flor con su tallo,

¿Acaso este mal has de pagar

que debiendo pagas tan caro?

Pues oscilas entre dos mundos

y serás la burla del vil niñato.

Pues su verdad no la quieren,

Ni por compasión implorando.

Unos sucios quincalleros

que trabajan con sus manos,

el destino roban por rateros

esculpiendo carne de chapajo.

Ahora resulta ser quincalla,

Quisiste vivir decorando,

Quisiste ser bonita filigrana

Y eres sueño sólo un rato.

Soñaste tu realidad de lata

Y eres simple y vulgar cacharro

Que se mezcla entre la amalgama

Y eres chiste, risa y pasto

De la hambrienta carcajada,

Eres juego, tontura y pago

Que se paga con la entraña.

Eres la venganza del guijarro

Eres grillo, brizna y nada,

Eres el moscón del bello caballo

Que el dueño no quiere en casa.

Eres la belleza de lo flaco

La flaqueza bella que escapa

Eres la bella puesta en lo alto

Para que nadie pueda encontrarla.

Eres el bello rastro que pardo

Rastrea la bella muy parda,

Rastreando viene bella encontrando

Y no es rastro que es bofetada

Y belleza no le queda ni rastro

Ni pardo, ni encuentro, ni facha.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

Marcharse

 

Joel y yo vivíamos en un barrio lejos del centro, frente a las vías de los trenes. Todos los días veíamos cruzar cientos de trenes. No sé si esto, ver todos los días trenes que se acercaban o se alejaban de forma que entonces nos parecía con frecuencia tan caprichosa, tenía algo que ver con nuestra idea de marchar de la ciudad. Quiero pensar que sí, que porque nos poníamos siempre en las vallas frente a las vías o en el puente de la estación y contemplábamos la larga fila de vagones avanzar seguros sobre los raíles nació en nosotros el inmensurable deseo de irnos para siempre. Al menos es el recuerdo que guardo de la niñez, pero sobre todo de la juventud, Joel y yo juntos, cualquiera que fuera la estación, lloviera o hiciera sol, de día, en el crepúsculo o por la noche, los dos sentados y viendo en silencio los trenes que avanzaban ante nosotros con su canturreo metálico y de repente, cuando la fila de vagones desaparecía de nuestra vista, brotaba aquella frase, la decía él o yo, o la decíamos los dos juntos, casi a la par, que algún día, y no precisábamos fecha, el porvenir era inmenso e imposible de limitar, nos iríamos de la ciudad en alguno de aquellos trenes.

Recuerdo uno de los últimos días que estuvimos juntos ante las vías. Era domingo, comenzaba a oscurecer y había algo de tristeza en el ambiente. Se acababa el verano. Había un olor seco a hierba desaguada, a tierra tórrida y una vaga promesa de tormenta de temporada que las nubes, tras los montes lejanos, anunciaban para la noche. Joel me lo dijo tras un silencio ensimismado. Me voy el próximo mes. Mentiría si dijera que me sorprendió. Joel había acabado el instituto en junio. Se había puesto a trabajar poco después en un taller y no estaba contento. Me lo había comentado varias veces. Nos solíamos reunir al final de la tarde cerca de la estación, comprábamos unas cervezas en un colmado próximo y nos sentábamos en el descampado a ver pasar los trenes, a charlar de nuestro descontento y a soñar con nuestra marcha. Es curioso, pero aquel año no hablamos tanto de marcharnos. Lo soñábamos igual, pero no lo decíamos. Intuíamos tal vez que aquel verano era distinto. No porque lo fuera en los detalles, el día se alargaba igual, todo parecía más sereno y las horas se nos iban entre charlas y lecturas, como cualquier otro verano. Pero discerníamos que las cosas podían cambiar ese año, que era el año de la verdad, que se acababa una etapa y otra debía comenzar.

Joel me dijo que se iba a estudiar a otra ciudad. Había elegido unos estudios que no había en la nuestra y su padre había aceptado al fin que se marchara, sobre todo porque le concedieron una beca y se había pasado el verano ganando algún dinero. Deberías escoger unos estudios que no haya aquí, me dijo. Sentí no poca zozobra. Yo acababa el instituto el siguiente curso y no tenía claro lo qué quería estudiar o hacer, pero estaba seguro de que mi padre era más difícil de convencer y barruntaba que ya tenía él planes para mí que aún no me había referido. No, para mí las cosas no eran tan fáciles, no se lo expliqué a Joel esa tarde, pero yo sabía que en mi casa todo era diferente y que mi destino no estaba tanto en mis manos como quisiera, aunque quedaba todavía un año, las cosas podían cambiar, no podía cerrar puertas.

Joel se marchó veinte días más tarde. Fue triste verlo irse, pero también me sentí feliz por él. Seguí yendo al puente de la estación, a las vallas o al descampado donde tantas veces habíamos estado juntos. Leía, miraba los trenes o paseaba mientras pensaba en todo en general. Era imposible no recordarle. Esperaba que todo le fuera bien. Pensaba también en mi vida. No sabía qué iba a ser de mí. También es cierto que con frecuencia procuraba no pensar mucho en el futuro. Miraba los trenes y deseaba con fuerza poder irme algún día en alguno de ellos. Lo deseaba con mucha, muchísima fuerza, con tanta que parecía imposible que algún día realmente no fuera a marcharme.

 

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

EDIFICIOS GRISES

 

Creo que me pertenecen sesenta metros cuadrados

de oxigeno claustrofóbico financiados por el gobierno.

Y una plaza de asiento en una sala de espera, con cafeteras

a setenta y cinco pelas el mal trago. Y una apretada cagalera,

despega de tu trémula zancada del hospital nauseabundo

a tu apartamento gris, que recuerda un retrato antiguo.

Quiero y no puedo salir de ese edificio, también

Grisáceo, que sobresale de mi herida amortajada con sueños rotos.

Pareciendo unos espantapájaros en la urbe submarina e inquisidora.

Un horizonte es para atrás, como la visión de las grúas desde

Abajo. Tal cual un Don Quijote y sus molinos. Yo miro, y comparo

los desafíos que las épocas han perpetrado a los más encogidos.

De rodillas y brazos en cruz de cansancio, de derrota…

Será de tanta miseria que se respira en la atmósfera.

Desde dentro para fuera y lo que recoges lo sueltas dentro.

Y lo que sobra mira desde fuera. Y no deja de mirarte.

El pijama es una agobiante prenda que te vela la pesadilla

de ver lo que te rodea… las alcantarillas tocan a muerto,

los fumaderos de hachís son bancos destrozados y alejados de todo,

los yonkis generacionales son traicioneros de por vida,

las madres de luto son vírgenes que se quemaron antaño.

Y los mártires de la locura son ángeles marcados con puntas

de estrellas, (por que está comprobado que en ellas está su destino).

Los bares de rumba populachera donde gritan los macacos,

(la cultura allí en el purgatorio baila la soleá de la ignorancia),

los niños lloran un llanto mecánico que aprendieron del biberón seco.

Los camellos, los proxenetas, los taberneros y los prestamistas

Se hacen mecenas de la muerte, hecha canción, ¡Por infinita vez ya!

en este, el mío rincón.

¡De sesenta metros cuadrados de oxigeno claustrofóbico

financiados por el gobierno!

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

Sobre los pisos de protección oficial

 

Mi perucha divina,

El sueño del paraíso,

La cuerda del “status quo”

Y todo en un minuto.

Eres mi niña,

Escucho el murmullo.

Eres mi niña,

Y digo: soy tuyo.

Y tú me suplicas

Comernos el mundo,

Y yo te hago caso

Y nos exiliamos juntos.

A otro oculto barranco,

A otro triste mundo,

A que nos tiren la mierda

Que vierten los cenutrios.

Y otros personajes,

Como los que van camino

De habitar estos parajes,

Como escuchen mi eructo…

Pisos, altos como el acueducto

y el populacho todo junto

Pero esto que digo

No os importa ni un pito.

Y también me limito

A cantar por la noche,

Me tiro pedos, vomito,

Y cuando como hago ruido

Y pongo música y pataleo

Y despierto a los vecinos.

Y tiro colillas por el balcón

Y a veces me la saco y meo.

Les escupo a los niños

Y cuando llamáis os meo

Y os creéis que llueve,

¡Qué cosas tiene la gente…!

Saca el paraguas, que llueve.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

 

 

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10º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

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10º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA

NEVANDO EN LA GUINEA

NºX 28-10-2.008

 

 

EDITORIAL X

Reedición de clásicos

 

 

Esta semana se ha presentado un nuevo proyecto editorial de la Fundación Biblioteca de Literatura Universal y de la editorial andaluza Almuzara que, bajo el nombre de Colección Minor, pretende publicar obras clásicas de la literatura universal a un precio accesible. De momento han sacado a la luz dos libros, «Veintiún sonetos de amor y otros poemas», de Sor Juana Inés de la Cruz, y «Navegación a Oriente y Noticia del Reino de China», de Bernardino de Escalante.

 

Ni que decir tiene que proyectos como éste son imprescindibles, además de una muy buena noticia. Sabemos que en momentos de crisis es difícil que vean la luz proyectos de esta importancia. Además, como venimos comentando en algunos editoriales, parece a veces que la cultura no sea prioritaria en nuestra sociedad, que sólo aparezca como un ornamento que luzca en momentos de bonanza, pero que se deja de lado cuando las cosas van mal o hay otras prioridades. No ayuda tampoco la marginación de las humanidades en los planes de estudio de la educación secundaria y nos tememos que el Plan Bolonia de Reforma de las Universidades tenga más que ver con una mercantilización de los estudios universitarios, lo que con frecuencia no es compatible con según qué ramas del conocimiento en un modelo económico que ha dado prioridad a los beneficios rápidos.

 

Todo esto vuelve más loable el proyecto de la Fundación BLU y Almuzara. No negamos que las editoriales, por su carácter de empresas, procuran y necesitan un balance positivo en sus cuentas de resultados, pero es también evidente que dichas empresas poseen un compromiso social de primer orden, la cultura, y que no pueden ser frívolas con los contenidos ni con sus políticas empresariales. No estamos afirmando, evidentemente, que se homogenicen las colecciones y que todo sea serio e intelectual, hay cabida a todo tipo de obras y a todo un mundo de públicos distintos, con intereses diferentes y plurales. La cultura es poliédrica. Pero sí creemos que hay que apostar por colecciones no siempre rentables desde un punto de vista económico, aunque deberían de buscar al menos no ser deficitarias y para ello, a veces, sin duda es necesaria la ayuda pública.

 

Sabemos que otras editoriales de obras clásicas han tenido problemas para sacar adelante sus colecciones. Los costos de distribución y de difusión dificultan mantener en ocasiones las mismas. Pero la pérdida de estas colecciones produce un daño enorme a la cultura de un país, que en el caso español no podemos permitirnos. De ahí nuestro interés con que proyectos de este tipo salgan adelante.

 

Para más información:

 

www.fundacionblu.org

www.editorialalmuzara.com

 

 

ODA A LA SAGACIDAD BURÓCRATA

 

No tengo enfermedades contagiosas

ni taras en lo físico o mental

ni soy adicto a drogas ni las tomo.

No he ido a comisaría ni a prisión

por burlar la moral establecida

ni por tomar sustancias indebidas.

 

Jamás se me ha arrestado o condenado

por dos o más delitos ni he sufrido

prisión de cinco años ni de más.

No trafico con estupefacientes.

No pretendo enrolarme en su país

en bandas criminales ni emprender

actividades contra la moral.

 

No soy espía o saboteador.

Tampoco terrorista o genocida.

No he socorrido a la Alemania nazi

ni a sus compinches en sus malandanzas.

No voy a trabajar allí y jamás

me habéis negado acceso y deportado.

No he procurado entrar en su país

con pasaporte ajeno o ilegal.

 

No he retenido nunca criaturas

cuya custodia le correspondiera

a alguno de sus muchos compatriotas.

He obtenido el visado sin problemas

y no me ha sido cancelado antes.

¡Ah! Tampoco pretendo me asiléis.

Puesto en claro ya todo lo anterior,

to the best of my knowledge and belief,

señorita azafata amabilísima,

¿podría usted servirme más café?

 

Por Andreu González Castro

 

 

 

 

 

UNA MAGDALENA POR EL 11 S

 

Blancas como las panzas de las ranas

en la charca azul cielo,

las pecheras en cruz de los aviones.

 

Oh, my God! –repetían

llevándose las manos a la boca.

Dios mío, no el dolor

en abstracto: el dolor

que viene a la oficina

con legañas y un donuts y café.

 

Croan las ranas dentro de la charca.

La primavera trenza el terciopelo

del ruiseñor con el croar de ranas.

 

Llamando a Dios. Cambio.

Todas las unidades a Dios. Cambio.

Toda América llamando a Dios. Cambio.

Todo el mundo llamando a Dios. Cambio.

 

Por Andreu González Castro

 

 

 

 

El fin de semana

 

 

Nada más verle me di cuenta de que algo le pasaba, algo tremendo. Tenía la cara compungida, como si de repente hubiera caído sobre él toda la desgracia del mundo. Estaba sentado a la mesa junto a otros colegas, pero advertí que no se sentía bien porque su rostro reflejaba la mayor de las desolaciones posibles. Me senté a su lado y antes de que pudiese interesarme por él ya me hizo la pregunta: qué vas a hacer este fin de semana. Deduje que ya se la había formulado a los demás y que todos, saltaba a la vista, le habían dicho que se marchaban de la ciudad. Cuatro días de fiesta y el inevitable desabrigo de una ciudad tan funcional como Bruselas hacían ineludible la huida, llevábamos también muchas semanas dedicados casi en exclusiva a nuestros estudios, así que lo que menos queríamos era vivir, ahora que llegaba la primavera, la soledad más absoluta de un lugar que tan pocas ofertas nos brindaba cuando llegaban esos días de descanso. Para él cuatro días eran pocos días para poder volver a su casa, las comunicaciones eran escasas. Además, como su beca era ínfima, no tenía dinero suficiente para la vuelta en avión, única alternativa para aprovechar los cuatro días, o para marchar a otro lado. Había que añadir un horror casi enfermizo a la soledad, de ahí que su rostro mostrara bien a las claras el pozo de angustia al que estaba cayendo minuto a minuto.

Desde que le conocí me di cuenta de que padecía un íntimo terror a estar solo. Recuerdo que me fijé en él por la angustia que reflejaba su cara. Coincidimos la primera vez en unas jornadas sobre historia europea al que fui casi por casualidad y vi que llevaba un pequeño diccionario francés-español que consultaba con bastante frecuencia. En un descanso me acerqué a él y le pregunté si era español. Fui como una puerta que se abría de pronto tras una semana, que era el tiempo que llevaba en Bruselas, en la que había vivido en la más absoluta soledad. Por entonces apenas hablaba francés y no sabía ni inglés ni tampoco holandés, así que pocas oportunidades había tenido de conocer gente. Nos fuimos a tomar un café y en apenas media hora nos habíamos contado la vida.

Le habían dado una beca para un doctorado en historia moderna y era la primera vez que salía de España, si exceptuamos alguna estancia de horas en Portugal, cuya frontera quedaba a escasos treinta minutos del pueblo zamorano del que era oriundo. A medida que percibí ese terror íntimo que le aquejaba de un modo tan drástico fui reconociendo el valor que tuvo al salir de su provincia e ir a una ciudad a primera vista tan fría y poco amable como era Bruselas, aunque luego uno descubría su alegría interior, algo secreta, sin duda, y que costaba lo suyo descubrir, pero que existía. Ni que decir tiene que si no me hubiera conocido y no se hubiese cruzado con cualquier otra persona, habría podido caer en una depresión profunda o hubiese tomado tal vez una decisión errónea. Faltaba aún unos días para que comenzaran los cursos en la universidad, estaba llegando al límite en su estado de ánimo y además había tenido la mala suerte de alojarse en una de aquellas residencias universitarias tan lúgubres y sombrías que abundan en los centros universitarios y que quedaba a las afueras de la ciudad.

Como yo llevaba un año ya en Bruselas me había formado un núcleo de amistades y conocidos al que se incorporó él al principio como una tabla de salvación. Pronto se fue relajando y poco a poco desapareció la ansiedad que le había causado ese primer impacto de sentirse tan solo. Comenzaron las clases de la universidad y los logros que iba consiguiendo en el dominio del idioma le dieron confianza y recobró incluso el sentido del humor.

Hasta esa tarde, en que de nuevo aparecieron los nubarrones de la soledad. No contaba con que el jueves fuese festivo y que el viernes no había clase. Supuso, al saberlo, que los estudiantes belgas, holandeses, alemanes e incluso franceses de los departamentos más cercanos a la frontera volverían, muchos de ellos, a sus casas después de tantos meses sin apenas moverse de Bruselas, pero no contaba con que los españoles, portugueses, italianos y latinoamericanos íbamos a aprovechar esos días para nuestros propios planes de fuga. Isabel marchaba a Londres para visitar a su hermana que vivía allí con su marido y su hija. Sergio se iba a París con una enamorada reciente. Manoel visitaba Luxemburgo donde tenía familia. Y así uno a uno todos los amigos que iban pasando por el bar. Cuando yo llegué era prácticamente el último y el único recurso que le quedaba. Ver su mirada suplicante y sentirme responsable de él fue casi lo mismo. Además yo, que había sido la primera persona a quien había conocido allí. Me vi en la obligación de ser de nuevo su tabla de salvación. Lamenté por ello haber llegado tarde a nuestro habitual encuentro de las tardes. Si hubiera llegado antes, me dije, le habría podido decir que tenía planes y no me sentiría tan culpable. Pero, cómo decírselo ahora, cuando sus rasgos se iban descomponiendo por la ansiedad.

No le respondí en ese momento. Me levanté y dije que tenía que llamar a Raquel. Me dirigí al teléfono del café preguntándome cómo le plantearía a mi novia que tal vez no le acompañaría ese fin de semana a La Haya o que habría una tercera persona en nuestro viaje, planeado unos días antes. Sabía que no se lo tomaría muy bien. Pero era incapaz, maldita sea, de dejar a mi amigo en la estacada.

 

Juan A. Herrero Díez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INICIACIÓN AL LABERINTO

LA CIUDAD

 

No es sólo una ciudad: es la ciudad,

como el libro de libros es el Libro.

Es malla de avenidas y de luces,

Argos sin sueño pero con más ojos,

San Sebastián herido por los taxis,

Gran Cloaca cegada por el humo.

 

En su Downtown trafican con el humo

las corbatas de toda la ciudad.

Rascacielos insomnes como taxis

custodian los balances en el libro,

te uncen los aguijones de sus ojos

inyectados de sombras y de luces.

 

En China Town, con las primeras luces,

desaparece Fu Manchú entre el humo

para encarnarse en mil pares de ojos.

Y se revoluciona la ciudad,

en vez de tras de Mao y tras su libro,

tras el dólar sobado por los taxis.

 

Baja el río revuelto de los taxis

desde la Diamond Row lleno de luces,

brillos que le robó al pueblo del Libro,

y halla la 5ª un hombre casi humo

mendigando a los pies de la ciudad

con la angustia del frente entre los ojos.

Es Central Park un intermedio en ojos

de ardillas tan esquivas como taxis.

En el pulmón azul de la ciudad

la claridad no necesita luces:

se ha descorrido la cortina de humo

y la naturaleza se abre como un libro.

 

La miseria no cabe en ningún libro,

prefiere hacer su nido entre los ojos

que ha roto el crack y ahora vela el humo.

Donde no se aventuran ni los taxis,

no llegan los destellos de las luces

que deslumbran a toda la ciudad.

 

A nadie la ciudad mira a los ojos.

Plena de taxis, te dará en su libro

las luces, el embauco, el sueño, el humo.

 

Por Andreu González Castro

 

ODAS A MI HERMANA

(Escuchando a Alessandro Marcello-Oboe concerto

in C minor- Adagio- 4ª pista).

 

Hermana, mi delicia chiquita,

Mi antojo, mi primavera,

Mi tesoro, mi enjambre cargado de mieles,

Mi exquisita lucha ferviente,

Mi hermosa flor del agua,

Mi emotiva gardenia,

Mi romero espinoso,

Mi luciérnaga avispada.

Pequeña eres,

Pequeño es el lucero

Pero con una grandeza en la noche

Que alumbra el camino de los andurriales en tiniebla.

Pequeña eres,

Pequeño es el mundo

Y parece eterno.

Pequeña eres,

Pequeño es un pensamiento absorto

Y es el incansable ritmo de la libertad.

Pequeña eres,

Pequeñas son las canciones pequeñas

Y hermosas y con un mensaje triunfal.

Pequeña eres,

Pequeños son los niños y son la alegría

Del viejo mundo que da vueltas y más vueltas.

Pequeña eres,

Pequeños son los jazmines

Y es la flor más olorosa y embrujadora.

Pequeña eres,

Pequeños son los garbanzos y es la vitamina

Del pobre.

Pequeña eres,

Pequeños son los grillos

Y están cegados y plagados de noches.

Pequeña eres,

Pequeños son los placeres sencillos

Y sin ellos la vida no tendría sentido.

Pequeña eres pero con el corazón

Embelesado por los rumbos misteriosos

De la luna y las estrellas,

Y abrumada siempre por el designio

De la aurora que cierra su pestillo

Para exclusividad tuya.

(De su hermana menor).

Eres una azucena escogida para ser madre,

Eres tenaz e incorruptible

Pero eso son cosas que sólo sabemos tú y yo.

Recuerdo mis correrías a tu lado

Las bromas que te gastaba con tu maestra.

El aroma impregnado en tu piel

Cuando naciste.

Tu cabezonería al no querer besarme.

Tus juegos de niña graciosa.

Tus salidas de cuadro y tus fueras de tonos

Para hacer reír.

(Quien hace reír salva al mundo de la más

grande de todas las oscuridades).

Ten cuidado con el cornetín del infierno

Que anuncia altercados con tus seres queridos.

Yo sé que tu sueño es una profundidad

que nadie puede entender. Pero yo si entiendo.

Por que yo también la tengo.

Una profundidad donde todo cae

Hasta el vino cae a lo profundo del ser,

¿No va a hacerlo el sueño?

No pienses en los cobardes que un solo mundo quieren

Ni en los cabrones que a las cabras enseñan a ser ovejas.

Yo te puedo contar lo que quieres.

Quieres que el litigio entre la luz y la tiniebla

Sea un saludo cordial y termine con un apretón de manos.

Quieres que la noche desarrolle otro amor y se lo cuente

A los crepúsculos para que ellos sueñen con otra mañana azul.

Quieres coger distintas flores y unirlas todas en una armonía

Espectacular.

Quieres coger el bastón de tu abuelo y dibujar su silueta

Como un dibujo animado y bailar con él la canción de la felicidad.

Quieres hacer a la gente más bella por fuera

Para que sean bellos por dentro.

Quieres iluminar con focos de alegría los sueños marchitos.

Quieres reconstruir el rompecabezas de la vida.

Quieres pegar con pegamento escolar las ilusiones

Que se rompieron como copas de cristal.

Quieres sentenciar justicias para las injusticias.

Quieres alternar con un mundo en technicolor

Y pintar sin grises los días de lluvia.

Te quiero hermana. Te quiero como se quiere

A una hermana mayor aunque eres la pequeña.

Te quiero como se quiere a las fuentes del pensamiento purísimo.

Te quiero como se quiere a las mañanas blancas.

Te quiero como se quieren a los ríos trucheros.

Te quiero siempre. Y te quiero para siempre.

Eres una niña ya adulta furtiva de ansias de libertad.

Tus enfados son mis derrotas y tus sonrisas mi triunfo.

Entre hermanos no existen las discordias

Y se sufre cuando tu hermano sufre, por eso yo he querido

Escribirte esta oda cuando mi corazón tenía miles de mariposas

Felices dentro de él.

Dos hermanos se quieren por encima de todo.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

AMERICA THE BEAUTIFUL

 

América, he llegado hasta tu nombre

desde un cansancio hereditario

para traerte desde Europa

la fruta amarga del insomnio.

 

La pobreza harapienta se hacinaba

en camarotes de tercera

rumbo a la tierra prometida.

La flor de las axilas exhalaba

un aroma de sueño mutilado.

 

Fueron días y noches una noche

perpetua en las sentinas

de la desesperanza.

Fueron días y noches una noche

multiplicada por el hambre

y la sal encrespada del océano.

 

Pero ahora digo “fueron”

y los conjuro “fueron”

porque el ojo bullente del naufragio

no se fijó en nosotros.

 

América, he llegado hasta tu nombre

con este cuerpo por que trepan

la miseria de mis antepasados,

el ansia de justicia,

la luz del porvenir.

 

Rusia, Italia y Polonia son palabras

cuya música suena en la distancia,

tan solo en la distancia,

con bello acento de melancolía.

 

Pero, América, América,

hasta los lamparones de mi traje

se alegran con la magia

de tu hermosa bandera constelada.

 

 

Por Andreu González Castro

 

 

 

 

 

PASO A PASO

 

Me sirves un primer plato

Y luego me acuesto un rato,

Paso por escenarios

Paso por chungos tinglados.

Paisajes desfigurados

Los cambio por tabaco,

Mogollones de escarnios

Los cambio por un pasado.

Sonrisas de prestado

Las cambio por altercados,

Murmullos muy cabizbajo

por sermones muy caducados.

Cambiadme un vocablo

Por un ensimismado morado,

O ¿Me cambias la caspa de antaño

Por un minuto de talento enojado?

No quiero darte bocados

En la cuenca aquella del callo,

Cambiadme este alegato

Por pringue para un yo desgajado.

Sé tú, y yo miro de soslayo,

Sé yo y te muestro el culo blanco,

Desmigájame el yo cabreado

Y te limpiaré tu culo pardo.

No quieras que no me quede harto

Si de alpiste me da el desmayo

Y el alambique lleva el multigrado;

Dame el yo que es mío y de mi paso.

No me des lenteja lenta del tejado

Y dame sopa a toca teja soterrado,

Dame la letra y comete el gajo,

Yo partiré muestras y daré abasto.

Toma esta pelea de gatos

Y vete a abrir la puerta al borracho,

Saca tu lengua de gorila bigardo

Y cabréate con quien te saca el ancho.

Vete donde den canelones baratos

Y comete del pollo hasta el cartílago,

Cuidado, no te atragantes, cuidado,

No te vaya a dar la del “pata de palo”.

O te quedarás desnuda y sin guisado,

Aunque tú quieres un marido esquilado,

Y que cada mes te suelte en metálico

Y por la noche esté esperando empalmado.

Preferir, prefieres al bueno de Jairo,

O al que antes llamabas tu cuñado,

O aquel que se quedó loco de tanto chasco,

O el pelele del tercero que se tiró del cuarto.

Un día tus hijos se habrán casado

Y tu marido estará esperando de buen año

En que tú cambies tu pensamiento pesado

Y cambies la remuda por un camisón descotado.

Invítame al baile del mal palabro,

Invítame con mi mal paso,

No traeré ni vela ni candelabro

Traeré una cruz y un yo escalabrado.

¿Para qué quiero yo morir gritando

Si muero poco a poco y silenciado?

¿Para qué quiero yo vivir cantando

Si canto día y noche y musitando?

¿Para qué quiero morir tumbado

Si doy tumbo a tumbo, mil portazos?

¿Para qué quiero yo mirar a un lado

Si me ven en los reflejos del charco?

¿Para qué quiero morir fracasando

Si mi muerte es aquel fracaso?

¿Para qué quiero mirar el rastro

Si mirando yo no veo mi parpado?

¿Para qué quiero seguir mirando

si sin mirar no veo nada cercano?

¿Para qué quiero sentirme lejano

Si mi derrota es eso, ser mundano?

¿Para qué quiero levantarme temprano

Si mi pena es vivir siempre solitario?

¿Para qué quiero vivir soñando

Si mi realidad es verme despreciado?

¿Para qué quiero soñar amando

si mi amor es amor soñando?

¿Para qué quiero morir amando

si al amar muero por descontado?

¿Para qué vivir de amores pasados

si mi gozo en un pozo y no lago?

¿Para qué quiero sentirme amado

si cuando pase un rato sólo fue rato?

¿Para qué quiero de flores un prado

si no hay flores ni hermoso prado?

¿Para qué quiero ser un milagro

si no hay milagro tras este fracaso?

¿Para qué quiero ser cuento soñado

si el cuento se sueña y no hay milagro?

¿Para qué más llantos y tantos tratos

si no hay trato malo sin llanto sano?

¿Para qué quiero rumores de vecindario

si los vecinos sólo hablan murmurando?

¿Para qué quiero puentes hacía mi ocaso

si el ocaso es muerte sin sol y ser anciano?

¿Para qué quiero yo mi voz sonando

si es sonido mi voz y un todo claro?

¿Para qué quiero yo fuegos fatuos

si son fuegos de artificio ya enterrado?

¿Para qué quiero yo canciones denotando

si la nota la doy sin cantar demasiado?

¿Para qué quiero yo morir cantando

si cuando muero yo ni siquiera canto?

No quiero más hacer caso del gargajo

Por que lo lanza el puro populacho,

No quiero hacer caso del clavo

Si me clavan lo oscuro de ese muchacho.

No quiero serpentinas del cigarro

Si son luces y volantinas del diablo,

No quiero más clemencias si pillado

Yazgo seco y mutilan al garbanzo.

No quiero bofetadas por colgado

Si voces doy contra lo estipulado,

No quiero frenos contra el cotarro

Si el coto para unos pocos está vedado.

No quiero gargantas esperando

Y estómagos vacíos sonando,

Quiero para el pueblo el caldo

Y tiren el candado del dispensario.

Quiero para el pueblo que esté harto

De lenteja, alubia y sancochado,

Quiero para el pueblo arroz guisado

Y no del señoritingo lo que ha dejado.

Quiero hacer el amor hasta mareado

Y no marearme a paso lento, despacio,

Quiero vivir con plenitud y volando

Y no caer en los portales del llanto.

 

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

LLAMADAS DESESPERADAS

 

A las victimas del 11-M.

 

Da la llamada y tú no lo coges,

Las noticias son tan desalentadoras

Que en un chasquido de dedos

Me pongo el abrigo y me lo quito

en otro chasquido de dedos.

Da la llamada y tú no lo coges.

Dan ganas sólo de llamarte

Y tu no lo coges, ¿Lo cojerás?

La desesperada voz del duelo

Se cierra como un torrente

De oscuridad y llanto desgarrado;

Yo tengo que hacer algo pero

No sé el qué. Ni por qué

Pero necesito saber lo que es de ti

Por que te quiero como a nadie.

No hay en ti respuesta, sin embargo:

Yo te llamo y te llamo y amo

Una voz que es la tuya y vuela

Como un colorido ave por mi

Corazón que ansía, poder tenerte,

En mis brazos y aliviar lo que sólo

Puede aliviar tu corazón a mi lado.

Da la llamada y tú no lo coges

Luz de mi corazón, ¿Dónde estás?

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

9º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO EN LA GUINEA

nevandoenlaguinea@hotmail.com

E-mail: nevandoenlaguinea@hotmail.com

 

9º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA NEVANDO

   NºIX                         EN LA GUINEA       11-10-2.008           Número dedicado a la memoria de Santiago Aciego, por esos gratos momentos vividos.

 

EDITORIAL IX

A vueltas con la educación

 

Un informe auspiciado por dos fundaciones señala que la mitad de los profesores españoles considera que los actuales alumnos saben menos y se comportan peor que los de generaciones anteriores. Esta sensación, que podría calificarse en un principio de subjetiva, confirma los malos datos que el Informe Pisa atribuyó a los estudiantes españoles, que eran los peor calificados de toda la Unión Europea. Cuando ha pasado un mes del inicio del curso académico, los datos de la educación española no pueden ser más catastróficos: abandono escolar, malos resultados, nivel bajo, malas infraestructuras escolares, planes de estudio que nunca acaban de ser estables, constantes quejas del profesorado de los medios limitados invertidos, debates un tanto inocuos en el marco de la educación, incapacidad de adaptarse a nuevos fenómenos, etc. Las sucesivas reformas no han conseguido mejorar nada, más bien al contrario. Mientras, el asunto no aparece en primera plana de ningún diario, tan centrados todos ellos en una crisis económica que puede frenar, además, presupuestos en dicha área.

 

Hemos mostrado alguna vez nuestra preocupación por este problema de la educación. Porque una sociedad cuyos ciudadanos no consiguen un grado de formación básica supone una sociedad con personas que no van a entender el medio en el que viven y por tanto van a ser personas desarmadas y fácilmente manipulables.

 

La política educativa actual parece encaminada más a forjar simplemente trabajadores especializados y profesionales versados en su área, porque así lo exige el mercado, cuando la formación básica, la obligatoria en nuestro país, debe tener por objetivo la formación, esto es, la dotación a los niños y jóvenes de herramientas de comprensión global del mundo en que viven y que puedan ser las bases para adaptarse al medio, cualquiera que sea el camino que decidan emprender. No importa el ámbito al que se dediquen, por necesidad o por vocación, lo que es imprescindible es que salgan de las escuelas y los institutos con suficiente formación para entenderse a sí mismos y entender el mundo, lo que les permitirá enfrentarse a la realidad con amplias miras, lo que no ocurre, sospechamos, hoy.

 

Nos preocupa, además, como revista literaria que somos, el puesto que ocupa la literatura y en general todas las áreas de las humanidades en los planes de estudio. No negamos que hubo un déficit científico y tecnológico en la educación básica de muchos de nosotros, algo que había que paliar, sin duda, no obstante las áreas de humanidades se están volviendo materias casi marginadas, fuera de las asignaturas troncales de muchos estudiantes, con lo que no se están proporcionando las bases para una mirada crítica de la sociedad y del medio.

 

Porque las materias humanísticas son la base para que el estudiante que se está educando para ser ciudadano y para vivir en comunidad pueda analizar el medio, la sociedad en que vive, los antecedentes del momento histórico en que se encuentra. ¿Para que sirve una asignatura para la ciudadanía si luego ese mismo estudiante va a salir con enormes lagunas culturales y referenciales que no le van a permitir entenderse ni entender nada a su alrededor? Esas lagunas sólo pueden provocar frustración y vacío. Y puede que toda esa violencia en las aulas de la que tanto se habla no sea más que una consecuencia de la falta de referencias personales y colectivas que nada bueno puede traernos.

 

No estaría de más, por otro lado, en esta campaña generalizada por recordar el pasado, hacer hincapié en el inmensurable esfuerzo que la República llevó a cabo para extender la formación a todas las capas del país y a todos sus rincones, tal como lo refleja Josefina Aldecoa en algunas de sus novelas sobre aquellos tiempos, algo que la España de hoy parece haber olvidado completamente. Por falta de lectura, tal vez.

 

 

 

 

ODAS A MI HERMANO: (Escuchando la 9ª sinfonía de Beethoven)

 

Recuerdo cuando éramos pequeños,

Tan pequeños,

Que nos llevaba el viento.

El viento de primavera

Que tú querías y pensabas

En cogerlo con los dedos.

Venias a ver mi guarida de ocho ladrones

Y querías compartir la vitriola de sueños

Que la noche sentencia por el día.

Querías contemplar a tu hermano

Como los antiguos herejes lo hicieron.

¿Querías y no querías?

No querías, por que de sobra sabias

Que era la muerte púrpura de los hombres puros.

Y la voz del ruido llorón.

Pero tu sombra era la fuerza

De latifundio de estirpe milenaria

Y luchabas con un corazón de guerrero extraviado

Y al mismo tiempo resabiado

Por el pan que nuestros padres compartieron.

Me alegro de ser tu hermano.

De ser tú hermano locumba de las mieles de Lucifer

Y semillas de ángel pétreo.

Yo te espero como quien espera a un lucero luminoso

Sobre su césped azul de mediodía.

Quisiera que supieras que tengo predilección por ti.

Y jamás borré de mi vida la juguetería de color

Que me regalaron tus sueños.

Y ser la bombilla de alma quien iluminó mi camino.

Gracias hermano mío.

Gracias por ser tú para ser yo.

Gracias por ser yo para ser tú.

Y gracias por mirar al río conmigo de la mano.

Cada noche que compartimos mirando la sopa de letras

Que la mamá nos daba.

Gracias por ver la paloma blanca que vieron nuestros

Corazones pegados en la sartén del cielo.

Gracias por dejar que te amara aquella tarde a principios

De octubre. Cuando la tormenta cesaba,

Para cantar la misma canción de verano.

Gracias por contarme tu nombre con siete letras parejas

A mi espalda. Gracias por haber nacido por mí.

Eres mi ángel de la guarda y eso lo sabes

Cada vez que sacabas tu guadaña blanca, totalmente blanca

De novio de la muerte.

Tu música me dice que el mañana existe

Y que existe un Dios en ese cielo,

Cada vez que redimías mi culpa

Al pasado de los tiempos marchitos.

Gracias por pertenecerme cómo a quién

Pertenece un trozo de tierra adosado al mar.

Gracias por quererme, cómo quién quiere llorar

Y no puede y es por la fruta prohibida

Que sale de mi mirada.

Cómo si el tiempo no hubiese pasado,

Y eso es por que me quiero pegar a él,

Ahora que seamos los mismos

Que van de la mano a besar a nuestra abuela o abuelo,

A nuestra madre y a nuestro padre,

¿Te acuerdas?

¡Mamá no te mueras nunca!

Y tú saltaste de la cama gritando:

Es verdad no me acordaba:

Mi hermano, mi fiel amigo.

El huésped de mi caracol que esconde una galaxia.

Mi hermano, el mejor amigo que pude comprender

A tres años de curso menor,

Que me hizo comprender lo pequeña que es la distancia.

La distancia entre los mismos sueños a diferentes luces

Y la distancia del sol a la luna.

Ha sido un placer haberte conocido en esta vida,

En esta vida de placeres de sorbo de ron añejo.

De senderos que brotan de nuestros lugares remotos

Pero cercanos y pensar que la verdad existe,

Oculta en aquella higuera de perla

Que buceando en los mares vimos.

Somos el mañana suspendido de un hilo

Y la fiel estampa de la verdad entre un cielo

Adorador subyace perdida con su fiel amor a Dios

Y un cielo oscuro en un latido absorbente

Bajo los hemisferios que pululan.

Me quieres y eso lo sé de sobras,

Sobras de pan y lentejas con chorizo,

Que en nuestro fogón siempre hubo.

Así es la vida: Dos hermanos se quieren

Por encima de todo.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

Las derrotas pesan

 

 

Me sentí extraño. Sí, al leer aquella hoja, un pasquín de letras comprimidas, me sentí extraño, lo reconozco, como si de repente volviera veinte, ¿o serían treinta?, años atrás y todo tuviera de pronto sentido. Los volantes iban de mano en mano en la fábrica y de pronto fue como si todo aquel tiempo, ese conjunto de años que de repente me abofeteaba la conciencia, no hubiese pasado. Palabra por palabra, recordé lo que nosotros, entonces, habíamos escrito, que no era muy distinto a lo que ponía el papel que tenía yo entre manos. Las mismas reivindicaciones, el mismo tono, todo marcaba de repente un estallido en mi cabeza. ¿Qué había cambiado?¿Mi cuerpo, ahora más cansado?¿Mi mundo estrecho de la fábrica, el barrio, o acaso la sociedad entera? No lo sabía. Miré a mi alrededor y los ojos de todos estaban posados en el papel que aquellos jóvenes repartían durante sus veinte minutos de descanso. Me vi reflejado. Mejor dicho, vi reflejado en ellos al muchacho que yo fui. Les deseé más suerte, sobre todo eso, mucho más suerte que la que tuvimos nosotros, que fracasamos con toda la rotundidad del mundo.

Cuando volví junto a los demás a ocupar nuestros puestos en la cadena después del brevísimo descanso me acerqué a uno de ellos. Espero que salga, murmuré. Cómo dices, preguntó. Espero que salga, repetí. Me miró extrañado, al principio. Luego sonrió. Tal vez no esperaba que uno de los “viejos” fuese el primero en decirle algo. Supongo que esperaría una respuesta más animada por parte de todos, sobre todo de los más jóvenes. Pero en vez de eso parecía que cierta indiferencia se imponía sin remedio al conjunto de los trabajadores. Las derrotas pesan demasiado, le dije. Pareció querer decir algo, pero yo había llegado a mi puesto y me separé de él. Pensé que lo último que le dije sonaba a derrotismo y sin duda él quiso objetar algo a mis palabras, a mi fatalismo, pero su réplica se había quedado en el tintero. Tal vez creyera que yo le estaba desanimando. Tal vez consideraba que yo era uno de esos “viejos” que estaban a vueltas de todo, señal inequívoca de que no había ido a lugar ninguno. A mí, chaval, también me irritan los que están a vueltas de todo, me dije dirigiéndome a él, pero sin llegar a decírselo. Quizá después se lo aclare, pensé. No intentaba desanimarle, nada más lejos, sino explicar el silencio generalizado, la falta de reacción. No justificar nada, consideré, debería planteárselo así, que no pretendía justificar nada, sobre todo ahora, cuando los volantes acababan de pasar de mano en mano, pero sí entender el silencio generalizado. Muchas cosas habían cambiado. El mundo era distinto. Ni mejor ni peor, sino sólo distinto.

¿Lo era en realidad?

Las máquinas se pusieron a funcionar. El ruido lo inundó todo. Yo volví a colocar mis tornillos en los artefactos que pasaban delante de mí y que apenas miraba en su conjunto. Sólo me interesaba el hueco donde colocaba el tornillo correspondiente, un mero giro de muñeca y mi pistola mecánica hacía el resto. Luego la cadena daba un empujón al artefacto y yo volvía a repetir mi gesto ante otro artefacto. Así durante ocho horas al día. No tenía que pensar mucho más, me podía escudriñar en el pasado, en mi presente, en cualquier cosa que se me pasara por la cabeza. En mis problemas, por ejemplo, podía ocuparme de mis problemas actuales, en la casa, en Leire, en la niña que ya no era tan niña y que no sabía qué hacer con su vida. O podía plantearme si aquella era la vida que yo había previsto y deseado para mí en aquel momento en que yo tampoco sabía muy bien lo que quería hacer con mi vida. Mejor no pensar mucho en ello, me dije. Mejor pensar en otra cosa. Pero en qué.

Cuando sonó la sirena me sentía ya cansado. No aguantaba tanto como antes. Síntoma del paso del tiempo, es lo que pensé. Coloqué los tornillos y el instrumental en su sitio, me dirigí a las taquillas. Cuando salí a la calle el frío era intenso. Había estado lloviendo. Vi que el chico se puso a mi lado. Anduvimos juntos, sin hablar, un rato. Cuándo estuviste en el sindicato, me preguntó. En el cincuenta y seis, respondí. Cuando la huelga, me preguntó. Sí. Fue una pena, comentó. Lo habíais planteado muy bien, añadió tras un breve silencio. Quise decirle que las cosas eran así, pero me reprimí, no quería parecer de nuevo ambiguo y que él pudiera concluir que yo era un derrotista. Claro que cuando me ponía a pensar en aquella huelga lo que siempre acababa yo destacando era que nos habían vencido, que habíamos fracasado. No estaba especialmente orgulloso. No obstante, noté en su mirada una cierta admiración. Me desconcertó. No estaba acostumbrado a que me admiraran. Era una sensación nueva. Llovía y me hallaba desconcertado, extraño, algo sorprendido. Guardé silencio un buen rato, aunque íntimamente se lo agradecí.

Juan A. Herrero Díez

 

 

 

 

 

 

 

 

 

FÁBULA DEL FUEGO DERROTADO

(solo de saxo)

 

-Tú nunca mientes cuando tocas.

A. Muñoz Molina

 

 

Bajo una llovizna de agua fría y mínima,

entre los soportales de una ciudad del norte,

la gloria y la derrota se funden en el adiós

que un solo de saxo brinda –ronco y melancólico-

a esa mujer misteriosa de rimel y leyenda

que viaja en un tren nocturno, camino de Lisboa.

 

Bajo los hierros de las grúas de los muelles,

ensayando con la voz los acordes de la bruma,

camino hacia las ruinas de mi alma sombría

ocultándome de los daños del amor;

de la terrible certeza que agiganta las olas del invierno

y reparte ecos de sangre por las calles mojadas

donde mis pisadas ahogan mi soledad de náufrago.

 

Me detengo ante una gaviota muerta

(subido el cuello de la gabardina,

ocultando mi aliento de ginebra).

Me daña más su rígida quietud que mi quebranto,

que mi lento ocaso de músico sin suerte

abocado a ser mero espectador de los crepúsculos.

Al menos, la gaviota tiene quien le llore.

 

Las olas llegan mansamente a mis zapatos, componen

el susurro infinito de un saxo confidencial,

la mentira que cubre mi seudónimo en el Lady Bird,

las décimas de gratitud que despliega

el arco afectuoso de una sonrisa femenina

-flor de enigma, perfil de Sylvia Plath-

entre columnas de humo y largos tragos de alcohol.

 

 

 

 

Empapado de derrota busco mi hombría

en la sucia barra de los últimos bares.

Una moneda al aire dictará mi fortuna

y así sabré si un día de tormenta

tomaré ese tren nocturno y fantasma

(cargado de comparsas y rostros en la sombra)

que jamás llegará al centro de Lisboa.

 

Actuaré siempre para un público ajeno a mi música,

mitigando el dolor de un amor clandestino

que no supe defender a sangre y fuego;

como castigo que me impongo frente al micrófono

y fusiono con la clave precisa

para brindarle al jazz su dosis fiel de blues,

su racimo de agrias uvas machacadas,

su cascada de lágrimas y de limosnas.

 

Ocurra lo que ocurra

me dejaré atrapar en la red de los engaños,

con el único consuelo de un saxo tenor: amigo

al que le debo la vida después de cada noche.

 

José Luis García Herrera

(inédito)

 

 

 

 

SOLEDAD

 

(Soneto)

 

Tu cuerpo tiene sombra de carcelero

Y una custodia cerrada con llave

Me tienes a mí como perro faldero

Con novato tacto de caricia suave.

 

Remuevo la huella de tu sendero

Esa huella que de ti nadie sabe

Esa huella donde habita el pero

Esa huella de peligrosidad grave.

 

Vacío me duermo en los quebraderos

Sueño mundos lejanos en aeronave

Me escondo en oscuros trasteros

 

Espero hasta que la guerra acabe

Me peleo con usados mecheros

Me coloco de nostalgia con jarabe.

 

Florecen interrogantes en tus paraderos

No hay piel que sepa como la tuya sabe.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

ME OLVIDÉ

 

(Soneto)

 

Me olvidé de ser tuyo en la noche

Aquella que tanto nos recordaba

Me olvidé de esa flor de reproche

En la amanecida cuando vomitaba.

 

Me olvidé de ser accesible, cercano,

Simpático, el eterno amante,

Marido ejemplar, el buen ciudadano,

El educado, el hombre elegante.

 

Me olvidé del olvido y del recuerdo

Me olvidé de todo lo ocurrido

De cuando gruño, de cuando muerdo.

 

Me olvidé de lo que tiene sentido

Me olvidé de vivir, de estar cuerdo

Me olvidé de casi todo lo sufrido.

 

Me olvidé hasta de lo que pierdo

¿Por qué el olvido hace tanto ruido?

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

 

EN LA NOCHE

 

(Soneto)

 

El silencio de la noche es grande

Es una libertad de cosmos negra

Estrella de luz de luna menguante

La causa infinita que se desintegra.

 

Eterna noche de razas oscuras

Filo de una piedra en hora paridera

La noche amontona sus leves lisuras

Propósito que meter en la mollera.

 

Se descose la entraña de la costura

Donde el misterio es una manera

De nombrar a esta vida de genio y figura.

 

La noche se escapa por puerta trasera

En la noche todo silencio se cura

La noche es cautelosa como una pantera.

 

La noche parte de la cordura a la locura

Todo es comienzo desde la primavera

Todo se encuentra donde nada perdura.

 

Todo es raíz que murmura, lucha y espera.

 

Por Cecilio Olivero Muñoz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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