Pasó toda su infancia de un orfanato a otro, sus padres lo dejaron cuando no había cumplido seis años, la vida que llevaban se puede decir que no era la más adecuada para educar a cuatros hijos, con poca diferencia de edad entre ellos y las continuas peleas entre el matrimonio hacía imposible la convivencia, las penurias era lo único que les sobraba.
Lo intentaron adoptar varias veces, pero a los pocos días lo volvían a llevar al orfanato, porque no se adaptaba a la vida ordenada de una familia normal o su rebeldía lo hacía imposible.
Luego en la adolescencia ingreso en varios centros de acogida, hasta que al cumplir la mayoría de edad salió para ingresar en el ejército.
De sus padres no tenía noticia alguna, igual que del resto de sus hermanos, así que no había nada que le retuviera o por quien preocuparse y nadie lo hacía por él.
Su vida no había sido fácil, los castigos eran continuos en los centros donde estuvo y eso le hizo ser más duro con los demás, sus sentimientos estaban muy escondidos dentro de sí y no los mostraba más que para defenderse de quien desconfiara.
En el ejército viajo a varios países en conflictos bélicos, a otros en ayudas humanitarias y eso le hizo ver la realidad de la vida y aprender a valorar, se dio cuenta de que no se puede vivir sin unos objetivos y sin tener a nadie que le espere a uno.
Sentía envidia de los compañeros cuando volvían de algún permiso y lo habían pasado con sus familias, él cuando estaba de permiso no sabía dónde pasarlo, por lo general lo único que hacía era emborracharse y deambular por las casas de cita, tenía una vida desordenada sin que nadie se preocupara por él, ni la obligación de dar explicaciones a nadie.
Los tres años que estuvo lo endurecieron aún más si cabe, se hizo experto en artes marciales y el manejo de las armas no tenía secretos para él.
Así que cuando se licenció, no sabía lo que haría con su vida para cuando agotara el dinero ahorrado en los últimos años, pues no tenía estudios superiores y su experiencia anterior al ingreso en el ejército, se reducían a trabajos esporádicos.
Su afición a la vida nocturna se hizo habitual y las visitas a los clubs de alternes lo llevó a conocer ese mundo como a la palma de su mano y al cabo de una temporada lo contrataron en uno de ellos como seguridad para mantener el orden del local.
Era muy bueno en su trabajo y eso le hizo ser conocido en ese mundo, pero a la vez temido, porque no tenía piedad con quien osara pasar el límite en alterar el orden en el establecimiento, lo que le aportó muchos enemigos y a la vez rodearse de gente al filo de la legalidad.
Hasta que una madrugada al dirigirse a los aparcamientos para recoger su coche le estaban esperando un grupo de personas nada amigables, para vengarse del último altercado que tuvo la noche anterior.
Él se defendió hasta quedar tendido en el suelo sin conocimiento y cuando se despertó en la cama de un hospital, se dio cuenta que estaba esposado a los barrotes de la misma y un policía en la puerta de la habitación, que al comprobar su reanimación llamó al médico y a la jefatura para interrogarle.
Le preguntaron por una persona, que encontraron junto a él cuando acudieron al aparcamiento, tras recibir una llamada pero ésta persona yacía sin vida con un puñal clavado en la espalda.
Pasaron varios días y las heridas casi curadas le dieron de alta en el hospital, esposado lo condujeron ante el juez y después del interrogatorio lo dejaron en libertad, no antes de informarle la obligación de estar localizable y no salir fuera de la ciudad.
Él no recordaba muchas cosas de la pelea, solo que eran varios y se defendió como pudo con los puños, pues no llevaba armas de ningún tipo, recibía golpes por todas partes y él daba a quien más cerca estaba hasta que cayó al suelo, después nada hasta que despertó en el hospital.El culpable de la muerte esta vez escapó de la justicia, porque después de varios meses presentándose en la comisaría de policía todas las semanas, lo citaron para el juicio por la pelea que él se vio involucrado.
Hacía poco que habían inaugurado el local y él había estado fuera todo el verano, así que estaba decidido a comprobar lo que le habían contado y para eso el mejor día para hacerlo era este. No solía ir por este tipo de locales pues el baile no era su fuerte y para tomar una copa con los amigos prefería otros sitios más tranquilos, pero sabía que ellos estarían allí y quería celebrar su vuelta del veraneo. Para el día de la semana que era le sorprendió la cantidad de gente que había, sus amigos le esperaban junto a una de las barras del bar, porque no habían conseguido mesa por estar todas reservadas, así que se dispusieron a tomar algo y cuando se cansaran saldrían a alguna de las terrazas existentes en el exterior. Así fue como coincidieron con un grupo de chicas que como ellos habían salido a la terraza para descansar y tomar algo al aire libre. Estaban en mesas contiguas y él se quedó mirando a una de las chicas a la que no tardó en reconocer pues era una antigua compañera de instituto, pero que hacía varios años que no la había vuelto a ver El cambio que esos años habían realizado en su cuerpo fue lo que más le impresionó, era guapísima, su melena morena, los ojos grandes, alta y un cuerpo exuberante.
Ella se dio cuenta que la miraba y al cruzar sus miradas le sonrió, lo que le confirmó que también le había reconocido, eso le sirvió para levantarse de su silla y dirigirse a saludarla. Él se acercó un poco cortado y no sabía cómo expresar su alegría… ¿con un beso en la mejilla y cómo estás? ¿darle la mano y qué tal?… en ello pensaba cuando llegó a su altura y cuando reaccionó estaban abrazados con sus cuerpos estrechados, tras un fuerte abrazo por parte de ella su corazón latía como un caballo desbocado. A continuación empezaron con las preguntas y los recuerdos durante un buen rato, que se despidieron de sus respectivos grupos de amigos para irse a otro lugar donde estuvieran más tranquilos y disfrutar del reencuentro con más calma, pues ella también se había quedado sorprendida al reconocerlo y el volver a encontrarse prometieron no tener que estar tanto tiempo sin verse. Han pasado muchos meses desde aquel reencuentro y las cosas no pueden ir mejor, al cabo de unos meses se habían ido a vivir juntos, y cada día eran más felices, pues sus vidas se habían adaptado incluso tenían en mente pasar por el altar, pero antes pensaban pasar unos días de descanso antes de la época estival y que tenían planeado hacía tiempo. La casa rural estaba en un pueblo de montaña y como era primavera el campo estaba como un jardín lleno de flores y rebosante de colores, por los arroyos corría el agua transparente y fría del deshielo de las montañas cercanas que habían estado nevadas durante todo el invierno. Era como la estampa que les había hecho elegir ese lugar para celebrar el primer año juntos y todo estaba saliendo como ellos habían planeado, los días que llevaban allí eran los más felices que podían imaginar y así fue hasta la última tarde que después de comer decidieron dar un paseo por los alrededores antes de partir y dejar la casa. A la vuelta para recoger sus cosas de la casa vieron que la puerta estaba abierta y la habitación de la entrada toda revuelta, oyeron un ruido en el piso superior que los sobresaltó, e intentaron salir de la casa pero al volverse se dieron cuenta que había una persona en la puerta de la entrada que les impedía el paso con un arma en la mano, esto les hizo retroceder hasta la mesa que estaba en el centro y parar en seco.
Al momento otro individuo salió de la habitación dirigiéndose al del arma y le dijo que no había encontrado nada de valor y que lo que tenían no era lo que buscaban, mientras el primero seguía amenazándoles, el otro les ató las manos atrás pidiéndoles todo lo que tuviesen de valor y una vez que se lo entregaron a él le golpearon en la cabeza dejándolo aturdido y lo sentaron en el sofá, a ella la violaron una y otra vez en la alfombra mientras gritaba de dolor y a él le apuntaban con la pistola en la frente. Así durante un tiempo que se les hizo interminable hasta que por fin los asaltantes decidieron marcharse y dejarlos tirados en el suelo. Estaba ya anocheciendo cuando ella pudo quitarle las ligaras de las manos, estaba bañada de sangre y no dejaba de llorar, él una vez libre la llevó al baño y ayudó a que se aseara un poco, no deba crédito a lo ocurrido intentaba consolarla pero era tanto lo sufrido que no podía tranquilizarla, buscó entre el desorden de la estancia la llave del coche para llevarla al hospital más cercano, cuando por fin dio con ella se dispusieron a marchar sin recoger nada pues los habían dejado sin los teléfonos móviles y sin el dinero. El estado de nervios que llevaba él y el desconsuelo de ella eran muy grande y la carretera estrecha llena de curvas se hacía interminable, cuando ya se divisaban las primeras casas de la población el coche se salió de la carretera y se precipitó por un terraplén dando varias vueltas de campana. Él salió despedido del interior del vehículo sin darse cuenta de lo ocurrido, perdió el conocimiento y no lo recuperó hasta pasadas varias horas en la habitación de un hospital. Ella quedó atrapada en el vehículo y sin vida, a causa de los golpes como consecuencia de las vueltas que dio el coche hasta el fondo del barranco y cuando llegaron las asistencias no pudieron hacer nada por ella. Desde entonces él no puede con la pena por la pérdida de la persona que más quería y que nada pudo hacer por ella cuando tuvieron el fatídico accidente, por culpa de unos indeseables para robarles sus vidas y la felicidad de dos personas que se amaban. Ahora con la caída de la noche le llega la tristeza, cuando duerme las pesadillas le hacen despertar con sobresaltos y miedos que no puede controlar, esto le pasa desde recobró la conciencia en el hospital donde estuvo ingresado y desde entonces vive con una gran amargura, por haber perdido a la persona que más ha querido. Desde el fatídico accidente deambula cada noche por los barrios más problemáticos de la ciudad y no sabe muy bien lo que busca pero tampoco se lo ha planteado nunca, se limita a dar vueltas por las calles y de vez en cuando entra en algún bar a tomarse una copa y observa a los clientes que hay, porque sus pensamientos siempre están los asaltantes que por su culpa perdió su amor y trágico final que tuvo. No se le borran las caras de los dos agresores y el sufrimiento al que les sometieron con el bárbaro y salvaje abuso sexual a ella, nunca lo podrá olvidar porque es como un puñal clavado en su pecho. No ha imaginado cómo reaccionaría si se los volviera a encontrar, pero tiene la esperanza de que algún día se hará justicia aunque el tiempo pasa y las autoridades no han avanzado en sus averiguaciones a pesar de tener las referencias personales del aspecto físico de los asaltantes. A ellos les podrán juzgar por el asalto por la violación cuando los detengan, pero él mismo también se siente culpable por no haber tenido calma en la conducción en una carretera tan peligrosa que apenas conocía, los nervios y la rabia le jugaron una mala pasada con la precipitación que le condujo el asalto y trágico final. En esto pensaba mientras caminaba por una calle cuando de uno de los locales salían gritos de auxilio y el sonido de un disparo le llamó la atención, corrió hacia la puerta de entrada, pero al llegar algo le detuvo en seco y cayó al suelo, le paso una persona por encima apresuradamente y acto seguido un nuevo disparo sonó en el interior, pero no llegó a dar en el blanco, pues a quien iba dirigido ya había escapado corriendo y giraba la esquina. El hombre con el arma en la mano se paró en la puerta y al verlo en el suelo, le ayudó a levantarse mientras no dejaba de mirar al que yacía en medio del local, se fue hacia él y comprobó que aún vivía, inmediatamente llamó a la policía y se aseguró que no podía escapar. No tardaron en llegar policías, ambulancias y curiosos, que se acercaron al escuchar el jaleo… pero la sorpresa fue cuando las asistencias giraron la cara del herido él no lo podía creer… era uno de los asaltantes de su desgracia, así se lo comunicó al policía que le estaba interrogando como testigo, era el que le ató las manos y vigilaba mientras el otro violaba a su novia…En la declaración del dueño del establecimiento contó que estos dos individuos eran muy conocidos en la zona y aprovecharon en el momento que no había nadie en el bar para intentar robarle , le encañonaron con la pistola pero en un descuido él se la quitó de las manos al que parecía llevar la voz cantante el otro intentó apuñalarle y por eso disparó, al verse desarmado el primero, salió corriendo y tropezó con el que acudió al auxilio pero consiguió escapar antes del segundo disparo. Al herido consiguieron reanimarle las asistencias aunque la herida era grave y tardaría en recuperarse. En su pensamiento ahora está el saber qué pasará con su caso, la policía ya sabe quiénes fueron sus asaltantes, el herido está detenido y el cómplice en busca y captura, es cuestión de tiempo su detención según la policía. Estos dos individuos no son ajenos a los arrestos por pequeños robos y asaltos a viviendas, pero nunca habían utilizado armas de fuego ni habían sido denunciados por violación, así que en esta ocasión pasarían varios años en la cárcel. Pero a él… ¿quién le quita la pena y el sufrimiento de su corazón?
El niño después de hacer un recado a una vecina, recibió como compensación una perra gorda (10 cm. de peseta) y con ella se disponía a comprarse una chuchería en la tienda de caramelos. Al entrar no había nadie, el dueño había entrado a la trastienda y dejado solo el mostrador, donde tenía en varios botes de cristal con todo tipo de golosinas. El niño llamó varias veces al tendero y este no contestaba, el chiquillo insistía, pero sin resultado alguno, así que alargó la mano hacia uno de los botes que tenía más cerca, pues apenas llegaba al mostrador y cogió una bola de caramelo, con la mala fortuna de ser descubierto por el dueño, que en ese momento aparecía de detrás de la cortina, cuando aún tenía la mano dentro de dicho bote… ¡hay ladrón! ¿qué pretendes robarme? El pobre niño se quedó sin palabras, no sabía qué decir y soltó lo que tenía en la mano sacándola de inmediato. – ¿no te da vergüenza robar a un pobre hombre que se gana la vida honradamente con su tienda? – ¿qué educación te están dando tus padres? -Voy a llamar a la guardia civil para que te den un buen escarmiento… Todo esto se lo decía mientras lo tenía cogido por un brazo y lo sacaba hacía la calle gritando… ¡¡ Guardia!! ¡¡guardia!! El niño mientras tanto lloraba y le pedía que lo soltara, que él no pretendía robar nada, que tenía el dinero para pagarle (y le enseñaba la mano donde tenía el dinero) pero aquel hombre no se calmaba y cada vez gritaba más alto, como si quisiera que todo el mundo se enterara del «crimen» que había cometido aquel niño. ¡Perdóneme! le rogaba entre sollozos… le prometo que no volveré a hacerlo más… quédese con el caramelo y el dinero… -pero deje que me vaya y deje de llamar a los civiles. Pero no había manera que dejara de gritar y zarandearle ¿tan grave era lo que había hecho? ¿era normal el tratamiento que estaba recibiendo? el pobre niño no salía de su asombro y se orinó encima. El hombre cuando se cansó de gritar y no aparecía nadie lo soltó, el chiquillo dejó su «perra gorda» en el mostrador y salió corriendo hacia su casa, sin su dinero ni la chuchería que quería comprar.
Nunca más volvió a entrar en aquella tienda y cuando veía a aquél hombre procuraba no cruzarse con él y cambiaba de acera.
Del enterrador no era miedo lo que le tenía, pero no le gustaba cruzarse con él, cuando veía a aquel hombre con barba sin afeitar en varios días, el pitillo en los labios y la boina negra de medio lado en la cabeza, la camisa descolorida medio remangada y los pantalones de pana manchados de cal, igual que las alpargatas en su día serian negras, pero ya no se sabía el color que tenían, era el enterrador que bajaba por la calle.
Cuando iba con la pequeña escalera de madera al hombro, camino del cementerio a las afueras del pueblo, seguramente a preparar la sepultura de alguien que se había muerto, pues se oían doblar las campanas igual que cuando murió su abuelo. Siempre lo miraba con recelo, pero desde la muerte de su abuelo había ido en aumento, pues solo con recordar como tapiaba el nicho, le culpaba de no poder volver a verlo. A él le dijeron que su abuelo estaba dormido, cuando lo vio tendido inerte en la caja, que luego metieron en aquella pared del cementerio y ese hombre tapó con ladrillos.
No comprendía porque la gente le saludaban, pues te quitaba a los que más querías y le metía allí dentro, que cuando despertara no podría salir. Lo peor fue el día que con un grupo de niños, entraron en el cementerio y vieron en un rincón, un montón de huesos dispuestos para incinerarlos, cogieron algunos para bromear entre ellos y el enterrador los vio, salió corriendo tras ellos increpándoles (con intenciones que ellos desconocían) hasta el centro del pueblo.
Desde entonces este niño no entró al cementerio, hasta después haber pasado muchísimos años, con el enterrador no se volvió a encontrar.
Se oye la sirena de una ambulancia que se acerca, hay mucha gente reunida junto al portal del edificio donde vive y no sabe que es lo que está ocurriendo, pero algo por dentro le dice que no es normal tanta curiosidad por un enfermo. Cuando llega a una distancia que ya puede ver entre el gentío, la ambulancia llega a su altura y es cuando se da cuenta de quién se trata la persona que está tendida en el suelo la conoce muy bien, porque es (Adela) su madre. A Juan algunos lo reconocen y se dirigen a él queriendo explicarle lo sucedido, pero no necesita que se lo expliquen porque sabe lo ocurrido sin que nadie se lo diga, pues lo ha oído muchas veces sin que eso llegara a producirse, hasta que al final ese día lo ha cumplido. Cuando llegaron a la ciudad después del entierro de su padre en el pueblo, se instalaron en un pequeño piso de un barrio humilde, pues el dinero que les quedó después de pagar los gastos de la grave enfermedad de su padre era escaso y la paga de viudez muy pequeña. Juan no tenía edad para trabajar y tenía que retomar los estudios en un instituto nuevo, así que Adela tendría que buscar algún empleo. Encontró trabajo en una cafetería del centro y pasaba todo el día fuera de casa, al cabo de un tiempo conoció a un hombre (Vicente) con el que empezó a salir, al principio sin decirle nada al hijo y cuando se lo dijo él no reaccionó muy bien pero lo aceptó, pues comprendió que su madre se merecía rehacer su vida, después de todo lo sufrido y lo joven que era. Todo iba bien hasta que decidieron Adela y Vicente vivir juntos en la misma casa de ellos, Vicente era mucho mayor que ella, pero al parecer la trataba con mucho cariño y amabilidad. Eso fueron los primeros meses, pero poco a poco fue cambiando la amabilidad se perdió y llegaron los malos modos, el cariño se convirtió en celos y los regalos en exigencias de dinero. Las broncas con Juan eran diarias cada vez que llegaba del colegio y encontraba a Vicente en casa sin hacer nada más que beber. Las discusiones con Juan provocaban con riñas en la pareja cuando Adela llegaba de trabajar, hasta que un día llego más lejos y en una de esas riñas Vicente le dio un puñetazo tirándola al suelo, esto hizo que Adela lo echara del piso y le pidió las llaves, él rogó que no lo hiciera pidiéndole perdón y prometiendo que no volvería a suceder. Adela accedió y lo dejó continuar con ellos, los primeros días todo pareció cambiar, Vicente buscó trabajo y casi no aparecía por casa hasta la noche, eso hizo que las peleas con Juan acabaran de momento. Pero los celos que sentía Vicente por el trabajo de Adela fue en aumento, pues los insultos y malas maneras volvieron otra vez, Juan no lo soportaba y así se lo hacía saber, lo que terminaba en peleas entre ambos. Adela cuando llegaba de trabajar tenía que soportar las riñas y los escándalos, hasta altas horas de la noche, así que tomó la decisión de volver a echar a Vicente de casa y esta vez no cedió a sus ruegos ni consintió que permaneciera más con ellos. Esto provocó una reacción en Vicente que no podían imaginar y se pasaba todo el día merodeando por la cafetería donde trabajaba Adela, cuando salía la seguía hasta la puerta de la casa sin dejar de molestarle y pidiendo que lo dejara volver, como ella no lo consentía le insultaba e increpaba hasta que los vecinos salían para que se callaran o llamarían a la policía. Un día coincidió Juan con la llegada de su madre a la casa y como Vicente le estaba molestando quiso defender a su madre se enfrentó a él y se organizó una pelea en la que tuvo que intervenir la policía a la llamada de los vecinos. A Vicente se lo dejaron detenido después de prestar declaración, al cabo de una semana en la que no apareció ni volvió a molestarles, creyeron que podían estar tranquilos y reanudaron su rutina habitual, porque desde el incidente Juan había estado acompañando a su madre al trabajo y en las salidas por el barrio. Habían pasado dos semanas y ahora su madre esta tendida en el suelo, sin saber si está viva pero sabe quién es el culpable de lo ocurrido, pues en unas de las discusiones con Vicente éste le advirtió, que si su madre lo dejaba algún día la mataría. Mientras los servicios sanitarios intentaban reanimar a su madre, después de caer del tercer piso, Juan subió a la vivienda junto con un policía y allí se lo encontraron, con un cuchillo clavado en el pecho en medio de un charco de sangre junto a la ventana y los muebles por el suelo destrozados. Vicente aun respiraba pero la vida se le iba por segundos, de sus labios solo se le oyó decir que Adela no sería para nadie si no era para él. Ahora ella se recupera de las lesiones en un hospital a las afueras de la ciudad, le dicen los médicos que con un poco de suerte pronto dejará la silla de ruedas y podrá tener la misma movilidad que tenía antes. Desde el accidente han pasado casi dos años y él está estudiando una carrera universitaria, con lo que gana trabajando como le prometió a su madre cuando estuvo convaleciente. De lo ocurrido en la vivienda nadie lo sabe, Vicente ya no está y Adela solo dijo que solo quería escapar de él.
Son las siete de la mañana… hace frio y amenaza lluvia, pero hay que esperar a ver si con suerte puede trabajar para llevar a casa el jornal. Lleva un mes en el pueblo y apenas ha trabajado, pues el capataz de la finca desde que se negó sus propósitos con él el primer día que se lo exigió, solo le da trabajo cuando no tiene otra para llevar al cortijo y cuando lo hace es para las peores faenas o trabajar en el campo. El trabajo en la casa no es muy duro, pues los quehaceres son mínimos entre semana porque no están los dueños, pero el capataz chantajea a algunas mujeres con no darles trabajo si no aceptan acostarse con él.
Cuando están los dueños tampoco es mucho mejor, aunque hay más mujeres que trabajan para atender a la familia y cuando llega la época de caza llevan muchos amigos y estos creen tener otros derechos con las empleadas.
En las faenas del campo algunos manijeros también intentaban abusar de las mujeres y buscan cualquier excusa para quedarse a solas, para complacer sus deseos con la amenaza de decirle al capataz que no valen para el trabajo y no las vuelvan a llevar al cortijo. Es duro el trabajo para la mujer y antes aún peor cuando los métodos anticonceptivos eran escasos y los embarazos no se podían evitar, si estaba casada el marido “seria el padre” y si era soltera, se quedaba “marcada” o tenía que marcharse antes de que se le notara.
El derecho a pernada era una práctica habitual, que se daba en algún caso de niñas y adolescentes ultrajadas por los dueños y capataces, sin que nadie pudiese hacer nada para impedirlo, porque si lo denunciaban las consecuencias podían ser muy malas. En estos ultrajes, en caso de embarazos y nacimientos de las criaturas, eran criadas como hermana/o de la propia madre.
En una época de miseria y necesidad, que por cuestiones políticas los pobres tuvieron que pasar. El rocío de la noche deja su manto blanco, en las mañanas frías del nuevo día, las manos duelen arrancando monte en la umbría, con la espalda encorvada todo el día, el aire frio que hace grietas hasta en el alma. Duros inviernos aquellos con la esperanza de encontrar un mejor mañana, días de rocío y heladas, desde la noche al alba, el sol del nuevo día traerá rayos de templanza. Días tristes esperando una luz que ilumine su destino, poder quitar las piedras que encuentra en el camino, para no tener por amo a quien condenó a su marido, solo desea que vuelva pronto a casa, con su mujer y sus hijos.
Pensando el hoy ya no cree en el mañana, la justicia es para ricos y los pobres no tienen nada, porque las penas son menos penas, si sus hijos tienen pan y aceite para desayunar por la mañana. No hay nada más triste en el mundo que el sufrimiento de los niños, no se puede consentir que paguen los errores que cometen los mayores, son inocentes que solo merecen protección, educación y el amor son la obligación de sus padres y los gobiernos de la nación. Un niño es el tesoro más hermoso de la vida, no tiene que ser motivo de conflicto, su existencia no se tiene que verse afectada por problemas en las relaciones de sus padres. Las enfermedades no perdonan y nadie está libre de padecer alguna, pero cuando es un niño, quien la sufre hay que buscar el remedio aun con más ahínco, para que su sufrimiento sea el menor posible. Hay que darle nuestro apoyo y esfuerzo, para que viva y crezca en un ambiente rodeado de cariño y comprensión. ¿Hay algo más bonito que la felicidad de un niño? ¿Hay algo en el mundo, que merezca más nuestra ayuda y amor? La vida de un niño es lo más importante. Para ellos no hay diferencias en el color, clase social o capital, los niños son lo más importante de nuestras vidas, hay protegerles y cuidarles y sobre todo darles amor, respeto y felicidad. La familia o el estado tienen la obligación de garantizar su educación.
Miremos nuestras conciencias y aprovechemos la voluntad del pueblo indígena de cualquier lugar del mundo. Volvamos a nuestros ancestros, a los señores que conocen la selva (lo que va quedando de ella), sean estos cazadores, arrieros, pescadores o agricultores. Demos la oportunidad a la tierra y escuchemos lo que el señor de sabiduría silenciada nos cuenta. La selva es vida en la noche y vida en el día. El otorongo no come otorongo. Respetemos los pueblos indígenas y no nos olvidemos de lo que llevan siglos anunciando a los cuatro vientos. El dinero no se come, los diamantes no se beben, el oro es un mineral destinado al almacenamiento y la vanidad. Salvemos la vida en toda la América desde sur al norte. En todo el planeta. No dejemos ningún cabo suelto.
Cierta vez un anciano ayudó a un hombre blanco a curarse de sus heridas. Cuando el hombre blanco tuvo conocimiento y despertó en su estado de convalecencia, le agradeció al anciano sus cuidados. El hombre blanco se recuperó de las heridas, lo agradecía con mucha gratitud. Cuando se repuso de sus heridas se fue. Se fue a lo que llaman civilización. Con el tiempo aquel anciano que pescaba y cazaba vio en los cielos libélulas de hierro enormes en su vuelo, para él fue un mal presagio, siguió el anciano cazando, pescando, cuidando de sus hijos y de sus nietos, y un día cualquiera y sin esperarlo, llegaron con máquinas gigantes, con máquinas endemoniadas que se enganchaban como chinches a los árboles y los cortaban en cuestión de dos pestañeos. Pronto la selva quedó arrasada. Los hombres de las máquinas ensuciaban ríos, los animales buscaban vivir en otros lugares seguros, era lo que les dictaba su instinto; el anciano que vivía allí desde que nació en la selva, y antes su tatarabuelo, y después su bisabuelo, también su abuelo y su padre, comprobó que esa selva de todos estaba desmantelada, arrasada, el anciano tuvo que irse con su familia a un lugar donde fuese rica la caza, la pesca, pero cada vez que avanzaba, las máquinas, más rápidas y sin corazón dejaban su rastro de destrucción. El anciano se quedó sin selva, sus hijos le preguntaron, ¿dónde podemos ir ahora? Y marcharon a la civilización. Una vez toda la familia en la civilización de ellos se reían, tampoco les daban trabajo, los despreciaban y los humillaban. Decidieron volver a la selva. Cuando buscaban no encontraban, nada, desierto y toxicidad era lo único que hallaban. Siguieron andando y el anciano reconoció al hombre blanco que un día ayudó. El hombre blanco quiso hacer algo por ellos y los llevaron a él y su familia a unos palafitos amontonados junto al río negro y sin pesca que allí había. Eran indígenas como ellos los que vivían allí. Primeramente tuvieron que aprender la lengua del hombre blanco. En esos palafitos conocieron la mentira, las trampas de la vida que se solían poner entre hermanos, conocieron la miseria, pues tenían que trabajar duro para que les dieran unas monedas y poder comprar arroz, yuca, o tamales que hacían las mujeres.
Poco a poco el anciano fue enfermando. Toda la familia vestía ropa del hombre blanco, pues si se ponían sus atavíos la gente se reía de ellos. El anciano estaba cada vez más enfermo. Mandó a que buscaran al hombre blanco para decirle que querían volver a otra parte de selva y empezar de nuevo una vida. El hombre blanco les negó ayuda. Les dio un montón de billetes arrugados y sudados, y la familia del anciano le dijeron: -De la selva somos hijos, queremos selva. Y el hombre blanco se reía, señaló a unos troncos amontonados y les dijo: -Mirad vuestra selva. Le tiraron el dinero sudado y arrugado y volvieron donde el anciano. Le contaron lo que vieron y aquel anciano murió de tristeza. Lo enterraron en un erial, cercano a los palafitos, la familia se quedó allí desubicada y perdida, se volvieron mala gente envilecidos por el dinero, una ropa que no era suya, y poco a poco la familia fue menguando y fueron pobres para siempre. Ya no había selva. No los dejaron vivir en paz nunca, tuvieron descendencia con el pelo rubio y los ojos azules. Comían todos los días arroz y huevo frito. Con el tiempo olvidaron la manera de pescar, cazar, pintarse, acicalarse con sus abalorios y sus plumas en forma de corona. Con el tiempo fueron viniendo más y más indígenas. Y todos se reían los unos de los otros. Al igual que el hombre blanco los humillaba, ellos humillaban a los indígenas recién llegados. Y así ha sido desde que inventaron las máquinas y despoblaron la selva. La Madre Selva estaba enferma decían. La selva dejó de existir. Conocieron los vicios, la traición y ya no volvieron jamás a ser el pueblo que fueron. Lo llamaban progreso, y entre ellos se decían: -El progreso es muerte.