Nostalgias de un emigrante-Tiempos Duros-Antonio Miguel Oliveros Quiroga

¡Cuentan de un sabio que un día… tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba… de unas hierbas que cogía! Así empieza un poema de Espronceda y esto es lo que pasó durante un tiempo en nuestro país, no se sabía quién era más pobre, en muchas casas de familia no sabían si tendrían para comer ese día o al siguiente, la búsqueda de cualquier trabajo para conseguirlo era la odisea diaria, con la única meta… la supervivencia.

Los que tenían posibles y los gobernantes eran los únicos que lo tenían más fácil, con dinero unos y los privilegios otros, tenían lo que de “sus” desechos otros comían. La pobreza era extrema, la explotación de los braceros del campo, por sus patronos era atroz, llegando a obligarles y trabajar en condiciones infrahumanas a toda una familia por la comida, una choza para dormir y unos retales, para remendar las ropas raídas de tanto uso. El derecho de pernada era una práctica habitual, las niñas adolescentes eran ultrajadas por los dueños y capataces de algunas fincas, sin que nadie pudiese hacer nada para impedirlo, porque si lo denunciaban las represalias eran peores.

En las fincas a los braceros, los capataces y manijeros les hacían trabajar de sol a sol, amenazándoles con despedirlos si protestaban.

Si se negaban a denunciar la caza furtiva eran despedidos, convirtiéndolos en chivatos y poniéndolos en contra de quien no tenían otro medio de vida.

Para trabajar y llevar el jornal a casa el orgullo y la dignidad se lo tenían que tragar junto con las lágrimas y el sudor, para no ir a buscar trabajo donde fuera, porque en todas partes era igual, sin poder quejarse de los abusos y humillaciones sacándoles hasta el último resuello.

El campo tenía muchos recursos para la subsistencia de muchas familias, aunque no lo ponían fácil porque se contraían muchas enfermedades digestivas, sobre todo a los niños que eran los que más lo padecían.

Para paliar la ruina que padecían tenían que dejar la escuela para emplearse de lo que fuera y poder colaborar en la economía familiar. También la sanidad precaria, la falta de higiene, junto a la peor alimentación, hacía que los más débiles sufrieran las más diversas enfermedades. Si las familias no tenían medios ni dinero para remediar estas adversidades, tenían que pedir prestado y endeudarse, para salvar si se llegaba a tiempo a quien por desgracia enfermara, pues habían muchos lugares que no tenían médicos ni los medios adecuados para remediar al enfermo y tenían que desplazarse hasta la capital, para ser atendido en un hospital por un médico especialista. Para los pobres era un alivio, que un miembro de la familia pudiese salir de aquella miseria, aunque fuera a costa de tener una mano de obra menos, provocada por quienes teniendo los medios para evitarla, no hacía más que empeorar la situación, para seguir humillando a los miserables campesinos. Hoy aún quedan terratenientes y empresarios que pretenden con su actitud, seguir esclavizando a los trabajadores del campo como dueños y señores de todo lo que les rodea.

Reflexiones de una ondjundju-Sobre Sollozos de Mujer, Esperanzas del Corazón-Juliana Mbengono

Un comentario sobre “Sollozos de mujer, esperanzas del corazón”

Antes de que mi amiga Anita Ichaicoto Topapori presentara su segunda novela, Sollozos de Mujer, esperanzas del corazón, tuve la oportunidad de leerla. La leí incluso antes de que enviara el borrador a la imprenta, pero el resultado final no se parece tanto al borrador que leí por primera vez. Ya que Anita es feminista, guerrera y bubi, su literatura siempre reivindica la igualdad de derechos y esta vez no ha sido diferente.

Entre reflexiones y recuerdos, la protagonista principal, Leoner Belako, va narrando su historia de amor con Wilelo, su novio de la infancia; también nos muestra como algunas mujeres prefieren ser infelices en la opulencia antes que ser libres en la miseria. La novela tiene 20 capítulos breves en 144 páginas, es muy fácil de leer; pero no de entender, los recuerdos y las reflexiones hacen que sea necesario prestar atención a cada línea.

Antes de continuar, quiero decir que esto no es una reseña. Al terminar de leer la novela, me di cuenta de que, a pesar de que llevo 21 años en la isla de Bioko, no sé casi nada de los bubis; también tuve ganas de tener a Ana de frente y decirle un par de cosas: como que muchas mujeres alrededor del mundo son madres solteras por haberse topado con padres irresponsables e insensibles, por tanto que muchas mujeres bubis hayan tenido que criar solitas a sus hijos no las convierte en revolucionarias. Lo que sí considero de revolucionarias es que esas mujeres siempre buscaban su independencia económica y no esperaban que un hombre fuese la solución, sino una pieza clave, aunque no imprescindible, para alcanzar el éxito.

Anita, nunca pierde la oportunidad de decir que su etnia no es matrilineal porque sí, que las mujeres pelearon para que sea así; sin embargo, esto parece una teoría y nada más. Es verdad que son las tías, y no la madre, quienes toman la delantera en la boda de una hija, lo mismo pasa en otras etnias; al fin y al cabo, quienes toman la palabra en el último momento son los hombres y el primer apellido de los hijos es del padre.

Lo que realmente me resulta sorprendente es que en la etnia bubi la mujer logró mecanismo para proteger su herencia. Por ejemplo, desde tiempos remotos, según se narra en Sollozos de mujer, esperanzas del corazón, las hijas bubis siempre han tenido derecho a heredar igual que los hijos. Y eso no es todo, una madre de familia bubi tiene derecho a proteger su herencia tras la muerte de su marido; por eso, los hijos no podían heredar los bienes comunes del matrimonio. Ella seguía siendo la dueña y responsable. Me atrevo a decir que, en este aspecto, los bubis se adelantaron a muchas culturas alrededor del mundo.

Quizás la novela de Ana no enganche tanto por esa historia de amor tóxico con un final feliz; pero tiene esa magia que atrapa a los lectores sedientos de cultura. Sollozos de Mujer, esperanzas del corazón podría ser un libro de historia sobre la cultura bubi, un ensayo feminista para hombres y mujeres o una historia de amor. Todo depende de las gafas que se ponga el lector antes de abrir el libro de tapa blanda.

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Javier Pérez Andújar

«El año del Búfalo»

Editorial Anagrama 2021

Quien conozca la trayectoria literaria de Javier Pérez Andújar sabe ya que se va a enfrentar una vez más con un artefacto narrativo cuanto menos singular, una novela que no se ajusta ni de lejos a lo que suelen llamarse los cánones al uso, si es que existen cánones al uso o normas que deban seguirse en esto del oficio de escribir. Porque este autor revuelve en todos los fundamentos y técnicas que, dicen, conforman la narrativa, el arte de contar, les da la vuelta, los mezcla, o simple y llanamente los emplea a su antojo, juega o reflexiona en serio, coloca alguna que otra pulla a esta realidad desasosegante, expone ideas y descripciones, cambia los muebles de la novela por arte de birlibirloque, y tras todo ello, como si tal cosa, nos la ofrece y el lector queda por completo embelesado por una creación que lo sumerge a todas luces en un mundo muy particular. No falla.

Quien no haya leído ninguno de los libros anteriores de este escritor que sepa que se va a embarcar en un paseo extraño repleto de recovecos. A bote pronto se enfrenta en esta su última novela a una polifonía que, sin embargo, no dificulta la lectura, al contrario, se va cosiendo de un modo perfecto, nada chirria, se asume incluso ese grado de absurdo que no es de la novela en sí, contra lo que pueda parecer, sino que pertenece al mundo que vivimos, ¿qué más absurdo que el último cuarto del siglo pasado y este primer cuarto de este que vivimos?, y que el libro refleja a la perfección. Se expande un plano alrededor de ese confinamiento o encierro de cuatro personajes cuanto menos curiosos que parecen interactuar alrededor de un autor finés enamorado de España, se establecen varias polifonías y un sinfín de notas a pie de página de diversos personajes, la madre del escritor, su traductora, un ministro de humanidades, el propio autor ficticio, entre otros, con múltiples referencias a la realidad y a sus forjadores, y que constituyen sin duda un relato paralelo.

Al final, encontramos un mapa extendido de los últimos diez lustros y uno siente que ha paseado por ellos. Porque el paseo, ya sea por un espacio físico, por ejemplo el extrarradio en el último tramo del Besós, río barcelonés fundamental para el autor, ya sea por el tiempo, resulta esencial en la narrativa de Javier Pérez Andújar, un ejercicio de flâneur literario y particular. La referencia a Modiano en la novela sin duda no es casual. También es un paseo alrededor de una generación que vivió el desencanto con especial intensidad. De este modo, con este cóctel nada menos, nos encontramos una vez ante un texto atractivo, intenso, irónico, de uno de los escritores más interesante en el panorama español actual.

Los comienzos del Flamenco (Cecilio Olivero Muñoz)

 LOS COMIENZOS DEL FLAMENCO

A Fermin Olivero Quiroga, mi padre. 

Planeta era gitano, también conocido como Antonio Monge Rivero. Un gitano heredero de muchos gitanos que llevaron el cante flamenco o cante jondo a todos los rincones de la geografía andaluza y española. Es sin duda el cantaor flamenco que más antiguo se conoce, ya que grababa sus discos en pizarra, se puede escuchar algo de él en YouTube, milagro de la tecnología. 

Según Internet se dice que era cantaor y guitarrista. Nació en el año 1789 y sin duda era andaluz. Gitano y andaluz son adjetivos que van a la par. Ya que un andaluz no es gitano pero conoce del gitano como parte de su comunidad, y también a la inversa, el gitano, siendo éste de padre y madre y además andaluz, es un gitano doblemente caló. Planeta lo era. El  flamenco le debe mucho a Planeta por su raigambre flamenca. También ha sido pionero de cantaores y cantaoras como Antonio Ortega Heredia, más conocido como el Fillo. Cantaor gitano y De San Fernando, como lo era Camarón de la Isla y muchos gitanos más que dejaron allí su duende. También podemos hablar del “Nitri”, su nombre y apellidos serían Tomás Francisco Lázaro de la Santa Trinidad Ortega López. Cantaor gitano sobrino De Francisco Ortega Vargas, una estirpe de gitanos reales y de raíces en la hondura flamenca. A Francisco Ortega Vargas se le concedió la primera Llave de Oro del Cante flamenco, la primera que se conoce. Dejó su vida y sus raíces en Jerez de la Frontera. De todos estos cantaores conocidos entre el siglo XVIII y el siglo XIX no tenemos ninguna grabación. A menos que busquemos en Internet, ya que es el lugar donde se renueva hasta lo antiguo. 

Pero de ahí podemos (omitiendo a muchos cantaores) rememorar a los hermanos Pavón. Ya que son flamencos a los que se les conoce grabación en vinilo remasterizada y a la vez mejorada. Recordando a los hermanos Pavón podemos hablar de Pastora (la más famosa) y a sus hermanos Tomás y Arturo. Pastora sembró su primera semilla en los casamientos entre folclóricas y toreros. Una costumbre que ha llegado a nuestros tiempos. De los hermanos Pavón podemos pasar a Juan Talega, donde también existen vídeos en YouTube. No crean ustedes que aquí se resume el cante flamenco ortodoxo, dicho de una manera coloquial, estos hombres crearon un arte que nació de los gitanos y que ha unido etnias y fronteras. 

Hagamos un alto en el camino con Juan Talega. A Juan Talega se le puede ver ya anciano en grabaciones en blanco y negro. Y se le puede tildar de llevar la estirpe de los antiguos flamencos. Se le pueden llamar como los Sonidos Negros. El cante de Juan Talega es lo que nos queda y también otras grabaciones, de todo aquello que no debe de cambiar. Pues ya lo dijo Camarón en su momento. Sobre los cantaores de ahora dijo Camarón que él hizo su propio camino, para que los jóvenes flamencos partan de ahí. 

NOTA: Mucha de la información que aquí les escribo la he sacado del Internet, aunque sobre todo de mi padre. Gran aficionado al flamenco antiguo. También he visto muchos vídeos por YouTube. Estos, creo yo, son los fundamentos que para mí son fidedignos. No quisiera dejarme ningún cantaor fuera, ni tampoco guitarrista, pero hay mucha miga en el flamenco, que yo como aficionado he creído oportuno destacar ésta. Este escrito, a mi parecer, es la antesala del flamenco por antonomasia. Cada cantaor y guitarrista es un mundo dentro del arte.

Reseña Literaria (Juan A. Herdi)

Walter Benjamín

«Infancia berlinesa hacia mil novecientos»

Traducción de Richard Gross

Editorial Periférica, 2021

Stefan Zweig y Walter Benjamin son los dos autores que sin duda mejor han evocado el ambiente centroeuropeo previo a la primera gran guerra y que desapareció cuasi por completo con ella. No otra cosa es este libro delicioso del filósofo alemán, «Infancia berlinesa hacia mil novecientos», una evocación breve en apariencia, pero al final un retrato delicado y certero, todo lo certero que puede ser la memoria, de un pasado en que Europa era diferente a la actual, poseía otro ritmo, otras formas. Se trata en definitiva de un libro que ha recuperado para ofrecérnoslo la editorial Periférica.

En apenas treinta capítulos breves, cada uno de ellos con un talento enorme de seducción, Walter Benjamin nos retrotrae a ese mundo propio, cuando era un niño que comenzaba a asomarse al mundo y se preguntaba «¿por qué había algo en el mundo, por qué había mundo?». El autor nos evoca de este modo, con pequeñísimas anécdotas, a la vez que nos lo muestra, aquel Berlín que tanto cambió después. Hoy Berlín parece recuperada de su trágica historia, vuelve a brillar social y culturalmente, aunque ya no es el Berlín de entonces, el que nos rememora el filósofo como espacio físico de su infancia, aportándonos respecto a ésta algunas de las raíces de su propio pensamiento, el inicio primigenio de su proceso reflexivo, como por ejemplo la alusión, tan bella y poética, a la placidez que le proporciona el calor de los calcetines guardados en una cómoda y que le enseñó que «la forma y el contenido, lo envuelto y el envoltorio son idénticos» y de este modo pudo extraer la verdad que hay en toda poesía, apenas un brevísimo incidente en la vida de un niño pero que sin duda volvería una y otra vez a su mente, permitiéndole entender también algunos aspectos claves de la realidad y la vida.

Estamos por tanto ante una pequeña joya poética, una muestra de hasta qué punto las palabras poseen una capacidad enorme para la reflexión, algo que sin duda hoy resulta imprescindible recuperar, en esta Europa que vive otra vez una crisis profunda en todos los ámbitos, pero sobre todo en el cultural. Por ello es de agradecer que recuperen libros como este de Walter Benjamin, quien, al igual que el aludido Stefan Zweig, no ha perdido vigencia.

Don Francisco Umbral (Cecilio Olivero Muñoz)

DON FRANCISCO UMBRAL

Después de haber visto el documental Anatomía de un dandy sobre la vida de Francisco Umbral, me quedo parado en el momento en que se habla de su libro Mortal y Rosa, que nos habla de su episodio cuando su hijo fallece y me da cierta lástima, ya que un niño tan precioso y lo que se deduce de la felicidad de su padre, aquel que tenga corazón que tenga pena, porque muy poca sensibilidad debe tener aquel que no se emocione tras la muerte del pequeño y la gran pena de sus padres. Hago esta parada en esta sección del documental ya que yo de niño fui testigo de lo que puede llegar a ocurrir cuando en cualquier persona se le cruza el maldito cáncer. No importa la edad, pero en los niños, qué dolor tan inmenso debieron sentir sus padres. 

Cuando yo era niño me diagnosticaron una simple anemia, todos sabemos a lo que conduce. Si no lo saben se lo diré, conduce hacia la leucemia, es decir, cáncer en la sangre. No tengo hijos de momento. Pero yo cuando iba a las consultas de la doctora Abadía veía niños de mi corta edad sin pelo y con juguetes caros. Yo le preguntaba a mi madre qué les pasaba a esos niños, mi madre siempre me contestaba con evasivas. Quizá para protegerme de lo dura que puede ser la vida en ocasiones. Porque esos niños, esas criaturas encerradas en un hospital, con su cabeza sin pelo. Niños, niños, niños. Ahora a estas alturas comprendo las pocas explicaciones sobre el asunto. Yo me curé de la anemia, pero ¿y esos niños? ¿Qué habrá sido de ellos? Me solidaricé con el maestro Francisco Umbral. 

En el documental pude ver la fotografía de la gran tristeza que sufrió y que llevó en toda su vida como una condena, pues perder un hijo es un dolor indescriptible. Ahora estamos lamentando la muerte de la escritora Almudena Grandes, y pienso en Luis, en sus hijos. Debo decir que lo siento, lo siento por todos. Tengo sobrinos pequeños y me horroriza que pasen por ese amargo trago. No damos importancia a la vida hasta que nos arrancan la alegría, y llamemos tragedia, desgarro profundo, dolor infinito, lo siento, por aquellos a los que se llevó la parca, por los niños inocentes, por las personas válidas que he conocido. Tiene razón la viuda de Francisco Umbral cuando parafrasea los versos de Lorca, aquello de que la vida no es buena ni sagrada. Quisiera dar este homenaje en estas palabras que pesan. No por lo que supone la muerte de un adulto, que también, sino por la muerte que segara la vitalidad de aquellos niños en la sala de espera de la doctora Abadía. Este mundo se entiende desde el interior del alma, y en tanto debe ser interior, porque exterior el consuelo de los demás puede no ser suficiente. Tampoco creo que no deje a nadie indiferente, tengan Salud. 

Reflexiones de una ondjundju-El amor para hombres pobres-Juliana Mbengono

¿Dónde está el amor para los hombres “pobres”?

Para evitar las generalizaciones, empezaré reconociendo que el amor existe para todos y cualquiera puede encontrarlo y disfrutarlo independientemente de su riqueza, color de piel, inteligencia, belleza o algún otro condicionante absurdo. Sin embargo, también voy a decir que todos sabemos que muchos hombres sienten que el dinero es un factor imprescindible para encontrar el amor o que nunca encontraran el amor porque las mujeres van tras el dinero. No están locos ni tienen la autoestima dañada: lo que sienten y piensan es real.

Nadie negaría que muchas mujeres se casan por conveniencia y no por amor. Se casan con quien tienen garantizada una estabilidad económica y, si es posible, cierto nivel social. Pero ellas no son las únicas, los hombres también ejercen su poder de elección usando criterios que están muy lejos del amor. Se dejan guiar por los criterios retrógrados de una sociedad fiel al patriarcado. Una gran cantidad de hombres casados no comparte su cama con la mujer a la que ama y no siempre es porque les hayan dado calabazas; sino porque otra era la “buena” como esposa, porque les daba miedo no poder “mantenerla” o porque se trata de una mujer con la mente tan abierta que se diría que es un “hombre”. Decir o pensar que “una mujer se parece a un hombre” ya es un indicio del porqué muchos hombres sin dinero no creen que podrán encontrar el amor.

 Por poner dos ejemplos, tuve una larga conversación con un conocido que, prácticamente, “se tira todo lo que se menea”. Vamos, se acuesta con toda aquella que se deje y con eso siente que se está vengando o está ganando. Por otro lado, un amigo del barrio conoció a una compañera de la universidad a través de mí. Intimidado porque la chica es universitaria y se ve bien cuidada, me pidió ayuda. Al comentarle a mi compañera que el chico estaba interesado en ella, lo primero que me preguntó fue “¿Dónde trabaja?”. Supongo que la siguiente pregunto habría sido ¿cuánto cobra? o ¿qué tan generoso es con sus amigas?

El chico que se acuesta con todas se justifica diciendo que, antes de trabajar, estuvo buscando el amor; pero ya que no tenía dinero, ninguna le valoró. Suena triste y deprimente, pero él está convencido de que nunca encontrará el amor porque las mujeres se acercan a él por interés. 

Mi compañera, por su parte, se justificaba diciendo que si va a cederle a un hombre el derecho de tenerla bajo su techo “cumpliendo con las funciones de una mujer” ella debía estar segura de que tendrá sus necesidades económicas cubiertas; porque no sabe qué otra cosa puede pedirle a un hombre.

Ni mi compañera es tonta, materialista o de mente cuadrada ni el chico es un idiota insensible. Ambos son víctimas del patriarcado, sí, lo he dicho: EL PATRIARCADO Y LA FALTA DE UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD FORMAN LA RAÍZ DEL PROBLEMA. Que hombres y mujeres piensen que las relaciones se basan en un intercambio de sexo por dinero y mantenimiento del hogar sólo puede significar que todos somos víctimas del patriarcado.

Nosotras somos las más afectadas por este sistema, pero los hombres también serían mucho más felices y libres si esta forma de vida tan dañina y retrógrada sólo se pudiera descubrir leyendo libros tan antiguos como el Antiguo Testamento. Sí, sería de mucha ayuda para todos que los casos de desigualdad entre hombres y mujeres solo se puedan encontrar en historias tan antiguas y fantasiosas como la de Eva y la serpiente o Moisés y las aguas del mar rojo.

Desgraciadamente, las niñas siguen siendo educadas para encontrar a un marido que las pueda mantener, mientras que los niños son motivados a trabajar duro para ser hombres capaces de mantener a una familia. ¿No sería más sencillo formar sociedades en las que la gente esté dispuesta a conocer y vivir el amor?

Reflexiones de una ondjundju-recoger dinero caído-Juliana Mbengono

LA SUERTE DE RECOGER DINERO CAÍDO

Cuando nos pasa algo bueno por sorpresa podemos decir que ha sido una suerte o algo así. Una mañana salí a correr y encontré un billete de mil francos cfa. Fue una alegría para mí, una suerte. Lo recogí y seguí corriendo con más ganas. Durante los tres días siguientes, seguí la misma ruta al ir y volver, por si se repetía la suerte. 

Después de unas semanas, encontré una botella de cerveza y un bocadillo justo donde antes había recogido el billete de mil francos. Entonces me di cuenta de que cada vez había algo ahí que parecía olvidado o guardado. Me entraron dudas y pensé que recoger aquel dinero no había sido buena idea y, definitivamente, no lo había sido; pero un billete de mil francos no es algo que se encuentra todos los días en la calle.

Durante varios días le estuve dando vueltas al tema pensando en cosas como que, si no hubiera recogido ese dinero, otra persona lo habría hecho. Incluso llegué a pensar que aquel sitio era un escenario de vudú.

Resulta que ahí, en ese lugar, al borde de la acera, en el antiguo barrio Pequeña España (actualmente Caracolas), vivía un hombre con problemas mentales, un loco al que otros tiraban monedas y daban de comer. Cuando le vi, estaba rompiendo botellas en la calle y dando vueltas. Si estuviéramos en otra parte diría que es un mendigo, pero la verdad es que es difícil ver a un guineano cuerdo viviendo en la calle. Lo bueno de la familia africana es que se extiende hasta los amigos y los hermanos de pueblo, por lo que uno siempre encontrará donde vivir mientras se busca la vida.

El billete de mil francos que había recogido en aquella esquina era de un hombre enfermo. Yo le había quitado lo que otros le habían dejado. Me sentí peor que si hubiera cogido el dinero ofrecido a un demonio durante un ritual de vudú. Y como si todo estuviera preparado por secuencias, desde entonces veo a ese señor con frecuencia cuando regreso a casa. Está sucio y desarrapado con el pelo lleno de barro. 

He llegado a pensar que quizás es un drogadicto y no un loco, los drogadictos, a veces, se parecen a los locos y viven en la calle; pero es que solo hace unos días vi a una señora con pintas similares en la calle y no creo que ella sea una drogadicta. La verdad es que no entiendo qué hace un enfermo mental en la calle. Cuando el gobierno abrió el psiquiátrico de Sampaka, todos los hombres y mujeres que se agrupaban en las puertas de la parroquia Santuario Claret y los que andaban desnudos gritando y removiendo los vertederos desaparecieron de las calles. Ahora, los únicos que remueven los vertederos son las mujeres y los niños que buscan latas para vender.

Desde entonces, me he encontrado con monedas de cien y cincuenta francos en la calle. No es tan tanto pero ya me da algo recogerlas por el simple hecho de que no quiero volver a quitarle el dinero a nadie, mucho menos a un niño que seguramente se iba a la escuela y se le ha caído el dinero del bocadillo. Es un poco absurdo, pero ya no siento que recoger dinero del suelo sea una suerte.

Carmen Laforet-Juan A. Herdi

Carmen Laforet

Se refirieron a ella como «la chica rara» y ése fue el título que adoptaron Ana Pérez de la Fuente y María Arribas Veloso para su documental sobre Carmen Laforet. En él repasan la biografía de la escritora que huyó de las bambalinas de la fama, de eso que se conoce como la vida literaria, para reconcentrarse en una búsqueda de sentido de la vida, la propia y la que le rodeaba. En su documental hablan de una inquietud permanente que no siempre es fácil de gestionar. Muestran su estado pertinaz de desasosiego y de insatisfacción con el tiempo y el paisanaje. De todo ello hablará mucho la autora en su correspondencia con Ramón J. Sender, un largo intercambio de cartas en la que la escritora mostrará su ansiedad ante la vida y una necesidad imperiosa de encontrar algo, quizá un lugar en el mundo o un ámbito emocional que le permita vivir sin el reconcomio de tanto sinsentido. De allí que pase por varias etapas, siempre en una busca imperiosa de vida, una necesidad de vivir con toda la intensidad que pueda llegar a brindar la existencia, no siempre tan evidente ni fácil de encontrar. 

Andrea, el personaje protagonista de «Nada», tiene mucho de eso, qué duda cabe. Llega a la casa de sus tíos y de su abuela en la calle Aribau de Barcelona una fría noche y vivirá en esa ciudad unos meses en los que chocará con la vida lúgubre de una posguerra tremenda, pero siempre con una búsqueda de luz y de sentido, de otra vida, reflejada ésta por su amiga Ena, a quien conoce en la universidad. La de Andrea es una etapa por la que todos pasamos de algún modo, de ahí que en esta novela, «Nada», nos sintamos tan reflejados los lectores que nos hemos acercado a ella generación tras generación desde que ganara el primer Premio Nadal, nada menos, en 1944, más allá de las circunstancias en que se desarrolle cada vida, y algunos incluso tenemos que volver a sus páginas cada cierto tiempo, quizá porque mantenemos ese mismo estado anímico, aunque ya de otro modo, y, como Andrea, ansiamos tanto las posibilidades que nos brinda cada fin de etapa al que nos confrontamos. 

Llama la atención, por otro lado, el estilo de aquella escritora tan joven como desconocida. Lo apreciamos en esa su primera novela, fundamental, pero lo mantiene en el resto de su obra, en un ejercicio de la escritura que se vuelve central a lo largo de su vida. «Frescor de lo verdadero», fue como calificó José Luis Aranguren su estilo, esa forma de escribir descriptivo e impresionista, gracias al cual el lector irrumpe en cada escenario y comprende que forma parte de las emociones y los estados de ánimo, a veces con la sensación de que cada rincón es imprescindible para que los hechos sucedan justo allí, no en otra parte. Frente a la pomposidad lingüística impuesta por aquellos años, Carmen Laforet opta por una meticulosidad a veces tremendista, muy ligada por otro lado a la realidad, muy propio, como señala Álvaro Pombo, de unos «relatos de la vida dañada», y que se puede aplicar a toda su obra.

Este año a punto de acabar ha sido el del primer centenario del nacimiento de Carmen Laforet. Hay en sus novelas y relatos algo que te atrapa, que embelesa y sacude muy dentro. Quizá sea porque hay en ella una escritura que parte de la emoción y de sí misma, pero escapando siempre de la mera exhibición, una actitud que resulta a mi entender ejemplar, en estos tiempos de vanidades, ¿cuáles no lo han sido?, y en que la sociedad del espectáculo ha alcanzado niveles muy ridículos. Buscó resguardarse tras su obra, que fuera su única tarjeta de visita, su manera de estar en este mundo. Por eso se vuelve tan necesario volver a su obra una y otra vez, a sus libros ahora mismo tan esenciales como claves y que nos transmiten su mirada sobre la vida, una vida que sólo puede aprehenderse desde la literatura. 

Reflexiones de una ondjundju-Avergonzarse de una enfermedad-Juliana Mbengono

¿POR QUÉ AVERGONZARSE DE UNA ENFERMEDAD?

Hace tres años desde que estuve tendida boca arriba y completamente desnuda en un quirófano. Temblaba tanto que el anestesista tuvo que atarme los brazos. No sé si era porque el aire acondicionado estaba muy elevado o por miedo a que utilizaran yodo cuando en la pared había una gran inscripción en letras mayúsculas sobre cuatro láminas que decía claramente: “EL YODO ESTÁ CADUCADO”.

Unos minutos después de haberme rajado el vientre, la cirujana se encontró con que el quiste estaba adherido a uno de los ovarios y tuvo que hacer una pausa para buscar a conductor que fuera en busca del director del hospital porque ella no sabía qué hacer. Pasaron como treinta minutos hasta que apareció el doctor; cuando le llamaron estaba de camino a otra ciudad y tuvo que retroceder. Durante todo ese tiempo, mi madre, mi tía y mi hermanito estaban preocupados y presionaban a los médicos para que hicieran algo si el otro doctor no podía llegar. A mí, en cambio, solo me dolía el hecho de que me iba a quedar una horrible cicatriz en el vientre como la que le quedó a mi madre tras el parto de mi hermanita por cesárea.

En la escuela nos habían enseñado que cuando una tenía la regla, debía hacer todo lo posible porque nadie se enterara. Los dolores también solían normalizarse, recuerdo que me decían que sentir molestias cuando tenía la regla no era cosa de otro mundo y me daban ladinax o ipubroprofeno. Como yo, muchas niñas crecen pensando que es normal que la regla cause fuertes dolores o calambres en el vientre, los pies y la espalda; hasta que el sangrado empieza a durar dos semanas o los calambres y dolores ya no se calman ni con cuatro pastillas de ibuprofeno. Es en este extremo cuando muchas solemos irnos al hospital para descubrir que tenemos endometriosis o un quiste tan grande que ya solo se puede eliminar con cirugía.

Curiosamente, después de pasar por aquello, resultó que muchas compañeras y conocidas que, simplemente, habían tenido una operación, habían pasado por lo mismo; ellas tampoco se atrevían a dar detalles por vergüenza o qué sé yo. Eso de avergonzarse por una enfermedad no tiene mucho sentido, pero es habitual. Yo por lo menos puedo contarlo, pero en el caso de otras enfermedades más graves como el cáncer de mama o el SIDA el desenlace puede ser fatal. Y, creo que si escribo esto ahora es precisamente porque hace menos de dos semanas perdimos a una gran amiga que padecía cáncer de mamá y muy poca gente lo sabía. Hasta hoy se sigue diciendo que ella “padecía de un tumor” y en los medios de televisión locales siempre se dice que tal persona falleció de “una larga enfermedad que venía padeciendo”. Antes de ella, no sabía que en Guinea había gente con cáncer y hasta ahora tampoco sé si hay otra.

Durante el velorio de nuestra amiga se reconoció su contribución a la cultura, al país y se intentó hacer muchas cosas que a ella le gustaban: danzas ktya, recitar poemas, cantar, proyectar sus documentales, etc. A ella le gustaba todo eso, era escritora, periodista, bailarina, feminista, madre, hermana, peluquera y muchas cosas más. Pero ya no está.

Creo que, si todos pudiéramos perder ese absurdo miedo a decir que tengo cáncer, SIDA, gonorrea o tiñas y me pica la cabeza o qué se yo, contribuiríamos a que muy pocos conocidos acaben tendidos en un quirófano o tres metros bajo tierra por un problema de salud que nosotros ya tuvimos.