Reseña literaria (por Juan A. Herdi)

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Álex Oviedo

Ausentes del cielo

El Desvelo Ediciones, 2019

Decía Carlos Marx que había aprendido mucho más sobre la sociedad europea de su época en las novelas de Émile Zola que en los sesudos estudios económicos y sociológicos de su época. Sin duda se puede aplicar a cualquier momento y a cualquier grupo humano del mundo: para comprender los mecanismos sociales reales, los que afectan a la cotidianidad, hay que buscar en la literatura, en la ficción, más que en los ensayos y en los estudios académicos. Es lo que Unamuno denominaba la intrahistoria, ese decorado de la Historia (con mayúscula) que a menudo es lo esencial y tal vez lo que haya que saber de verdad para entender, al final, la realidad.

Puede que eso sea así porque la literatura busca más los cómo que los porqués y muchas veces la narrativa consigue aprehender la atmósfera, el ambiente, la cotidianidad mucho mejor que aquellos ensayos y estudios académicos tan sesudos ellos, pero que no transmiten los sentimientos cotidianos. Y lo que ocurre en la novela Ausentes del cielo, del escritor bilbaíno Álex Oviedo, es justo eso, que el lector vive la sensación de ahogo y siente la falta de sentido de una situación difícil de explicarse, la que vivió el País Vasco durante mucho tiempo, los años de enfrentamiento bronco y hostil en el que explicarse lo que ocurría, responderse a los por qué, dejó de tener sentido y la gente empezó a apañarse bajo la tensión diaria, como espectadores un tanto ajenos al conflicto. De allí que en la novela sean tan importantes los espectadores.

Todo ello nos lo lanza de pronto Álex Oviedo al convertir esa atmósfera enrarecida, asfixiante y absoluta en el personaje principal, muy por encima de los personajes que se mueven en la trama, una atmósfera que envuelve a cada uno de los personajes y los determina, convirtiéndolos en marionetas del ambiente. A veces sin necesidad de tomar conciencia de lo que cada cual hace.

Los hechos van sucediéndose a golpe de ahogo, bajo una falta de sentido que, sin embargo, no les quita envergadura ni tensión. Por lo demás, no hay intriga, no se trata de una novela policiaca al uso con un crimen de tintes políticos que se va investigando, nada de eso, es a todas luces una novela de atmósfera, de ambiente, en última instancia una novela de identidad colectiva e individual, cuyos límites se confunden, los personajes plantean sus conflictos propios, personales, ligadas a lo colectivo, tal vez porque al final no haya frontera entre ambos ámbitos o la frontera sea tan tenue que no sabe nunca dónde se encuentra.

De este modo, Álex Oviedo va abriendo pequeñas brechas por las que ir descubriendo ángulos de lo que fueron esos años, creando una hipótesis a partir de la cual podemos ver cómo transcurrieron los mismos. No hay valoraciones, sí en cambio juicios de valor, posiciones que determinan y acaso limitan las miradas y que no requieren de ningún por qué, de motivos, para entenderse, ni pudor para entender lo que pasa.  Es al lector a quien en realidad se dirige en un momento dado la pregunta clave, «¿Acaso usted sabe siempre por qué?» y al final uno acepta que esa atmósfera penetre en la vida cotidiana como una neblina que filtra la luz.

Aparecen hoy novelas que tratan el tema de ese conflicto, el vasco, del que no han pasado tantos años, aun cuando parezca que hablamos de una etapa muy lejana de nuestra historia. Hoy las calles del País Vasco guardan poco parecido a las descritas en la novela de Álex Oviedo, lo cual refleja una capacidad inmensa de pasar página, a pesar de ciertos discursos políticos actuales, sin que sepamos a ciencia cierta si es bueno o malo que eso sea así. En todo caso, es de agradecer que el escritor nos mantenga en vilo al devolvernos el reflejo de un estado de ánimo difícil de asumir, una novela sin duda necesaria.

Artículo sobre novela (Juan A. Herdi)

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Cecilio Olivero Muñoz

Cibernética Esperanza (capplannetta.com)

Senzala Colectivo Editorial

«Todo ocurre por una razón que no entendemos», afirma el narrador del relato en un momento dado, cuando ya tenemos una idea clara del camino recorrido por el protagonista, Casimiro Oquedo Medrado. Tal vez por ello, porque se nos escapa el porqué de las cosas, lo que motiva los hechos y quizá el sentido de la vida, no hay excusas o voluntad de justificarse, simple y llanamente hay una descripción de escenas que componen una vida, unos retazos que se van sucediendo de un modo aleatorio.

Tampoco hay por parte del protagonista un acto desesperado de rebeldía, no se rebela, no lanza una diatriba contra su vida ni por los hechos que se producen en ella, no hay un grito de angustia por todo ese sinsentido que le envuelve a él, a su narrador, pero también a su autor y en definitiva a todos nosotros, lectores y no lectores. Si le encierran en un centro psiquiátrico, vale; si le dan el alta y lo sacan de ahí, también vale. Así es la vida, al fin y al cabo. La vida de ahora, hay que precisar. A veces somos meras piezas de un rompecabezas que desconocemos y el componedor del rompecabezas va ensamblando las piezas que tampoco tienen un lugar único en el conjunto.

Por ello quizá haya que leer este libro -¿Novela?¿Colección de relatos o de retazos que tienen su independencia narrativa respecto al conjunto?¿Biografía?¿Confesión?¿Tratado de la realidad? Hay que recordar que estamos en el tiempo de la no definición–, porque muestra una nueva actitud ante la vida, ya no es el grito ante Dios o ante la Historia, es simple y llanamente la descripción de lo que ocurre sin más, ni siquiera hay un objetivo, o puede que el objetivo sea la propia escritura. Ya que no podemos entender la razón de las cosas, escribimos y leemos porque sí, sin más, sin ni siquiera la intención de buscar un cierto orden.

Estamos ante un nuevo modo de entender la realidad y por ende la escritura. La tecnología, sin duda, ha cambiado la forma de mirar y de sentir, nos ha individualizado aún más, pero no para ayudarnos a determinar más el yo, sea esto lo que fuere, sino para aumentar más nuestra soledad, la desnudez de nuestras vidas, la impotencia ante tanto caos. Sí, nos seguimos relacionando, es verdad que nos reunimos con otras personas para hablar de libros, de política o de fútbol, nos casamos, nos liamos, nos divorciamos, formamos familias u otras formas de relación o acabamos buscando salidas terapéuticas –psiquiatras, psicólogos, escritura, reflexión, arte–, como se ha hecho toda la vida, pero ahora todo es de forma diferente. Tal vez lo que nos falta es lo antes referido, el acto de rebeldía, ese acto de miedo o de revuelta de Caín ante su destino que, sin embargo, asume. Ya no creemos ni en la revolución, ni en la democracia, ni en la tribu, ni en nada. Estamos solos con nuestra propia soledad. Quizá nunca la soledad fue tan evidente como en nuestra época, cuando vivimos en grandes ciudades y tomamos el metro junto a miles de personas, pero cada cual atiende solo a su teléfono multifunciones. Cibernética soledad.

Tal vez por ello hay que leer este libro, el personaje que deambula por sus páginas es un reflejo de lo que somos, y esto es lo que une el relato a una luenga tradición, la de la literatura como espejo. Mientras, no es baladí, el título nos brinda la existencia de alguna esperanza pese a todo, aunque sea una esperanza cibernética.