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38º NÚMERO DE LA REVISTA LITERARIA
DIGITAL TRIMESTRAL
NEVANDO EN LA GUINEA
NºLXXXII desde inicios/27-10-2013
EDITORIAL LXXXII
Reconocimiento a una escritora de cuentos
La preparación de este número de Nevando en la Guinea ha coincidido con la concesión del Premio Nobel a la escritora canadiense Alice Munro. Ya hemos hablado con frecuencia de nuestra falta de entusiasmo por los premios, siempre subjetivos, injustos, caprichosos, incapaces de abarcar el amplio abanico de escritores que en el mundo hay. Pero esta vez reconocemos que el premio nos ha interesado por habérsele concedido a una escritora de relatos breves, de cuentos literarios.
La literatura en lengua castellana posee una larga tradición de relatos breves, sobre todo la literatura latinoamericana, con verdaderos maestros en este género. Los nombres son muchos porque son muchos los escritores que han dado prestigio al cuento literario en América Latina. En España, en cambio, el relato breve no ha merecido hasta a mediados del siglo XX la importancia que merece y fue la influencia de la literatura latinoamericana la que le dio su lugar.
Aun así, el mundo editorial, salvo excepciones por suerte más extendidas, no acostumbra a conceder el reconocimiento merecido a este género, no arriesga en nuevos autores que se dedican, sea por afición o por iniciar su carrera literaria, a este género y esperamos que un reconocimiento como el Nobel sea una palanca para un cambio de política editorial.
Hemos hablado con frecuencia de la importancia que tienen las editoriales en las apuestas de nuevos autores y nuevos caminos literarios. También en lo que concierne al relato corto. Pero también es cierto que precisamos dar a conocer a estos autores, precisamos que surjan lectores que sepan reconocer la calidad de los relatos que se publican en editoriales y en revistas, que difundan su obra. No creemos que la competencia que puedan ofrecer otros formatos sea un problema para la difusión de la literatura. Lo que pone en peligro, más bien, este ámbito es el descenso del nivel educativo, algo que hace mucho más daño. Pero aquí nos metemos en un campo que tal vez no corresponde tocar ahora.
Lo que sí deseamos es que se aproveche el galardón para dar no sólo a conocer a una escritora, sino a un género con el que disfrutamos tanto leer.
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Dudas
Inevitable no renegar: sabía que acabaría yo mismo echándomelo a la cara, culpabilizándome, como siempre me ha ocurrido en cualquier momento de mi vida y por cualquier cosa, por nimio que fuese el asunto. Lo de entonces y lo de ahora, lo que ocurrió aquella noche de hace veinte años como lo que sucederá de inmediato, todo ha seguido siempre un mismo patrón del que no puedo despojarme por mucho que quiera e intente expulsarlo de mi interior, siempre la duda, la constante sensación de fallar y la frustración de haber fallado, de estar en el lugar equivocado, de errar en cada decisión. A todas luces era y es, me temo que seguirá siendo, aunque albergue la esperanza, más bien la ilusión, de cambiar, un síntoma de mi vida: errar, dar tumbos, nunca decidirme por nada. Supe entonces que al instante mismo de responderle, al aceptar aquella invitación que desataría todo lo sucedido hasta hoy, se impondría en mi interior el desasosiego, la zozobra, el remordimiento, y supe que, desde que Kô me transmitió su invitación y yo le dije que sí, iba a estar dando una y mil vueltas a mi falta de decisión, a mi seguidismo, a ese estado de ánimo en permanente insatisfacción. Y así fue, así ha sido.
No le echo nunca las culpas a nadie, nada más lejos de mi intención, al fin y al cabo soy consciente de que forma parte de mis características, sólo mías, vivir en la duda constante, sentir siempre la vacilación y el sentimiento de nunca acertar, la indecisión permanente ante cada ocasión en que debía zanjar opciones que me apremiaban, incluso en las cuestiones, como entonces, más nimias, incapaz en todo momento de resolver mi vida y tomar esas mismas decisiones que tanto anhelaba. Ya digo: es algo que me ha acompañado a lo largo de toda mi existencia, a lo que hay que añadir esa sensación de siempre acabar donde no me concierne, vivir lo que no corresponde, ser quien no soy. Porque al final se impone, una y mil veces, esa sensación de llevar una vida que nada tiene que ver conmigo en realidad, la vida de otro o que el que debía ser mi destino, si es que había un destino, si es que los hados escribían en algún momento el libro de tu existencia, se ha otorgado a otra persona. Al final no soy yo quien lo cumple, mi destino, y tal vez por ello otra persona viva en realidad mi vida o cumpla lo que me hubiera sido destinado sólo a mí. Por eso tal vez no le echo la culpa a nadie, no debo, en el fondo sé que todo se debe a mí, a algo que falla en mi interior de forma inevitable, como una incapacidad del ánimo para vivir. Dicho de otro modo, que si elegía un camino, era siempre el camino equivocado y por eso había llegado, por ejemplo, a Barcelona cuando debía ser otra la ciudad en la que tendría que vivir o haber elegido como destino. Por eso, como en tantas ocasiones ya en esa altura de mi existencia, volvía a chocar con la incomprensión y aquella noche era de nuevo un ejemplo de ese estado de cosas y entonces me lo planteaba como un latiguillo que me quemaba por dentro.
−¿Qué porras hago yo aquí?
Me lo pregunté varias veces a lo largo de aquella noche de sábado a domingo, la de aquella vigilia pascual en la Iglesia de Santa María y que daba paso al Domingo de Resurrección. Qué porras hacía yo allí, me lo he vuelto a plantear con frecuencia desde entonces, aún hoy me lo pregunto, cuando han pasado ya nada menos que veinte años, como si aquella noche hubiera sido determinante en mi vida, en lo que iba a ser yo en estos años, en lo que haría, años que nunca imaginé entonces que transcurrirían como transcurrieron, y desde luego me lo repetí una y otra vez durante la velada, qué porras hacía yo allí, mientras observaba la austera enormidad del edificio y me fijaba en las pocas personas -tal vez me lo parezcan ahora, que eran pocas, teniendo en cuenta, desde luego, el tamaño de la iglesia, aunque apenas eran en realidad, lo recuerdo bien ahora, a los veinte años, un puñado que ni de lejos llenaban las bancadas-, subyugadas todas ellas sin embargo por la conciencia de su pequeñez, lo reconozco, no sólo ante la grandeza eclesial, lo que me hacía pensar al mismo tiempo en que era la primera vez que desoía los consejos no sé si sanos, si correctos o un tanto sectarios de mi padre, presbiteriano íntegro, aunque no siempre coherente, de no acudir nunca, pero nunca, nunca, a los oficios católicos por hallarse éstos repletos de trampas para la fe, entre ellas esa sensación de pequeñez que te imponía tanta grandiosidad. Pero allí andaba yo, en aquella basílica enorme, un tanto sobria pese al esplendor, y aquella noche llena de luz para recordar a los fieles la nueva de la Resurrección que todos los años se renovaba en aquel calendario cíclico, ligado quizá, tuve para mí, dominado en esos instantes por una ansia de entender el mundo –y de paso entenderme a mí en el mundo, todo hay que decirlo-, a los ciclos de la tierra, aunque esto, aquella noche, muy poco me importaba o no lo pensaba en absoluto o no consideraba, dominado como estaba por el profundo desasosiego vital propio de la juventud, quizá de todas las edades, que fuera tema de reflexión para mí en ese mismo instante.
Era mi primera Semana Santa en la ciudad de Barcelona a la que había llegado tras un vagabundeo sin sentido entre varias ciudades y andaba en la más absoluta incertidumbre, nada nuevo, y no contaba con quedarme mucho tiempo en aquella ciudad a pesar de haberme matriculado en aquel curso universitario y a pesar de la tregua de la Semana Santa, por lo que se había vaciado casi por completo para la ciudad, tanto el barrio donde yo vivía por entonces, una mera esquina del Ensanche, como también todos los barrios, salvo quizá los del centro, donde se replegaban los turistas y los pocos autóctonos que a primera vista se quedaban en la ciudad, parecía que hubiera habido una fuga generalizada, o, cosa más probable, que sólo saliera a la calle una minoría de entre los muchos habitantes que se habían quedado en Barcelona y que se aislaban por cualquier razón, por abulia, cansancio, ganas de aislarse de una cotidianidad insatisfactoria, y sólo salían aquellos que no soportaban la quietud con que habitaban entre las cuatro paredes de sus casas, paredes que se les caían encima seguramente y querían por tanto huir de la sensación de abandono y no tenían a todas luces ningún otro sitio al que ir salvo el centro y buscaban de este modo, recorriéndolo en sonora manada humana o en solitario, como sombras que arrastraban su soledad a la vista de todos, la forma de escapar del retraimiento, la angustia o la tristeza, sin conseguirlo en todo caso o disimulándolo todo ello con una falsa alegría que cuanto menos provocaba mayor angustia cuando no vergüenza ajena.
Yo hubiera preferido sin embargo aquella noche fría de recién estrenada primavera, en la que corría un viento desolador y el tiempo pasaba tan lento que parecía eternizar cada instante, haberme quedado en casa, dejar pasar las horas entre libros o amuermado en el sofá, viendo apenas fluir el tiempo ante el televisor, olvidando que la vida y no el mundo era con frecuencia un lugar ajeno y sin resolver aún todas aquellas cuitas que me asaltaban todos los días aun cuando me dominaba la convicción de que hubieran tenido que estar ya resueltas hacía tiempo, en un proceso de madurez que en mi caso parecía extenderse más allá de lo deseado. Pero la invitación de Kô me llegó unos días antes como anuncio de un aparente final de un largo proceso vital por su parte, seguramente no terminado del todo porque ningún proceso vital, en su caso, en el mío, en el de todos, no termina nunca en realidad y que a él le llevó a la conversión al catolicismo y al bautismo, y por tanto desencadenó que me sacara de forma casi inevitable de mi soledad ansiada porque me sentí obligado en parte y sin saber muy bien por qué a asistir y ser testigo, testigo extraño sin duda, de su conversión y de su proclamación de la buenaventura, que fue el nombre elegido para su anuncia nueva etapa vital, Buenaventura.
Kô y yo nos habíamos conocido en los pasillos de la facultad, inmersos en ese mundo de estudiantes que se movían entre la vocación más o menos sincera, aquellos otros un poco menos vocacionales que los anteriores y que sólo poseían la ilusión de llegar a ver sus vidas mejoradas en la medida de lo posible y aspiraban a ser profesores en algún instituto o, por último, quienes estaban afectados por la más majadera de las mediocridades, la que les llevaba a ir por la vida de artistas sin serlo en absoluto, jugando a la apariencia, a que los demás les rieran las gracias, lanzando al aire para que los otros escucharan sus dimes y diretes, vacuas parrafadas que semejantes botarates pretenciosos soltaban sin la más mínima vergüenza, convencidos de su genialidad, un mero discurso pseudoartístico de palabras pomposas pero vacías de contenido y de sentido. Por desgracia, este último grupo era el más numeroso. Yo los detestaba. Por ellos, por su culpa –no obstante, me daría cuenta con el tiempo de mi craso error, el de juzgarlos y rechazarlos, reconozco y proclamo mi vanidad un tanto pretenciosa también, aun cuando lo que dijeran me pareciese banal, mediocre, sin sentido-, por esos seres obscuros, decía, sombras ridículas, rehuía del contacto con mis correligionarios, prefería mantenerme al margen de todo, lo que incluía el desapego incluso respecto a quienes hubiera podido apreciar, actitud esta que me hubiera hecho pasar sin duda por engreído si la hubiese mantenido. Pero fue Kô quien comenzó a romper esa tendencia. Me llamó la atención no sólo porque fuera japonés, qué porras hacía un japonés entre tanto mentecato, me pregunté, sino porque al escucharle algunos comentarios en clase me permitía darme de bruces con finas respuestas o me planteaban nuevas preguntas. Me acerqué a él, evidentemente, y comenzamos a hablar, discutíamos de libros, de la vida, de ideas y contraideas, y me contó su interés, casi pasión, por la teología. Mi pregunta una tarde se volvió casi obligatoria: por qué no estudias teología. La estudiaba, me respondió, pero a partir de las palabras. Lo vi lógico: al principio fue el verbo, dice la Biblia y por tanto había que saber de palabras.
Pero las palabras, lo sabíamos ambos, también producían zozobra y angustia. Las palabras eran la vida, no sólo su reflejo, también su realidad, su cotidianidad. Unos días antes de la Semana Santa, cuando a punto estábamos de tener unas breves vacaciones merecidas pero obligadamente sedentarias para mí, yo no podía ni plantearme salir de Barcelona, mi economía era ruinosa, como lo sería de hecho toda mi vida, deviniendo a todas luces, comenzaba a barruntarlo entonces, un claro signo de inadaptación social por mi parte, el reflejo de un fracaso personal a ojos del mundo y de mí mismo, y que me acompañaría sin remedio a lo largo de toda mi vida, y ya preveía por tanto que aquellos serían días solitarios, sin ver a nadie, medio en casa medio en paseos por calles que ya intuía vacías, alejándome en todo caso de las zonas más frecuentadas, huyendo de ellas como huía de mis compañeros de estudios, en esos días entonces él me anunció su bautismo en Santa María del Mar. Me gustaría que fueras, me dijo con absoluta sinceridad, tal vez te ayude a ti en tu búsqueda, comentó no sin un tono que tendía a ser paternal y que partía de la base de que todos nos hallábamos en fase de búsqueda, has de probar y aprovechar de todo aprendizaje, continuó hablándome de un modo pedagógico, y de las palabras de mi tutor sacarás algo de luz, concluyó así su extraño convite.
No obstante, las palabras del sacerdote tampoco ayudaron a desasirme de la zozobra que ya me dominaba por completo durante la noche, qué porras hacía yo allí, me repetí de nuevo al intentar escuchar su discurso, aprehender su coherencia y el mensaje entre líneas, y darme cuenta de pronto, por primera vez y casi sin quererlo, que no siempre es bueno desoír los consejos paternos. Lo suyo era una mera letanía, una sucesión de tópicos, lugares comunes, fórmulas repetitivas que hubieran merecido, de ser una representación teatral, por ejemplo, el abucheo más monumental por no someterse a las mínimas reglas literarias al uso, pero en cambio todos los presentes, comenzando por el propio Kô, extasiado a la espera de su conversión pública, parecían seguir con atención el rito ya sin un mito que lo sustentase, que le diera sentido, no había quiebro en las miradas atentas, en el respetuoso silencio de los fieles y en el seguimiento de cada uno de los gestos que se repetían sin que nadie pareciera entender su significado real por exceso de formulismo.
Desabrido ante aquella alocución que me aburría, me fui fijando primero en los ornamentos de la Iglesia, no tan abundantes en Santa María como en otros templos, luego en los hombres y mujeres presentes, y aquí estuve más atento si cabe, debido tal vez a ese empalagamiento que me dominaba ante un ritual tan lóbrego y barroco. Más solícito por los detalles que pudiera observar y entretenerme, distinguí varios grupos: los fieles de la Iglesia, sin duda una mayoría, algunos pocos turistas despistados o un tanto apocados por la mala noche y, lo sabía, me lo había comentado Kô, algunos amigos y conocidos suyos que él había invitado y a quienes yo, creí, no conocería. A él lo catalogué nada más verlo en este último grupo, apenas me costó y jugaba con ventaja: lo había visto unos días antes en la universidad. Claro que su aspecto me hubiera llamado la atención igualmente: alto, delgado, desgarbado, con un rostro de rasgos muy marcados y aspecto de despreciar todo lo que le rodeaba. Le recordaba, en efecto, de una o dos semanas antes, le había visto charlando con una chica en el patio de la facultad de filología. Yo estaba sentado a la espera del comienzo de una clase y me llamó la atención su voz un tanto irritante, muy amanerada y vibrante. No alcanzaba a escuchar todo lo que decían, estaban lo bastante alejados para no oírles del todo bien, pero lo suficientemente cerca como para que me llegase su voz. Estaban hablando de los profesores y de algunos compañeros que yo no conocía y a quienes, pude deducir por el tono y las palabras poco amables e histriónicas que me llegaban, ponía a caldo. No le presté mucha atención ni pensé nada de él, además mi clase comenzaba casi en aquel momento, así que pronto le perdí de vista y no me volví a acordar de él. Sé que me lo crucé un par de veces más, lo reconocí como el tipo del patio de letras y lo olvidé al instante. No coincidíamos al fin y al cabo en ninguna clase. Pero resultó ser amigo de Kô.
Él, a diferencia del resto de los presentes y en cierto modo como me ocurría a mí, no prestaba atención a las palabras del sacerdote la atención debida. Lo miraba todo a su alrededor y en sus ojos distinguí no poca burla. A todas luces, aquel espectáculo no iba con él y si estaba en la basílica aquella noche, era sólo porque Kô le había invitado y, como me había pasado a mí, le habría resultado imposible decirle que no. Daba la sensación de estar preguntándose también qué porras estaba haciendo allí, aunque supuse que por diferentes motivos que los míos, puesto que, aun cuando resultaba evidente que se aburría, había también en él una mirada sardónica que denotaba que se estaba divirtiendo de algún modo con el espectáculo y que por dentro se mofaba de todo lo que le rodeaba y veía.
Al acabar la ceremonia el sacerdote anunció un piscolabis en los locales parroquiales, situados en el Paseo de San Juan, a unos quince minutos de Santa María. Te quedas, me preguntó Kô al acercárseme. Miré hacia la figura quijotesca como si él fuese determinante en mi propia decisión o pudiera indicarme qué hacer y respondí que sí, aunque lo lamenté nada más contestarle, porque en absoluto me apetecía seguir la noche reunido, me seguía dominando aquella sensación de perder el tiempo que había sentido desde el comienzo de la ceremonia, antes incluso, y además tenía ganas de volver a casa, de encerrarme entre mis libros, de retirarme y dejar atrás lo que ya consideraba un compromiso que hubiera tenido que eludir. Kô fue a saludar a un señor que, ya detrás de mí, le felicitó por el bautismo y yo aproveché para dirigirme a él, cuando estaba ya muy cerca de mí, solo.
−Hola. Tú eres de filología, ¿verdad?
Me miró con distancia, como si se preguntase quién narices era yo y tuviera que pensarse qué responder o si tenía que responderme. Pues claro, me dijo de pronto, cortante, como si la pregunta que yo le formulaba fuera la más obvia del mundo, digna de un badulaque.
−¿Tú también? –me preguntó.
−Sí, también.
Sólo entonces sonrió, como si existiera entre nosotros un secreto vínculo que nos unía.
−Me llamo Ismael –me dijo, y la aridez del principio desapareció de pronto y él mismo se volviera más amable y grato.
No imaginé en ese instante que hasta mucho tiempo después aún estaríamos compartiendo angustias, miserias, perspectivas, conversaciones, paseos y mutuos flagelos, y que aquel encuentro y la posterior conversación, tal vez en parte por esos años que le seguirían, tendrían tanta importancia que incidirían en los acontecimientos fatales que iban a producirse veinte años más tarde. Nunca nos ponemos a pensar que cuando algo sucede, algo aparentemente intrascendente, como conocer a alguien por causalidad o cruzar una calle que nos gusta, cualquier hecho por banal que éste sea, apenas un detalle que olvidamos casi de inmediato, pueda tener consecuencias a veces tremendas en nuestras vidas.
Fuimos juntos a los locales parroquiales, rodeados de personas que no conocíamos, que no conoceríamos, separados de ellos por nuestra conversación que se mantenía al margen del conjunto, sin ningún ánimo de compartir nada con los demás, aunque no recuerdo que nadie hiciera el más mínimo esfuerzo por acercársenos, y en ese primer camino me contó con pelos y señales su experiencia en la facultad, me habló de los profesores, me contó su desasosiego por algunas clases que no eran ni de lejos lo que esperaba, y en esa primera charla, a la que se sucederían tantas otras, no pude ni imaginar mientras escuchaba su perorata, que Ismael iba a convertirse en alguien fijo, una presencia hasta cierto punto irremediable a lo largo de los veinte años, sólo habló y habló, y en apenas quince minutos de cháchara, o de monólogo, mejor dicho, sin esperar mi réplica ni interesarse por mi opinión, los quince minutos que tardamos entre Santa María y los locales parroquiales en el Paseo de San Juan, casi a la altura de la calle Aragón, me expuso su visión de la facultad, y también de la vida, deduje, que se podía resumir en una sola palabra: aburrimiento.
De hecho, aquel fue el tema de conversación aquella noche, el aburrimiento, lo sería durante mucho tiempo, ya no el que le producían propiamente los estudios, reconoció que la facultad le había decepcionado, no colmaba ni de lejos sus expectativas, sino el que le provocaba, me confesó luego, mientras dimos el primer largo paseo al salir de los locales parroquiales al poco rato de llegar, a ninguno de los dos le apetecía mucho quedarse, la vida entera, un profundo y radical aburrimiento. Claro que tampoco se hizo nunca muchas expectativas, las ilusiones no son lo mío, me confesaría, no sé si aquella noche u otro día, en otro momento de nuestra conversación sempiterna. En todo caso, me contaría algo similar mientras anduvimos por el Ensanche vacío, con un viento que seguía siendo desolador, primero hacia la calle donde yo vivía, él me acompañaba, y luego, falto de sueño, interesado en seguir escudriñando al personaje, tal vez porque en ese instante ya no me apetecía tanto quedarme solo, le acompañé yo, torcimos por la calle Viladomat hacia la izquierda, de este modo seguimos andando, como si ya fuera imposible abandonar las calles, el frío, la desolación, imposible por tanto también dejar de hablar, de describir por completo ese asunto vital del aburrimiento, hasta el punto de buscar justificarlo, porque me intentó justificar el aburrimiento, el suyo, tan pegado a la piel, tan inmerso en el alma, y así llegamos a su barrio, a Pueblo Seco, también a una esquina, en la Francia Xica, me gustó el nombre, tocando ya Montjuich, donde vivía, me contó, con sus padres.
Y durante aquel largo camino que nos llevó casi por todo lo largo y ancho del Ensanche me lo contó, en efecto, todo, me explicó en buena medida su historia, la de su niñez y adolescencia, la de su juventud, la de su condición de hijo único, la del abandono que sintió con un no, ese no de la alemana, así la llamó y así se referiría siempre cuando me habló de ella desde entonces, quizá por despecho, por no repetir de nuevo su nombre, por no abrir todavía más las viejas heridas del recuerdo y la ofensa. Con el tiempo tuve la certeza de que ese rechazo fue una de las dos piedras angulares sobre la que todo se sustentaba, todos los gestos y todas las decisiones posteriores consistentes no en descubrir quién era, sino en dotarse de un ser, una máscara en realidad tras la cual se refugiaba y que tuvo su origen en aquella negativa, el primer y único fracaso reconocido que le vino tras un acto de valor, casi heroico, pues hay algo heroico en el intento de que nos amen, batalla ésta que se pierde con frecuencia y que quizá no debería dar lugar a tanta acritud. Creo que algo así le dije, para animarle, para que no se hundiera todavía más al confesarme su fracaso, pero en realidad sentía claramente que tal vez tuviera razón, que había que apostar fuerte, aun cuando la prenda fuese dejarlo todo, renunciar a la vida, a los plazos de la existencia, a la normalidad, sea lo que fuese la normalidad. En las películas muchas veces la apuesta resultaba la antesala del éxito. En la vida, por el contrario, podía resultar que fuera el inicio de la derrota más estrepitosa y quién sabe si dolorosa.
Pero no fue lo único de lo que me habló. Me contó la historia de sus padres, acechaba ya en su vida por entonces la enfermedad, también la muerte, la de sus tíos primero, hacía unos pocos años atrás, poco después de haberse iniciado el declive familiar, luego la de sus padres, en estos veinte años, porque a todas luces se trataba de una familia que desaparecía y no sólo venida a menos, una familia de la pequeña burguesía barcelonesa que poco a poco fue perdiéndolo todo, rango, prestigio y dinero, hasta llegar a él, prácticamente el único superviviente de la estirpe, a excepción de unos primos lejanos que se marcharon de la ciudad, de la región, y vivían lejos, en Tafalla, con los que ya intercambiaba sólo las felicitaciones de Navidad y algunas llamadas telefónicas cada año menos frecuentes. Con el tiempo, a medida que conocía sus circunstancias e iba descubriendo la ciudad, se me ocurrió que en buena medida su familia podía ser la metáfora de ésta, una Barcelona que no era ni de lejos lo que había sido hasta hacía bien poco, que se hundía de manera irremediable a pesar de que seguían colocándole ornamentos, meras zarandajas, fruslerías más o menos caras con las que se pretendían ocultar las humedades y las carencias colectivas, como una vieja señorona que vivía de prestado, que había sido rica, culta y poderosa, pero lo había perdido todo, y desfallecía en la penuria, aun cuando mantuviera las joyas heredadas sólo para lucirlas, nada más, e intentar así desviar las miradas más atentas en la pesadumbre, repitiendo una y mil veces lo señorona que era. Intuí también que el hecho de ser el último de su estirpe, reprocharle a la familia que le hubiese abandonado, era el otro pilar sobre el que sustentaba su existencia.
Durante veinte años fui percibiendo hasta qué punto toda una vida parecía basada sobre esos dos puntos concretos, el rechazo que le hizo perder su equilibrio interior y el declive familiar que tuvo el mismo efecto en su equilibrio exterior, y el riesgo de nunca poder escapar a la gravedad que ejerce sobre nosotros lo exterior, lo que se halla fuera de nosotros mismos, pérdida que adquiría también la forma de miedo, miedo inmovilizador. Ismael había aceptado la derrota, mejor dicho, había decidido un día que no lucharía ya más, si es que en algún momento de su vida luchó por algo, y que sería otro, que dejaría su ser en aquel punto de arranque y me lo fue desgranando poco a poco, con frases que no lo decían todo, pero que marcaban lo que me estaba contando de un modo deshilachado, todo su plan para vivir de otra manera, siendo otro. Todos aquellos bares de ambiente homosexual a los que me llevó durante los primeros años de nuestra amistad, todos aquellos tugurios de transformistas tristes aun cuando se mostrasen alegres y divertidos, todas aquellas maneras ambiguas eran parte del disfraz. En conversaciones truncadas, entre diálogos cercenados y discusiones bizantinas, me volvió a hablar de la alemana y un tema llevaba a otro y se refirió a la soledad, no me divertís ninguno, me acusó una noche de alcohol y grifa, reproche lanzado a mí y por extensión a todos sus conocidos, como si todos estuviéramos allí presentes, obligados a entretenerle como bufones a su señor. Y cuando abandonó la tanda de recriminaciones, me habló de la imposibilidad de hacer nada, de la sumisión, del miedo, del fracaso. Durante varios días que siguieron a aquella noche desapareció. No era nuevo. Cuando llegaba al fondo, desaparecía del todo por tiempo breve, yo lo buscaba al principio no sin angustia, lo veía capaz en ocasiones de tomar decisiones drásticas, y volvía a aparecer entusiasmado porque se había gastado el final de su mensualidad, del salario que le pagaban por su puesto de oficinista en un almacén destartalado de las afueras, con una prostituta de la que decía sentirse enamorado, pero que olvidaba por completo unos pocos días después.
Aquella primera noche de hace veinte años, ya de madrugada, cuando faltaba poco para que amaneciera, cansados por el largo paseo nocturno, somnolientos aunque ya sin poder dormir, nos sentamos en un banco de madera de la calle Aragón. Miramos al cielo y callamos un buen rato.
−¿Dónde estaremos dentro de veinte años?
No respondí a su pregunta. No recuerdo si desplegué en mi interior todos los planes que yo tenía por entonces.
−Prométeme una cosa.
Observé su figura quijotesca derribada en aquel banco. Me mantuve callado, a la expectativa de lo que fuera a decirme, sin fuerza tal vez para esperar nada o sin esperar ya que lo que fuera a decirme me sorprendiera.
−Si dentro de veinte años todo sigue igual o peor y seguimos en contacto, me matarás. Prométeme que me matarás.
Me mantuve callado, tal vez sin saber qué responderle. Él me instó a decirle algo: prométemelo, ordenó.
−Te lo prometo –murmuré.
Recuerdo que al cabo de un poco nos despedimos. Yo llegué a mi casa cuando por levante comenzaba a clarear y dormí durante todo el día siguiente, no desperté hasta el lunes. Volvimos a encontrarnos en la facultad. Comenzamos a frecuentar bares, cafés, cines y largos paseos. Siguió la vida. Nuestro entorno se modificó. Desaparecieron los amigos de entonces. Mi vida continuó una senda de renuncios, fracasos y abandonos por parte de aquellas mujeres a las que vagamente amé. Tuvimos una sucesión de trabajos, cada cual peor pagado, y cambiamos de casa una y mil veces, sin nunca marcharnos de la ciudad. Aceptamos que la vida era así, ancha y ajena, parafraseando al escritor. Dicen que veinte años no son nada, que pasan sin apenas pestañear. No lo sé. Pero de pronto volvimos a quedar durante la vigilia pascual cuando habían pasado justo veinte años. Hemos cenado en un restaurante chino cerca de la Plaza Tetuán. Hemos andado por las calles del Ensanche. La noche también es desapacible, como aquella primera y lejana noche. Durante varios días me había dominado una extraña sensación, un hormigueo ansioso. No la podría definir, puede que fuera la aceptación de lo inevitable. De madrugada ya, cuando el cielo comienza a clarear, sé que voy a cumplir con mi obligación, que lo prometido es deuda. Aunque pasaran veinte años. Por una vez en mi vida quizá vaya a hacer lo que debo. Voy a cumplir con el destino, y esta vez no voy a tener dudas.
Juan A. Herrero Díez
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EXCURSIÓN A LAS AFUERAS
Por Cecilio Olivero Muñoz
MONÓLOGO DE LA VANIDAD
Desde que se inventó la fotografía en el siglo XIX hasta que se generalizó en el siglo XX, ¿cuántos clics se han lanzado para captar ese momento sagrado que sacie nuestra rutina de hombres corrientes? Venid al vicio del oropel marchito con vuestra ceguera de hipsters & cools & outsiders, con nuestra cansada opinión de asombrados cuando pasamos de página como queriendo apagar un incendio en nuestra alma, vacíos menores ahora son las páginas de papel cuché de Vogue, de la Rolling Stone, de Life, de Time, de Hola, de The Sun, nosotros, hombres corrientes embalsamados con comida basura, hombres corrientes saciados de grasas saturadas, barrigones y exigentes, edulcorados con antidepresivos, con ansiolíticos, con sueño hollywoodiense, con rockeros de muerte temprana y locuras en frascos de anécdota en hoteles de cinco estrellas, nosotros, queremos saber aún más, queremos saber como vivís con tanto dinero por ser gastado en nuestro ensueño ignorante y fantasioso, nosotros que no apartamos los ojos del sueño que nos ofrecéis buscamos el oro en los rincones de la temporalidad en vuestras historias atractivas, vosotros, gente del show y la anestesia, nos sacáis de nuestro tedio y nos insertáis en la vida real de los focos, del photo-call y la respiración artificial, nosotros los hombres corrientes estamos enamorados de vuestras historias infinitas infladas con el gramo del exceso y el litro de la locura, nuestras plegarias, nuestras atrofias, nuestra ceguera, nuestra ceguera os lo agradece, ya que usamos vuestra carnaza y nos echamos una pizca de sueño de reflejo de charol, de purpurina putrefacta con la que os laváis el alma de vuestra soledad rumoreada, nos lo echamos a la boca y mascamos de vuestra mentira como un chicle del que no nos cansamos, vosotros triunfadores de los cloroformos perpetuos en las alfombras rojas y los escenarios de luces enfocadas al cielo, vosotros sois maravillosos espejismos en la ciudad de asfalto, en el trasiego y el tráfico en contra-sentido, y en la velocidad azul de las autopistas interurbanas, vosotros mentidnos una vez más, no nos digáis la verdad, ¿para qué? No nos interesa, mentidnos cien veces más, y decidnos una cosa, ¿cuál es vuestro secreto para manteneos tan inmortales? Nosotros estamos hartos de morir, nos morimos al levantarnos y resucitamos cuando dormimos, vosotros al contrario, ¿estáis ahí para advertirnos de que la muerte no existe? O por el contrario, sabéis demasiado bien que la muerte llega sin previo aviso, inoportuna, con hambre no saciada, y nos devuelve a la nada, a la nada que nadie conoció por nunca jamás, a la nada que os hace miserables y pobres como nosotros, a la nada lejos del glamour, de las ropas lujosas, del dinero, la cocaína, la Coca-Cola, la gama de coches relucientes, la precariedad del espíritu y los baños espumosos, del champán y el vino de reserva, de la fachada y el ansia por aparentar lo contrario de la realidad por la que estamos siempre en plena huida, en huida incesante.
***
NUNCA SUPE HACERME NUDOS
Se renuevan los días
como pan recién hecho,
te despiertas en tu lecho
y en las sábanas te lías,
nunca supe hacerme el nudo
de ninguna corbata,
lo que quizá no te mata
tal vez te deje mudo,
esta vida cotidiana
no me parece nada sensata,
la alegría se desata
y se enreda en la persiana,
esta vida vertical y horizontal
con cualquiera se marcha,
un telón suave de escarcha
se derrite en tu mirada,
dulce telón peculiar,
ración de minucia y nada,
siempre tuve en qué pensar
en el diván particular
de lo que se enfría y se escapa,
regusto que se destapa
en el lecho singular
que te arropa y te desata
en la alegría vital
de mis noches con mi nada.
Nunca supe hacerme el nudo
de ninguna corbata,
de diplomacia ando justo,
lo juro por mi psiquiatra.
***
ME GUSTA, ME GUSTA
Me gusta tu flor antigua, que bajo el óxido de los siglos consiente al nefasto libertino que vocifera tu latido de cera, me gusta tu consejo de luz dinamo por que en tu moral duerme un dios bueno que asiente frente tu decisión de hombre, como sí fueras un Adán moderno, como si la razón fuese en ti una selva virgen y perpetua, me gusta que subas un escalón por encima del mío, y que seas mi hermano y mi ángel replegados los dos en un orgullo que palidece, ya que por donde yo te siga se abrirá la humanidad expectante, y que una puerta abras para mi voluntad de viento es contar los pelos de cogotes sin voz de noche y sin ver el néctar y el corazón de personajes bíblicos que hablan con la mirada y dan gritos hacia un gran Dios con el alma. Estoy de vuelta a casa, he rodeado por océanos remotos y me he cruzado con tempestades recónditas allá en múltiples ciudades de tráfico descabezado, hoy subo a tocar tu timbre y espero que tu corazón me abra, no quiero remontar todas las plegarias que conoces, quiero que en mí veas una esperanza nueva, como la inocencia aquella de los trece años, como si el sabor de una fruta prohibida nos dejara gozar aunque fuere sólo unos minutos. Por que la vida son alegrías y las tristezas no hacen bien en las barricas fermentando.
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REFLEXIÓN SOBRE PAREDES Y MUROS
De adolescente puse en una pared de un parque mi nombre unas diez o doce veces con Tipex, y no hace mucho pasé por allí y todavía hay algún rastro de ello, no es que de adolescente tuviera demasiado ego, es que entonces me quería un poco, si yo dejé de quererme es por que te quise mucho a ti, quizá demasiado, siempre a ti. Ahora vuelvo a quererme, ahora me quiero más que nunca, pero ya no tengo pared en la que plantar mi nombre, ahora ya no soy un niño, ahora planto quimeras de colores en los muros de Facebook, ya no soy un niño pero no quiero dejar de serlo.
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SELECCIÓN DE POEMAS
Por Gonzalo Salesky
HIELO
Asoman al futuro
tus párpados de hielo.
Mi Dios,
tu sacrificio,
todas las mentiras en el viento.
No somos la esperanza,
sólo el pasado a prueba.
Presentes como nunca,
lo ambiguo y la tristeza
me reciben,
me alojan,
ablandan mi memoria.
NO HABRÁ MILAGRO
El tiempo me atraviesa,
me recorre.
Dibuja la tardanza en mi reflejo.
Mis agujas,
las tuyas,
tienen distinta forma.
Serpenteando el abolengo de la historia
brilla tu escudo. Y en el fondo del mar
no habrá tesoros esta vez,
no habrá milagro.
Tu sol abraza la llanura y en mi piel
solamente se detendrá el verano.
RODANDO CON LA LUNA
No habrá cárceles ni olvido,
no habrá sombras
que busquen tu voz en mi silueta.
No habrá notas lejanas, sólo sueños
ni arco iris después de la tormenta.
Tu voz me llenará de cicatrices
si espero y todo pasa,
si soy sombra.
En tu estrella me iré y en tu silencio
mantendré escondida mi lujuria.
Todo lo que no supe decir no
sigue allí afuera,
rodando con la luna.
ALMA
El alma no cambia, dijiste,
el alma no presiente.
El alma es más que una pregunta,
es sólo la respuesta de tu dios.
A todo lo que huye, a todo
lo que escribo entre líneas,
entre el fuego y la miseria de los dos,
entre silencios borrados con el codo.
QUÉ FUE
Mi vida fue un camino a recorrer,
fue la primera sangre, fue una meta.
Un déjà vu de flores,
un puente hacia el dolor,
una mirada.
Como la estirpe olvidada,
como las tres estrellas,
sigo asomando.
Tratando de entender qué fue mi vida,
qué fue mi corazón alguna vez.
ESPÉRAME
Espérame entre el fuego,
espérame en la brisa.
Espérame sin ángeles custodios,
espérame en silencio.
Allí donde no hay nada,
espérame, sin frutos,
y yo te llevaré hacia la cosecha.
DOS
Los dos quisieron nombrar
las mentiras de la historia.
El pecado nunca fue detenerse.
La orfandad exquisita del vértigo
los hizo temblar alguna vez.
Buscaron la verdad
desgarrando las sombras.
Otros durmieron en laureles,
pero los dos prefieren
escapar del libreto.
Encontraron un país que no los llama,
que trató de exiliarlos.
El sudor, la esperanza,
el azar y el triunfo
fueron aliados y hoy los esperan,
hoy los abrazan.
Ya nada temen,
la tormenta se ha ido,
los gigantes de papel están cayendo.
CEGUERA
Huérfano de luz,
te grito a oscuras mi nombre.
Te prometo que nada será igual,
que mi fracaso
es sólo un paso más.
¿Qué tendrá que pasar para que sepas
que la verdad sólo se ve en las calles?
La ceguera siempre fue contagiosa:
no tengas miedo, somos todos iguales.
AMAPOLA
Es tan frágil y pequeña que duerme
flotando en una hoja de amapola.
Se baña en rocío y vuelve a acostarse,
viendo la luna brillar sobre sus ojos.
Se va hacia la luz y vuela en silencio
porque ése es su idioma.
Como el mundo grita,
no van a escucharla,
aunque entienda aquello que no todos ven.
Siempre tan ausente,
trémula en la niebla,
no deja que nadie se acerque a su vida.
Quiere susurrar lo que otros se callan…
Despierta de noche y en las madrugadas,
esperando un sueño que la haga feliz,
volará en silencio.
Porque ése es su idioma.
VENDRÁ EL MAR
Sálvame.
Tus ojos me separan
del miedo,
de la noche,
del dolor.
Te dejo ser mi condena,
a través de tus sueños va mi espíritu.
Espérame, el naufragio
no pide nuestros nombres
y después de las dudas,
vendrá el mar.
POR LA MAÑANA
Fría.
Perfecta.
Sola como la nieve.
Silueta a oscuras,
reflejas el retorno a nuestra casa.
Crees.
Esperas.
Sueñas con alas y luces.
Despertarás siendo menos,
pero mucho
quedará entre los dos por la mañana.
PROMESAS DE PAZ
La muerte es sabia. Una pequeña historia
nace dos veces en cada amanecer.
Pero el camino hacia la libertad es otro.
Búsqueda eterna, vacío existencial,
sueños desterrados por profetas ciegos
ganaron mi esencia y hacen que en el alma,
descubra, en silencio, promesas de paz.
NUESTRO ALIENTO
Tiempos y silencios nos esperan,
descubren que todo está en el viento.
Las hojas ya no mienten y es otoño,
sé que al volar encontrarás tus sueños.
Los frutos se alejan de repente;
sé que al volver, te soñaré despierto
y no habrá despedidas, no habrá sombras,
sólo la escarcha en tu voz y en nuestro aliento.
ESCARLATA
En la llanura, pequeñas sombras
delatan la huella del silencio.
¿Te atreverás a perder la batalla?
Picos y abismos son parte del pasado,
quizá el otoño me cubra de escarlata.
ESTARÉ
Se terminan las hojas,
el bálsamo, el consuelo,
y mi epitafio, en blanco.
¿Me habré alejado de mí?
¿Seré tan poco?
No sé si continuar, pero es inútil
luchar con esa sombra que veo en el horizonte.
No me nombres:
si cierras los ojos, estaré.
NO ESTARÉ SOLO
Traiciona el vicio de escribir
aunque libera, a medida que sangro.
Sé que pasarán viejos veranos
en el desierto abrasador, en la llanura.
No estaré solo, las páginas irán
acompañando cada día y cada noche.
El fin del mundo veré cerca,
y nada más importa (nada menos).
Lo escrito duele, vuela, me despoja
de toda la conciencia. Siempre fluyen
el odio y el amor sólo hacia afuera…
sólo hacia afuera.
ES INÚTIL
Tus canciones me dirán que estoy de luto,
que otro ocupó mi lugar, que voy de paso.
Que nada importa ya porque es inútil
dejar que disimule la pasión.
Alguna vez pensé, como un idiota,
que para siempre era cierto,
que lo eterno no es quimera.
Me desprendo del alma y es inútil
sentir, soñar, reír… dar lo mejor.
FARSA Y TRAGEDIA
Vendrá otro cuarto de siglo a la intemperie,
Sodoma y Gomorra siguen cerca.
Ciudades dormidas por pantallas sucias
persiguen luces vanas, sueños truncos.
¿Por qué otra vez repetir esta historia?
¿La farsa, la tragedia y el derroche?
Nunca más seas cómplice de espejos,
salva tu piel de toda aquella angustia.
Huyendo del pudor y de las dagas
nos iremos corriendo, al fin desnudos.
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CENTINELAS
No somos dioses, tampoco centinelas
de la brisa. No estaremos de luto,
ni vencerás las bestias
con los ojos cerrados.
Afuera, otra vez, veo la sangre
como cada diez años. Mi suelo
no pregunta cuánto sacrificio falta,
cuánto tiempo se derrama en las espigas.
MENTIRAS EN EL VIENTO
Trato de ser más que un labrador
en este valle vacío de ternura.
Salgo y entro de lleno en tu recuerdo,
no espero estar seguro de mis dudas.
¿Seremos sólo mentiras en el viento?
Pronto oscurecerá de todas formas
y allí verás qué poco es lo que valgo.
ALMAS CONGELADAS
No es el amor, es la pena.
No es el espíritu, es el alma
y la certeza de ser un condenado.
Todos atienden su instinto,
se pierden en la luz o en la neblina
y en el silencio que oculta aquellas voces.
Tendré mis ojos serenos.
Por cada lágrima suelta
habrá un rebaño de almas congeladas.
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TEXTOS SELECCIONADOS
Por Rolando Revagliatti
Redactor
El chico que no habla es el hijo único de su fallecida única hija, y de su también fallecido yerno. Lo crió ella, viuda, al chico que no habla, su nieto. Es el chico que no habla quien redacta el breve texto que se inicia con: “El chico que no habla es el hijo único de su fallecida…”
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Huir
Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo.
Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.
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Corpulencia
Con semejante físico, es lógico, se da el gustazo de trompear, de vez en cuando, a escogidos cretinos en tren de patoteros. Ha noqueado, por ejemplo, a energúmenos choferes de colectivos. ¿Por qué limitarse a una discusión estéril, pudiendo escarmentarlos? ¡Ha corregido a tantos, elevándolos con naturalidad por sobre su cabeza, agitándolos, hasta hacerles deponer actitudes necias, presuntamente arraigadas! Impuso siempre su corpulencia, y permítaseme enunciarlo así: su preclaro vigor, como factor desmoralizante frente a comportamientos repetitivos de groseros y malintencionados. Ya desde la niñez el admirable Hércules implementó los mentados recursos. Con las mujeres se contiene: se limita a la —también mentada— estéril discusión.
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En la mira
Linda mina, lindo tipo de hombre, se sienten cómodos en sus cuerpos flacos, debajo de sus abundantes cabelleras, encima de sus principescos pies.
Señor gordo, calvo, con juanetes, desencantado y empuñando una Magnum 44. Apunta (no sin fastidio).
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Pacto
Alguien-Que-Mereciera-Llamarse-Lulú conoció, sin procurarlo, a La-Muerte-Que-Te-Alcanza, en un crepúsculo del mil setecientos. Importa consignar que, esencialmente, a la primera le disgustó la segunda, mientras que la segunda simpatizó con la primera. Por completo de acuerdo, se arrancaron los ojos.
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Nimbo
Era enorme y bueno. Trabajaba y residía en un taller mecánico. Entre sus pertenencias figuraban un colchoncito con cotín engrasado como él y unas frazadas asquerosas. Dos gatos dormían a su lado. Cocinaba huevos y sopa y se calentaba mate cocido con una garrafa. A los chicos del barrio les producía curiosidad. Un día, ese hombre que se trasladaba bamboleándose, que sonreía y silbaba, que apretaba con los dientes un toscano, ese hombre de paz, muerto, apareció nimbado, semi-empotrado en un pilar, inapacible, limpio, con alígero nimbo de barniz selenita.
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Semblanza
Soy lo que soy desde que se murió mi mamá. Me sentía libre al principio, liberado. Me lo merecía. Mientras ella vivía fui un pelagatos. En la gran ciudad. No voy a revelar cuál era mi ocupación. En todo caso, digna. Mientras ella vivió, “el hijo de la sucia” me endilgaban. El eslogan dolía. Y dolía también el otro eslogan: “El hijo del vecino”. En referencia al quiosquero, el solterón de la casa de al lado. Y algo hubo, algo pasó.
En efecto, mi mamá no era propensa a la higiene. No era, tampoco, una mujer dada, que se pudiera decir, comunicativa. Estrictamente, gruñía en ocasiones. Yo le preguntaba: “¿Vino Isabel a buscarme?”: gruñido. “Mamá, ¿me hacés el nudo de la corbata?”: gruñía y me hacía el nudo de la corbata con una pericia deslumbrante. Le comentaba: «Me aumentaron el sueldo”: gruñido. Y le proporcionaba una generosa porción de mis ingresos. Trabajaba yo doble turno y ganaba por ese turno doble el ochenta por ciento de lo que se me abonaba por el turno simple. Y aún me quedaba un ratito para darle algunos besos a mi novia de la infancia, la adorable, la resignada Isabel. Escasas emociones en los primeros treinta años de mi vida.
Ahora soy un trashumante, difusamente melancólico. De Isabel me despedí, apenas después de tomada la ruda resolución de vagabundear. A mi mamá la llevo en el espíritu a donde quiera que me traslade y con quien sea que me junte. Admitan en mi semblanza que la añoro. Tengo para mí que acabaré por hastiarme.
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SELECCIÓN DE POEMAS
Por María Isabel Bugnon
El hombre de la rosa
El hombre de la rosa, a partido de gira por el mundo
Su alma pura como la rosa blanca
Baila en el escenario del cielo
En donde un público especial ha ido a verlo
Y darle la bienvenida
Todo allí es paz, amor y felicidad
El hombre de la rosa se sorprende,
La presentadora del espectáculo es la luna,
Tiene un vestido de luz,
Las estrellas decoran cada rinconcito,
Las tres Marías están sentadas en primera fila,
El lucero con su traje impecable le hace un guiño
A la estrella fugaz que pasa velozmente
Dejando una estela de luz
Los pétalos de la rosa roja caen silenciosamente
Sobre el traje blanco del gitano,
Dejando un aroma suave, como la brisa de la tarde
Que lo vio partir en ese viaje sin retorno.
Cárcel de amor
La imaginación danza en mis pensamientos
El velo de la noche va
Cayendo sobre la blanca hoja
en donde dejo plasmada en tintas de luz,
Las horas, los momentos
Que quisiera compartir contigo.
El dolor quizás es un huésped en tu vida.
Adueñándose de las cenizas del ayer,
Pero allí estoy yo, presente como la lluvia,
queriendo borrar todo aquello.
En esas tardes tristes tomar tu mano, no soltarla,
tu voz se desvanecerá susurrando en mis oídos una dulce melodía.
En las noches desearas tener el calor de mi cuerpo, el sabor de mis labios, dulces como la miel.
Las hojas blancas de este papel me atrapan, surgen de mi mente
imágenes tomadas al azar.
Estoy secuestrada en esta noche en donde alimento una ilusión,
La distancia me duele.
Estoy atrapada en un sueño mágico, en el cual sin querer
tu también estas en esta cárcel de papel blanco.
El hombre ideal
El hombre ideal,
lo quiero amante,
que su mirada tierna,
transparente, cuando
se pose en mí me desnude suavemente.
El hombre ideal,
lo quiero amante,
cuando me abrase me
envuelva en llamas de pasión.
El hombre ideal,
lo quiero amante,
cuando hagamos el amor,
no sentir culpa porque
es solo mío.
El hombre ideal,
lo quiero amante,
encallado en mi cuerpo,
recorriendo mi piel con sus besos.
El hombre ideal,
lo quiero amante,
sentir que mi vientre se agita
acompañando sus movimientos.
El hombre ideal,
lo quiero amante,
beber de su piel el aroma,
de cada noche de amor.
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–Recuerdo–
palabra encarcelada en la suma rígida de sus letras.
No me gustan las cifras pares;
la simplicidad de lo impar
me lleva a calles únicas,
sin dobleces,
con la individualidad
de ser eso,
no más que uno,
o todos,
pero desiguales y extraordinarios.
Y me atrae la suma impar que veo en la –máscara-,
el –brindis-, el –éxtasis-, el –corazón-;
en un –verso- bajo el –túnel- del –fuego-
y en la –magia- del –cenit-.
–Recuerdo– suena a poco;
sosegado y uniforme
entre las muecas casuales,
en el despojo de las causalidades remotas pero ciertas.
Y sobre la foto que nos contiene,
en el borde hipócrita y definitivo
del callado antifaz,
el idioma del –abandono-,
otra palabra par
que se desintegra en el valeroso intento de florecer
bajo las -trece gotas-
puntuales de mi fecha de nacimiento.
Me despojo de mí
y no soy más Teresa,
la del nombre aburrido y par,
soy la –mujer- sin rótulo
que acaba de nacer.
Y ya no se recuerda.
Copyright Teresa Palazzo Conti
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SELECCIÓN DE TEXTOS
Por Leonardo Morgan
LAS VUELTAS DE LA MUERTE Y EL OSITO COMECACA.
Doblando la esquina y haciendo una cómica reverencia, Germán colocó la rosa que llevaba para su madre que cumplía años, sobre los libros que iba abrazando la chica.
Era el ser más bello y delicado que había visto.
Estupefacta, Elvira tomó la rosa y la agradeció, y Germán supo sacarle algo de charla y el teléfono. Feliz, y congratulándose por la rapidez de sus reflejos, regresó sobre sus pasos en procura de otra rosa.
La primera vez quedaron en ir al cine, y Germán cortó unas flores silvestres, pues calculó que entre las dos entradas y el café, no le iba a quedar mucho margen de maniobra.
Elvira insistió en pagar su parte, pero Germán se mostró rotundo; aunque ella accedió bajo la promesa de que en adelante pagarían a medias. Lo justo era justo.
Vieron una película romántica y comieron pizza. Germán consiguió arrebatarle apenas si un piquito, que fue como si le hubiesen firmado un pagaré de futuros besos.
Por entonces Elvira tenía 17 años y Germán 22. Ella nunca había tenido novio, lo que se dice novio, no, pero él, mucho más experimentado, había salido con ya con 3 chicas, aunque sólo tuvo sexo con una, un par de veces. Elvira lo fascinaba. Les escribía poemas en los cuales cantaba su belleza subyugante y la potencia de su amor y de su adoración, que trascendería lo meramente físico, las cosas de este mundo, el tiempo y el espacio.
Pasaron rosas y alfajores, y poemas y tardes de cine y lluvia y bicicletas con pizza, pic nics en la playa y botellas con rollitos de papel dentro con sus nombres envueltos en un corazón y echadas al mar, luego de lo cual, se casaron.
Les iba muy bien en sus respectivas profesiones, vivían en un enorme caserón, y acordaron ser padres, integrar un nuevo ser a sus vidas que recoloreara y reformulara su amor.
Elvira perdió un embarazo y el siguiente. A la tercera vez, como una especie de jugarreta de Dios, parió dos preciosas mellizas y ni 2 años después un varoncito que le hizo un dribling al espiral, porque luego de pasar tantas y tantas noches sin dormir, tuvieron claro que el equipo ya estaba completo.
En ambas oportunidades Germán la cubrió literalmente de rosas blancas y rojas.
Iban siendo razonablemente felices y en ocasiones hasta se salían de los límites.
Saliendo de la consulta del ginecólogo Elvira por poco se convierte en un Squonk, un animal de la mitología que cuando es atrapado se disuelve en lagrimas dentro de la bolsa que lo contiene. Lo que tenía en los genitales no era una simple irritación sino una enfermedad venérea. No podía entenderlo, porque, si bien era cierto que le había bajado un poco la libido con la maternidad y se sentía cansada, jamás había rechazado a su marido cuando la requería. Y a veces era ella quien lo buscaba. La llama no se había apagado.
Germán negó todo de plano, e intentando pasar a la ofensiva soltó un : “¿qué decís?, ¿ estás loca?”, pero cuando se vio acorralado se echó a sus pies y le rogó que lo perdonara. Ya no disfrutaba de su trabajo. Estaba muy estresado. Fue algo ocasional, sin importancia, más le hubiese valido cortarse el pito. Se le acurrucó a su lado en la cama, como un pequeño y pobre osito, desvalido, triste y con frío. Hasta consiguió lloriquear un poco.
Luego trajo una enorme caja de bombones, fueron bombones en lugar de rosas, bombones.
Pasaron los años y aunque aun dolía, a fuerza de no pensar, Elvira consiguió arrancarse la espina.
Y fue que la madre de Germán murió y éste no le perdonó que no hubiese derramado ni una lágrima, aunque más no fuera de compromiso. Con la vieja sostuvieron una cordial hostilidad; era invariablemente impermeable a todo, a las atenciones, al cariño, a la buena voluntad, a todo; aun después de los nietos, ante sus ojos ella seguía siendo una intrusa que en mala hora había aparecido para robarle el amor de su pollito. Incluso la noche que murió, el hijito querido de su corazón tenía proyectado ir a verla, pero Elvira le dijo que había hecho unas pizzas y que fuera a comprar unas cervecitas y que vieran juntos la pelea de Nicolino Locche contra Kid Pambelé. Si hubiese ido a lo de su madre, la habría salvado, y la tendría todavía y por muchos años a su lado, pero a ella justo se le había ocurrido tomar cerveza.
¡Maldita bruja! Le gritó un día que ésta lo sacó de las casillas cuando le dijo que la cena eran unas salchichas y queso, o lo que tuviese ganas de cocinar, que ella había quedado con unas viejas amigas del colegio. Transcurriendo las cosas, lo convirtió en su insulto favorito, pues además de rebajar a la destinataria de su condición de mujer a la de escuerzo del pantano, entrañaba una maldición y un repudio en apenas 2 palabras, que podían girarse renovando su potencia y añadiendo novedad. Bueno y breve. Un hallazgo.
No pasó mucho tiempo hasta que estuvo seguro de que esos accesos de tos que le agarraban en mitad de la noche, eran un truco para molestarlo, para llamar la atención y no dejarlo descansar. Una tos histérica. También se le hizo odiosa la manera que tenía de bambolear el culo al caminar, de cruzar las piernas en el sofá, de agarrar los pocillos de café, de anunciarles a los niños que era hora de ir a la cama y, por sobre todo, cuando se reía. Era como si le filetearan los nervios con una gillette.
Le tiró a la basura, la blusa violeta y la chaquetita roja.
Creía que le proyectaban mala suerte.
El niño se negó a probar el pescado y le abrió la boca de prepo, haciéndole tragar un trozo. Luego estrelló la bandeja con el pescado contra la pared, ¡Para qué cocinás esta mierda si sabés que a nadie le gusta! De ahora en adelante las cosas van a cambiar en esta casa, rugió dando puñetazos sobre la mesa, haciendo saltar los platos y tirando al piso un par de vasos. Los niños lloraron y ella también, pero después, cuando estuvo sola en su cuarto. Germán salió dando un portazo y volvió pasada la medianoche con unas entradas para el teatro, una obra que ella quería ver desde hacía mucho. Para el próximo viernes, porque ellos se habían conocido un viernes. Ya se habían cambiado para salir cuando descubrió que Felix, uno de los caniches, le había meado la rueda delantera del auto. Agarró un gran cuchillo y al perrito de los pelos. Lo sujetó sobre la mesa declamando aparatosamente que iba a cortar a ese perro de mierda en pedazos. Se calmó al ver a los 3 niños llorando y suplicando desesperados.
Otro vez reclamó porque el baño de arriba estaba sucio, o dicho mejor, no lo suficientemente limpio. Elvira le dijo que la chica estaba de franco, y entonces le gritó que suba a limpiarlo inmediatamente, porque a él no le gustaba vivir entre la mugre.
Ella, que no era mujer de amilanarse fácil, le respondió que lo limpiara él, que no estaría mal que diera una mano en la casa de tanto en tanto. Bajó la escalera como una tromba, la sorprendió agarrándola de los pelos y la arrastró escaleras arriba. Intentó meterle la cabeza dentro del inodoro y jalar la cadena. Con la nariz casi tocando el agua consiguió zafar un codo y le acertó justo ahí. Los italianos se le agolparon en la sangre y para desalentarlo en futuras intentonas, lo empujó y cuando lo tuvo en el piso le propinó una fulgurante sucesión de patadas con sus zapatitos rematados en filosa punta, gritándole : ¡Valiente comemierda!
Lo que es justo, es justo.
Cuando se repuso, Germán se fue en silencio y volvió la madrugada del siguiente día. Sobre la cama, a la altura de sus pies le colocó un enorme libro con las obras completas de Van Gogh, una edición realmente incomparable. “Nadie te amará nunca como te he amado, te amo y te amaré yo, Germán”, le había escrito en su interior con su espléndida caligrafía, ganadora de 2 concursos durante la escuela secundaria.
A veces te huele la boca como si hubieses estado comiendo mierda, le dijo Elvira, serenamente, mientras miraban un episodio de la Familia Ingalls por la tele, en espera del plato fuerte, un ciclo de cine arte, que se emitía los jueves. Lo de a veces había sido un cumplido de su parte porque en realidad, el hedor era continuo y penetrante. Había pensado las formas de decírselo sin lastimarlo, pero, ¿a qué tantas consideraciones?, se lo soltó, así, sin más. Germán se limitó a mascullar “maldita bruja”, con la boca llena de maníes salados, tragó y se echó otro puñado.
Luego quien murió fue la madre de Elvira.
Germán, alegando mucho trabajo nisiquiera fue al entierro.
Al padre se le declaró Alzheimer y Elvira quiso tenerlo consigo.
El viejo realmente no molestaba mucho, se quedaba en su cuarto, o jugando con los niños o quieto durante horas mirando la televisión. Incluso si estaba apagada. Un día Elvira lo encontró frente al aparato y le preguntó :- ¿Qué hacés papá?
– Miro una película, por la televisión.
– ¿Y de qué trata la peli?, le preguntó.
– Es una de indios y vaqueros.
Elvira le encendió la tele y se alejó llorando, pero enseguida se recompuso porque su hija Ana la requería para que le explique el método para resolver los problemas de reglas de tres simple.
Durante la cena, Germán dijo desaprensivamente, como si sus hijas de 8 años y el pequeño de 6 y pico, fuesen incapaces de captar sus palabras, que el viejo ya no podía vivir más con ellos porque era una mugre ambulante, un estorbo continuo, y muy nocivo para los niños; que ya tenía todo arreglado con un asilo, donde lo cuidarían, estaría con gente de su edad y en líneas generales lo pasaría muy bien. Zanjando la posibilidad de cualquier posible réplica, Elvira le mostró el reverso del dedo mayor de la mano con los otros 4 recogidos sobre sí mismos, y entonces quiso levantar al viejo de la silla tironeándolo de la mangas del pullóver, diciendo que era eso o que lo sacaría ahora mismo a la calle… y Elvira le partió con mucha naturalidad una botella de buen vino en la cabeza, y cuando estuvo en el piso, se agachó junto a él y le dijo, suavemente, casi en un susurro : -Volvé a tocar a mi viejo que yo te mato.
Lo que es justo, es justo.
Pero Germán no pudo escucharlo pues por algunos segundos perdió el conocimiento.
Lloraban los niños y los perros ladraban. Un mirlo posado en una rama entonó un gorjeo para llamar a las hembras. En la televisión un ama de casa declaraba a gritos su felicidad porque su nueva marca de lavavajillas duraba tres veces más que el anterior. Era un hecho comprobado. Elvira se cortó un dedo recogiendo los vidrios verdes. Le costó parar la hemorragia.
Germán, no se dio por vencido y volvió sobre el tema. Aun llevaba en la cabeza la venda que le pusieron en el hospital. En el transcurso de otra cena que iba discurriendo en armonía familiar y en la que al anciano se le quedó un resto de huevo y zapallitos en la comisura de la boca, descolgándose hacia el mentón, exclamó:–¡Qué puto asco!, ¿cómo se puede cenar así? , y se llevó a los niños a tomar un helado. ¡Y vos lavate los dientes, comemierda valiente! Le gritó lo bastante fuerte como para que lo oyera antes de cerrar la puerta.
Elvira bajó del colectivo que la dejaba a 4 cuadras de su casa, esperaba que el mecánico le entregara alguna vez su auto, pero le encontraba siempre algo nuevo; ella era licenciada en filología hispánica pero el tipo le llevaba ventaja porque también hablaba sánscrito antiguo.
Para colmo le dolía la espalda y estaba lloviznando y la lluvia había dejado de gustarle desde hacía ya mucho. A los pocos pasos distinguió una figura en la otra esquina caminando sin ton ni son, se detenía, se giraba, volvía a girar y daba otros pasitos, era su padre. Bajo el brazo tenía 6 ejemplares del mismo diario. ¡Clara, Clarita mía, por fin viniste! , le dijo, confundiéndola con su madre.
Visualizó todo en un segundo, su marido había sacado a su padre a la calle, como se saca una bolsa de desperdicios. El pobre viejo llevaba toda la ropa mojada. La linda camperita de gamuza que le había regalado cuando cumplió las bodas de oro con su madre se había vuelto de un color marrón oscuro que lindaba con el negro. Un solitario mechón de pelo blanco bajaba por su despoblada frente y le caía en tirabuzón sobre el tabique. Elvira tiró a la acera 5 de los diarios, tomó a su padre del brazo, y fue caminando a paso sostenido hacia su casa.
Las rosas eran seres embusteros, taimados alienígenas invasores provenientes de un planeta hediondo.
Phármakos o de la humana naturaleza.
Timón el mendigo y su perro Timón llegaron hasta las puertas cerradas de Atenas, buscaron un reparo y se acurrucaron uno junto al otro para pasar la noche.
Por la mañana dos guardias muy risueños lo llevaron al templo de Perséfone, donde fue bañado y untado con aceites. Le pusieron una túnica nueva, unas hojas de lauro en las sienes y calzaron sus pies con unas bellas sandalias. Quemaron sus harapos y una larga vara de fresno en la que se apoyaba para caminar.
Lo sentaron a la cabecera de una mesa puesta en la plaza pública y le sirvieron los mejores manjares, carne asada de buey, aves de corral fritas, y tortas de avena con miel y con almendras y le escanciaron vino.
Jamás había comido tanto y tan bueno. Había nacido de madre persa y en cautiverio, y sus patrones decidieron liberarlo cuando ya era un viejo enfermizo que con su trabajo no alcanzaba a pagarse la comida. Desde entonces caminaba hacia donde el viento quisiera llevarlo. No es que le gustara caminar pero hasta ahora no había encontrado una ciudad de la que no lo echaran. Un día se le unió un perro y le llamó “Timón”, el nombre que le habían dado a él, porque no conocía otro. Tampoco entendía lo que hablaban aquellas gentes y ellos tampoco le entendían a él que apenas si sabía algunas pocas palabras en el dialecto corinto de sus antiguos amos. Pero todos fingían gran interés y a veces reían a carcajadas cuando intentaba decir algo, cosa que lo complacía. Jóvenes vestales y mancebos se turnaban para sentarse en su regazo y besarlo en los labios. Timón no entendía lo que estaba pasando pero no se lo preguntó por temor a que algo se rompiera y las cosas volviesen a su estado natural. El vino se le subió a la cabeza y le dio vueltas e intentó cantar, emitiendo unos sonidos guturales, que su perro acompañó ladrando. Una matrona le cruzó la cara con una rama de espino y a un grito, todas las demás hicieron lo propio; con el rostro cubierto de sangre, Timón corrió y todos corrieron detrás de él lentamente y aullando, conduciéndolo hacia las puertas de la ciudad.
Una lanza lo alcanzó en el muslo. Sus perseguidores le dieron tiempo a que se reponga y volvieron a perseguirlo hasta que cruzó las puertas y algo más allá. Le alcanzaron en el otro muslo con un lanzazo tan violento que lo derribó. Intentó incorporarse sobre sus brazos, le vino una arcada y vomitó algo. Al rodearlo, un joven le arrojo a su perro muerto encima. Timón gimió como si una tercera lanza le hubiese atravesado el pecho, apretó contra él a ese saco de huesos y lloró. Era extraño ver a ese hombre curtido por mil soles, con dos matas de pelo blanco en las sienes, llorar emitiendo sonidos que parecían más propios de un bebé que de un anciano; algo que inspiraba piedad o risa, según se mirara. Con los ojos fijos en la primera estrella del crepúsculo y como reclamándole a unos dioses cuya naturaleza ignoraba, Timón lloró. Lloró por su vida de bestia de carga, por los malos tratos, los gritos, los golpes y los latigazos, y por el hambre que cual fiel nodriza lo había acompañado desde sus primeros días. Lloro con una tristeza primigenia, una tristeza madre de todas las tristezas, incluso aquellas alejadas del corto alcance de su entendimiento.
Lisímaco, un niño, entró en pánico y otros niños le imitaron, por lo que Adamarco aplastó la cabeza de Timón con una piedra y éste dejó de llorar y se elevó un aullido festivo y un cántico ritual. Cavaron una enorme fosa y arrojaron allí al hombre y al perro. Los cubrieron y encima quemaron ramas de olivo. Este año la ciudad estaría a resguardo de la peste y de las plagas, y todo hacía prever una buena cosecha, que, por cierto, resultó excelente.
COSAS QUE ME CUENTAN
I-. El Hada Helada.
Aunque noté que desvariaba, la historia del pezón faltante en el seno derecho era demasiado horrible para no ser verdad. La conocí el día anterior a mi bautismo en aguas en una iglesia evangélica. Estaba con mi hijo en un cyber café en San Carlos, un pueblito cercano a Ushuaia. Cuando abrió la puerta, una ráfaga de viento helado entró como un preludio de su belleza. Enseguida hizo onda con Miguel, y se pusieron a despachurrar unos marcianos por el espacio.
Me preguntó si la podía invitar a un café con leche, porque estaba muerta de hambre. La invité a comer pizza. Miguel se encontró con un amigo y juntos volvieron a la casa de su madre.
Después de las cervezas, la llevé a casa y fumamos un joint. Cuando se puso a contar cosas tristes, le dije algunas boludeces y le agarró un ataque de risa, que derivó en llanto y ahí aproveché para besarla. Me dijo que no me iba a gustar, que era un monstruo. La ausencia del pezón impresionaba, sí, pero el resto era tan bello que hasta podía apreciarse como un detalle de singularidad. Fue algo sagrado, algo mágico. Le pedí que se quedara vivir conmigo. La llevaría a la iglesia, Dios nos iba a bendecir. Nos dormimos abrazados y felices. Ella me despertó llamándome musicalmente Annnn dréeeesss, agitando contra mi nariz un petardo chisporroteante que había hallado escondido entre las cosas de mi hijo, a quien le había prohibido que jugara con pirotecnia. Salté de la cama y ella escapó con el petardo que le reventó en la mano y prendió fuego una de las cortinas. Un dedo se le puso como una morcilla. Le metí la mano bajo el agua congelada de la canilla, hice jirones de una toalla y se lo vendé. Y fuimos caminando al hospital, a las 5 de la matina, con varios grados por debajo del cero. Me vino a la mente una frase de un libro de Kerouac, “…así de bien empiezan los peores momentos”, me había dormido en el Paraíso y despertado en el infierno. El infierno helado y blanco. Vino el médico de guardia. Le dio una medicina y le vendó el dedo.
Ella le acariciaba la cara repitiendo: “doctorcito, doctorcito, ¡qué bueno que es usted!”
Hasta ahí, pensaba que bueno, pobre mina, está en estado de shock. Quién sabe cuantas cosas fuleras habría pasado en su vida, y que con amor y buen trato y la ayuda del Señor, todas las heridas, se irían cerrando. Me gustaba mucho esa mujer. Y con ella he sentido lo que jamás he sentido con ninguna otra. –No, no te digo el nombre, ponele el que te de la gana, es una promesa que me hice, no nombrarla jamás. Sé que no tiene mucho sentido, pero hay muchas cosas que no y las seguimos practicando a diario.
Cuando íbamos saliendo, vio a dos policías en el pasillo, y les gritó : -Roña, ¿qué me mirás? ¿Te debo algo yo a vos? ¡Mugre!
Y luego un rosario de insultos de muy bajo calibre, tumberos. A uno lo escupió, y salió corriendo hacia atrás, hacia adentro, como si el hospital fuese un refugio que no pensaba abandonar. La sedaron. Yo caí exhausto en mi cama y se me pasó la hora del bautismo. Por la tarde fui al hospital. La vi caminado sin ton ni son, unos pasos, se detenía y giraba y así. Cuando me vio chilló y se puso a golpear el pecho.
La escena se repitió los dos días siguientes. Una enfermera se me acercó y me dijo :
-Señor , sería mejor que dejara de venir, pues parece que a ella no le ayuda, no le hace bien su presencia. Pero aín volví al tercer día y supe que la trasladaron a Usuahia porque en san Carlos no tenían sala de psiquiatría, apenas si podían sedar a los pacientes. En la pieza de mi hijo hallé todo un arsenal de petardos y bombas de estruendo. Le preparé un buen coscorrón, en cambio, cuando vino ese sábado, le pegué cuatro gritos como cuatro truenos. Después nos fuimos a pescar al lago, pero no pescamos nada y como a las dos horas se puso a nevar.
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Palabras Vanas.
tanta palabra sobra entre estas balas
como sonrisas tontas y espejos
días como este no debieran tener párpados
los dioses turbios como cantos y moscas
en bocas de asedio y cada día
rumores de bandas militares
no quiero esta piel de piedra y mirada oblicua,
ni sonido de tripas este asco de día,
así, definitivo como púrpura y antojo
viendo cosas indebidas de oídos sordos y adobe
destápame los sesos, limpia todo
y los sueños y lo que falta!
cuanta bala entre palabras vanas
días como este no debieran tener párpados!
(Pablo Goldenberg P.)
Santiago de Chile 8 de agosto del 2013
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SELECCIÓN DE POEMAS
Por María del Rosario Alarcón
DESNUDEZ
Me encanta verte desnudo,
o desnudándote.
Me gusta ver lo que sacas,
cuando todos nos ponemos
tapándonos de los miedos.
A contra mano, de todos
no tienes miedo de ver
sonrojado simplemente,
sin tregua y desafiándote.
Me encanta tu desnudez.
Me muestras tus viejos miedos
Y me enseñas a oler
ese perfume de vida
que llevas junto a tu piel.
Me temo,
que hemos sabido,
de antemano, desde el ser
que los dos hallamos nido
desnudándonos….
la piel.
María del Rosario Alarcón
(Derechos reservados)
EL ÚLTIMO
De todos nuestros amaneceres
Me quedo con el último…
encendido.
Me quedo con la ropa en revoltijo,
con tu cuerpo ganándome la cama,
con tu cara, tus mañas
tu risa sin olvido.
Decididamente…
me quedo con el ultimo.
Sobre todo …
porque aun
no ha sucedido.
María del Rosario Alarcón
(Derechos reservados)
BALANCE
Al final prefiero lo vivido.
El deseo
que desnuda,
con mirada sostenida
y encendida.
Prefiero
el tiempo que es impronta
en la memoria.
Prefiero lo vivido,
la vida trajinada o descansada.
El siempre, el nunca, lo soñado
O lo perdido.
Al final prefiero lo sentido
y las marcas del beso
que ha prendido.
Prefiero el amor de ese demonio
que relame el sabor de lo querido
Al final prefiero lo entregado.
María del Rosario Alarcón
(Derechos reservados)
DE MUERTES DE UNA NOCHE
No hay caso, tu espada no corta.
No hay caso, tu espada ni hiere
ni marca
ni mata.
Tu espada, el filo certero
revienta en mil gotas
la sangre que drena
Tu espada, afilada de luces
el arma mortal
deshace las penas.
Tu espada, ritual de maestrías
reduce el todo a nada
en una embestida.
No hay caso, tu espada no mata.
Tajea la noche.
Enciende la fragua.
Desarma la estancia.
Corta las almenas,
que miro lejana.
No hay caso tu espada no mata
Tu espada es profana.
Tu espada es blasfema.
Por eso,
tu espada-palabra,
despacio me quema.
María del Rosario Alarcón
(Derechos reservados)
Cuando abrió su saber
Para Fran, mi hijo, un ser sabio
Y cuando abrió su sabiduría… desgrano palabras al parecer inciertas, llenas de melodías de rondas y de rimas…. sin esfuerzos, trazo respuestas, y dejo que sus palabras
anidaran en cada uno… y que cada uno recibiera su mensaje….
Y cuando abrió su sabiduría…. esto me dejo:
Los espacios
Y los tiempos
se conjugan
en el toque de campanas.
El sonido queda suspendido
como un bálsamo, vivido.
Te recuerda
que vendrá de nuevo
que el tañido tiene un tiempo
que el metal suena y vibra,
llenándolo todo
como un bálsamo en la espera.
Si pudieras
llenar ese espacio de piruetas
y alborotar tu espíritu
cada vez que suenan.
Si pudieras
volar en ese tiempo
y ser águila
esperando el sonido suspendido.
Si pudieras,
sorprenderte desde siempre.
Si pudieras,
llenar el espacio
en bandadas…
Es posible
que tu vuelo marque rutas
deje huellas…
Es posible
que el espacio y el tiempo
se atesoren
y tu vuelo con el vuelo de campanas
se enamoren
Muchos días
María del Rosario Alarcón
(Derechos reservados)
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*LAS RODILLAS DEL MUNDO*
Las rodillas del mundo
tiemblan…
terror de quedar paralizadas
y no volver a caminar.
El príncipe de las tinieblas
ha tomado las riendas
y sigue luchando
aún sin antifaz.
La batalla es despareja
¿Quien se atreverá a pelear
con tan grande enemigo
tan astuto y sagaz?
Se necesitan voluntarios
que se jueguen por la paz.
Despojados de si mismos
desprovistos de maldad
que amen todo lo creado
en bien de la humanidad.
Lastimeros llantos de niños
que perdieron su identidad
hace que tiemblen
«las rodillas del mundo»
clamando a gritos por PAZ.
Libia Beatriz Carciofetti // Argentina
Derechos reservados Nº 452298
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SELECTOS POEMAS
Por Esther González Sánchez
MEMORIA
Cual tren de cercanías
que hilvanara la sombra de los árboles,
recorre la memoria
las raíces que calzan
sandalias de tierra.
Y al tantán de tambores con membranas de aire,
-pálidos de atmósfera como el peso
sumergido de los ríos-
superpone la vida
de la misma forma
en que se añade la luz al sobresalto oscuro
de una farola.
¿Quién al rodar de un pensamiento,
no sienta en sus vagones,
el calor hospedero de otras voces,
que leves merodean o aproximan,
como mieles miedosas?
¿En qué cumbre o meseta
no se adelgaza el frío
con anillos de sol?
Esther González Sánchez
Vigo-España
***
ELLAS, LA METÁFORAS
Como híbridos de amor y soledad
nacieron mis metáforas;
sin yugos y sin nortes,
izadas entre versos
ganados a un naufragio.
A veces las invito a mi escritorio
y acuden a la mesa
con élitros de fuego.
Desconfío que son como los hombres:
que nacen como un himno, como un grito
abandonado al polvo gris del tiempo.
Desnudas y solemnes,
codiciosas y exhaustas.
nuestras vidas discurren paralelas:
del mismo pozo beben
placeres y desdichas.
Esther González Sánchez
Vigo-España
***
MORDIENDO BESOS
Acudo a respirarte bien temprano
y llevo involucrado hasta los dientes,
un tácito disturbio:
Yo voy mordiendo el beso
que lleva la perversa, la dañina,
la que nos dio el oscuro
de cerrar la cintura de tu boca
en la insana razón de conquistarte
y disputar el labio contra labio
viajando hacia la brasa, y el ansia de vivir
como viven las rosas sus púrpuras de asfixia.
Bien sé que esta es tu noche y es la noche mía:
no sé donde encontrarte
ni en qué lugar pedirte
de la sombra enlutada,
y pues no encuentro a ver el cauce de tus ríos,
te detengo en la flor de la glicina
que funde sus fronteras en el aire;
en ellas me regalas
la prisa de los besos, la sal para las nieves,
y hasta la misma mano que ampara los crepúsculos,
TÚ, también me regalas.
Y sin embargo, apenas me conformo:
largo de oscuridad me vence el verbo
de luto intransitivo.
No tengo el corazón de las palabras
y voy ¡Mordiendo un beso!
Esther González Sánchez
Vigo-España
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EL MARAVILLOSO POETA SONETISTA
RODOLFO LEIRO
MI MUERTA
De pronto, la soñé junto a mi lado
con su cuerpo de cálida respuesta,
erótico fervor, clima de fiesta
con un beso de prisma apasionado.
Un sueño me llevaba apresurado
subiendo los peldaños de la cuesta,
mientras la Luna cándida me presta
la mitra de un rosal enamorado.
Me pregunté que lirio solventado
en protos desprendidos del pasado
golpeaba las aldabas de mi puerta,
y al despertar en lúgubre lamento
me supe en los anales del tormento.
¡Mi pecho en el abrazo de mi muerta!
Construido a las 8,45 del
8 de mayo de 2013 para mi Libro
“Colisiones asonantes”
***
EGO
No me colgué del péndulo falsario
con que el ego trafica su prestancia
La misma candidez con que la infancia
se adosa a un corazón de abecedario;
fui andando, flaco vate, presidiario
del verbo erupcionando en la fragancia
y lo llevo conmigo, en cada instancia
que late con mi canto solidario;
de pronto, navegando en el Ontario,
me elevo como un bardo solitario
que llena las besanas con mi nota
y enciendo la farola reluciente.
¡De allí parte mi canto hasta tu frente!
¡Y retorna en el beso que me agota!
Construido a las 9,12 del
14 de mayo de 2013 para mi Libro
“Colisiones asonantes!
***
MERCADER
Mercader de ilusiones, fui sembrando
en el huerto adalid de la utopía,
una suerte de lírica empatía
mientras rueda mi paso empecinando,
vasto emblema de lirios caminando
sobre nube de añil melancolía,
y me transporto, al fin, en sinfonía
de un coro de cóndores volando,
presiento, que feliz, voy transportando
el rostro de los seres que fui amando,
el beso que mi labio, día a día,
con tu boca de novia fue soñando.
¡Es el ayer que torna, traficando,
esa noche de amor que no mentía!
Rodolfo Leiro
11.10.2013
***
ANTES DE PARTIR
¡Es incierto que no me llevo nada!
¡Si me cargo tu piel en mi retina!
¡Crepúsculo del aura que declina!
¡La aurora de mi lírica alborada!
¡El ósculo de aquella madrugada!
¡La fiebre de tu boca cristalina!
¡Dulzura en tu mirada peregrina!
¡Tu seno de imperial enamorada!
¡Susurro de la noche desposada!
¡Tu labio sin rubor en flamarada!
¡Caricias de turgencias en tu mano!
¡Tu voz en un romántico te quiero!
¡Os dejo este soneto de acequiero!
¡Es todo lo que fui de ser humano!
Rodolfo Leiro
***
BARDAL
A la que fue mi esposa,
Nieves Rosa Boudet,
en el día de la madre
Bajo el bardal vetusto que fue amparo
de un pedazo vital de mi aventura,
reaparece, de pronto, tu figura
como en el rudo mar orienta el faro;
aunados los dos, bajo el film claro,
de un reluciente sol, como ternura
que reaviva el amor que no se jura
y de la igual pasión es fiel avaro.
Allí quedaron años no olvidados
como suerte de besos laminados
bajo el humilde techo amanecido.
Nostalgia de los ratos conversados,
estampas de los labios convidados.
De lo mucho, que ayer, hemos querido!
Rodolfo Leiro
20/10/2013
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SELECCIÓN DE TEXTOS
Por Daniel de Cullá
BOB MARLEY Y LOS CHUPAFLORES
Gerineldo me dice que la canción Macarena, hecha por el dúo “Los del Río”: dale a tu cuerpo Macarena, está hecha para abortar, y que ha sido vista en YouTube por unos nueve millones de visitantes; que el Baile del Caballo, de Psy, con casi doce millones de visitas, está hecha para follar, en un mundo global donde sólo se folla en El Cuerno de Africa.
Si esto es bueno, lo que viene a continuación es mucho mejor. Me dice que “ hablando para inter nos, sábete que en muchos ayuntamiento y diputaciones provinciales, chupaderos de Castilla la Nueva y Castilla la Vieja, a la entrada o principio de comenzar un Pleno, los ediles o concejales empiezan por cantar, cantando bien y con facilidad, ese estribillo hoy como ayer de razones, para después raciocinar, rucionar, discurrir metódicamente sobre un asunto exponiendo y recitando una doctrina y refutando, rebuznando, las opiniones contrarias, a veces con disentería, flujo de vientre con pujos y alguna mezcla de mala sangre, no ajustándose al sentir de otro, disecando decretos muertos y soflamas en ficción de palabras para engañar o chasquear y conservarles la apariencia de vivos, con delicadeza nimia, melindre. Decretando con olor a chotuno.
“Hay dos tipos de dictadores: Los impuestos y los elegidos, que son los políticos”, nos cantó Bob Marley. Para seguir diciendo: “Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas”; que “el dinero no puede comprar la Vida”; que “el hombre es un Universo en sí mismo”.
Reggae, frases, Pensamientos y… ¡One Love¡, más la letrilla de marras, poéticamente amorosa, festiva o satírica, que se aprende y se canta con brevedad y a manera de estribillo el pensamiento general de ella, es dada a discurrir, reflexiva, meditabunda. Camina, corre por diversas partes y lugares, es global, y, muy especialmente, en tiempo de votaciones chupinas, ñoñas, lacias, o truncas. Es como la pieza fuerte de madera que sirve para regular la presión en la almazara.
Los chotunos, ganado cabrío cuando está mamando hablan a chorretadas, mucho y atropelladamente, andándose con, o en, chupaderitos, con paños calientes, chupando, quitando o consumiendo la hacienda o bienes de uno, en expropiaciones y desahucios, con pretextos y engaños, la cantan. Es esta. Y cantada por Carmen Miranda, sabe a esa lista de excomulgados que se ponía en las puertas de las iglesias y en otros lugares públicos. Un Letrón.
“Mamâe eu quero, mamâe eu quero
Mamâe eu quero mamar¡
Dá a chupeta, da a chupeta, ai, dá a chupeta
Da a chupeta pro bebê nao chorar¡
-Daniel de Cullá
***
BUENAMADRE
Gerineldo está en Buenamadre, de la provincia de Salamanca. Está aprendiendo francés con “El francés sin esfuerzo” método Assimil de A. Chével, impreso en septiembre de 1956, y , en su huitiéme leçon (8ª lección), Se carcajea pensando en la caracha, roña, sarpullido en el caracú o tuétano de los huesos de patas de nuestros cuadrúpedos que gobiernan un cadaval, terreno donde quedan en pie muchas cádavas o troncos de árgoma o de tojo chamuscados, barrancas, pozancos y desigualdades. Estamos en cacicazgo, se decía. Oficio y dignidad de cacique y territorio de su gobierno. Y, hablándoles a los grajos, se expresaba: “el nuevo caciquismo es el sistema político que consiste en el gobierno de los caciques, quienes, mediante poderes legales fundados en el sistema político vigente, ejercen de hecho el gobierno del país dirigiendo las elecciones, nombrando los diputados e imponiendo su voluntad a los ministros y a los tontos de capirote que les siguen. El está leyendo:
– 7. Asseyez vous ici, je vous prie
– 8. Merci. Une cigarette?
– 9. Avec plaisir. Alors, que pensez vous de la situation politique?
– 10. Mon Dieu, pas grand chose de bon¡
– 11. Pour moi, la crise ministérielle est inevitable.
Hace poco que estuvo en el Rocío en caravana, con ese conjunto de personas, acémilas y cabalgaduras que viajan juntas en las tierras de Andalucía en busca de la cagada del lagarto santo. Entre tanta muchedumbre, se sentía capeón, novillo que se capea en una sala llena de velas y cirios encendidos con un cadáver expuesto en su túmulo, cual canope, estrella de primera magnitud en la constelación de Argos.
Mientras la nata de la leche o cacuja, resbalaba en el mango de las cucharas, las plañideras, sentadas en cáncanas, especie de banquillos de castigo en las escuelas de niños, recitaban:
– Candil, candilón
– Cuenta las veinte
– Que las veinte son
– Ardid en candil
– Con una imagen
– Y una candileja
– A l a cabecera
– Que está en agonía
– Sobre el hoyo
– Que se hace en la arena
– Para buscar
– Agua potable en cachón
– U ola que se deshace
– En espuma
– Al romper en la playa.
Gerineldo dejaba caer la cera de las velas en un cucurucho de cartón cubierto de lienzo, como el usado por los disciplinantes y nazarenos.
Saliendo al corral, pues en la casa no había baño, en el mismo cucurucho, comenzó a orinar golpeando con el dedo de en medio, apoyándolo con fuerza sobre la yema del pulgar y haciéndole resbalar a lo largo de ella hasta que perdiendo el contacto se disparó. “Como los recortes en la crisis”, pensó. Y Ja Ja Ja.
-Daniel de Cullá
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TEXTOS SELECCIONADOS
POR YOLANDA ELSA SOLÍS MOLINA (NALÓ)
EL MOMENTO
Cuando tus ojos rehuyen mi mirada
y la sombra del hastío esconde
el dolor de mirarnos nuevamente….
Cuando nuestra alegría es tedio
y la sangre se muere en el abrazo
y las cuerdas del alma se silencian….
Es el momento del Adiós.
Cuando en un vuelo de tus párpados
me ocultas el fondo de tus sueños
y el amor en lágrimas se pierde…
Cuando ya el sol no es nuestro abrigo
ni compartimos las estrellas
ni me ilusionan tus caminos….
Es el momento del Adiós.
Cuando la espera es indiferencia
y necesito buscar en lo profundo….
y revivir el amor de lo pasado….
Cuando hay que inventar todos los días
en un rompe-cabeza incomprensible
cómo desear y amar tu compañía
¡ES EL MOMENTO DEL ADIÓS!!!
Yolanda Elsa Solís
***
El ruido del silencio
A esta hora, casi al final del día en Barcelona, se van apagando los habituales ruidos de la calle.
Persianas que bajan, interrumpiendo el constante entrar y salir de la gente….
Los corrillos de jóvenes con la perspectiva de una larga noche gracias al feriado de mañana, sustituyen al bullicio de los niños jugando a ser estrellas del Barça. Las callejuelas del Barrio Gótico, son en el día, buenísimas canchas de fútbol, donde con la indulgencia de los automovilistas, practican…Siempre se asoma alguna intolerante vecina al balcón de los geranios, con una actitud de desagrado, a la que los niños, ignoran…
Los nuevos caminantes nocturnos cambian el panorama planeando el botellón de esa noche…evitando las farolas de Gaudí, aumentando el nivel de sus voces, a medida que van destapando botellas…
Ya se retiraron de la Plaza de la Catedral, los circunspectos bailarines de sardana los asistentes a las ferias de anticuarios de los viernes y sábados y también los paseantes de todos los días. En este agosto en que los turistas pasean , comen y beben durante todo el día y la noche para alegría de los comerciantes , cada pieza del paisaje cumple su función. La vecina malhumorada, el mendigo extranjero, y la que todo el día limpió mugres ajenas, serán desde su propia cárcel sin rejas, testigos sin derecho a opinar, a gozar, a vivir. Cada uno de los sin opinión, podrá descansar en el oscuro rincón al que pertenece , mientras los que comen, ríen, roban, bailan y se emborrachan los han relegado.
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POEMAS
Por Ana Romano
Imán
Es desde la cima
que divisa
en su imponencia
el bastión
Abajo
cascada
sigue
Decidida
¿proyecta?
Se rozan
los opuestos
coquetean
La sensualidad
deambula
Frenéticos
los frutos.
Fulgor
Revueltos
en la espuma
en la arena
Revueltos
en la noche
en el cielo
Las sombras
danzan
ruedan
y se agitan
Extendidas
y se tocan
Mascullan cuerpos
y se invaden
Pensativa
la luna
espía
y con recelo.
Esbozo
Sobre la mesa
de un bar
apoyada
una taza blanca
de café
El aroma
acaricia la mirada
ausente
Las manos
aferran la ilusión.
Despertar
Aletargada
por la piedad
y en un hoyo
ridículo
y eso
aunque
el camino
prosigue.
Demencia
Alarido
que amputa
el secreto
Y en la tersura
llaga
¿Qué otra cosa que el semblante
la mueca
agrieta?
El murmullo
acrecienta
las pulsaciones
¿Y quién
-confisca-
los espasmos?
La sábana
invisibiliza
el bisturí.
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EL GRAN BORIS GOLD
LA PRIMAVERA…UN MILAGRO
Angustias y penas materias prohibidas
Se juntan las almas, habrá quién me quiera
Las risas a coro, un haz de esperanzas
Por suerte llegaste…dulce PRIMAVERA.
Abre la ventana, préndete a la vida
Las flores se abren, tras la lluvia ligera
Préstame tus manos, apóyate en mis hombros
Me siento abrazado…por ti PRIMAVERA.
El pájaro canta distinto a otras veces
Hay voces amadas, llamando de afuera
Serán los fantasmas de viejos amores,
Fuiste mi compinche…¿recuerdas PRIMAVERA?
Deseos fervientes de incumplidos sueños
Utopías locas y antiguas quimeras,
De encontrarte un día tras un arco iris
Yo se que el milagro…será en PRIMAVERA.
Que se abran los cielos y de él se desprendan.
Tormentas de dichas y una añorada espera,
Que no existan odios y la paz prevalezca
Vendrán buenas nuevas…en la PRIMAVERA
Boris Gold (simplemente…un poeta)
***
“SOY FELIZ…TENGO UN AMIGO»
Repiquetear de campanas
que la música no cese,
el festejo bien lo vale
pues se ha hecho realidad,
hoy la alegría se impone
es el día señalado,
agradezcamos al cielo
por la bendita…AMISTAD.
Que la gente se convoque
desde el fondo de sus almas,
y los tiernos todos juntos
nos contagien su bondad,
quedarán en el olvido
los deseos no cumplidos,
busco consuelo y amparo
bajo tu sombra…AMISTAD.
Te presto hermano mi hombro
y caminemos el mundo,
así podremos sin dudas
derrotar la soledad,
sembraremos buenas ondas
hablaremos de esperanzas,
que la meta ambicionada
sea honrar…a la amistad.
Que la noche se ilumine
con mil estrellas brillando,
las luciérnagas amigas
volarán en libertad,
habrá música en el aire
y poetas que nos digan,
que la vida siempre es bella
si la abriga…la AMISTAD.
Tengamos siempre presente
como materias pendientes,
luchar a brazo partido
para borrar la maldad,
una mano solidaria
al que caído se encuentra,
es una antorcha encendida
que nos habla…de AMISTAD.
Las aguas llegan cansadas
para dormirse en la playa,
trayendo sueños lejanos
que me duelen cual castigo,
pero ya pagué con creces
esos tiempos de borrasca,
el presente es la dicha
tengo a mi lado…UN AMIGO.
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POEMAS SELECTOS
Por Moshenga VIII Cabanillas Pérez
ANGUSTIAS DE UN VERSO
Como empezar de la nada
Versos aromáticos que resulten púrpuras
Que destrocen el sigilo incoherente
Con el caudal de la noche
Y que escriban en las pupilas de los mares
La tinta adherida de los murales
Que nacieron del odre De letras
Y tímpanos de resaca
Antes que ensordezca la existencia
Del espanto de este mundo
Para volverse más añeja.
¡Poesía!
Como elevar las burbujas de las diosas profundas
En esencia de cortezas y almíbar
Si me atrapa el ayuno de tus hostias
Los símbolos cuneiformes del silencio
Aplastándome Hasta volverme Amasijo y fango.
¡Poesía!
Como Le digo al cartero del abismo
Que reparte los glifos rupestres
Las elegías de los siglos en cada ruleta del camino
Donde se sofoca el tiempo enardecido
Volviéndome tatuaje de granito
Novicio e incendio de poeta.
¡Poesía!
Como De un testamento sonámbulo
Que despierta del aullido de un cura pétreo
Que sentencia idos que atrapan dilemas
Tan sólo por su nimbo
Marcan la sentencia y el mito…
Porque se me escapa el verso adicto
y epiléptico de mis sueños fieros
Al vestirse de luto en el velo de este tránsito
Dejando en el papel nupcial
El calor abstracto
Los Signos de la expiación
Que laten en las rocas
Con alma anafiláctica
Con calma vehemente de un día
en que volví a navegar
La angustia dogmática
Clavada en la duda
Para poder invocar
Que es Poesía…
Y respondo
Es la angustia de un verso
Que busca en el absurdo
Su propia contemplación.
(De Poéticas, Lima – 2010)
TE ESCRIBO.
Te escribo sin saber si estos reglones han de llegar a ti
Con infinidad de ilusiones,
Oh si es una búsqueda incesante
Que mantiene ésta mi esperanza.
Te escribo también porque sé que no volveré a verte
Y si ahora que aún estoy libre no te dedico estos versos
Tendría esa culpa por no corresponder a tus sueños intranquilos
Por eso te lo dedico…
A expensas de que en éste vasto frío
Tu rechazo me dé fuerzas para inspirarme en mi largo viaje,
Y sentir en tu amor desconocido hubiese sido antes mío,
Pues son permanentes las horas de ésta espera
Imagínate si fuesen meses o abrumadores años
Oh mil noches de desengaños
Por eso aprovecho para expresar de mis ansias
Este dolor incesante que no lo sana nada
Menos la soledad de estos pensamientos crepusculares
Oh la ausencia de estos pasos descoloridos que te buscan.
Son tuyos éstos comentarios
Que cualquier mujer envidiaría
Son tuyos porque nacieron de tu causa
Y yo te los escribí para decirte de este amor,
Aunque sea tarde
Y quede atrapada mi vida en el olvido de tu estela
Por ofrecerte este simple ramo de mí pecho
Y me priven pronto de la libertad de verte.
Por eso quisiera dedicarte antes que el sueño me atrape
Y tú ya no me recuerdes ni siquiera con el devenir de tu mirada.
Por eso te escribo…
VAGABUNDO
Que las ideas vengan como avalanchas y los ríos incandescentes sean purificados por el mar…
Debo inventar que no existo
Y que el éxodo que me arranca de mi tierra
No concluye
Y que pronto volveré.
Pero cuando regrese
No seré ya de éste lugar
Ni del tiempo sus errores que perdonen
mis pensamientos ungidos de anhelos
No soy de aquí Tampoco de allá
Soy el extranjero que vaga junto al polvo
que machaca mi incertidumbre
Un extraño entre las siluetas de otros extraños
Que danzan en el vapor
Buscando ser formas de un mar que se esfuma
Mientras trato de alcanzar las olas embravecidas que me devuelvan mis sueños
Las esquinas de apacibles y viejas conversaciones
Las noches de húmedos llantos
Y golpeteos de aldaba llamando a la puerta
Buscando el amor
Soy un conspicuo vagabundo que busca
el remedio en el pasado
Para poder volver a ella
Con las ideas familiares
Y no despertar mañana
Como ayer.
ANTES DE AYER SE FUE ANTES QUE CAIGA LA NOCHE
Ayer dejé de escribir este pensamiento envuelto de ocasos
ayer vi latir el sol en el horizonte
ayer decidí ser poeta entre la bruma rojiza de la tarde
ayer me aprisiono el olvido en esas interminables horas de seda
cuando dibuje tu nombre sin sentido
ayer me llevó la parte más preciada de mi vida
antes de ayer se fue antes que caiga la noche
y yo me quede desojando los días que compartimos
y yo me quede desojando los días que vendrán por tu ausencia.
LÁNGUIDO
Esa razón intensa de pensar en mi olvido
Una extraña palidez
Que me contradice
Y me sincero en la torsión extraída de un sueño
Mi hambre
Mi sed de vivir
Cual crepitante latido que rompe el silencio del bosque
Cansado de escuchar las mismas consonantes
En los senderos simples de la ciudad.
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octubre 27, 2013
Categorías: revistas . Etiquetas: Ana Romano, Boris Gold, Cecilio Olivero Muñoz, Daniel de Culla, Esther González Sánchez, Gonzalo Salesky, Juan A Herrero Díez, Leonardo Morgan Finkelstein, Libia Beatriz Carciofetti, María del Rosario de Alarcón, María Isabel Bugnon, moshenga cabanillas perez, Pablo Goldenberg Perelman, rodolfo leiro, rolando revagliatti, Teresa Palazzo Conti, yolanda solis molina . Autor: nevandoenlaguinea . Comments: Deja un comentario